[ portada ] [ reseñas ] [ opinión ] [ artículos ] [ recomendados ] [ nosotros ]
Alfonso Merelo Series de televisión
La Bola de Cristal
Alfonso Merelo




La caja ¿tonta?

Uno de esos tics hogareños que tenemos muy arraigados consiste en llegar a casa y encender el televisor. Después, muy probablemente, ni siquiera nos fijamos en lo que está arrojando la pantalla, ya que nos dedicamos a otras cosas, cambiarnos de ropa, comer... Pero el televisor está presente, acompañando, siquiera con el sonido, nuestro hacer casero. Ésto, que parecería nimio, comporta lo que parece un grado de dependencia del televidente hacia esa caja cuadrada muy notable. Porque: ¿quién no tiene un televisor en su casa? Bueno, algunos no, y conozco algún caso concreto muy cercano a esta página, pero el común de los mortales españoles, generalmente, posee uno o varios televisores en su vivienda. Aún en el caso de no disponer de ningún aparato, no se puede afirmar que exista algún español actual que no haya visto alguna vez un programa de televisión, aunque sólo haya sido en el bar de la esquina, o en el escaparate de una tienda. Este invento, que algunos tildan de diabólico, se ha hecho consustancial en nuestras vidas.

Nuestra generación, la de los que ahora tenemos 40 años, ya con canas en el mejor de los casos y alopecia en el peor, es hija de la televisión. Desde que tuvimos uso de razón hemos contemplado esa caja cuadrada, primero en blanco y negro, después en vívidos colores, que nos ha reportado ratos muy agradables y otros no tanto. La televisión se ha convertido en elemento casi imprescindible en nuestras vidas. De ella hemos extraído enseñanzas, distracciones, informaciones, desinformaciones, elementos aprovechables, elementos aborrecibles, tristezas, alegrías, risas, enfados, compañía, soledad y un largo etcétera de sensaciones.

La televisión ha quedado configurada como el más importante elemento de ocio de nuestra cultura. Gracias al nivel de vida que disfrutamos en nuestro entorno, por desgracia no extensible a todos los habitantes del globo, podemos permitirnos esos ratos de ocio. El liberarnos del trabajo durante unas horas al día, permite disponer de tiempo libre que hay que llenar, o rellenar, de alguna manera. En tiempos antiguos ese tiempo libre se cubrió de diferentes maneras, desde los juegos olímpicos y teatro griegos, pasando por los diversos circos romanos o los juegos florales de Al-Andalus. El teatro continuó impetuosamente como forma de diversión, que felizmente ha llegado hasta nuestros días, y a partir de la invención de la imprenta se pudieron divulgar textos, anteriormente reservados a unos pocos estudiosos y copistas, que contribuyeron al solaz de un mayor número de personas. A finales del siglo XIX se produjo la aparición de un nuevo medio de expresión y de ocio: el cinematógrafo. Y a mediados del siglo XX apareció una hija aventajada del cine que fue la televisión. Este sistema de comunicación por sus características, relativamente asequible, universal y casero, hizo revolución en los modos, usos y costumbres de los que ya se empezaron a denominar televidentes. Mientras que el acudir a una sala de cine supone ciertos inconvenientes (salir de casa, aguardar una cola o helarse de frío en algunos locales), el acceso a la televisión sólo ocupa un segundo, que es el que se emplea al activar el botón de encendido; nuestro tic casero, como ya dijimos. Una ventana al mundo se abre en nuestros hogares. El poder recibir, a un bajo coste, informaciones y programas de toda índole, supone, en principio, una ventaja enorme para los que disfrutan de este invento.

La televisión llegó a España exactamente el 28 de octubre de 1956, cuando se emitió la primera programación de Televisión Española. Los escasos televidentes de la época, reducidos a la localización geográfica de Madrid capital, pudieron disfrutar, a partir de las seis de la tarde, de la primera carta de ajuste de la historia de la televisión en España. A partir de las 18:15 tuvo lugar una misa, retransmitida en directo, y posteriormente, también en directo -no se disponía de magnetoscopios o videotapes-, la presentación del invento por parte de Arias Salgado, ministro del ramo, y de José María Suevos, Director General de Radiodifusión y Televisión. La programación inicial se completó con una actuación de los Coros y Danzas de la Sección Femenina, y un programa musical con la orquesta de Roberto Inglez y la solista Monna Bell.

A partir de ese momento el invento se desarrolló rápidamente, y ya a mediados de la década de 1960 mas de dos millones de televisores ocupaban los salones de los hogares españoles. Los españoles nos sentábamos en torno a esa ventana, como si de un tótem tribal se tratara, para mirar, con ojos abiertos como platos, para ver la programación, originalmente escasa, que nos brindaba Televisión Española desde la Bola del Mundo.

Es de destacar el grado de aceptación popular que se produjo desde un primer momento. Los telespectadores, fascinados por las imágenes, se acercan místicamente al nuevo invento. Lo que dice la tele es así, y verdad, precisamente porque lo dice la tele. Lo que no está en la televisión no existe o no tiene importancia. Este fenómeno, la sacralización televisiva, es aprovechado inmediatamente por el poder, que se da cuenta de su importancia. Lo que en un principio no parecía mas que un juguetito curioso, se convierte rápidamente en el más poderoso de los medios de comunicación. En todos los países se comienza a usar como medio fundamental para imbuir ideas y doctrinas a los ciudadanos. La fe en la televisión, y en lo que en ella se nos muestra, hace que el telespectador esté profundamente condicionado por ella y, evidentemente, por lo que quiere el poder de turno.

España no podía ser ajena al fenómeno y, desde sus mismos comienzos, el poder imperante se ocupó de que los españoles digirieran una televisión convenientemente aliñada a gusto del régimen. Los dirigentes posaron sus garras sobre los informativos, y sobre el resto de la programación, de manera que sólo se ofrecía información, sesgada, sobre los logros del régimen. Tendencia, la manipuladora, que perdura hasta nuestros días, ya que todos, absolutamente todos los que han controlado la televisión, han usado y abusado de este medio para lanzar sus idearios y ocultar los ajenos.

Una breve anécdota puede ilustrar lo que era la manipulación, rayando en este caso lo absurdo, que se producía en los sesenta.

Gustavo Pérez Puig era el realizador de una serie titulada Las doce caras de Eva. Cada uno de los episodios correspondía a un signo del zodiaco. Pérez Puig fue llamado urgentemente al despacho de un jefe y, éste le dijo:

-Gustavo, tu episodio no podemos darlo mañana, lo dejaremos para la semana que viene.

El aludido, que no tenía ni la más remota idea de por dónde iban los tiros, preguntó:

-¿Por qué? ¿Que pasa?

-Desde luego, ¡es que sois...! -comentó el jefe-. ¿Cómo se titula el capítulo? ¡Virgo! Y mañana, ¿qué día es? El de la Purísima Concepción. ¿Cómo vamos a emitir un capítulo con ese título precisamente mañana? Menos mal que estoy yo para cuidar esos detalles, que si no...

Imagínense la cara de Pérez Puig después de oír este comentario.

Como puede verse, la intromisión política, en este caso religiosa, era moneda común de la época, aunque, y no creo equivocarme, la situación se ha mantenido hasta nuestros días.

El advenimiento de las televisiones privadas, y posteriormente el auge de las plataformas digitales por satélite y cable, han aumentado la oferta de programación, de manera que ésta es, actualmente, relativamente variada. Y digo relativamente porque esta oferta televisiva, al menos en los canales denominados generalistas, parece un calco una de otra. Fútbol, series de situación, debates o tertulias entre invitados, famosos o no, que desnudan sus vidas, dando un ámbito publico a lo que no debería haber salido nunca de la esfera privada. Hemos llegado a un panorama actual del que podríamos decir, parafraseando a Groucho Marx, “partiendo de la nada hemos alcanzado las más altas cimas de la miseria”.

Uno de los programas más empleados para cubrir las parrillas de programación, en cualquier televisión del mundo, es la denominada teleserie o serie.

Las teleseries son un sucesor lógico de los seriales cinematográficos que tanto disfrutaron nuestros abuelos. Tuvieron su inicio en los años veinte y continuaron hasta su definitiva defunción en los 50, precisamente por la llegada masiva de televisores a las casas norteamericanas. Se caracterizaban básicamente por ser una sola película, de extensión más que notable, dividida en diferentes episodios. Generalmente costaban de 11 a 15 episodios, de media hora aproximadamente, lo que producía una película completa de seis horas, mas o menos, de duración.

Quantum Leap

La serie televisiva hereda algunas de las características del serial: los mismos personajes, situaciones y un marco común de desarrollo. Cuando se consigue colar en la programación una serie, y tiene el suficiente éxito de audiencia, hay que enganchar al espectador para que permanezca fiel a la misma. En los seriales la técnica consistía en ofrecer una escena final por episodio dejando la conclusión abierta; un accidente, una persecución o una situación peligrosa para los protagonistas eran los finales de cada capítulo. En la serie televisiva al uso hay que mantener al espectador mediante técnicas parecidas, aunque no exactamente iguales. En primer lugar los personajes no deben variar excesivamente, salvo excepciones, a lo largo de la trama. En segundo lugar el marco referencial ficticio debe ser siempre el mismo; es decir, el espectador debe de reconocer la serie de un mínimo vistazo. Lo tercero que debemos tener en cuenta es que las aventuras deben comenzar y terminar en el escaso tiempo de 50 minutos, por lo que se produce indefectiblemente una escasa profundización de las características de los personajes. Éstas características irán afinándose y afianzándose en el transcurrir de los episodios. Dada la limitación de tiempo y la gran cantidad de actores de las series, los episodios deberán ir, en muchos de los casos, encaminados a mostrar aspectos de un protagonista concreto. Y, por supuesto, la serie de televisión contiene también una carga ideológica que varia con el devenir histórico. Como ejemplo de ideología de signos contrarios baste citar M.A.S.H., profundamente antibelicista y en el espectro contrario, Los hombres de Harrelson.

En la historia de la televisión española, la primera serie que se compra por parte del ente público es Perry Mason. Esta serie se adquirió simplemente como relleno de programación. Pero a los espectadores les gustó. Y mucho. El inaudito éxito del abogado-detective, hace que inmediatamente se adquieran otras series televisivas, generalmente en el mercado norteamericano. Como ejemplo recordar Bonanza, Embrujada, El Virginiano (que actualmente emite Canal 2 Andalucía), Viaje al fondo del mar y un largo etcétera que sería de imposible inclusión aquí.

7 días

Nos centraremos en tratar las series que actualmente están en emisión en los diversos canales de televisión, o que han sido emitidas en un pasado relativamente reciente. Dada la temática predominante de Bibliópolis, las series que se comentarán contendrán, como no parece posible de otra forma, temática de ciencia-ficción, fantasía y terror. Actualmente conviven en emisión una pléyade de series que serán objeto de comentario. Sin ánimo de exhaustividad, hoy por hoy se están emitiendo, en algún canal de los disponibles en nuestro país, las siguientes series: Farscape, Andrómeda, Mas allá del límite, 7 días, Hércules: sus viajes legendarios, Xena: la princesa guerrera, Tierra 2, First Wawe (El Elegido), Buffy la caza vampiros, Expediente X, Mutante X, Embrujadas (Charmed) y algunas más. La anteriormente nombradas son sólo una muestra de los títulos que trataremos en esta columna.

En el próximo capítulo tendrán ustedes una visión de 7 días, serie actualmente en emisión, que recoge las desventuras de un viajero temporal que sólo puede retroceder siete días en el pasado.


Archivo de La Bola de Cristal
[ portada ] [ reseñas ] [ opinión ] [ artículos ] [ recomendados ] [ nosotros ]