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Los superjuguetes duran todo el verano
Los superjuguetes duran todo el verano
Brian Aldiss
Título original: Supertoys Last All Summer Long
Trad. Eduardo G. Murillo
Plaza & Janés, 2001

Lo más llamativo de esta antología no es que Steven Spielberg haya sido capaz de desarrollar una película de dos horas y media tomando como materia prima tres relatos de apenas veinte páginas cada uno, sino la constatación de la decadencia literaria de Brian W. Aldiss. El autor de La nave estelar, Barbagrís o la serie Heliconia ya no da más de sí y se une al grupo de viejas glorias del género, integrado por Bradbury, Pohl o Clarke (cuando no tiene a mano a un Stephen Baxter que dignifique sus últimos trabajos), que viven en permanente estado de caída libre. Es una verdadera lástima, máxime teniendo en cuenta lo que ha supuesto Aldiss para la historia del género, pero esto es ley de vida y, en todo caso, los relatos aquí incluidos resultan bastante inocuos.

La más antigua de las historias que componen este volumen, "Los superjuguetes duran todo el verano", es de las pocas que podemos considerar totalmente salvables. Cuenta la historia ya sabida por la película de Spielberg: David es un robot con apariencia de niño que empieza a plantearse su propia condición humana, siempre acompañado por su osito Teddy. No se trata de un mal relato, pero se hace duro asimilar que será la obra más conocida de alguien capaz de pergeñar maravillas de la literatura inglesa del siglo XX como "El árbol de saliva", "Herejías del dios inmenso" o "Mi país no es sólo tuyo".

Sus continuaciones, "Los superjuguetes cuando llega el invierno" y "Los superjuguetes en otras estaciones", siguen en la misma tónica. Pero con una salvedad: sucumben al síndrome de la secuela, empeñado Aldiss en construir un universo narrativo tan minimalista como poco atrayente que, de hecho, gana enteros en la adaptación cinematográfica realizada por Spielberg. Predomina un tono intimista y, por qué no decirlo, en ciertas ocasiones moralista, absolutamente impropio de un autor de la talla e inquietudes temáticas del británico. Aldiss se ha convertido, en cierto modo, en un remedo del Bradbury más cargante.

En cuanto al resto de los relatos, decir que resultan bastante normalitos. Puestos a salvar, tal vez lo más interesante resulte "Un Marte diferente" y, más que relatos concretos, todos ellos realmente esquemáticos, ligeros, impropios de alguien que siempre supo ser complejo y trascendente, lo más destacable es el tono crepuscular, la sensación de pérdida y derrotismo, de la inminencia de un fin en absoluto deseable. Pues ése es uno de los aspectos más salvables de esta recopilación: cuando no resulta dulzón, Aldiss consigue, aunque sólo en destellos, transmitir una atmósfera melancólica que en ocasiones permite entrever al gran escritor que fue, sólo que con nuevas inquietudes.

Mención aparte merece el prólogo, en el que Aldiss refiere los entresijos de su relación profesional con Stanley Kubrick, con motivo de la escritura de los primeros guiones de IA. Inteligencia artificial. Realmente interesante, su lectura resulta imprescindible para todo amante del cine que se precie, y en cierto modo se puede complementar con el ensayo "El fontanero de Kubrick", de Ian Watson, que próximamente aparecerá en Stalker nº 17.

Juan Manuel Santiago

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