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Alberto CairoMartillo de clásicos
Más mediocre
de lo que pensáis

Alberto Cairo


Robert A. Heinlein
Amos de títeres

Bodriazo paranoico

Lo sé, lo sé, es la tercera vez que el ilustre señor Heinlein aparece por esta página.

Amos de títeres

¿Y qué quieren que haga si uno es más bienintencionado que un angelito y sucumbe de nuevo a las voces que le susurran al oído que se equivoca, que Heinlein era un genio, que es el patriarca de la cf contemporánea, que sus libros ocultan valores extraordinarios, fundamentales para entender el género hoy en día, que uno es un desalmado, un ignorante, un tombolero-trilero, por afirmar que, sí, La luna es una cruel amante y Tropas del espacio son auténticos truños, que el hombre parecía tener la capacidad fabuladora de un diplodocus, y que sus libros dan más risa que miedo, aunque den bastante miedo, la verdad, que el tiempo es oro...? ¿Qué quieren que les diga si yo, pobre de mí, lo intento una y otra vez, y el único consuelo que me queda es que gente con buen criterio se ha obstinado en repetirme que ese gran ladrillazo llamado Forastero en tierra extraña es una buena novela, hecho que comprobaré dentro de unas semanas?

Además, ¿cambiará algo que un tipo en una página web escriba que Heinlein, juzgados varios de sus libros señeros, era un segundón? ¿Le hará alguien caso y se unirá a las fuerzas de la luz? Pienso que no. Así que vamos allá, sin pudor:

He leído Amos de títeres.

(¿Oigo ovaciones por el patio de butacas?)

Y es horrible.

Horrible no porque sea una novela barata, de consumo rápido, de lectura fácil -habría que discutir esto, pero dejémoslo así por ahora-, y de desarrollo veloz, que de todo debe haber en las estanterías, no voy a ser yo quien diga que hay que pasarse todo el día leyendo al maestro Ballard, porque acabaríamos cristalizados en formaciones rocosas de variopintos y llamativos colores. Pero, ¿entretenida? ¿Qué tiene de entretenida? Es la historia de una invasión de extraterrestres parásitos -pionera, sí-, que se apoderan de las mentes de los humanos pegándose a sus cuerpos, los dominan y los vuelven fríos y distantes, casi como sucios comunistas de más allá del Telón de Acero. Hasta aquí, todo perfecto, que todavía tengo en alta estima La invasión de los ultracuerpos e Invasores de Marte. La cosa promete, porque tiene su gracia que para combatir la invasión, a las autoridades estadounidenses (recordemos que para Heinlein el mundo es el pedazo de tierra comprendido entre el océano Pacífico y el Atlántico a lo ancho, y Canadá y México a lo alto) no se les ocurra mejor solución que decretar el desnudo integral gozoso e impúdico. El libro promete, repito.

Pero miente.

Miente porque la acción tiene tan poca gracia como una sitcom barata, Cosas de casa, o así. El libro no funciona ni como novela para adultos ni como novela para adolescentes. Para los primeros, resultaría llamativo que la idea que Heinlein tiene de otorgar profundidad a los personajes es, por ejemplo, hacer que la liberada, hombruna y autosuficiente novieta del protagonista se convierta en una abnegada esposa, cocinera y hacendosa, en el instante en que los tortolitos deciden pasar sus vidas juntos como patriarca y esclava -quiero decir, como marido y mujer-, en una oda tan indisimulada a la vida familiar tradicional que lo pone a uno al borde del llanto. O, para darle mayor emoción al asunto -cuidado: spoiler- hacer que el gran jefazo del prota sea, en hábil reviravolta argumental, su padre, nada menos. Y el protagonista, machote como ninguno, que, después de haber sido dominado por un parásito, descarga su frustración por haberle fallado a la patria sobre una pobre enfermera demasiado apegada a las reglas de un hospital, apelando a eso de que es mejor actuar rápido saltándose las leyes que respetarlas y arriesgarse a que las cosas no salgan bien, y todas esas bobaditas que sostienen los vengadores de las pelis de tiros (la sombra de Heinlein es alargada, mucho más de lo que parece...).

Y como novela juvenil... Pues qué quieren que les diga, es posible que funcione para un chaval de doce o trece años, por aquello de mostrar una sociedad dominada por ETs, reafirmando así que la soledad que siente uno a esa edad no se debe a uno mismo, sino a los demás, que, ya se sabe, son monstruos del espacio exterior (en esto es modélica la heinleniana película The Faculty). De todos modos, como padre, jamás le aconsejaría a un hijo mío perder el tiempo con una nadería de este calibre -claro que no le diría nada si lo viera con el tomito entre manos...- no sólo por los valores perniciosos que intenta transmitir de forma burda -la bondad de un sistema autoritario, superior a uno democrárico para dirigir una crisis, lo inevitable de que la mujer acabe mostrando sus naturales instintos maternales y, a pesar de su entrenamiento en armas pesadas y artes marciales, se convierta a las virtudes de la vida hogareña y se subordine al varón, que para algo está- sino porque ni siquiera es un pasarratos, su acción avanza a trompicones, da más giros argumentales sin sentido que un trompo, etc., con lo que el muchacho podría desanimarse y no volver a coger un libro de género en su vida... Mejor, que se dedique a leer La historia interminable, que es más bonita, está mejor escrita, y es muchíiiiiiiisimo más divertida como novela juvenil.

Clásicos, los llaman. La consabida cantinela de la literatura de ideas. Claro, claro... La ciencia-ficción se distingue de otros géneros por sus ambientaciones y sus cachivaches y sus extraterrestres parásitos, claro. Pero, ¿y si la idea está mal desarrollada? Digo más: ¿Y si la idea ni siquiera está desarrollada, sino que se queda en mero esquema argumental que es utilizado por el autor para largarnos un rollo sobre sus manías ideológico-sociológicas sin gracia ni siquiera como documento literario? Pues que es un mal libro. Por mucho que sus ideas germinales sean maravillosas.

Creo que algún día me cansaré de repetir obviedades. Además, no tengo un buen día. Me queda rematar esta columnocrítica con una frase que resuma los sentimientos que me producen magnas obras como Amos de títeres, así que cumplamos con la obligación y acabemos.

Puaf.


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