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Antonio Rivas Género negro
Cosecha Roja
Antonio Rivas



La habitación cerrada
del gato cuántico (II)

El escritor detrás del espejo

A mí es que este hombre me cae bien.

No se trata simplemente de que sea un maestro en mis dos géneros favoritos, la ciencia-ficción y la novela negra. Tampoco es cuestión de que haya escrito mucho y bien, que todas sus historias sean interesantes, o que (en el aspecto que nos ocupa en estos artículos) como escritor de thrillers siempre haya tenido algo nuevo que decir, saliéndose de los esquemas habituales del género. No.

Lo que más simpatía me despierta es que Brown era un vago. Y si alguien como él puede acumular una producción de centenares de relatos y docenas de novelas, siempre buenas y, en muchos casos, excelentes... Digamos que es un toque de esperanza y un ejemplo para todos los que nos arrastramos a duras penas a la hora de situarnos ante la página en blanco. Su esposa, Elizabeth, contaba acerca de ello:

"Fred odiaba escribir. Pero le encantaba haber escrito. Era capaz de hacer cualquier cosa que se le ocurriese con tal de retrasar el momento de sentarse ante la máquina de escribir: limpiar el polvo de la silla, tocar la flauta, leer un poco, jugar con el gato, tocar un poco más. En algún momento comenzaba a remorderle la conciencia, y finalmente se sentaba ante la máquina. Podría escribir una línea o dos, o algunas páginas. Al final, el libro se escribía."

Fredric Brown

Fredric Brown (1906-1972) nace en Cincinnati, Ohio, y tras graduarse en la universidad intenta diversos trabajos antes de colocarse como columnista y lector de pruebas en el Milwaukee Journal. Al igual que la mayor parte de los autores de su generación, escribe para los pulps durante los años 30 y 40. Tras su primera historia publicada, en 1937, acumula experiencia en el área del relato (publica más de 300, entre serie negra y ciencia-ficción, antes de lanzarse a mayores extensiones). Una década después aparece La trampa fabulosa (The Fabulous Clipjoint, 1947), que se hace acreedora del premio Edgar a la mejor primera novela, otorgado por la Asociación de Escritores de Misterio de América, y se dedica por completo a la literatura.

La principal característica de Brown es su capacidad para desarrollar argumentos introduciendo en ellos su toque personal. Tanto da el género (misterio, ciencia-ficción, comedia, fantasía, Brown suele saltar alegremente las fronteras entre ellos) o el formato (relatos, novelas, guiones de televisión), el fondo común es un gusto por la paradoja, el uso de giros argumentales inesperados (realmente inesperados, en pocas ocasiones puede el lector adivinar por anticipado cómo se resolverá la historia), un sentido del humor marcadamente irónico, y una aceptación consciente del absurdo como elemento más habitual en la vida de lo que a veces quisiéramos creer. Todo ello dota a sus obras de una intemporalidad que hace que aún ahora, tantos años después de haber sido escritas, resulten válidas y actuales para el lector.

Ante todo, Brown es original. Creo que es el único autor que ha sido capaz de escribir un relato policiaco absolutamente convincente en el que la víctima es... el propio lector (y los lectores de esta columna me disculparán por no decir el título de dicha obra: si por casualidad o suerte consiguen leer ese relato me agradecerán no haber estado sobreaviso). Por supuesto, tiene sus propias debilidades y lugares comunes: en muchas ocasiones el protagonista no es un policía, o un detective, o (tal y como se puso de moda en ciertas épocas) un criminal, sino un escritor o un periodista. El escribir desde un punto de vista que conoce bien contribuye en gran medida al realismo de sus historias, y es solo uno de los muchos trucos de autor que emplea con ese objetivo. Su colega Walt Sheldon comentó en una ocasión:

"Necesitaba un modelo para el antagonista en una de mis historias, e intentaba construirlo pensando en alguien a quien aborrecía realmente. "Error", me dijo [Fredric Brown]. "Basa al villano en alguien que te cae bien. Eso contribuirá a darle ciertos rasgos de simpatía, y lo convertirá en un personaje mucho más creíble."

Pero, con o sin trucos, el punto fuerte de Brown es el desarrollo de tramas sólidas y creíbles.

Un trago para el camino

Resulta difícil destacar alguna obra en particular como muestra del trabajo de Brown, por ser todas notables y características. Particularmente interesante es La trampa fabulosa, la novela que da comienzo a su única serie con personajes fijos (la pareja de detectives amateurs formada por Ed Hunter y su tío Am), y la mejor del ciclo; en ella, Ed y su tío investigan el asesinato del padre de Ed, que la policía ha dado por irresoluble, y es el carácter de implicación personal de los protagonistas (y el jugo que el autor sabe sacar de ello) lo que coloca a esta novela sobre el resto de la serie. En Un trago para el camino (One for the road, 1958), un periodista cubre la noticia sobre una muchacha desconocida asesinada en un pueblo perdido en Arizona, y lo que comienza como la preparación de una nota para un suelto en la sección de sucesos destapa una antigua y turbia historia, con muchas más implicaciones de lo que parecía a primera vista. Mientras que Llama 3-1-2 (Knock three-one-two, 1959) mezcla impecablemente características tanto del hard-boiled como de la novela de problema: un vendedor de licores aficionado al juego es testigo casual de un asesinato realizado por un serial killer que tiene aterrorizada a la ciudad, y se ve implicado muy a su pesar en la investigación de la identidad del asesino; investigación en la que las pistas se ofrecen simultáneamente al protagonista y al lector.

Night of the Jabberwock, The Screaming Mimi, Knock Three-One-Two, The Fabulous Clipjoint

Más allá de los esquemas clásicos de la serie negra, Brown supera el estándar del género cuando juega con características aparentemente fantásticas, a la vez que (finalmente lo descubrimos) respeta escrupulosamente el realismo y las convenciones del género. The Screaming Mimi (1949, llevada al cine en 1958 en la película de Gerd Oswald protagonizada por Anita Ekberg) es una recreación y puesta al día del mito de la Bella y la Bestia, a través de los ojos de un reportero obsesionado con la escultura de una muchacha gritando que sigue la pista a un nuevo Jack el Destripador. Pero si en la novela anterior el lector ha de comprobar en ocasiones que no está leyendo una obra de terror (mirando la portada, por ejemplo, para asegurarse de que tiene un libro de una colección de novela negra), lo mismo ha de hacer, cambiando de género, con La noche a través del espejo (Night of the Jabberwock, 1950), una fascinante introducción en un universo de Lewis Carroll salpicado de asesinatos, robos de bancos y casas encantadas. El protagonista, Doc Stoeger, se dedica a editar un pequeño periódico local, juega al ajedrez, le da al whisky con cierta frecuencia, y conoce de memoria todos los poemas de las aventuras de Alicia. Pero esta vida tranquila se ve alterada con la aparición de unos gangsters, un hombrecillo en lo alto de las escaleras ("I saw a man upon the stairs, a little man who wasn't here..."), y unos cuantos sucesos surgidos directamente de detrás del espejo. Solo la maestría de Brown es capaz de juntar elementos tan dispares y convertir una novela de (aparente) pura fantasía en algo enteramente real, y salir con bien del intento.

El asesinato como diversión

Para acabar esta forzosamente breve aproximación al autor, no quiero dejar sin mencionar la que es mi novela browniana favorita. Como he mencionado antes, Brown mezcla los géneros (aunque sería más exacto decir que se limita a no respetar las fronteras entre ellos), y no podía faltar el tratamiento del humor llevándolo más allá de un casual tono sarcástico y las ocasionales réplicas ingeniosas que salpicaban esporádicamente las obras de otros autores. De este modo, se adelanta a Donald Westlake en casi dos décadas al desarrollar la novela negra humorística con la fascinante El asesinato como diversión (Murder Can Be Fun, 1948), en la que el protagonista, un escritor (para variar) de seriales radiofónicos, harto de meter en apuros día tras día a la protagonista del culebrón que guioniza, intenta dedicarse a algo nuevo. La idea es escribir una serie de misterio en la cual el público pueda participar para descubrir al asesino en cada episodio, pero su vida se complica cuando comienzan a aparecer cadáveres que han sido asesinados siguiendo el esquema de sus guiones, y la policía le considera el principal sospechoso de la serie de crímenes. Salpicada con apreciaciones acerca del oficio de escribir, fuertes dosis de humor negro, una ironía feroz no exenta de crítica, y multitud de detalles y pistas que encajan cuidadamente unos con otros hasta una resolución final sin trampa ni cartón, El asesinato como diversión resulta ser una de las mejores obras del género negro.

No está mal para alguien que odiaba escribir.


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