A Greg Egan le gusta hacer piruetas sin red. En cada una de sus novelas ha cogido una (o varias) de las más controvertidas ideas de la ciencia moderna y ha intentado jugar con ellas hasta las últimas consecuencias. No siempre ha tenido éxito, narrativamente hablando, pero incluso en sus obras fallidas el lector encuentra los suficientes elementos interesantes como para que la lectura le merezca la pena.
En Axiomatic se recogen quince relatos en los que el autor australiano explora sin miedo temas como la identidad personal, el destino, la manipulación genética, las conspiraciones globales, la culpabilidad... Aunque, en realidad, explore una y otra vez un único tema: qué significa ser humano en un mundo siempre cambiante, continuamente vertiginoso; qué nos define como personas más allá de nuestra carne o nuestros recuerdos.
Ninguno de estos cuentos tiene la pretensión de desarrollarse en un universo común, y sin embargo, juntos describen un panorama plausible de lo que podría ser nuestro futuro cercano y, sobre todo, de cómo podríamos (o no) desenvolvernos en él.
Relatos como "Learning to Be Me", "The Hundred-Light-Year Diary" o "The Safe-Deposit Box" son la quintaesencia de lo que debe ser un buen cuento de ciencia-ficción: sentido de la maravilla en estado puro, bien dosificado y narrado, y una idea central tan inquietante y original como estremecedoramente plausible. Una idea que no se nos hace evidente en las primeras páginas del relato, sino que, poco a poco, va ganando fuerza a medida que el autor nos va permitiendo contemplar aspectos distintos del panorama que ha trazado para nosotros. Al final, cuando la revelación llega, lo hace de un modo tan suave que no hay sorpresa y uno termina de leer el cuento sin la sensación de que le hayan contado nada especial. Sólo después, en el tiempo que uno deja entre historia e historia, comprende la fuerza de lo que Egan acaba de sugerir y entiende por fin el verdadero impacto de lo que acaba de leer. Sin necesidad de arrojar sus ideas a la cara del lector, sin tener que gritar entre líneas "¡mira lo original que soy!", el australiano es capaz de dejarnos petrificados en el asiento ante las implicaciones de lo que nos narra. Y lo hace suavemente, casi sin querer, como si no tuviera ninguna importancia.
Se ha comparado a veces a Egan con Philip K. Dick (un Dick que tuviera conocimientos científicos, se ha dicho) y sin embargo, leyendo sus relatos cortos las sensación que tenía en ocasiones es que estaba ante un Borges angloparlante que, por fin, se había decidido a escribir ciencia-ficción. No sólo porque los cuentos de Egan sean tremendamente cerebrales (lo que, por cierto, lo aleja inevitablemente del derroche de pasión caótica que eran muchos relatos de Dick) sino por la elegancia y sutileza con la que el escritor australiano encierra sus ideas en el texto.
Los que ya hayan leído novelas de Greg Egan como Ciudad permutación, Cuarentena o El instante Aleph encontrarán en este libro el embrión de buena parte de los temas que luego desarrollará allí más ampliamente. Los que no, se encontrarán con un espléndido libro de relatos llenos de excelentes ideas, muy bien contados y que demuestran, una vez más, la fuerza que los cuentos cortos siguen teniendo en el género de la ciencia-ficción, y el modo en que, en las manos adecuadas, resultan perfectos para explorar terrenos extraños.
Rodolfo Martínez
(Reseña publicada originalmente en La página de Rodolfo Martínez)
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