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Bearn o la Sala de las Muñecas
Bearn o la Sala de las Muñecas
Llorenç Villalonga
Col. Libro Amigo nº 1205/802
Ediciones Bruguera, 1981

Bearn es a Mallorca lo que El gatopardo a las dos Sicilias. Como en la novela de Lampedusa, en la obra de Villalonga asistimos a la liquidación de los restos del Antiguo Régimen, ante la mirada entre curiosa e indiferente de un noble que se erige en personaje central.

En Bearn, don Antonio de Bearn, casado con su prima María Antonia y sin descendencia, sabe que con él se extingue la grandeza de su casa, de orígenes navarros, sobre la isla de Mallorca. Pero lejos de acomodarse a los tiempos o de luchar contra la marea de la historia, don Antonio se entrega a sus propios placeres decadentes, que incluyen tanto aficiones ilustradas (la construcción de automóviles a vapor y la lectura de Voltaire y Diderot) como escapadas francamente feudales (castigar al mayoral de su finca a correazos, o seducir a las muchachas de sus dominios y aun a su propia sobrina).

Fruto de las relaciones ilegítimas de don Antonio es el seminarista y luego sacerdote Juan Mayol, criado por los Bearn y albacea literario del señor. Pues cuando el anciano matrimonio muere en circunstancias misteriosas, Juan queda como único amigo de su memoria, el único que puede reconstruir, sobre la base de las Memorias de don Antonio, el periodo durante la segunda mitad del siglo pasado en el que se produce la decadencia definitiva del dominio de Bearn.

Dos elementos dinamizan la trama. Uno, las súbitas reapariciones de Doña Xima, la sobrina seducida por don Antonio en París y que llega a convertirse en una personalidad del Segundo Imperio. El otro, la existencia de una recóndita Sala de las Muñecas donde cierto antepasado de los tiempos de Carlos IV, don Felipe, se dedicó a su afición por el travestismo, y donde murió. Esta habitación proporciona un misterio y un epílogo en el que se vincula a don Antonio con la masonería y que parece más a propósito para escandalizar a los lectores de los años cincuenta que a tono con el resto de la novela.

Tiene un particular interés el punto de vista del narrador, Juan Mayol, extraordinariamente discreto (su ilegitimidad se sospecha, nunca se afirma) y dividido ante la enorme figura de don Antonio. Pues si por un lado teme su condenación y como capellán de la casa se preocupa por las perversiones del último Bearn, por otro no puede evitar admirar el espíritu ilustrado que habita en él; y, en última instancia, alberga sentimientos filiales que sólo parcialmente son correspondidos por don Antonio, que aprecia a su bastardo pero que, como todos los señores (y esto lo constata Juan a menudo) tiene el corazón de piedra.

Luis G. Prado

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