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Alberto CairoMartillo de clásicos
Más mediocre
de lo que pensáis

Alberto Cairo


Poul Anderson
Tau cero

Cero, sí. Como una plaza de toros

Hallábame vagando por una de esas librerías transidas de misterios, enfangadas en la incapacidad de conocer la grandeza de sus fondos bibliográficos, cuando lo vi. Sobre una estantería, flanqueado por un lomo verde a la diestra, otro rojo a la siniestra, me desafiaba el Clásico.

Tau cero

Lo tomé entre mis manos con impaciencia contenida, claro, deslizando el dedo por el lomo enjalbegado como quien disfruta del roce de una sábana bajo la que descansa, silenciosa, la durmiente.

Díjeme entonces:

-He aquí la clave del futuro, el libro que te abrirá por fin los ojos al mundo que tus compañeros en armas disfrutan cada día, el mundo del extrañamiento cognoscitivo, de la literatura de ideas, y de otras fantochadas de similar jaez. No dejes escapar la oportunidad.

Y luego, por supuesto, la decepción. No tardó mucho. Como veinte páginas. Y es que cada día me resulta más incomprensible que libros que contienen párrafos de este calibre sean considerados Obras Maestras del subgénero (Barceló, Pringle):

Él habló en voz baja por miedo a sonar brusco:
-¿Crees que tú y yo formaremos una pareja?
-Sí. -Su tono se hizo más firme-. Puede que parezca inmodesta, sea o no una mujer del espacio. Pero estaré más ocupada que la mayoría, especialmente durante las primeras semanas de viaje. No tendré tiempo para rituales y matices. Podría acabar en una situación que no me gustase. A menos que piense por adelantado y haga algunos preparativos. Y eso es lo que hago.
Él se llevó su mano a los labios.
-Es un honor para mí, Ingrid. Aunque puede que seamos muy distintos.
-No, sospecho que eso es lo que me atrae de ti. -Su palma se dobló sobre la boca y rozó las mejillas-. Quiero conocerte. Eres más hombre que nadie que haya conocido antes.

Ni que decir tiene que Tau cero figura en casi todas las listas de mejores novelas de la cf. Pero siempre, y esto es algo que se puede comprobar, se hace alusión a su argumento, a la vastedad de sus planteamientos cosmológicos y a la indudable habilidad de Anderson para exponer hechos científicos. Nada se dice, sin embargo, de lo horriblemente escrita que está la novela, de sus personajes, verdaderas caricaturas de seres humanos normales, que deambulan por la nave Leonora Christine sin más objetivo que servir al autor como marionetas en su inmenso drama espacial. Ya no estamos ante la despersonalización de los personajes a favor de sus funciones en la trama, algo tan habitual en la cf dura, sino ante la total incapacidad de un escritor por dotarlos de vida. Pero, como sabemos, este es un mal tan común que ya ni siquiera llama la atención de nadie.

El gran problema de la cf dura es que sus autores están mucho más preocupados de que su núcleo de lectores entregados de antemano se sienta complacido con su última idea que de hilvanar un texto de mínima calidad. Nada importa el cuidado gramatical, que no se reduce a la mera corrección lingüística, sino que supone un dominio especial del lenguaje que convierta a éste en un instrumento de transmisión de sensaciones, conocimientos, escenas. Tener estilo quiere decir poseer un excelente uso de la lengua y de la estructuración narrativa, dotar a las creaciones de bases firmes y, por medio de estas dos herramientas, lograr que el lector se identifique con lo que se le está contando, que sienta. Sin embargo, existe el mito de que el hard puede eludir (y, de hecho, lo hace) esta elemental regla, disfrazando sus fábulas con el manto de algo que sus apologistas llaman "prosa científica" y que consiste, al parecer, en despojar al lenguaje literario de todo condimento para convertirlo en algo seco y preciso, un poco a la manera azoriniana, pero a lo bestia. Pero claro, la "prosa científica" no es prosa ni es nada sino incapacidad del escritor por crear algo más elevado. El escritor hard se justifica diciendo que no desea hacer literatura, sino especulación narrativa y, además, acercarse al nivel de todos los lectores. A pesar del evidente paternalismo de declaraciones de este estilo (Asimov, Heinlein), lo más repugnante de ellas es que son profundamente hipócritas, ya que tratan de convertir la incapacidad en virtud: no es que yo no sepa escribir mejor; es que no lo hago por no entorpecer el desarrollo de los hechos. Ah, el infantilismo militante.

Con Tau cero lo único que se siente es sopor, un aburrimiento inconmensurable, ontológico (ontológico porque el sopor es parte del ser del hard, en general). Anderson se toma muy en serio eso que decíamos del estilo de narración "científico" y asume la labor de escritura con la frialdad de un congelador a toda potencia. No hay nada que nos importe en las trescientas y pico páginas que su novela tiene. Ni siquiera la peripecia de relatividad que hace que la Leonora Christie se estire como un chicle mascado, ni los grandes problemas metafísicos a los que se enfrentan las marionetas-personajes. El lenguaje no es preciso ni claro, a pesar de que Anderson es un poco más hábil que otros (Benford en sus peores momentos) explicando conceptos como el Tau. De hecho, comete uno de los pecados que Miquel Barceló ha señalado como más graves en una novela de género: detener la acción para darnos discursitos (página 76, por ejemplo) con profusión de fórmulas físicas y terminología embellecedora, pero no nos importa demasiado, incluso resultan curiosos. Como dice un buen amigo hablando de los best-sellers al estilo Crichton: "no, muy buenos no son, pero... ¿y lo que aprendes?".


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