A estas alturas no sorprende a nadie que un escritor que se ha topado con un filón de oro lo apure hasta las heces. Pero sucede que, en la mayoría de los casos, la calidad de las secuelas suele ser inversamente proporcional al número que hacen dentro de la serie, y Vittorio, el vampiro no es una excepción. No hay nada en la nueva entrega que no esté en las anteriores: el gusto por lo suntuoso que muchas veces roza la horterada de nuevo rico tan común en los Estados Unidos, los personajes calcados de anteriores novelas hasta el punto de que nos resulta difícil saber en ocasiones si estamos hablando de Vittorio, de Lestat o de Louis, tan parecidas son sus biografías y sus presuntos problemas morales a la hora de afrontar su nueva naturaleza. Pero es que, además, Rice nos castiga con datos sobre el arte renacentista, sobre la ropa, sobre la arquitectura, las armas y la historia de Italia que no son sino meras excusas para engordar lo suficiente una novela que, a pesar de lo que la autora nos dice al final, no enseña nada nuevo; además de ser elementos que dibujan un presunto glamour de lo europeo del que la autora se nutre constantemente en su obra.
La novela narra en primera persona las aventuras de Vittorio, el hijo de un señor feudal italiano de lo más benévolo para con sus súbditos (¿les suena?) que pierde a toda su familia en el ataque de una comunidad de vampiros que se dedican a poner en práctica su particular idea de la eugenesia, lo que le obliga a iniciar su particular vendetta. Mientras tanto, se nos describe una Europa medieval de cuento de hadas que quizás no le rechine demasiado a un paleto de Arkansas, pero que desde luego no es la que nos enseñaron en la escuela a este lado del Atlántico. Es curioso lo poco lejos que hay que irse para encontrar cosas que suenen exóticas al oído del lector medio norteamericano que, en teoría, es el que da de comer a doña Anne, pero ¡por Dios! ¿Hay alguna pobre mujer italiana que se llame Bartola como la hermana del protagonista de esto? En fin, hay que llegar a la conclusión de que resulta fácil saber cuando el que describe la Edad Media es europeo o americano: sólo hay que fijarse en la cantidad de barro y mugre que aparece.
Por lo que sé, creo que es la primera vez que las historias incluidas dentro de una franquicia superan a las de la serie original. Incluso se notan esfuerzos por adaptar la historia para mayor disfrute de jugadores del juego de rol, como cuando el protagonista ejecuta él solito a toda una comunidad de vampiros antiguos con la única ayuda de... ¡ángeles de la guardia! Ni el master más avezado habría hecho salir a sus jugadores primerizos de una amenaza muy superior a ellos de manera tan inesperada. Lo que ocurre es que no recuerdo que en ninguna otra de sus obras se mencione a los ángeles, por lo que me suena demasiado al deux ex machina de turno.
En definitiva: repetición hasta la saciedad de esquemas previos e ideas preconcebidas, como que todo lo más in viene de Francia, incluso en una época en la que Italia era el centro artístico y comercial de Europa y, lo peor, el tema recurrente de toda la serie, las cuitas morales del vampiro que desvirtúan completamente a este personaje arquetípico, pasando del Drácula de Stoker o el Barlow del Salem´s Lot de Stephen King, verdaderas alimañas infernales sedientas de sangre sin ningún remordimiento, al "soy vampiro porque el mundo me ha hecho así", más digno de pena que de otra cosa, que es el que están conociendo las nuevas generaciones de lectores gracias a la señora Rice y las franquicias basadas en juegos de rol.
Si me aceptan un consejo, la vida es demasiado corta para perder el tiempo en según qué cosas.
José Antonio del Valle
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