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Alberto CairoMartillo de clásicos
Más mediocre
de lo que pensáis

Alberto Cairo


Joanna Russ
El hombre hembra

Lírica del exterminio

Dijo una vez un sabio que el mayor peligro de cualquier totalitarismo es que ofrece respuestas sencillas a preguntas complicadas. El totalitarismo dibuja un mundo maniqueo en el que las huestes de la luz porfían (e intercambian mandoblazos) con las de la oscuridad, y en el que cualquier realidad se divide en oprimidos y opresores, sin matices de gris, sin posibilidad de redención para los captores, sin opción a la huída de los oprimidos, si no es a través de la reacción violenta. Merced a la confusión terminológica (y a la borrachera de cócteles ideológicos heredados del infausto mayo del 68, rico en creatividad, pero también en estupidez), un cocinero y un policía local catalán se convierten en herramienta de la opresión de un estado sobre una etnia que aspira al autogobierno, un pequeño empresario se transforma en un instrumento del capital para arrebatar a los obreros la plusvalía, y los hombres, todos los hombres, se tornan bestias despiadadas incapaces de sublimar sus instintos, abocados a la mutación en abyectos babosos pletóricos de orgullo masculino, monstruos de prejuicio y malvivir. El hombre hembra es, en este sentido, un libro que destila ideología totalitaria en cada una de sus páginas, amén de resultar un ejercicio estilístico vacuo que se pretende rompedor pero que, en definitiva, es fruto de un arranque de furia infantiloide y homicida. Su conclusión es clara, por mucho que se la disfrace con el ropaje de la sensibilidad y el buen gusto narrativo (encomiable en algunos pasajes): la respuesta a la opresión es la destrucción del que nos oprime. Diría que es una conclusión fascista, si no fuera porque contribuiría a viciar todavía más un término que ha llegado a no significar nada a fuerza de significarlo todo.

The Female Man

Cuando se habla de autoritarismo/totalitarismo en la literatura de cf el nombre que nos viene a la cabeza es Heinlein (por mucho que se insista en que su ideología tenía más bien poco de fascismo), se hace hincapié en el lado diestro de la oscuridad, y se obvia que la izquierda -política y literaria- ha dado buenos frutos podridos a la cloaca de la historia del siglo XX. El hombre hembra es el resumen narrado de una de las expresiones totalitarias de nuestro siglo, la que explica la historia por medio de la guerra/dominio entre los sexos (otros la reducirán a la guerra de clases, con mayor e incomprensible éxito). Y digo "narrado", no "novelado", porque dudo en denominar a este libro novela. Su estructura es más que confusa, se desarrolla entremezclando monólogos de los personajes con parrafadas didácticas sobre la naturaleza del paraíso (la utopía femenina que Russ presenta como deliciosa, pero que resulta repugnante, ñoña e increíblemente reaccionaria) y con diatribas de la propia autora. Una de ellas, como ha señalado David Pringle, le sirve para adelantarse a sus críticos machos aventurando los epítetos que presumiblemente le iban a endosar en su momento (recordemos que el libro fue publicado en 1975). Página 190 de la edición de Ultramar: "chillón", "vituperante", "falta de objetividad femenina", "una negativa demasiado femenina a enfrentarse a los hechos"... Así, todo seguido, en una página y media. Y es que Russ, por lo que parece, no concibe (o no concebía en su delirio postsesentayochista), que haya machos que simpaticen con sus denuncias, pero que deploren los métodos que, veladamente, parece defender para sostener su causa. El hombre hembra es -aventuremos una conclusión- un panfleto. Curioso, juguetón y a ratos delirante, pero panfleto al fin y al cabo.

Por otra parte, siendo su contenido bastante deleznable, la estructura y estilo del libro carecen también de interés. Demasiado se ha insistido en el supuesto riesgo que El hombre hembra asume en lo que a estructura se refiere (algo que era muy común en aquella época, la verdadera Edad de Oro de la ciencia-ficción, y no la de Campbell: Disch, el mejor Silverberg, el despuntar de Ballard y Moorcock), cuando la narración fragmentaria, el monólogo interior de varios personajes, uno tras otro, y la inclusión de comentarios del propio autor o de fuentes diversas eran recursos que existían desde hacía medio siglo. No hay innovación, sino pura y simple artificiosidad, tono sentencioso, solemne y mortalmente aburrido, incluso en los momentos que se suponen cómicos de choque de culturas entre las tres protagonistas, que son una y tres, como el Espíritu Santo. No es un libro "difícil", como se ha dicho alguna vez, sino un libro mal concebido y mal resuelto. No es difícil de leer porque cada línea contenga una carga de profundidad o un impresionante hallazgo literario, sino porque no tiene nervio ni pasión, que no es lo mismo que agresividad. Ni convence, ni entretiene, ni sirve para provocar goce sensual. Su mayor virtud es su relativa concisión. Claro que es más que posible que un macho como el que suscribe, cargado de prejuicios culturales adquiridos, incapaz de rendirse a su lado femenino condicionado por una educación que limita su libre raciocinio, no haya entendido nada de las profundas sutilezas que sus páginas encierran. Quién sabe.


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