[ portada ] [ reseñas ] [ opinión ] [ artículos ] [ recomendados ] [ nosotros ]
La irresponsabilidad ética de la ciencia-ficción
Julián Díez


El reciente estreno de la versión cinematográfica de Tropas del espacio ha vuelto a motivar algunos comentarios acerca del texto de Robert A. Heinlein. No muchos, eso sí, pese al contenido vitriólico de la adaptación de Verhoeven: al fin y al cabo, se considera que las discusiones políticas en torno a la ciencia-ficción son algo pasado de moda, algo que quedó enterrado con las batallitas libradas, en tiempos de la transición, en las páginas de Nueva Dimensión.

El apoliticismo de la cf, y en general su desinterés por temas como la ética, se ha convertido en tónica dominante en los últimos años. Se trata de algo sorprendente por cuanto la cf es, en sí misma, una literatura con obvios potenciales en esa dirección. De hecho, los orígenes más venerables del género (desde la Utopía de Tomás Moro hasta Voltaire, pasando incluso por Cyrano) tienen una intencionalidad política y ética, y así mismo existe un contenido de ese tipo, con un tono predominante, en buena parte de las obras o autores (Wells, Huxley, Orwell...) que han saltado la barrera del ghetto para ser hurtados a la cf y entrar en los libros de texto de literatura general.

Sin embargo, ¿cuánto hace que no se publica una obra de cf importante de contenido fundamentalmente social, ético o político? Las ha habido, por supuesto (pienso en El nacimiento de la república popular de la Antártida de John Calvin Batchelor, o El cuento de la criada de Margaret Atwood, por ejemplo, aunque ambas pertenecen a escritores no directamente inscritos en el género), pero seguramente ninguna de relieve desde que Ursula K. Le Guin diera a la luz esa maravilla ambigua (tan llena de preguntas y carente de respuestas) llamada Los desposeídos.

¿Supone algo importante esta carencia? A mi juicio, sí. Se trata tal vez del problema básico que mantiene a la cf apartada de la corriente literaria general, como una apestada. Cuando la cf tenía un fuerte contenido de este tipo (años sesenta y setenta) fue cuando tuvo una mayor resonancia literaria y cuando consiguió una media más alta de obras perdurables por año. Pero, ¿por qué se ha abandonado ese camino entonces?

Creo que es producto de la combinación de varios fenómenos.

1. El pensamiento único y/o el fin de la historia

A principios de los noventa, el historiador estadounidense Francis Fukuyama publicó, primero en forma de artículo y luego como libro, un trabajo titulado El fin de la historia que se ha convertido en una de las biblias del pensamiento conservador actual. Se trata de una obra que pretende demostrar que la historia, considerada como una sucesión de acontecimientos políticos, ha alcanzado su techo y ya no conocerá cambios de ese tipo. En suma, que el actual estado de las cosas conformado por el modelo político liberal-democrático y el modelo económico capitalista es insuperable, como ha demostrado en su exitosa confrontación con el comunismo, y que la humanidad, en su camino hacia la perfección, ha encontrado el medio para la felicidad.

Fukuyama da dos razones básicas para sostener esta opinión: la posibilidad de incrementar de forma indefinida la riqueza gracias a los avances científicos y la necesidad psicológica del individuo de obtener reconocimiento personal, algo imposible en el sistema comunista.

La falacia de los argumentos de Fukuyama no queda clara tanto en estos aspectos (increíbles de todas formas: ¿puede pensar alguien realmente que los recursos de la Tierra no tienen fin?) como en su posterior desarrollo. Entre otros comentarios diseminados por su extensa obra, encontramos la consideración de las bolsas de pobreza existentes en los países capitalistas como excepciones a la norma, conformadas por grupos marginados; el autor incluso se permite sacar pecho por el elevado desarrollo de los llamados dragones asiáticos, a los que considera ejemplos del milagroso efecto del capitalismo sobre las regiones atrasadas. Un argumento éste que las recientes crisis han puesto en su lugar. Me temo que los conflictos futuros aún más graves que habrán de producirse en países como Indonesia convertirán en un chiste macabro los comentarios de Fukuyama.

La razón última por la que Fukuyama se equivoca es que trata a los dos sistemas políticos predominantes de este siglo por un rasero bien distinto: mientras juzga al capitalismo desde un punto de vista ideal (como a una sociedad en la que los hijos de los ricos no tienen necesariamente más oportunidades que los de los pobres, en la que cada uno es recompensado según su capacidad y su trabajo y en la que los mínimos vitales están garantizados), descarta al comunismo por su fracaso práctico, considerándolo como un sistema intrínsecamente opresor y malvado.

Todo este comentario viene a cuento por cuanto esta obra es uno de los más evidentes sostenes del llamado pensamiento único, una forma de ver las cosas que ha terminado también por colonizar la cf. La razón básica por la que no hay alternativas políticas en la cf contemporánea es que los autores de cf contemporáneos se sienten sobradamente satisfechos con el actual sistema político: una buena prueba sería su fácil sometimiento a las reglas del marketing a través de continuaciones, obras en presunta colaboración y demás.

2. El predominio estadounidense en la cf

El problema se ve reforzado por las características intrínsecas de la sociedad norteamericana, lo que supone un impacto sobre el género fácilmente comprensible: creo que no necesito aburrir al lector con pruebas para demostrar el muy evidente hecho de que la cf predominante en el mundo es la estadounidense, que ha sido la que ha marcado los gustos generales desde 1930. Pero cuando más arriba citaba tres nombres como grandes de la cf que añadieron a sus obras un contenido político (Wells, Huxley y Orwell), señalaba a tres ingleses.

De hecho, la cf estadounidense no tuvo ninguna obra de relieve utópico-distópico desde Edward Bellamy (1887) hasta casi los años sesenta, cuando los hijos de la contracultura tomaron cartas en el género y llegaron las obras de Dick, Disch, Spinrad o la ya citada Le Guin. Todo lo que hubo en su lugar fueron consideraciones políticas de dos tipos: o extrapolaciones históricas en las que se trasladaban períodos ya conocidos al futuro o autoafirmaciones del pensamiento estadounidense al oponer su modelo de vida a un enemigo de carácter totalitario-comunista o similar. Un ejemplo que vale para los dos modelos es En la arena estelar, tal vez la peor novela de Asimov, en la que los símbolos patrióticos americanos sirven como punto de solución final de la trama. No creo pertinentes aquí la obra de Cordwainer Smith (que era, evidentemente, un fascista, aunque eso no resulte significativo a la hora de juzgar su obra) o de Robert A. Heinlein, del que hablaré más adelante.

De forma significativa, cuando los autores de los años sesenta se hicieron cargo de las cosas, terminaron por ser dados de lado con un argumento que refuerza mis planteamientos: que sus intereses no eran propios de la cf y que eran, en diversos sentidos, marginales. De esta forma, con el apartamiento de nombres como los de Disch o Le Guin se autoriza así la desacreditación de los intereses humanísticos en el género.

En suma, el autor medio de cf de hoy, que suele tener una formación humanista escasa, es un miembro fielmente adscrito a las filas del pensamiento único, entre otras cosas porque tampoco sabe mucho más acerca de estos temas y, si supiera, sería seguramente desacreditado como marginal. A la hora de crear un mundo futuro, resuelve por la tangente: reinos o repúblicas (con esos o cualesquiera otros nombres), no hay más alternativas que la extrapolación al futuro de lo ya conocido. El único intento serio en otra dirección en la última década ha venido de la mano de un autor inglés, como no podía ser menos: Iain M. Banks, que con su Cultura plantea una utopía comunista basada precisamente en la abundancia y la riqueza de recursos que son el argumento fundamental de Fukuyama. Y tampoco sería justo dejar de mencionar la reciente película Gattaca, que por lo demás no termina de ser eficiente en sus planteamientos y ha sido un resonante fracaso comercial.

Este virus del apoliticismo se ha trasplantado con eficacia a la cf española, que siempre ha tenido la especulación histórico-política como un tema más bien cutre y poco digno, hasta convertir un cierto apoliticismo ciego en un dogma de fe generalizado. En cuanto a cualquier exploración de carácter humanístico, los santones de la cf la han desestimado: dar carta de naturaleza a esos temas sería, al parecer, dar pie al "enemigo" (la crítica literaria seria, los escritores de primer nivel fuera de nuestro pequeño círculo) para creerse con derecho a opinar en una literatura que debe ser sólo "de ideas", reservada para los elegidos que dominan la ciencia. De esta forma, no sólo no tenemos obras utópico-distópicas, sino que la creación de mundos por parte de nuestros autores obvia de forma sistemática cualquier exploración en este sentido.

3. La comercialización del género

De forma sumamente curiosa, asistimos a un doble fenómeno: los comentarios científicos están bien vistos en las obras populares del género (incluso una película de tan bajo calado como Flubber cuenta con un asesor científico en sus títulos de crédito), pese a que no sean comprendidos por el noventa por ciento de los espectadores y causen risa al diez por ciento restante, en tanto que una reflexión de tipo moral o histórico es sinónimo de tostón. Este es uno de los frutos del status que la ciencia ha conseguido como "verdad absoluta e incomprensible" para el hombre medio moderno, pero también una muestra de la comercialización del género, convertido en un objeto de uso masivo que sirve para subrayar, y nunca para cuestionar, los hábitos y gustos del consumidor medio. Hábitos y gustos que, por lo general, tienen mucho más que ver con aspectos humanísticos que con aparatitos científicos.

En la cf de carácter masivo actual no sólo no hay planteamientos políticos originales, sino tampoco cuestionamientos filosóficos de relieve, personajes duales o cualquier otro tipo de factor que pudiera contribuir a causar una incomodidad en la lectura, que resulta tan predecible como quepa imaginar. Es escapismo en el sentido más literal de la expresión. Los extraterrestres malísimos de David Brin o los argumentos sin opción a la novedad de las franchises que escribe Kevin J. Anderson son relativamente evidentes y poco dañinos, puesto que son simplemente obras en las que no hay que pensar ni se intenta oponer nada. Poca cosa si las comparamos con obras de otros autores, los que podríamos llamar "el grupo de la garantía moral": una línea literaria muy sólida dentro de la cf que nace con Robert Heinlein y mantiene su vigor en nuestros días con un autor como Orson Scott Card.

4. La garantía moral

Llamo así a la presencia de un tono de certeza absoluta en aquellas obras en las que el autor, con una voz omnisciente, deja clara cuál es la opción vital preferible, no ya como más favorable para el protagonista, sino también como la única moralmente válida para la propia vida del lector. En las obras con garantía moral no existe el gris, sino tan sólo la opción mantenida por el protagonista (a veces con dudas, pero siempre victorioso a la postre), identificado por lo general con valores externos (aspecto, comportamiento...) de carácter positivo, y el antagonista, incapaz de comprender los valores superiores que sustentan el comportamiento del protagonista y guiado exclusivamente por motivaciones egoístas. Por lo general, el protagonista que cuenta con el respaldo de la moral garantizada por el autor es identificablemente estadounidense en todos sus aspectos, tanto si ésa es su nacionalidad declarada como si no. Y, como no puede ser menos, ese protagonista es un rígido defensor de los modelos de vida que conocemos.

El gran maestro de este tipo de literatura es, obviamente, el citado Heinlein. En sus obras siempre existe la certeza de un comportamiento justo y correcto (lo que no tiene por qué ser necesariamente negativo) que es presentado, generalmente, a través de un personaje que en todo momento es considerado como moralmente superior, concebido a imagen y semejanza del autor, pero al que un somero análisis convierte, por lo general, en un fanático: un monomaníaco de un extraño concepto de la libertad, entendida como un medio para el desarrollo de los más fuertes (con los que el lector se identifica de forma inmediata) en oposición con los que no tienen narices para salir adelante. Ese monomaníaco puede ser el protagonista (como Lázarus Long) o un secundario (como el profesor de Tropas del espacio), pero siempre tendrá un camino recto e inalterable en la novela, variando el mundo a su alrededor en la dirección que lo desee, en una patética oposición con nuestra realidad cotidiana. He de llamar la atención sobre el hecho de que este juicio afecta a la totalidad de las obras de Heinlein, incluida Forastero en tierra extraña, a la que se suele considerar como la gran excepción libertaria del autor.

Así pues, Heinlein no necesita un nuevo tipo de sistema político: encuentra en el desarrollo del actual (o en su radicalización, más bien) el campo perfecto para que sus nietzscheanos héroes consigan el gran sueño de triunfo que es su fin último.

En el terreno de la identificación total del protagonista con el lector, la gran heredera contemporánea de la tradición de Heinlein es Lois McMaster Bujold, sin duda el escritor de cf de todos los tiempos que me parece más reprobable desde cualquier punto de vista ideológico. El total vacío de ideas que se encuentra en una obra cualquiera de Miles Vorkosigan es sólo aparente: de fondo está la aceptación total de una realidad repelente como medio para atraerse la simpatía del lector de cf menos cultivado.

Miles, protagonista de casi todas las novelas de Bujold, es un aristócrata al que un atentado sufrido por su madre antes de nacer ha convertido en un minusválido. Sin embargo, su aspecto externo patético no debe inducir a la confusión: aunque rechazado por todos, es obvio que Miles es muy superior a cuantos le rodean. Exactamente lo mismo que debe pensar el típico lector de cf con problemas, rodeado de gente que le menosprecia: nadie sabe cuán valioso es.

Los triunfos de Miles son incontables en todos los órdenes de la vida. Incluso aunque tiene problemas para conseguir a la chica que desea, no le falta algún que otro revolcón de vez en cuando pese a tener un aspecto bastante poco afortunado. Llega a meterse a pirata, pero en todas sus acciones siempre existe el mismo trasfondo: una aceptación total del status quo que le rodea, mucha ansia de poder, unas gotas de compasión por (pero nunca de acción en favor de) los necesitados y, en suma, un compendio de actitudes que le convierten en el personaje paradigmático de lo que podríamos denominar como cf masturbatoria. Todo envuelto, claro está, por una apariencia políticamente correcta.

El otro autor que se ha hecho fuerte a la hora de dar garantías morales a sus obras es, obviamente, Orson Scott Card. Escritor intrínsecamente superior a Bujold en todos los sentidos (¿cuándo se acabará con el mito de la "aparente sencillez" de escritores tan flojos como ella?), a Card le pierden su ya conocida fe mormona, que le lleva a ejercer un proselitismo plúmbeo en los momentos literarios más inapropiados, y su tendencia a crear personajes adolescentes de obvias posibilidades para la gratificación del lector.

El esquema clásico de Card está presente en la práctica totalidad de su obra: un adolescente de cualidades extraordinarias va descubriendo poco a poco su verdadera naturaleza y evoluciona personalmente, a través del sufrimiento, hasta alcanzar el destino que le ha sido reservado por las estrellas. Tanto en las novelas que responden a este esquema como en las que no lo hacen, el autor siempre se ve lastrado en su auténtica valía por dos fijaciones: la de gratificar permanentemente al lector con caramelos argumentales que refuerzan sus percepciones de la vida y la de dar continuamente respuestas a todo, a modo de un libro de orientación personal de esos que son ahora incluso más best sellers que las obras del propio autor mormón.

Si convenimos que una lectura inteligente se supone que abre la mente a nuevas preguntas e inquietudes, y si se supone que la cf sirve para crear nuevas perspectivas más allá de lo que conocemos, he de decir que Card no presenta un modelo literario inteligente ni propio de la cf (más allá de lo meramente superficial y anecdótico). Como representante máximo de la cf contemporánea, Card es en resumen un escritor muy corto de miras, al que la literatura general dará de lado con la misma facilidad con la que lo hizo con su antecesor en el reino de las ventas, Isaac Asimov.

5. Conclusiones

Dios me libre de descalificar una obra simplemente por sus contenidos ideológicos. Aconsejo una novela en ese sentido poco acorde con mis opiniones como Tiempo para amar de Heinlein, como una lectura sustanciosa y amena. Disfruté mucho en su momento con una novela tan pagada de sí misma como La voz de los muertos. Y no, no voy a decir nada de Bujold porque las cuatro novelas suyas que he leído me han creado una alergia definitiva.

Lo que quiero decir es que no se trata de descalificar obras literarias por su ideología de fondo, sino de responder a esa pregunta de comienzo: ¿por qué no hay cf sobre temas políticos y éticos? La respuesta está en esa serie de condicionantes y en una conclusión final: no se vende. El lector de cf no está por la labor de complicarse la vida y la cf, en resumen, se mueve en un delicado filo: quien intente una obra seria dentro del género, con verdaderas inquietudes, deberá enfrentarse simultáneamente con el desprecio de dos grupos en principio antitéticos: el de los lectores de la Gran Literatura, que han tachado la cf de sus intereses, y el de quienes eligen llenar sus horas con la cf de moda, de bajo calado intelectual en el plano de las ciencias sociales. El problema es de difícil solución, como he intentado exponer, y creo que es un aspecto decisivo en el actual empobrecimiento del género. Aunque sigue habiendo buena cf, falta cf importante, obras que reflexionen sobre inquietudes reales de la gente sin imponerles modelos de vida. Y, a la larga, esa carencia pasará factura.


Artículo publicado originalmente en Artifex vol.18, abril 1998.

[ portada ] [ reseñas ] [ opinión ] [ artículos ] [ recomendados ] [ nosotros ]