El amor es uno de los temas más recurrentes de la literatura universal, desde Romeo y Julieta de Willian Shakespeare hasta Seda de Alessandro Baricco. Se han tratado todas sus vertientes, su matices y en prácticamente todos lo géneros literarios. Por ello llama la atención que dentro de la ciencia-ficción apenas ha sido tratado, y cuando algunos autores se han atrevido a ello, lo hayan hecho torpemente, usando tópicos o haciendo versiones de clásicos de la literatura universal. Pero en 1977 llegó George R.R. Martin, sin hacer mucho ruido, casi por la puerta de atrás, y en su primera novela demostró las infinitas posibilidades del amor dentro del género, y no sólo eso, sino que además creó una de las mejores novelas de ciencia-ficción de todos los tiempos.
Y es que el amor es el motor, el corazón de esta novela, donde los personajes se mueven entorno a él, luchan por él y mueren por él. Pero el amor tiene muchas caras, y Martin las disecciona en todas su facetas, llevándolas a los extremos, mezclándolas y fundiéndolas. Si en muchas obras la base de la novela está formada por un triángulo amoroso, aquí el autor fuerza el polígono y lo transforma en un cuadrado, y cada vértice, cada personaje entiende y vive el amor de una manera diferente, desde la idealización del ser amado a la sumisión, pasando por el hermanamiento y por el amor protector. Pero el autor llevará a estos personajes a un viaje interior sin retorno, donde tendrán que luchar contra sus códigos de honor, tendrán que asumir realidades que jamás quisieron ver, deberán redefinir y replantearse sus lazos afectivos, tendrán crecer más allá de las limitaciones impuestas por su doctrina, por su cultura, por sus creencias.
Todo ello se desarrolla en Worlorn, un planeta agonizante cuyo canto de sirena albergó el Festival de los Mundos Exteriores, la apuesta por la vida en todo su lujo y esplendor en un mundo destinado a la muerte. Pero ahora sólo le quedan pequeños reductos de esa vida, cuidades en su mayoría desiertas o semi-desiertas, las cuales representan cada uno de los pueblos que quisieron reírse del destino. Este planeta está ahora dominado por clanes de kavalares, con un férreo código de honor del clan, y cuyas rivalidades cada vez son más patentes. Sobre todo entre los Jadehierro, donde el noble Jaantony Riv Lobo alto-Jadehierro Vikary intenta adaptar el código de honor kavalar y su cultura a las necesidades de Worlorn y a una integración del resto de hombres y cuasi-hombres, y los Braith, que se aferrán a las antiguas tradiciones y códigos kavalares, y cuya actividad predilecta es la caza de cuasi-hombres. Y a este mundo es a donde llega Dirk t´Larien en busca del amor perdido, para revivir las pasiones pasadas con la esperanza de una antigua promesa en forma de una joya susurrante, pero Gwen Delvano, su antiguo amor, ha cambiado y sus circunstancias también.
A partir de aquí, Martín despliega toda su maestría en la descripción de escenarios y en la creación de múltiples artefactos tecnológicos, todo ello a través de los ojos de Dirk, que irá pasando de ser un mero espectador a ser unos de los hombres que cambiarán la historia de Worlorn, un anti-héroe con el que el lector rápidamente se identifica. El autor lo usa como guía para introducirnos tanto en Worlorn como en el corazón de los personajes.
Estamos ante una novela donde el lector sale con una nueva perspectiva del mundo, y sobre todo con una nueva perspectiva del amor.
J. Fidel Insúa
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