Sin ninguna duda, Robert E. Howard es una de las referencias más importantes dentro del genero fantástico. Además de formar parte del Círculo de Lovecraft y ser uno de los príncipes de la famosa revista pulp Weird Tales, se bastó por sí solo para dar forma y contenido a todo un subgénero, el de espada y brujería, aportando de paso con el bárbaro Conan uno de los personajes más célebres que ha dado la mitología fantástica, y que terminó por traspasar las fronteras del género para pasar a formar parte de la cultura general.
Pero conocer la obra de Howard es descubrir que en sus historias hay mucho más que el famoso bárbaro. El libro que nos ocupa es un vehículo ideal para conocerlas, pues en él se recogen por igual sus virtudes y defectos, así como sus influencias más evidentes.
La mayoría de los relatos, de claro carácter fantástico, abordan diferentes épocas y argumentos. Tienen, sin embargo, algo que los relaciona y da pie a esta antología: el terror. Un terror que se nos presenta de las formas más diversas, pues en estas páginas nos encontramos por igual con brujos de ultratumba, dioses primigenios y hombres lobo.
A pesar de la variedad de los temas de Howard, resulta evidente la dificultad que tenía el autor a la hora de trabajar la personalidad de sus protagonistas, lo que hace que muchos estén cortados por el mismo patrón, ya se trate de un sanguinario guerrero celta, un aguerrido vikingo o un pistolero de western. Personajes atléticos e imbatibles en la lucha, irresistibles para las mujeres y resueltos contra el peligro, al más puro estilo de Conan, que más bien parecen de cartón piedra y que denuncian el origen pulp de los relatos. Igualmente resulta algo machacante la frecuencia con que el autor recurre al viaje astral o al mundo de los sueños para sumerginos es sus mundos fantásticos y de pesadilla.
Si bien es cierto que los personajes presentan ciertas carencias, con los mundos en los que transcurre la acción, así como con el argumento de sus historias, sucede todo lo contrario. La ambientación deliciosa y la acción más frenética aseguran al lector algo por lo que el autor es también famoso: la pura diversión.
Evidentemente, el libro recoge algunos relatos menores, cuyo principal interés radica en la dificultad de encontrarlos en castellano, pero también incluye verdaderas genialidades y algunas obras maestras, relatos de suma importancia dentro del género y cimas creativas en la producción del tejano. Relatos lovecraftianos como "La piedra negra" y "El fuego de Asurbanipal", de corte fantástico como "Los gusanos de la tierra" y "El hombre oscuro" o tan sublimes y aterradores como el famoso "Las palomas del infierno" son dignos merecedores de constar en las mejores antologías de terror. Son del todo imprescindibles y nos recuerdan con insistencia a dónde podría haber llegado el autor de no haberse suicidado a la temprana edad de treinta años.
Se hace necesario también destacar la labor de Valdemar, tanto por la interesante iniciativa de publicar los relatos de terror sobrenatural de Howard, como por lo cuidado de la edición y traducción del volumen, algo a lo que los habituales lectores de esta editorial ya estamos acostumbrados.
Miguel Angel López
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