Si Stanley G. Weinbaum no hubiese muerto prematuramente en 1935, hoy le conoceríamos más que probablemente como uno de los grandes maestros de la ciencia-ficción, a la altura de Asimov o Heinlein. Su carrera como escritor en las revistas de la época duró escasamente año y medio, pero le bastó para ser reconocido como el mejor por sus propios colegas. De los 23 relatos que llegó a publicar, Ediciones Abraxas nos presenta ahora una antología con seis de los más logrados.
Las historias que contiene este libro sorprenden gratamente a poca curiosidad que uno sienta por los orígenes del género. Se puede decir que la ciencia-ficción de Weinbaum no es únicamente la lectura ligera de aventuras que uno espera encontrar en una obra de esta época. Encontramos ya en ella tópicos que van a ser frecuentados por todos los maestros posteriores, y su tratamiento no decepciona lo más mínimo. Así, en relatos como "Odisea en Marte", que da título al volumen, su continuación "El valle de los sueños" o "Lotófagos", encontramos algunos de los alienígenas más extraños de la historia del género, sólo comparables probablemente, por lo incomprensible, con los que presenta Stanislaw Lem en Edén o Solaris. Y es que, además de los típicos monstruos de ojos saltones o seres viscosos telepáticos tan al uso en los pulps de la época, nos son descritos alienígenas con los que el mismo contacto resulta poco menos que imposible debido a su peculiar psicología: milenarios seres de silicio, vegetales inteligentes y, sobre todo, el estrafalario Tweel, con pinta de avestruz, que se pasa media vida enterrando su pico-trompa en el suelo por alguna misteriosa razón. Y todo ello sin que los planetas Marte y Venus que nos presentan con topónimos tan evocadores como "las montañas de la eternidad" o "Erotia", sean menos bulliciosos y llenos de vida que los del mismo Burroughs. De hecho, uno de los alicientes del libro es contemplar un Marte plagado de canales que llevan el agua desde los casquetes polares a multitud de pueblos alienígenas pero, al mismo tiempo, con cierta cantidad de especulación más realista sobre las posibles condiciones del planeta rojo; mezcolanza solo posible en la época fronteriza que le toco vivir a Weinbaum. Además encontramos un interés por la ciencia que va a estar presente más tarde en la Edad de Oro y que hace que los cuentos de Weinbaum trasciendan las meras "historias de marcianos" para narrar desde inquietantes experimentos en seres humanos hasta un pequeño problema matemático en "El límite de infinito", que probablemente es el más flojo de los relatos del presente volumen. Aquí hay que decir que evidentemente no vamos a encontrar ciencia de última generación, e incluso a veces las explicaciones que da el autor a temas tan actuales como la ingeniería genética producen cierta diversión, por no decir sonrojo, a la luz de los actuales conocimientos. Hay que tener en cuenta que no fue hasta 1953 cuando Watson y Crick desentrañaron el secreto del ADN, por lo que es un mérito para el autor haber escrito ya en los años treinta joyas como el primer relato que trata el tema en la historia, "La isla de Proteo". También vamos a encontrar a una mutante malvada en "Máxima adaptabilidad", que viene a representar al superhombre, tan de moda en los años treinta, con la peculiaridad de que esta vez es una supermujer que utiliza todas las armas que, según el pensamiento de la época, son propias de su sexo, para lograr sus objetivos. En los cuentos ya citados sobre Marte y Venus hallamos alienígenas cuya inteligencia y sentido común superan a los humanos de lejos, lo que nos hace pensar que quizás sea una suerte que Weinbaum, habitual de la revista Astounding en su primera época no llegara a verse encorsetado por las imposiciones de John W. Campbell Jr. Por último, en los ya citados "Lotófagos" y "El límite de infinito" reconocemos el relato de tesis, en los que los diálogos sustituyen a la acción en los problemas que se plantean y que tan querido va a ser años después para el Buen Doctor.
En definitiva, una obra imprescindible para arqueólogos del género que, sin duda, agradecerán al editor su deferencia, pero que no dejará mal sabor de boca a cualquier lector menos avisado.
José Antonio del Valle
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