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Juan Manuel SantiagoCruda fandomía
Mentidero 5
Juan Manuel Santiago




Campo de batalla: el fandom (I)
Alejo Cuervo y sus cenobitas
(y su esmalte dental)

"Ya hace tiempo que echo de menos las antiguas polémicas, aquellas en las que cartas ingeniosas iban seguidas de réplicas más ingeniosas todavía, con las ideas y la mala leche revestidas de humor y coñas marineras. Últimamente los polemistas se limitan a volcar su bilis en el procesador de textos -suponiendo que lo tengan. A juzgar por el ingenio de las respuestas, cualquiera diría que todavía usan martillo y escoplo, sin orden, concierto ni talento. Las réplicas no van cargadas de palabras esdrújulas, sutilezas retorcidas y citas ingeniosas, sino de críticas tipo "¡Es tonto! ¡Es feo! ¡Se muerde las uñas!" y otros inteligentes juicios de valor por el estilo."

Cristina Macía

Pues no, hoy no hay segunda entrega del Diccionario del fandom. ¿Por qué, si puede saberse? Pues por una sencillísima razón: Mentidero 5, que pretende instruir deleitando, inaugura una subsección dedicada a destripar los entresijos de las más afamadas polémicas que han sacudido al fandom durante los últimos diez años. El motivo es bien simple: gracias a Internet, la base del mundillo se ha ensanchado. De dos o tres años a esta parte se han incorporado al fandom centenares de jóvenes aficionados que, cada cierto tiempo, se encuentran en sus buzones virtuales con mensajes cruzados por los más curtidos y talluditos dinosaurios de la cf española en los que se recuerda esta bronca o se reprocha ese comportamiento o se ironiza sobre aquella pifia. Mensajes crípticos, herméticos, incomprensibles si no se cuenta con un bagaje previo en el fandom; ecos de heroicas batallas libradas por avatares de dioses mitológicos, superhéroes encabronados que con sus tajos lanzados a la yugular construían un mundo mejor para los jóvenes aficionados que acabarían heredando un fandom tranquilo aunque, eso sí, edificado sobre las osamentas de sus rivales; cantos de sirena para atraer a Fulanito al bando de Menganito, o al menos dejarle en la mente la sensación de "A ver dónde te metes, que sepas con qué clase de gente te estás mezclando". Mensajes, en suma, algo subiditos de tono, que muestran de manera inmejorable el mar de fondo en que vive sumido nuestro querido fandom desde tiempos inmemoriales. Mensajes que nos remiten a querellas añejas de cuyo origen ya nadie sabe, puede o quiere dar cuenta. Mensajes que inundan listas (hace unos meses, la de artifex2; últimamente, la de cienciaficcion) y que suelen aburrir a estos jóvenes aficionados al mismo tiempo que les dejan con ganas de saber de una vez por todas qué es lo que realmente ocurrió.

Ahora bien, ¿por dónde empezar? Como suele ocurrir, empezar por el principio es lo acostumbrado, pero ¿dónde delimitar la delgada línea roja que separa la convivencia pacífica en la Arcadia soñada del fandom y el Infierno dantesco en el que a veces se ha convertido el mundillo? ¿Se produjo realmente un hito inaugural en la historia de las broncas fandomíticas o, por el contrario, no se trató más que de un proceso gradual que, andando el tiempo, degeneró en la situación que vivimos en la actualidad? Es difícil responder a esta pregunta, por cuanto que las diferentes versiones de los hechos son irreconciliables. No obstante, podemos considerar que, aun habiéndose tratado de un proceso lento e irreversible, la actual división del fandom en dos familias inequívocamente identificadas como "bemitas" y "cenobitas" data del bienio 1990-1991, en concreto del artículo "Alejo Cuervo y sus cenobitas: el panorama de la ciencia ficción en España", de Carlos Mesa (BEM nº 12, agosto-septiembre 1991). El director ejecutivo de Blade Runner Magazine se despachaba a gusto contra el director de Gigamesh y todo su entorno (Albert Solé, Nacho Maroto, Francisco Pérez Navarro, Cristina Macía, Jordi Sánchez, Jordi Costa, Salvador González, Cels Piñol, Jesús Palacios, Alberto Santos, Juanma Barranquero...), a quienes denominaba cenobitas como homenaje a los siniestros personajes de la película Hellraiser de Clive Barker:

"(...) las puertas del infierno se abren y aparecen los cenobitas con Alejo Cuervo al frente. Ellos son el dolor, los que traen el infierno a través del sufrimiento, personas que profesan la vida monástica de la ciencia ficción, los popes que todo lo saben."

A continuación de este comentario, Mesa refiere los pormenores de la rebelión cenobítica en el seno de Blade Runner Magazine, a raíz de la cual este grupo deja de colaborar con la revista en el número 3, y lo hace con una encomiable viveza en el retrato de personajes:

"Aún recuerdo nuestra primera reunión. ¡Dios mío! todos los presentes hablaban y hablaban como si fuesen los artífices de la obra. Una reunión de freaks que espantarían al mismísimo Browning: un barbudo mal aseado y vestido y propietario de la librería Gigamesh, un pirata informático del que no recuerdo el nombre, un barrigón llamado Albert Solé, camisa abierta hasta el ombligo y mostrando el torso (...) La congregación se dio por terminada cuando la mujer de Alejo, rodillo de amasar panes en mano, llego cabreadísima, como de costumbre y le recordó en esperanto (¡) que tenía labores domésticas que atender. El freak que faltaba. Desde luego, el Creador no la favoreció en el carácter."

Prosigue el artículo con una relación de los pecados de Alejo Cuervo; a saber: una reseña sobre fanzines (BRM nº1) en la que ironizaba acerca de BEM y no ficción (para quien esté interesado en saberlo, el meritorio fanzine que editaba Pedro Jorge por aquellos tiempos) y una extensísima crítica -abiertamente negativa- a Ciencia ficción: Guía de lectura de Miquel Barceló. Y, para colmo, Alejo Cuervo exige cobrar más por sus colaboraciones, motivo que aprovecha Carlos Mesa para dejar las cosas bien claritas:

"-Que cobren todos, menos Alejo y la Macía -le respondí. No sabía por qué, pero la progre de Cristina Macía me cae francamente mal, con ese vestuario digno de figurar en el museo de los horrores, los dientes sucios de fumar tabaco, su carácter agresivo o esa simpatía suya que brilla por su ausencia... Sólo quedaba una cosa por hacer: la tan ansiada llamada telefónica para decirle con una sonrisa en los labios Alejo vete a tomar viento."

En llegados a este punto, las versiones se vuelven contradictorias: Mesa alega que Cuervo estaba envidioso por no haber escrito él la guía; Cuervo, que el texto de su crítica (y de otras colaboraciones) fue mutilado y adulterado por BRM. Cuervo y sus cenobitas firman un manifiesto protestando contra la política editorial de BRM y acaban por abandonar la revista. Concluye Mesa su artículo con una suerte de maldición china que tal vez perdure hasta nuestros días, aunque convendréis conmigo en que resulta difícil pillarle el sentido:

"Alejo, no voy a contestar tus réplicas a estos comentarios. Ni las tuyas ni las de cualquiera de los babosos a los que tienes contigo, pero lo harás... ¡porque te encanta la polémica! Y si los editores de BEM se atreven a publicar parte de esto que digo y luego tampoco son quemados en la hoguera por brujería, les suplicaría me dejasen añadir más acerca del panorama de la ciencia ficción en España, sucesos que no tienen nada que ver con Alejo Cuervo y sus cenobitas. Pero eso, ya forma parte de otra historia..."

¿A qué sucesos se refería Carlos Mesa? ¿Realmente había material suficiente en aquella época como para tirar de la manta y montar un pifostio equiparable al caso GAL? Nunca lo sabremos. Blade Runner Magazine había cerrado en el número 8 (junio de 1991), con lo cual el número 9 no pudo ser distribuido entre los lectores y suscriptores de BEM, como estaba previsto. Tal vez como desagravio, la polémica generada en torno a los sucesos de BRM pasa a una publicación supuestamente neutral como era BEM. ¿Y cuáles eran esos sucesos? Consultadas diversas fuentes, tan sólo Alejo Cuervo ha respondido a este cronista fandomítico, de modo que, por aquello de no hacer leña de la revista caída, me limitaré a citar documentos escritos y publicados.

Las réplicas no se hicieron esperar, aunque Alejo Cuervo no intervino en ningún momento. SÍ lo hizo, en el número siguiente de BEM, el 13 (octubre 1991), Cristina Macía, publicando "Insultos, mentiras y revistas de cf (Réplica de una cenobita a un pitufo)", donde, entre otras cosas, llama a Carlos Mesa "el Pierre Cardin de la ciencia ficción", ironiza acerca de su manía de referirse al vestuario de los cenobitas ("resulta obvio que su auténtica vocación es la de modisto parisino (...) Lástima que BEM no tenga ilustraciones en color, si no estoy segura de que Mesa habría acompañado su texto con diferentes bocetos y propuestas para renovar nuestro guardarropa"), se lamenta de que reparara en sus dientes amarillentos ("Después de todo, yo no me metería con las espinillas de Carlos Mesa, porque el pobre no tiene la culpa de tener las hormonas tan desequilibradas como el cerebro. Pero lo de mis dientes tiene fácil arreglo: el tratamiento para dejarme una sonrisa tipo Hollywood cuesta un cuarto de millón de pelas. Se admiten donativos") y deja bien claro que el manifiesto cenobita se debía a que Carlos Mesa "se dedicó a añadir cosas -ejemplo, en el artículo de Alejo- para poner en boca de otro ideas que a él le apetecería ver expuestas, pero no se atreve a firmar; o cuando los cortes eran tan salvajes y aleatorios que cambiaban radicalmente el sentido de lo que se decía". La incontinencia verbal de Cristina Macía alcanza sus momentos culminantes en párrafos como el siguiente:

"Los insultos personales de Mesa son un recurso tan endeble que no vale la pena darse por enterado, pero entro al trapo, lo voy a hacer. No me molesta su alusión a mi vestuario deplorable, todos mis amigos estarían de acuerdo con tal crítica. Aunque yo tenía la sensación de que me pagaban por traducir o escribir, no por pasar modelos. En fin, me lo cuidaré más. Tampoco me molesta que diga que no soy simpática. Ahí se equivoca. Soy un cielo, un encanto, un dechado de dulzura. Pero soy un cielo, un encanto y un dechado de dulzura con mis amigos, no con Carlos Mesa. Si dice que no soy simpática porque no soy simpática con él, puede añadir que no me gusta el marisco porque nunca he comido marisco con él, o que soy virgen porque nunca me he acostado con él."

Y, entre desmentido y desmentido de las tesis de Mesa, ofrece su versión de la rebelión cenobítica:

"Y, para zanjar el asunto, sólo queda darle un tironcillo de orejas a la memoria de Mesa: la carta que enviamos a la fotocomposición, imprenta, colaboradores, etc. de BRM, amenazaba, sí, con medidas drásticas... en caso de que se publicaran nuestros textos sin nuestro permiso y sin pagarnos. Esta última parte de la frase se le olvida mencionarla en su artículo, ¿quizá porque quitaría todo valor a su argumentación? Naaa, ¿cómo puedo ser tan malpensada?"

Después de esta réplica, la figura de Carlos Mesa se desvanece por completo y no se le vuelve a leer por el fandom. Sin embargo, lejos de calmarse los ánimos, empiezan a aparecer las colaboraciones ¿espontáneas? que no hacen sino empeorar la situación. El llamamiento a la calma por parte de Juan Carlos Planells ("En guerra abierta", BEM nº 16, enero 1992) tal vez pase desapercibido si lo comparamos con la aparición de firmas de peso terciando sin mucho sentido en la polémica. Ángel Torres Quesada, por ejemplo, en "La C.F. española y el perro del hortelano" (BEM nº 14, noviembre 1991) confunde el culo con las témporas y se dedica a explicar por qué le cae mal Alejo Cuervo. Más ponderada, aunque tampoco mucho más, es la intervención de Roberto Rodríguez Toyos ("Sobre Ciencia ficción: Guía de lectura", BEM nº 15, diciembre 1991), que acaba recurriendo al típico argumento con el que se pretenden explicar todas las polémicas en España: la envidia cochina:

"(...) a mucha gente parecía haberle molestado que una persona de aquí, España, Cataluña, Barcelona (tachese lo que no proceda según filias/fobias nacionalistas/nazionanistas) se hubiera atrevido a escribir un manual sobre nuestra sacrosanta ciencia ficción. ¡Ni que fuera Jacques Sadoul! ¡Qué atrevimiento, señores! Eso es algo reservado a sesudos extranjeros ante cuyo nombre claramente alienígena podremos babear de gozo admirativo... ya que nuestras más preclaras mentes locales (que de vez en cuando alivian nuestra ignorancia con sus artículos o reseñas) no habían tenido tamaña osadía ni en pensamientos."

Fuera de BEM, la polémica apenas tiene eco. En la propia BRM se limita a sendas cartas en las que Ricard de la Casa y Pedro Jorge por un lado (número 3) y Miquel Barceló por otro (número 4) ejercen el derecho de réplica. En Gigamesh, pese al oráculo de Carlos Mesa, no se alude en ningún momento al problema. El correo del número 1 (junio-julio 1991) abundaba en cartas favorables o desfavorables a Ciencia ficción: Guía de lectura, pero nada más. Parece como si la polémica sólo hubiera existido en BEM, publicación que pese a su juventud ya arrastraba una cierta tendencia a canalizar y servir de foro en las querellas internas e incluso externas del fandom, ya fuera por un quítame allá esos Moorcocks (Rodolfo Martínez y Albert Solé, números 3, 5 y 8) o bien por supuestos plagios de novelas clásicas (Juan Carlos Planells, número 2, opinando acerca de las acusaciones de plagio de Antonio Ribera a Manuel de Pedrolo).

Una vez vista esta polémica, uno no puede sino preguntarse: ¿por qué? Se ha querido achacar a supuestas incompatibilidades de caracteres entre Alejo Cuervo (que en cierta época suponía decir Martínez Roca) y Miquel Barceló (Nova CF), con el agravante de que en su Guía de lectura Barceló no se refería al fanzine Gigamesh, editado por Cuervo entre 1985 y 1989, lo cual era ciertamente una omisión cuanto menos discutible. También se alude en ocasiones a un mosqueo de Alejo Cuervo con Pedro Jorge porque éste le cascó un cero al cuento "Duelo de palabras" de David Langford (en Guía del dragonstopista galáctico al campo de batalla estelar de Covenant en el límite de Dune: Odisea Dos, Ultramar CF nº100) y de este modo el cuento se quedó sin ganar el premio Gigamesh. Y ya, entrando en terrenos pantanosos, existe la posibilidad de explicar lo sucedido en función de desavenencias personales entre Alejo y Joan Manel Ortiz, que forzaron la marcha del primero del histórico fanzine Tránsito, que ambos coeditaban. Son explicaciones forzosamente limitadas al terreno de lo personal, y supongo que dejan de lado otros aspectos tan apasionantes como el ya viejo debate entre fondo (o lo que es lo mismo, ciencia ficción de ideas, postura vehementemente defendida tanto por Miquel Barceló en la Guía de lectura como por la línea editorial de BEM) y forma (o lo que es lo mismo, ciencia ficción considerada como una manifestación literaria más, y por tanto sujeta a los mismos estándares que el resto de la literatura, postura no menos vehementemente defendida por Alejo Cuervo y la línea editorial de Gigamesh... o, hace veinte años, por el mismo Barceló en su mítico fanzine Kandama) o, dicho de otro modo, entre la Guía de lectura de Barceló y Ciencia ficción: las cien mejores novelas de David Pringle.

Sean cuales fueren los verdaderos motivos de cada cual, lo cierto es que el período 1990-1991 es crucial en la historia de la ciencia ficción española, en tanto en cuanto se sientan las bases del actual fandom, polarizado en torno a dos publicaciones más o menos hegemónicas (BEM y Gigamesh) con líneas editoriales en ocasiones irreconciliables, marcado por la proliferación de premios (con los UPC, promovidos por Miquel Barceló, como punto de referencia ineludible), el nacimiento y fortalecimiento del asociacionismo (con la AEFCF y las HispaCones) y, en fin, con una explosión de creatividad que, aunque todavía puede ser susceptible de mejoras, ha elevado a la cf española hasta sus niveles más altos de calidad. Pero crucial también por cuanto que se produce un posicionamiento de los aficionados más activos en torno a dos bandos que, se quiera o no, y sea por el motivo que sea (cada fan es un mundo), existen y en lo sucesivo se enfrentarán en una interminable serie de polémicas de todo tipo. Como hecho indicativo de lo que ha sido el devenir de las polémicas fandomíticas, apuntaremos que el enfrentamiento entre cenobitas y bemitas se diluyó pronto: en diciembre de 1991 se celebra la primera HispaCon de la década y, como viene siendo habitual desde entonces, se produce una especie de tregua olímpica, los modales son exquisitos, todos somos amiguitos requeteguays y nuestras diferencias son ridículas y, en fin, el letargo de tres años de la revista Gigamesh consigue que la bronca traslade el escenario: ya no será Alejo Cuervo el cenobita quien esté en el punto de mira, sino la tertulia de Madrid y, por extensión, la AEFCF.

Pero ésa es otra historia.


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