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La radio de Darwin
La radio de Darwin
Greg Bear
Título original: Darwin's Radio
Trad. Pedro Jorge Romero
Col. Nova nº 144
Ediciones B, 2001

Greg Bear vuelve a visitar, como ya hiciera años antes en Música en la sangre, el candente escenario del genoma humano y el estudio de los virus como vehículos de información genética, aunque en este caso sin abusar del artificio nanotecnológico. Como es habitual en sus novelas, el autor opta por la profusión de personajes y se luce en el empleo de la técnica de narración simultanea como medio para dotar de profundidad a una interesante trama de pretendido trasfondo humanista.

La primera parte del libro compone un interesantísimo tratado de ciencia-ficción dura desde el punto de vista de la Biología, muy bien apoyado en unos personajes que rezuman verosimilitud y que, en algún caso, llegan a recordar a la maravillosa novela Cronopaisaje de Gregory Benford, por su tratamiento de los vericuetos del mundillo científico.

El hallazgo de dos momias neandertales en los Alpes se une al estallido de un misterioso virus culpable de un creciente número de abortos en Estados Unidos. Aunque la confluencia de las dos tramas, así como la resolución del misterio al que conducen, es bastante previsible, Bear logra mantener el interés hasta el ecuador de la novela gracias a los diversos personajes que conducen la historia.

Desgraciadamente, a mitad de libro todo está dicho, y lo que la lógica dicta que debería ser un rápido y digno final, se convierte, a causa de otro virus muy conocido últimamente en el género -paginitis aguda-, en una gratuita sucesión de aburridas e inaguantables páginas. Para rellenar este ejercicio de estiramiento papírico, Bear cambia de registro y hace derivar la narración hacia las empalagosas latitudes de la novela rosa. Los personajes que tan bien había sabido construir son impasiblemente desmantelados y puestos del revés. Al final de las 500 páginas, de la personalidad anterior de los protagonistas sólo queda el nombre; del interés inicial por la trama, absolutamente nada.

La bióloga Kaye Lang, personaje central de la novela, comienza representando la figura del científico serio inmerso en problemas personales, pero ante todo profesional, para terminar transformándose en la liberada protagonista de una meliflua versión del On the road que diera fama a Kerouac. El lenguaje técnico de una candidata al Nobel muta, con el transcurrir de las páginas, en una colección de fragmentos panolis que, de venir de una persona real, provocarían vergüenza ajena. Baste poner como ejemplo ese "Sé mi hombre" (oh, yeah) que la antes fría doctora le dedica repetidas veces a su consorte, un hombre "moderno" que da la sensación, a pesar de sus estudios en Paleontología, de estar continuamente al borde de un ataque de nervios.

Si el libro ofrece un mensaje, éste también es polémico, ya que como solución última, el autor propone un retorno a la naturaleza en contraposición a un tratamiento más científico. Voluntaria o involuntariamente, las propuestas finales de Bear acusan un marcado tono reaccionario, algo que choca con un comienzo de novela racionalista. Para completar la jugada, el autor no ha perdido tiempo en anunciar la continuación de la novela. Bajo el título de Darwin's Children, cabe temer un nuevo ejemplo de elefantiasis vacua. Hasta entonces, los aficionados al clembuterol literario pueden entretenerse leyendo este premio Nebula, que vuelve a demostrar el terrible daño que el mercantilismo le está haciendo, de un tiempo a esta parte, al mundo de las letras. Nada nuevo bajo el sol.

Santiago L. Moreno

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