La literatura infantil siempre se ha llevado bien con la fantasía. El tipo de lector al que va dirigida permite, debido a su menor exigencia intelectual, que el rigor y la coherencia de las historias no esclavicen la creatividad. Las ideas, así, se muestran más frescas, más puras que en la producción adulta. A cambio, este género para menores ha adquirido en los últimos tiempos la obligación de mostrarse didáctico, de enseñar algo a sus lectores.
Rafael Estrada, recordado portadista de la colección Futurópolis de Miraguano, se muestra curiosamente ambiguo al respecto. Crea una historia atractiva, bien entretejida y de una simpleza ejemplar, conjugando valores tan tradicionales como la imaginación, el amor a la familia y el valor, pero no logra evitar dejar su impronta de escritor adulto. Paradójicamente, introduce un mensaje en forma de crítica contra aquellos escritores que introducen mensajes en los cuentos infantiles, y confunde de paso la labor didáctica con la docente, sometiendo a los pequeños lectores a un breve tratado de informática en rápidas lecciones, en el que, además, los protagonistas se expresan como personas de distinta edad a la suya.
Sin duda, donde la obra muestra mayor calidad es en la imaginativa trama, diseñada para mantener la atención del joven lector por medio de la intriga y el misterio. La historia, que guarda incluso una inesperada sorpresa final, está contada en formato flashback, unos años más tarde, por la propia protagonista.
Julia, una niña de doce años, vive la separación de sus padres con un sentimiento cercano a la incertidumbre. Afortunadamente, su abuela no sólo constituye una firme figura en la que apoyarse, sino también una fuente de apasionantes misterios. Gracias a sus consejos, logrará entrar en la dimensión de las malvadas sombras que están a punto de hacerse con su padre, quien desde hace un tiempo muestra una reprobable ausencia hacia ella. Julia, ayudada por la "abu" y por un amigo, reunirá finalmente el valor necesario para introducirse en la ciudad de las sombras y, posteriormente, rescatar a su padre.
La ciudad de las sombras ofrece un resultado final irregular. En cierto modo, capta satisfactoriamente el grado de incomprensión que la ruptura de los padres puede suponer para una mente infantil, forzada a refugiarse en un mundo de ensueño, pero los detalles ajenos a la trama (el mensaje/contramensaje y el encubierto manual de informática), innecesarios del todo, empañan ligeramente la atractiva historia que alberga.
Santiago L. Moreno
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