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Alberto CairoMartillo de clásicos
Más mediocre
de lo que pensáis

Alberto Cairo


Isaac Asimov
Fundación

Una buena novela infantil

La primera vez que leí Fundación tenía diecinueve años. Me pareció solemne, artificiosa y argumentalmente inaceptable. La segunda, hace unos días, no me produjo tan agrias sensaciones. Muy al contrario: uno, con el tiempo, suaviza aristas, matiza las opiniones demasiado radicales. La conclusión a la que he llegado, tras dicha segunda lectura, es que Fundación es un curioso libro infantil.

Fundación

Infantil no en el sentido peyorativo, por supuesto. Fundación no es un libro del todo desdeñable, pero está escrito para una franja de edad comprendida, dicho más o menos arbitrariamente, entre los diez y los dieciséis, por lo que tal vez se debería llamar juvenil. Da igual, en todo caso. Si la hubiera descubierto en ese período, cuando uno es muy impresionable y está expuesto a toda supuesta maravilla que se le presente, incluso a aquellas más obvias y faltas de imaginación, cuando todo parece nuevo aunque no lo sea, si se me hubiera presentado entonces, decía, es posible que mi recuerdo de ella fuera más entrañable.

No es el caso.

La forma de narrar de Asimov es propia de la literatura infantojuvenil: desarrolla una idea sencilla con una técnica sencilla, por no decir inexistente. La idea sencilla es la caída de una macroestructura social y la pervivencia de algunos de sus valores gracias al esfuerzo de una elite. La técnica sencilla es ya habitual en Asimov: lenguaje voluntariamente limitado hasta la frontera con lo pobre, desarrollo de la acción por medio de diálogos, tercera persona del singular y estructura temporal más lineal que el encefalograma de la levadura. Todo muy mascadito, muy explicadito, no sea que el personal se pierda por el camino y deje de leer. El principal problema es que a uno, llegado ya a unos años en los que la paciencia se le agota más rápido que el dinero, las tramas desarrolladas a golpe de diálogo le suenan artificiosas y solemnes: personajes que se reúnen una y otra vez para hablar entre ellos como si dieran discursos en el parlamento de la nación, intercambio de impresiones y premoniciones de futuro ("cuando la cúpula de Seldon se abra tendremos todas las respuestas", "pero puede que entonces nos venzan antes los que nos amenazan", etc., etc., etc.). Los personajes de Asimov, si es que tal nombre es válido para los petimetres que dirigen la cosa, son meros altavoces para lo que el escritor tendría que haberse esforzado más en convertir en pura narración. Pero ya sabemos que a ciertas edades los párrafos kilométricos asustan más que la física de partículas. La descripción es utilizada en las breves pinceladas de color, pura rutinilla, que Asimov coloca entre reunión y reunión, para aclarar tal o cual aspecto que en los diálogos no se ha tratado, o para contarnos que el calendario ha dejado pasar unos cuantos años.

¿Y en cuanto al argumento? Aquí también se percibe el aroma de novela infantil. Asimov define la psicohistoria, que es la esencia de los relatos que integran el volumen como "la rama de las matemáticas que trata sobre las reacciones de conglomeraciones humanas ante determinados estímulos sociales y económicos" (págs. 27-28), y basa su desarrollo en las "funciones Seldon", que suponemos herramientas estadísticas de precisión tremebunda. A pesar de que la psicometría es una disciplina asentada (todavía criticada desde sectores de la propia psicología), la idea de crear una especie de psicometría de masas extremadamente precisa, como la que propone Asimov, es, de raíz, absurda. La historia es un sistema complejo sujeto a vaivenes e influencias impredecibles, a veces insignificantes, que modifican su devenir con un simple empujoncito. El afán de predicción de Asimov es fruto de una mentalidad enferma de positivismo mal digerido y mecanicismo y organicismo social exacerbados. El Buen Doctor era, en este sentido, hijo del siglo pasado y de sus grandes metarrelatos (racionalismo, marxismo...). Pero, como sabemos, destruidos los grandes relatos por el sistemático bombardeo del voluntarismo postmoderno, de la filosofía contemporánea, que destrona a "la Historia" en favor de "las historias", que elimina del inconsciente colectivo el progreso lineal de las sociedades y niega toda posibilidad de comprender el comportamiento humano, toda predicción es pura fábula. La sociedad, como conjunto de individuos, está sujeta al capricho de millones de voluntades. La historia, como conjunto de vidas y muertes de dichas sociedades, no puede ser comprendida, sólo interpretada. Ni que decir tiene que un iluminado que propugnara una teoría estadística para adivinar el futuro sería tachado (y con razón) de payaso. Eso en el siglo XX. No les digo nada si apareciera en el año 12.000 (aunque el año 12.000 de Asimov se parece, curiosamente, a un siglo XX moderadamente avanzado con algunos cachivaches de adorno: se nota que en 10.000 años seremos más o menos como ahora, como en las novelas de a duro de Law Space y el ínclito George H. White...). Así que la psicohistoria es un absurdo. Por mucho que el propio Asimov no se la tomara muy en serio, no deja de ser esencial en la trama, por lo que a los defectos de los relatos podría añadirse este monstruito intelectual.

Asimov, como se decía más arriba, es fruto de su época. Por eso, su novela, como todas las que tienen por único valor el pertenecer a ese subgénero difuso de la cf "de ideas", se ha quedado anticuada desde el momento en que su audacia prospectiva se transforma en kitsch. Hoy por hoy, ese supuesto clásico llamado Fundación ya sólo puede fascinar a los adultos arqueólogos o nostálgicos de una adolescencia perdida e irrecuperable. Y, por supuesto, a los que todavía disfrutan esa edad en la que cada minúsculo descubrimiento es una puerta para un mundo maravilloso. Los demás tal vez necesitemos puertas más grandes.


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