De
entre todos los episodios oscuros que podemos encontrar a lo largo de la
historia de la novela negra, sin duda el misterio que envuelve a las
motivaciones de la escritora británica Eleanor Alicia Burford Hibberts se lleva
la palma. ¿Qué pudo llevar a una autora de renombre mundial a obrar como obró,
aun a riesgo de su credibilidad, tan sólo para probar suerte en un género en el
que, sin duda y perseverando, muy bien hubiera podido darnos grandes obras
maestras sin recurrir a estratagemas tan enrevesadas? Nunca lo sabremos.
Afortunadamente, nos queda su ingente obra, repartida entre los géneros
histórico, policíaco, fantástico y, cómo no, romántico.
Es
poco lo que sabemos de Eleanor Burford, excepto que nació en Londres en una
fecha indeterminada entre 1906 y 1910 (¡nunca se dice la edad exacta de una
dama!) y falleció el 18 de enero de 1993 a bordo de un crucero que cubría la
ruta entre Grecia y Egipto. Publicó más de doscientas novelas, con múltiples
seudónimos, lo cual nos puede dar una pista acerca del porqué de su
comportamiento. Aunque siente a temprana edad la vocación literaria, hasta 1947
no consigue publicar Más allá de las montañas azules, bajo el seudónimo
“Jean Plaidy”, con el que escribiría novelas históricas tan relevantes como Castille
for Isabelle, Isabella and Ferdinand, Las cortes del amor y Madame
du Barry. Las biografías oficiales saltan de esta fecha hasta 1960, en que
su agente en los Estados Unidos le sugiere que se adentre en el género rosa
(con Amante de Mellyn), al cual regala auténticas obras maestras como Arenas
movedizas, El amante diabólico, La leyenda de la séptima virgen,
La mujer secreta o Ambición mortal, todas ellas reseñadas en
términos sumamente elogiosos en Las 100 mejores novelas rosa del siglo XX;
bueno, y las 15 mejores novelas españolas, que en realidad son casi todas
antologías, pero en fin, ya nos entendemos (Varios autores, La Factoría de Ideas, 2001), Literatura
romántica: las 100 mejores novelas escritas por mis compadres británicos
(David Pringle, en Minotauro, 1990) y Ciencia-pasión hard: guía de
posturas (Miquel Barceló, Ediciones B, 1990, cuya reedición, anunciada como
inminente desde tiempos inmemoriales, no sabemos ya si esperar sentados, o
cómo). Particularmente destacables son La confesión de la reina, de
1968, una biografía bastante fiel de María Antonieta, y sus llamémosles
continuaciones: El jinete del diablo (1977) y La isla del Paraíso
(1985), todas ellas ambientadas en un siglo XVIII que, reconozcámoslo, debe
mucho más al Chloderlos de Laclos de Las relaciones peligrosas y al
Marqués de Sade de Justine que a la pléyade de mediocridades tipo
Danielle Steel que han venido a manchar de manera irremediable la imagen de un
género por lo demás tan respetable como el policíaco o el fantástico. (Léase al
respecto el polémico artículo de Barbara Cartland “Victoria Holt: una
visionaria entre chulop*t*s”, en Gigaflesh nº7.) Además de los ya
citados seudónimos, Eleanor Hibbert publicó como Philippa Carr (a partir de
El milagro de San Bruno, 1972), así como Elbur Ford, Kathleen Kellow,
Ellalice Tate y, cómo no, su nombre de soltera, Eleanor Burford.
El
caso es que en 1946, tan sólo una año antes de ver publicada su primera novela,
Eleanor se encuentra en una encrucijada: tiene más o menos encarrilada su
carrera literaria, en la vertiente histórica, pero le apetece escribir, a
partes iguales, género policíaco y romántico. Para buscar inspiración viaja a
Francia, que por aquel entonces es un hervidero cultural e intelectual. La
sociedad parisiense de los meses posteriores a la Liberación acoge con los
brazos abiertos a músicos de jazz, escritores de novela policíaca, aprendices
de filósofos existencialistas... El Boulevard Saint-Germain, en el corazón del
Barrio Latino, es el epicentro de una de las mayores revoluciones jamás vividas
por la cultura popular. La divina “rive gauche” recupera el esplendor de los
años veinte, cuando la “lost generation” campaba por sus respetos, cuando
Gertrude Stein o Ernest Hemingway consiguieron el pequeño milagro de escribir,
desde París, algunas de las obras maestras de la literatura estadounidense.
Eleanor
Burford alquila una azotea en las inmediaciones de la Sorbona, frecuenta
conciertos de jazz (apadrinada por Louis Armstrong, aprende a tocar la
trompeta) y urde una novela romántica que siempre consideró como la cumbre de
su narrativa: The Foam of the Days. En ella se narra una historia de
amor urbano y adolescente, que adquiere sus mayores componentes folletinescos
cuando la chica enferma gravemente, una enfermedad que es tratada con un toque
entre surrealista y arrebatado muy del gusto de los gustos imperantes en aquel
París en reconstrucción: Raymond Queneau y Alfred Jarry se manifiestan como las
principales influencias de Eleanor, quien contacta con varias editoriales, sin
éxito. Debido a los sucesivos rechazos, se inventa el seudónimo “Victoria
Holt”, pero ello tampoco le sirve de mucho. Desanimada, da su brazo a torcer,
al mismo tiempo que descubre las posibilidades del hard-boiled, género
al que, entre clase de trompeta y clase de trompeta, consagra todos sus
esfuerzos. La crudeza de I’ll Spit On Your Grave, una historia de
venganza racial ambientada en un Profundo Sur con ecos tanto de Jim Thompson
como de William Faulkner, es una buena muestra del giro que Eleanor imprime a
su carrera. Concebida en principio como una novela romántica estructurada en
torno al idilio imposible entre un chicarrón albino y una joven blanca de buena
familia, y de cómo este chicarrón se hace pasar por blanco, deviene en una
sangrienta sucesión de episodios violentos, con sexo explícito y escenas que,
pese a la tolerancia del París de la inmediata posguerra, resultaban
definitivamente impublicables.
¿Por
qué se opera este giro en la obra de Eleanor? Debemos buscar las causas en su
entorno más inmediato. Louis Armstrong regresa a los Estados Unidos y confía
las clases de trompeta de Eleanor a un joven estadounidense melanodermo,
escritor de novela policíaca y músico
de jazz. Vernon Sullivan irrumpe en la vida de Eleanor: el romance, un romance
al que la autora dará vueltas y más vueltas a lo largo de su obra posterior, se
consuma, pero entre los fogosos arrebatos amorosos que inundaban de alegría la
azotea del Barrio Latino que ahora comparte con Sullivan, también hay lugar
para la creatividad. Vernon enseña a Eleanor a urdir tramas policíacas, primero
con un tono mortalmente serio, más tarde cayendo en el humor más desatado.
Eleanor y Vernon escriben a cuatro manos hasta cinco novelas en menos de un
año. Pero tienen un problema: están escritas en inglés, y ellos prefieren que
aparezcan en francés, como agradecimiento al país que les ha recibido con los
brazos abiertos. Ni Eleanor ni Vernon dominan el idioma de Molière hasta el
punto de traducir las novelas, de modo que recurren a un crítico de la revista Jazz
Hot, Amadís Dudu, ingeniero reconvertido en traductor ocasional y autor de
una novela relativamente aceptable (Vercoquin et le plancton), para
realizar la versión francesa de sus novelas. Dudu realiza un trabajo excelente.
Se trata de un muchacho alto y desgarbado, más bien introvertido, demasiado
volcado en su joven esposa como para seguir el ritmo de escritura del tándem
Sullivan-Bufford. Por ello la pareja decide lanzar un órdago al joven Dudu: le
ofrecen la posibilidad de publicar The Foam of the Days con su nombre,
pues Eleanor ya está desencantada con tantos rechazos, se desentiende por
completo de la literatura romántica y decide seguir el camino del policíaco.
Sin embargo, a instancias de Vernon, Eleanor decide que Amadís Dudu es un
nombre demasiado ridículo para permitirse la publicación de una novela seria (y
que, además, aparece como protagonista en el borrador de una obra iniciada por
Eleanor, Autumn in Pekin) y urge buscarle un seudónimo. En principio,
Eleodore Verne se perfila como el nom de plume más adecuado, una especie
de anagrama de “Eleanor” y “Vernon”. No obstante, Sullivan considera que la
mayor parte del mérito de estas obras es de su media naranja, por lo cual
sugiere otro seudónimo, anagrama del apellido de soltera de Eleanor (“Boufford”,
en francés) y de su proyectado alias para las novelas románticas (Victoria
Holt). Nace así Boris Vian.
Ahora
bien, las cosas se desmadran. Las novelas policíacas del dúo siembran la
semilla de la discordia, pues, por error, las “traducciones” que Dudu ha
remitido al editor Jean D´Halluin aparecen firmadas por un único autor: Vernon
Sullivan. Eleanor se ofende, e intenta “rescatar” sus dos novelas, Foam
y Autumn. Pero ya es tarde. “Boris Vian” ha movido ambas novelas, que
son publicadas a lo largo de 1947. El hombre de paja se está revelando como
alguien con ideas propias: aprende a tocar la trompeta para estar a la altura
de su personaje, se zambulle en el ambiente bohemio del Boulevard de
Saint-Germain y, cosa inaudita, se destapa como un gran poeta: suya es la
emocionante “El desertor”. El invento se les está yendo de las manos, y buena
prueba de ello son las “traducciones” que va realizando de sus novelas, cada
vez más personales, llenas de detalles que puede decirse que mejoran al
original. La trama de lesbianas asesinas de Con las mujeres no hay manera
debe tanto a Dudu como a sus verdaderos autores. Para colmo de males, las
novelas de Vernon Sullivan (ya hemos contado que Eleanor no aparece como
coautora debido a un descuido de Dudu) suponen un escándalo detrás de otro,
debido a la dureza de su vocabulario, a sus tramas demasiado alocadas y, en
resumen, por no adaptarse al canon imperante entre la novela negra de la época.
Dudu, pues, sale ganando de todo este juego; además, ha aprendido a imitar a la
perfección el estilo de Eleanor y comienza a escribir novelas “a la manera de”
Eleanor, que lógicamente firmará como “Boris Vian”. Vernon, avergonzado por los
escándalos que acompañan a su obra, decide huir de París y regresar a los
Estados Unidos.
Abandonada
por su novio (un trauma que la acompañará siempre, lo cual es perfectamente
perceptible en los imposibles finales felices de sus novelas posteriores),
incapaz de publicar novelas, ya sea con su verdadero nombre (por error,
aparecían firmadas sólo por Vernon Sullivan), ya sea con su pseudónimo Boris
Vian (del que se ha apropiado Dudu), Eleanor sólo encuentra una solución, por
lo demás maquiavélica. Decide poner fin a la situación (ya está harta de su
aventura parisién, y sólo desea regresar a Inglaterra y escribir novela rosa e
histórica) de la manera más abrupta e irreversible. Desliza el rumor de que las
novelas de Vernon Sullivan son en realidad obra de su supuesto traductor, Boris
Vian, a quien la crítica comienza a apreciar hasta extremos insoportables para
Eleanor. Una vez que el rumor se ha esparcido por el mundo literario francés,
Eleanor comprueba, satisfecha, que el prestigio de Vian/Dudu se desmorona. La
crítica no termina de aceptar que Vian les haya engañado hasta el extremo de hacerles
creer que Vernon Sullivan es un seudónimo (aunque, como sabemos, ambas tienen
la misma autoría: Eleanor). El prestigio de Vian se tambalea y, de hecho, Dudu
no vuelve a levantar cabeza. Ralentiza su producción, ahora que es él quien
tiene que escribir las novelas que aparecen firmadas por Boris Vian y, de
hecho, no lo hace del todo mal, pero ya nada es como en sus primeros trabajos,
los escritos por Eleanor. Dudu/Vian se irá distanciando paulatinamente de la
literatura para centrarse en su carrera de traductor (entre otros, de A.E. Van
Vogt), escritor ocasional de relatos (“El lobo-hombre” fue publicado en la
mítica revista Belzagor y con el tiempo inspiraría una famosa canción de
La Unión) y como crítico y músico de
jazz. Falleció prematuramente, de una afección cardíaca, a los 39 años, en
1959.
¿Por
qué obró Eleanor de esta manera? ¿Pueden los celos profesionales explicar una
reacción tan desmedida? Pudiendo haber destapado su verdadera autoría, lo cual
sin duda hubiera terminado con Dudu/Vian en vez de darle una segunda
oportunidad (desacreditado para siempre, eso sí), ¿qué interés tenía en
cerrarse todo el camino del futuro reconocimiento a su obra? Acaso se
encontrara tan desencantada con la novela negra que decidió terminar con todo;
tal vez fuera un error de cálculo, algo por otro lado difícil de creer,
teniendo en cuenta la inteligencia de que hizo gala Eleanor a lo largo de su
carrera. El caso es que, impelida por el drástico final de su aventura con el
género policíaco, Eleanor deja de ser Vernon Sullivan y Boris Vian y pasa a ser
conocida como Victoria Holt y Jean Plaidy, dicho sea de paso, con ventas
millonarias y más éxito del que hubiera alcanzado de haber continuado con la
farsa. Nunca lo sabremos. Sea como fuera, las novelas de “Vernon Sullivan”,
tanto las “serias” (Escupiré sobre vuestras tumbas) como las más
desmadradas (Que se mueran los feos y Con las mujeres no hay manera),
son hoy pequeños clásicos del género, y constituyen una lectura más que
recomendable.
Archivo de Cosecha Roja
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