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Juan Manuel Santiago Género de punto
Cosecha Rosa
Juan Manuel Santiago



El engaño Hibberts

De entre todos los episodios oscuros que podemos encontrar a lo largo de la historia de la novela negra, sin duda el misterio que envuelve a las motivaciones de la escritora británica Eleanor Alicia Burford Hibberts se lleva la palma. ¿Qué pudo llevar a una autora de renombre mundial a obrar como obró, aun a riesgo de su credibilidad, tan sólo para probar suerte en un género en el que, sin duda y perseverando, muy bien hubiera podido darnos grandes obras maestras sin recurrir a estratagemas tan enrevesadas? Nunca lo sabremos. Afortunadamente, nos queda su ingente obra, repartida entre los géneros histórico, policíaco, fantástico y, cómo no, romántico.

Es poco lo que sabemos de Eleanor Burford, excepto que nació en Londres en una fecha indeterminada entre 1906 y 1910 (¡nunca se dice la edad exacta de una dama!) y falleció el 18 de enero de 1993 a bordo de un crucero que cubría la ruta entre Grecia y Egipto. Publicó más de doscientas novelas, con múltiples seudónimos, lo cual nos puede dar una pista acerca del porqué de su comportamiento. Aunque siente a temprana edad la vocación literaria, hasta 1947 no consigue publicar Más allá de las montañas azules, bajo el seudónimo “Jean Plaidy”, con el que escribiría novelas históricas tan relevantes como Castille for Isabelle, Isabella and Ferdinand, Las cortes del amor y Madame du Barry. Las biografías oficiales saltan de esta fecha hasta 1960, en que su agente en los Estados Unidos le sugiere que se adentre en el género rosa (con Amante de Mellyn), al cual regala auténticas obras maestras como Arenas movedizas, El amante diabólico, La leyenda de la séptima virgen, La mujer secreta o Ambición mortal, todas ellas reseñadas en términos sumamente elogiosos en Las 100 mejores novelas rosa del siglo XX; bueno, y las 15 mejores novelas españolas, que en realidad son casi todas antologías, pero en fin, ya nos entendemos  (Varios autores, La Factoría de Ideas, 2001), Literatura romántica: las 100 mejores novelas escritas por mis compadres británicos (David Pringle, en Minotauro, 1990) y Ciencia-pasión hard: guía de posturas (Miquel Barceló, Ediciones B, 1990, cuya reedición, anunciada como inminente desde tiempos inmemoriales, no sabemos ya si esperar sentados, o cómo). Particularmente destacables son La confesión de la reina, de 1968, una biografía bastante fiel de María Antonieta, y sus llamémosles continuaciones: El jinete del diablo (1977) y La isla del Paraíso (1985), todas ellas ambientadas en un siglo XVIII que, reconozcámoslo, debe mucho más al Chloderlos de Laclos de Las relaciones peligrosas y al Marqués de Sade de Justine que a la pléyade de mediocridades tipo Danielle Steel que han venido a manchar de manera irremediable la imagen de un género por lo demás tan respetable como el policíaco o el fantástico. (Léase al respecto el polémico artículo de Barbara Cartland “Victoria Holt: una visionaria entre chulop*t*s”, en Gigaflesh nº7.) Además de los ya citados seudónimos, Eleanor Hibbert publicó como Philippa Carr (a partir de El milagro de San Bruno, 1972), así como Elbur Ford, Kathleen Kellow, Ellalice Tate y, cómo no, su nombre de soltera, Eleanor Burford.

El caso es que en 1946, tan sólo una año antes de ver publicada su primera novela, Eleanor se encuentra en una encrucijada: tiene más o menos encarrilada su carrera literaria, en la vertiente histórica, pero le apetece escribir, a partes iguales, género policíaco y romántico. Para buscar inspiración viaja a Francia, que por aquel entonces es un hervidero cultural e intelectual. La sociedad parisiense de los meses posteriores a la Liberación acoge con los brazos abiertos a músicos de jazz, escritores de novela policíaca, aprendices de filósofos existencialistas... El Boulevard Saint-Germain, en el corazón del Barrio Latino, es el epicentro de una de las mayores revoluciones jamás vividas por la cultura popular. La divina “rive gauche” recupera el esplendor de los años veinte, cuando la “lost generation” campaba por sus respetos, cuando Gertrude Stein o Ernest Hemingway consiguieron el pequeño milagro de escribir, desde París, algunas de las obras maestras de la literatura estadounidense.

Eleanor Burford alquila una azotea en las inmediaciones de la Sorbona, frecuenta conciertos de jazz (apadrinada por Louis Armstrong, aprende a tocar la trompeta) y urde una novela romántica que siempre consideró como la cumbre de su narrativa: The Foam of the Days. En ella se narra una historia de amor urbano y adolescente, que adquiere sus mayores componentes folletinescos cuando la chica enferma gravemente, una enfermedad que es tratada con un toque entre surrealista y arrebatado muy del gusto de los gustos imperantes en aquel París en reconstrucción: Raymond Queneau y Alfred Jarry se manifiestan como las principales influencias de Eleanor, quien contacta con varias editoriales, sin éxito. Debido a los sucesivos rechazos, se inventa el seudónimo “Victoria Holt”, pero ello tampoco le sirve de mucho. Desanimada, da su brazo a torcer, al mismo tiempo que descubre las posibilidades del hard-boiled, género al que, entre clase de trompeta y clase de trompeta, consagra todos sus esfuerzos. La crudeza de I’ll Spit On Your Grave, una historia de venganza racial ambientada en un Profundo Sur con ecos tanto de Jim Thompson como de William Faulkner, es una buena muestra del giro que Eleanor imprime a su carrera. Concebida en principio como una novela romántica estructurada en torno al idilio imposible entre un chicarrón albino y una joven blanca de buena familia, y de cómo este chicarrón se hace pasar por blanco, deviene en una sangrienta sucesión de episodios violentos, con sexo explícito y escenas que, pese a la tolerancia del París de la inmediata posguerra, resultaban definitivamente impublicables.

¿Por qué se opera este giro en la obra de Eleanor? Debemos buscar las causas en su entorno más inmediato. Louis Armstrong regresa a los Estados Unidos y confía las clases de trompeta de Eleanor a un joven estadounidense melanodermo, escritor  de novela policíaca y músico de jazz. Vernon Sullivan irrumpe en la vida de Eleanor: el romance, un romance al que la autora dará vueltas y más vueltas a lo largo de su obra posterior, se consuma, pero entre los fogosos arrebatos amorosos que inundaban de alegría la azotea del Barrio Latino que ahora comparte con Sullivan, también hay lugar para la creatividad. Vernon enseña a Eleanor a urdir tramas policíacas, primero con un tono mortalmente serio, más tarde cayendo en el humor más desatado. Eleanor y Vernon escriben a cuatro manos hasta cinco novelas en menos de un año. Pero tienen un problema: están escritas en inglés, y ellos prefieren que aparezcan en francés, como agradecimiento al país que les ha recibido con los brazos abiertos. Ni Eleanor ni Vernon dominan el idioma de Molière hasta el punto de traducir las novelas, de modo que recurren a un crítico de la revista Jazz Hot, Amadís Dudu, ingeniero reconvertido en traductor ocasional y autor de una novela relativamente aceptable (Vercoquin et le plancton), para realizar la versión francesa de sus novelas. Dudu realiza un trabajo excelente. Se trata de un muchacho alto y desgarbado, más bien introvertido, demasiado volcado en su joven esposa como para seguir el ritmo de escritura del tándem Sullivan-Bufford. Por ello la pareja decide lanzar un órdago al joven Dudu: le ofrecen la posibilidad de publicar The Foam of the Days con su nombre, pues Eleanor ya está desencantada con tantos rechazos, se desentiende por completo de la literatura romántica y decide seguir el camino del policíaco. Sin embargo, a instancias de Vernon, Eleanor decide que Amadís Dudu es un nombre demasiado ridículo para permitirse la publicación de una novela seria (y que, además, aparece como protagonista en el borrador de una obra iniciada por Eleanor, Autumn in Pekin) y urge buscarle un seudónimo. En principio, Eleodore Verne se perfila como el nom de plume más adecuado, una especie de anagrama de “Eleanor” y “Vernon”. No obstante, Sullivan considera que la mayor parte del mérito de estas obras es de su media naranja, por lo cual sugiere otro seudónimo, anagrama del apellido de soltera de Eleanor (“Boufford”, en francés) y de su proyectado alias para las novelas románticas (Victoria Holt). Nace así Boris Vian.

Ahora bien, las cosas se desmadran. Las novelas policíacas del dúo siembran la semilla de la discordia, pues, por error, las “traducciones” que Dudu ha remitido al editor Jean D´Halluin aparecen firmadas por un único autor: Vernon Sullivan. Eleanor se ofende, e intenta “rescatar” sus dos novelas, Foam y Autumn. Pero ya es tarde. “Boris Vian” ha movido ambas novelas, que son publicadas a lo largo de 1947. El hombre de paja se está revelando como alguien con ideas propias: aprende a tocar la trompeta para estar a la altura de su personaje, se zambulle en el ambiente bohemio del Boulevard de Saint-Germain y, cosa inaudita, se destapa como un gran poeta: suya es la emocionante “El desertor”. El invento se les está yendo de las manos, y buena prueba de ello son las “traducciones” que va realizando de sus novelas, cada vez más personales, llenas de detalles que puede decirse que mejoran al original. La trama de lesbianas asesinas de Con las mujeres no hay manera debe tanto a Dudu como a sus verdaderos autores. Para colmo de males, las novelas de Vernon Sullivan (ya hemos contado que Eleanor no aparece como coautora debido a un descuido de Dudu) suponen un escándalo detrás de otro, debido a la dureza de su vocabulario, a sus tramas demasiado alocadas y, en resumen, por no adaptarse al canon imperante entre la novela negra de la época. Dudu, pues, sale ganando de todo este juego; además, ha aprendido a imitar a la perfección el estilo de Eleanor y comienza a escribir novelas “a la manera de” Eleanor, que lógicamente firmará como “Boris Vian”. Vernon, avergonzado por los escándalos que acompañan a su obra, decide huir de París y regresar a los Estados Unidos.

Abandonada por su novio (un trauma que la acompañará siempre, lo cual es perfectamente perceptible en los imposibles finales felices de sus novelas posteriores), incapaz de publicar novelas, ya sea con su verdadero nombre (por error, aparecían firmadas sólo por Vernon Sullivan), ya sea con su pseudónimo Boris Vian (del que se ha apropiado Dudu), Eleanor sólo encuentra una solución, por lo demás maquiavélica. Decide poner fin a la situación (ya está harta de su aventura parisién, y sólo desea regresar a Inglaterra y escribir novela rosa e histórica) de la manera más abrupta e irreversible. Desliza el rumor de que las novelas de Vernon Sullivan son en realidad obra de su supuesto traductor, Boris Vian, a quien la crítica comienza a apreciar hasta extremos insoportables para Eleanor. Una vez que el rumor se ha esparcido por el mundo literario francés, Eleanor comprueba, satisfecha, que el prestigio de Vian/Dudu se desmorona. La crítica no termina de aceptar que Vian les haya engañado hasta el extremo de hacerles creer que Vernon Sullivan es un seudónimo (aunque, como sabemos, ambas tienen la misma autoría: Eleanor). El prestigio de Vian se tambalea y, de hecho, Dudu no vuelve a levantar cabeza. Ralentiza su producción, ahora que es él quien tiene que escribir las novelas que aparecen firmadas por Boris Vian y, de hecho, no lo hace del todo mal, pero ya nada es como en sus primeros trabajos, los escritos por Eleanor. Dudu/Vian se irá distanciando paulatinamente de la literatura para centrarse en su carrera de traductor (entre otros, de A.E. Van Vogt), escritor ocasional de relatos (“El lobo-hombre” fue publicado en la mítica revista Belzagor y con el tiempo inspiraría una famosa canción de La Unión) y como crítico y  músico de jazz. Falleció prematuramente, de una afección cardíaca, a los 39 años, en 1959.

¿Por qué obró Eleanor de esta manera? ¿Pueden los celos profesionales explicar una reacción tan desmedida? Pudiendo haber destapado su verdadera autoría, lo cual sin duda hubiera terminado con Dudu/Vian en vez de darle una segunda oportunidad (desacreditado para siempre, eso sí), ¿qué interés tenía en cerrarse todo el camino del futuro reconocimiento a su obra? Acaso se encontrara tan desencantada con la novela negra que decidió terminar con todo; tal vez fuera un error de cálculo, algo por otro lado difícil de creer, teniendo en cuenta la inteligencia de que hizo gala Eleanor a lo largo de su carrera. El caso es que, impelida por el drástico final de su aventura con el género policíaco, Eleanor deja de ser Vernon Sullivan y Boris Vian y pasa a ser conocida como Victoria Holt y Jean Plaidy, dicho sea de paso, con ventas millonarias y más éxito del que hubiera alcanzado de haber continuado con la farsa. Nunca lo sabremos. Sea como fuera, las novelas de “Vernon Sullivan”, tanto las “serias” (Escupiré sobre vuestras tumbas) como las más desmadradas (Que se mueran los feos y Con las mujeres no hay manera), son hoy pequeños clásicos del género, y constituyen una lectura más que recomendable.


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