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Sandman contra Fu-Manchú
Sandman contra Fu-Manchú
Guión: Neil Gaiman
Dibujo: Rob Liefeld, Todd McFarlane, J. Scott Campbell, Jim Lee

Título original: The Dreams of the Infamous Doctor
Trad. Bel Atreides
Col. Nuevas Fronteras nº 4
Norma Editorial, 2001

Gaiman parece que no puede librarse del personaje que le dio fama. Como un Arthur Conan Doyle cualquiera lo resucita una y otra vez y se embarca con él en paseos nostálgicos que poco aportan a lo que ya sabemos del personaje, aunque mucho, suponemos, al bolsillo de su creador.

En esta ocasión, y siguiendo los pasos de su amigo y mentor Alan Moore el autor británico ha decidido embarcar al Señor de los Sueños en el subgénero conocido como steampunk. Sorprendentemente, tiene éxito donde Moore fracasó, pues Gaiman sí que parece haber podido convencer a los herederos de Sax Rohmer para poder usar el nombre el Infame Doctor que da título a la -oportunista- edición española del cómic.

Más sorprendentemente aún, en esta ocasión el inglés ha abandonado su costumbre de rodearse de dibujantes más o menos outsiders y ha decidido contratar a algunos de los más exitosos -a la par que ocasionalmente vituperados- lápices del mercado de superhéroes, haciendo que cada uno de ellos ilustre un capítulo de su novela gráfica.

Narrativamente el tebeo resulta decepcionante: una manida trama en la que Fu-Manchú intenta conquistar el mundo del Sueño, con un Morfeo que utiliza como defensa los libros nunca escritos que Lucien guarda en su biblioteca y de donde saldrán criaturas tan estrafalarias como un Sherlock Holmes al borde siempre del síndrome de abstinencia de la cocaína, un Drácula continuamente ebrio de sangre que no hace más que repetir "nunca bebo.. vino" entre carcajadas de borracho o un Conde de Montecristo arruinado que suspira por las glorias pasadas y el dinero lapidado en venganzas interminables. El clímax de la narración no puede ser más estúpido, con un Sandman intentando convencer a Fu-Manchú de que no es más que una criatura de ficción y con el Infame Doctor riéndose a malévolas carcajadas mientras responde "pues anda, que tú...".

Por suerte, el dibujo compensa los fallos de la historia. Liefeld está inconmesurable, casi tanto como las larguísimas piernas de sus personajes, y nos desvela que lo que muchos habíamos tomado como incompetencia no es sino maestría, que su pretendido desconocimiento de la anatomía humana, la perspectiva o el encuadre no era otra cosa que una rendición a la matemática del espejo deformante, a la liturgia del desorden. Nunca Muerte ha estado tan sexy, como cuando la dibuja Scott Campbell, con sus continuos cambios de vestuario de una viñeta a otra y sus poses de chica Bond o ángel de Charlie que hacen que uno desee morir entre sus brazos (¿dónde si no?). ¿Qué decir del escuadrón de calabazas-ninja comandadas por Mervin y genialmente ilustradas por Lee, en dos páginas prodigiosas en las que todo es acción, movimiento y elegancia? Y no puedo dejar de mencionar la aportación indispensable de McFarlane, convirtiendo el manto de Morfeo en un ser vivo que sobrepasa las viñetas y amenaza con salir de la página.

Si no por otra cosa, debemos estarle agradecido a Gaiman por haber reunido tantos talentos en un solo cómic, especialmente en la última y prodigiosa splash page en la que los cuatro -¿me atreveré a decirlo?- genios aúnan sus fuerzas para crear una secuencia prodigiosa en la que no se entiende nada, ni falta que hace.

Un tebeo para dejar vagar nuestra mirada atónita y vaciar nuestra mente. Y, con un poco de suerte, para seguir teniéndola vacía una vez terminado.

Rodolfo Martínez

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