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Rodolfo Martínez Género negro
Cosecha Roja
Rodolfo Martínez




Sangre, puzzles
y escritores

Si hacemos caso a Borges, el relato policiaco es un invento americano, perpetrado concretamente por Edgard Allan Poe con sus cuentos "Los asesinatos de la calle Morgue", "La carta robada", "El misterio de Marie Roget" y "El escarabajo de oro". Sin embargo, sería en Inglaterra (a manos de Arthur Conan Doyle, G.K. Chesterton o Agatha Christie) donde encontraría su formulación clásica como rompecabezas que el detective de turno debe resolver, sólo para volver a cruzar el charco a finales de los años veinte y caer en el regazo bien dispuesto de las revistas pulp. Salvo por el detalle de su nacimiento en el nuevo mundo, su desarrollo es muy parecido al que tuvo la ciencia-ficción: un precursor aislado (Jonathan Swift y su Gulliver, o Mary Shelley y su Frankenstein, dependiendo del estudioso elegido), varios clásicos continentales (Wells, Verne, Kapeck) y una floración casi explosiva en los USA en revistas baratas de rápido consumo (y no muy distinto del desarrollo del western, la otra forma de narrativa popular que Estados Unidos ha exportado al resto del mundo).

Dashiell Hammett: Complete Novels

Y ambos géneros cambiaron radicalmente al llegar a los Estados Unidos. En concreto la novela policiaca dejó de ser un pasatiempo intelectual para llenarse de tiros, conjuras mafiosas, rubias con malas intenciones y personajes vapuleados una y otra vez. El asesinato ya no era la excusa para que el hábil detective aficionado afilara sus dotes deductivas y pusiera en ridículo a la policía oficial, sino algo violento y sórdido. Como en cierta ocasión dijo Chandler refiriéndose a Hammett: "el asesinato fue sacado de su decadente jarrón veneciano y arrojado al callejón más sucio".

El crimen ya no era un rompecabezas, ni el detective un maniático aristócrata que todo lo dilucidaba sin moverse del salón de su casa. Los asesinatos ya no los cometían espíritus refinados que lo convertían en un arte. Del tablero de ajedrez el relato policial saltó a la primera plana de los periódicos y le dio exactamente lo que quería a un público sumido en la Depresión y ávido de emociones fuertes que le hicieran olvidar la sordidez de su vida.

Años más tarde los intelectuales europeos se encontraron con ese género eminentemente popular, con esa literatura de kiosco escrita para semianalfabetos (y no son palabras mías sino, de nuevo, de Chandler) y decidieron convertirlo en la niña de sus ojos. Fueron los franceses, especialmente la generación de cineastas de la nouvelle vague enamorados del cine de los años cuarenta, quienes bautizaron al género con el nombre con el que hoy se conoce mundialmente. En un principio referido sólo a la pantalla: cinéma noir, cine negro. Posteriormente el término fue traspasado a la literatura: novela negra. De pronto aquellos manoseados relatos llenos de hampones, chantajistas, prostitutas y policías corruptos eran piezas literarias válidas y reflejaban la sociedad de su tiempo (interponiendo en medio el cristal deformante de lo grotesco) mejor que gran parte de la literatura seria de la misma época.

Con los años, en la novela policiaca ha venido cabiendo de todo: sigue habiendo un espacio para el relato-problema, para el exquisito puzzle; hay sitio para la crítica y la sátira social; para el humor; para la novela psicológica; para el costumbrismo; para la aventura; para el relato de horror. Incluso para el mestizaje con géneros tan disímiles en apariencia como la novela histórica o la ciencia-ficción hard. Sus lugares comunes (el neblinoso Londres victoriano, la corrupta Los Angeles de los años treinta, los tranquilos pueblecitos británicos llenos de solteronas metomentodo, los locales de jazz...) han pasado al inconsciente colectivo, al igual que su héroe por antonomasia, el detective privado (bien sea el impoluto aficionado que todo lo resuelve sin moverse de su casa, o el duro y hastiado profesional que se juega la vida por veinte pavos al día más los gastos) por más que este haya podido transmutarse ocasionalmente en periodista, monje, camarero, escritor, espía o androide.

Red Harvest

El nombre de novela negra parece haberse asentado definitivamente entre público, crítica y lectores, por más que su origen sea más fílmico que literario y más adecuado cuando hablamos de cine que de narrativa escrita. Al fin y al cabo, la novela negra -en expresión acuñada con acierto por Faustino R. Arbesú- era una literatura eminentemente roja: y lo era por la procedencia ideológica de muchos de sus autores, pero también porque, al contrario que la aséptica novela policiaca inglesa, la sangre estaba siempre presente: sangre en las heridas de los cadáveres, sangre en el rostro magullado del detective, sangre -y muy caliente- bullendo por su cuerpo cada vez que amaba, odiaba o simplemente sobrevivía un día más: porque el mundo que contemplaba (y que veía el lector a través de la inevitable empatía que se crea con el narrador en primera persona) estaba distorsionado por un filtro de color. Y ese filtro podía ser, sobre todo en el cine, el de los claroscuros casi expresionistas de los paisajes urbanos nocturnos, pero en la novela era mucho más a menudo el filtro intensamente rojo de la sangre.

The Case-book of Sherlock Holmes

No en vano dos de las más famosas novelas del género en su etapa clásica recogen la sangre en su título: la primera aparición de Sherlock Holmes se produce en Estudio en escarlata y una de las más conocidas novelas de Dashiell Hammet es, precisamente, Cosecha roja. En ella asistimos a la crónica (y uso aquí la palabra en su sentido periodístico) fascinante de un solo hombre enfrentado a un pueblo entero que consigue que sus enemigos terminen matándose entre sí, en una historia que cine y literatura han retomado mil veces de mil formas: incluso el spaguetti western se acercaría a ella de la mano del Por un puñado de dólares de Sergio Leone.

Pretendemos que esta Cosecha roja, al igual que la original, sea una crónica. ¿De qué? Dentro de lo posible de todo lo que ha aportado el relato de misterio, en todas sus vertientes, durante su siglo de existencia: de sus clichés y lugares comunes, de sus hitos, de sus fracasos y sus aciertos, de sus crisis de crecimiento y sus paseos nostálgicos, de sus escritores, sus ambientes, sus gadgets literarios, de sus parodistas, de sus relaciones con otros géneros y, especialmente, con los otros dos que los Estados Unidos desarrollaron en la literatura popular durante el último siglo para después exportar al resto del mundo: la ciencia-ficción y el western. Será una crónica desordenada, miscelánea y caótica.

Esperamos también que sea una crónica entretenida.


Archivo de Cosecha Roja
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