En busca de una identidad literaria propia: cachava y boina, ucronías franquistas y picaresca estelar.
Luis G. Prado es un experimentado jugador de póker. Después de varias manos con desigual suerte en esa particular partida llamada Visiones, a nuestro veterano tahúr le ha llegado el turno de barajar: tras los necesarios descartes, ha seleccionado un puñado de cartas y lanzado su apuesta. No lleva un juego clásico, pues no busca ganar yendo sobre seguro; le impulsa el puro placer de jugar, el riesgo de formar una mano excelente que sea recordada e imitada en el futuro.
En el otro lado de la mesa se sitúa el lector. Tiene que evaluar si el astuto jugador se está marcando un farol o si realmente lleva juego. Ambos saben que la apuesta es arriesgada. Las cartas comienzan a caer y el juego se descubre...
"Quimera", de Óscar Cuevas, es el relato que abre el volumen, un space opera bélico, resultón y excesivamente deudor de Star Wars. Literariamente no se sostiene, pero como producto de evasión funciona: épicas batallas a bordo de todopoderosos cruceros estelares, remotos sistemas solares, aviesos extraterrestres, supercomputadoras, acciones heroicas desesperadas... todo al más puro estilo pulp yanqui (incluyendo los gadgets característicos del subgénero: láseres, escudos de energía, haces de partículas, etc.) que refleja la trasnochada idea que se tiene del género desde "el otro lado de la barrera". La historia es coherente consigo misma, pero deja la sensación de ser un mero capítulo de una obra mayor, con personajes de cartón-piedra y abundantes fallos de escritor neófito (en el orden y creación de frases: p.e. no acabar una idea y comenzar la siguiente, para volver de nuevo a la primera; errores de bulto y descripciones confusas: el capitán se transmuta en comandante, el héroe también es llamado número 1, pero, ¿son todos la misma persona?). En mi opinión, el seleccionador debería haber forzado una profunda revisión, formal y de pura coherencia, antes de permitir la publicación de un texto en estas condiciones, sobre todo por tratarse del primero del volumen (con el consiguiente riesgo de abandono por parte del lector ocasional de estas antologías).
"Auge y caída de la biblioteca", de Pablo San Martín, mejora sustancialmente el nivel. Decir que es un claro homenaje borgiano no le hace verdadera justicia: la descripción de la biblioteca de Xanadú, que recoge el conocimiento enciclopédico de todo el saber humano, de todo lo que ha sido, es y será, ciertamente representa un nuevo laberinto o aleph, pero es mucho más que eso. Narrada con el registro oral de las leyendas, cuenta en tono melancólico una historia que muy bien podría haber sido incluida en Las mil y una noches: el auge y caída de una gran mentira sustentada en una gran verdad. ¿O era al revés?
"Día de carnaval", de Álex Vidal, es una especie de Belvedere onírico ubicado en Cádiz, delicadamente construido con la materia de la que se nutren los sueños. Un difícil ejercicio de estilo en el que el protagonista, aparentemente amnésico, revive su vida presente (que no pasada). El final, ambiguo, da pie a interpretación: para unos se tratará simplemente de un cuento onírico; para otros (entre los que me cuento), el interludio entre ambos amaneceres resulta suficientemente esclarecedor.
"Transferencia", de Ricardo Manzanaro, apenas esboza la imagen de un régimen franquista que se ha perpetuado en el poder, en lo que es la primera incursión del volumen en el nuevo subgénero que Luis G. Prado ha bautizado razonablemente como ucronía franquista. El guión podía haber servido de desencadenante para una interesante novela corta, con intrincadas relaciones entre universos alternos, pero se reduce a la pura anécdota. En cualquier caso, es un relato con diálogos frescos, racionalmente utilizados para el avance de la trama, aunque resulte muy predecible.
"Afilada hoja de madera", de Víctor Conde, es uno de los relatos más largos y satisfactorios, pese a su complejidad. Bien escrito, destila amargura y experiencia vital a partes iguales. Narra con estilo propio la involución de un hombre, mitad granjero mitad soldado, víctima de una guerra que recuerda pasajes de la excelente 1984. Mediante el uso de determinadas sustancias que alteran la percepción, el protagonista consigue entrar en una especie de éxtasis bélico que multiplica su eficiencia en combate, a costa del horrible precio de transformarse paulatinamente en ciborg; esta idea, junto con el uso de trajes acorazados portadores de terroríficas armas, no es precisamente nueva (véase Tropas del espacio), pero está bien tratada. Un título de gran belleza, bien elegido pues juega un papel en la narración, que contrasta con el horror que producen las armas. Es recomendable una reposada relectura.
"Hecho con espejos", de Xavier Riesco Riquelme, refleja la divertida y extravagante investigación policial de un crimen imposible acaecido en una convención de magos. El uso de diálogos y su corrección son las señas de identidad de este cuento, que también incluye en su haber chistes privados y homenajes a la novela negra. Un juego de espejos ubicado en un mundo en el que la geometría euclidiana se ha roto en mil pedazos y toma su lugar el puro homenaje a Alicia en el País de las Maravillas, con conejo, prestidigitador y asesino/asesinado incluido. La explicación final no funciona de puro fuego de artificio, algo que al lector no le importará por lo simpático de la premisa.
"La deuda de tu sangre", de Sergio Azlor, es la contribución del género de terror al volumen y el cuento más largo. Comienza utilizando los resortes de la cotidianidad, para introducir poco a poco la adecuada atmósfera malsana. No resulta original descubrir el pasado turbio de la familia del anodino protagonista, pero al menos es convincente en su labor. El atisbo de una sombra, un rostro fugaz, el descubrimiento de una tumba en un edificio abandonado... son elementos que, bien llevados, siguen creando desasosiego en el lector y le conducen al clímax.
"Magna Viperia Morphis", de Juan Antonio Fernández Madrigal, es la apuesta más personal y arriesgada. Extraño cuento, simbólico, a ratos incomprensible, combina mitología hindú con tradición cristiana. Ubicado en la Edad Media (primer año del primer milenio), con la peste azotando a la población de una anónima ciudad, un todopoderoso y enigmático demonio hace su aparición y se dueña del máximo símbolo de poder: la catedral. El cuento contiene una imaginería muy poderosa, deudora del excelente e iconoclasta "Petra" (Greg Bear, Mirrorshades) con el que comparte deidades profanas. Un relato que no deja indiferente, de los que gusta releer.
"Viaje a la violencia", de Javier Álvarez Mesa, es el diario vital de un can asturiano, próximo al emergente subgénero apodado "cachava y boina" pero que -a mi modo de ver- se aproxima mucho más a la picaresca. Las desventuras del antihéroe protagonista son narradas con abundante socarronería y mala uva: el paso por diferentes amos, el encuentro con un orco, el fatal desenlace y la moraleja final; todo ello le acercan más a la imperecedera picaresca (¿picaresca fantástica?, ¿estelar? Recordemos el precedente de Memorias de un merodeador estelar, de Carlos Saiz Cidoncha). La elección del título supone todo un misterio; por contra, resulta impagable el neologismo "pistochillo".
"Vieja maldición china" sí es una auténtica utopía franquista. Densa y perfectamente ambientada, combina sin rubor el incidente Rosswell con hombres de negro, correrías de un niño bien progre y antiguo régimen reconstituido en un puzzle donde las piezas encajan perfectamente aunque el lector deberá descubrir cómo. Obviamente, incluye detalles históricos y personajes reconocibles para aumentar la sensación de verosimilitud. Es el relato con la atmósfera más sólida, creíble y vendible fuera del género; de hecho, constituiría un estupendo guión para una película de Alejandro Amenábar. Sin duda el mejor relato de la antología aunque, de nuevo, la elección del título suponga un misterio.
Las cartas se muestran desnudas sobre el tapete. El tahúr sonríe, seguro de su victoria. El lector, que ha disfrutado de una partida ejemplar, da por bien invertido el montante de la apuesta, esperando que la siguiente partida sea al menos tan interesante como la ésta. No hay tiempo para más, el saloon cierra sus puertas hasta el año próximo, cuando se reúnan en círculo los mejores jugadores y las cartas se vuelvan nuevamente a barajar.
Nota para clasicistas: en resumen, un buen puñado de historias, con los naturales altibajos, pero que en conjunto reflejan una producción emergente y de calidad por parte de una nueva generación de autores. Una frase que no por más repetida le resta un ápice de su valor. Y, algo fundamental, unos enfoques y estilos que nos son propios (algunos tan singulares como historias de cachava y boina, ucronías franquistas, picaresca fantástica, laberintos borgianos...). Creo sinceramente que algunos de estos autores muestran arrestos suficientes como para que, si perseveran, puedan dar el relevo a la mejor generación de escritores de literatura fantástica que ha tenido nunca este país.
Éstos pueden ser los autores del futuro, éstas sus primeras historias. ¿Vas a dejarlo pasar?
Mariano Villarreal
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