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PulpEdiciones
El juego de la ruleta rusa

Alberto Cairo



Un pequeño milagro

El mundo editorial de la ciencia-ficción española es, salvo excepciones, un páramo. Al abrigo de un núcleo fiel de lectores que procuran estar al día de las novedades, un puñado de editoriales sobrevive considerando best-seller todo lo que venda por encima de los 3.000 o 4.000 ejemplares. De ahí que cada nuevo aventurero en la dura tarea de ofrecer libros a la grey sea saludado con entusiasmo y hasta con una pizca de complicidad.

PulpEdiciones es el resultado de los esfuerzos de algunos de esos aventureros. Nacida primero como revista en el año 2000 (PulpMagazine) y más tarde como sello editorial (2001), su catálogo, aunque no es comparable con los de los dinosaurios de la profesión (Minotauro o Nova), sí hizo en su momento palidecer a los pujantes nuevos valores: Gigamesh, La Factoría de Ideas o Bibliópolis.

En un tiempo muy escaso, Pulp, liderada por Andres Sofío (áreas financiera y comercial) y Román Goicoechea (en labores de director editorial), y con la colaboración en algunas iniciativas de ciertos nombres destacados de la cf española, como los miembros de la Asociación Cultural Metrópolis Milenio León Arsenal y José Miguel Pallarés, ha publicado muchos títulos clave, especialmente grandes clásicos recuperados del olvido. Autores de la vieja escuela -Clark Ashton Smith o Edgar Rice Burroughs- se codeaban con otros más cercanos en el tiempo, pero de nivel equivalente, como Fritz Leiber, Frederik Pohl, y con españoles de renombre: Rafael Marín, Javier Negrete, etc.

El futuro, en principio, se presentaba prometedor para PulpEdiciones. Sus colecciones, a pesar de no tener una presentación demasiado alejada de la fanedición tradicional, estaban bien distribuidas y recibían buenas reseñas. El sello, dependiente de la empresa Río Henares Producciones Gráficas S.L., ha sido calificado de pequeño milagro editorial. No es para menos (1).

El triunfo en entredicho

A mediados de 2003 comienzan a circular por foros especializados rumores de presuntas ilegalidades, calificados por los responsables de PulpEdiciones de “calumnias”. El sello se había lanzado a un auténtico sprint que le llevó a poner en el mercado hasta cuatro o cinco títulos mensuales, a la altura de un monstruo como Minotauro, propiedad de la editorial Planeta. El desencadenante de las sospechas sobre las prácticas irregulares de Pulp fue la pugna por los derechos de los libros de Fritz Leiber.

Leiber es uno de los clásicos menos reeditados de la fantasía. Sus historias de Fafhrd y el Ratonero Gris, situadas en la mítica ciudad de Lankhmar, son auténticas piezas de coleccionista en los mercados de segunda mano, tan valoradas incluso como los libros de la serie de Elric de Melniboné, de Michael Moorcock. Tanto Planeta, a través de otra de sus filiales, Timun Mas, como Bibliópolis o Gigamesh, se pusieron en contacto en algún momento durante 2001 y 2002 con Daniel Baror, representante de los derechos de Leiber, para interesarse por la saga de Lankhmar o por otros libros del autor. El precio que Baror ponía a muchas de estas obras era “desorbitado” a juicio de esas empresas, por lo que las negociaciones, a varias bandas, se prolongaron durante meses.

La sorpresa llegó cuando PulpEdiciones anunció la publicación de una gran cantidad de obras de Leiber. No textos menores, sino la saga de Fafhrd y el Ratonero Gris al completo (hasta la fecha ha llegado a la calle el primer volumen, Lankhmar I), El gran momento (The Big Time) y Nuestra señora de las tinieblas (Our Lady of Darkness). ¿Cómo había conseguido aquella pequeña editorial comprar los derechos de semejantes joyas en bruto?

Según el representante de Leiber, no lo hizo. Daniel Baror fue muy claro en las respuestas a varias editoriales españolas, extrañadas por el asunto: a pesar de que los libros citados están ya a disposición del lector español y de que existieron conversaciones con Pulp “el único título vendido al mercado español es The Sinful Ones (Los que pecan), a Ediciones Colihue. Todos los demás están disponibles para el mercado hispanohablante”.

En las fechas en las que se hicieron por escrito dichas declaraciones, muy posteriores a la edición de los libros citados, no se había vendido “ningún título a PulpEdiciones”. Esto es: no se había firmado ningún contrato y, por supuesto, no se había pagado ni un euro por derechos antes de proceder a su publicación. Sin embargo, en El gran momento y en Nuestra señora de las tinieblas puede leerse “Publicado de acuerdo con el autor por mediación de Baror International Inc.”.

La versión de PulpEdiciones es que “todo es una cadena de casualidades. Le enviamos una propuesta (a Daniel Baror) y nos remitió los contratos”, que “se quedaron en un cajón” por un “descuido”. Por un segundo “descuido” se decidió continuar y “los libros salieron a la calle”. Cuando la editorial habló de nuevo con el agente, después de que se desencadenara la polémica, éste contestó que los contratos, que nunca fueron cerrados, no tenían validez alguna. Consecuencia, según Andrés Sofío: “nos exige una 'multa' de 10.000 dólares”. La misma cantidad que, según Román Goicoechea, figura en los acuerdos como adelanto global para “diez libros de Fritz Leiber que no verán la luz por prohibición expresa”.

Al mismo tiempo, Baror ha exigido a PulpEdiciones que retire todos los ejemplares de las librerías mientras busca “un nuevo editor” para el mercado hispanohablante. La serie de Lankhmar, por lo menos por un tiempo, seguirá siendo objeto preciado en el mercado de segunda mano.

Derechos impagados

La compra de derechos es un proceso por lo general largo, pero bastante sencillo de explicar. Un editor se interesa por un título o elige alguno ofrecido por los agentes y ofrece una cantidad como adelanto. El agente responde con una petición mayor y el regateo continúa hasta que una de las partes (generalmente el comprador) se retira o se cierra el negocio. Acto seguido, se formaliza lo acordado en un contrato, se pagan los derechos correspondientes y, sólo después, se procede a la edición.

Publicar sin acuerdo previo, además de estar fuera de la legalidad, supone una ventaja frente a la competencia que sí cumple los trámites: cuando una editorial se decide por un libro, arriesga un dinero adelantando parte de los ingresos correspondientes al porcentaje del autor. Es una especie de apuesta: si el libro no funciona, es posible que la editorial no recupere ni siquiera el dinero adelantado -además de los gastos de imprenta, traducción, cubiertas, etc-. Si uno de los actores se salta los pasos, juega sobre seguro: pagará el adelanto pendiente (o la “multa”, en palabras de Sofío) con los ingresos que obtenga tras las liquidaciones. Y eso si el representante se percata y reclama.

Los casos de vulneración de derechos no se limitan a los libros de Leiber. En la colección Aelita ha aparecido recientemente la saga del reverendo Hake, obra de Frederik Pohl, recopilación de tres novelas cortas tituladas The Cool War, Mars Unmasked y Like Unto the Locust.

Al igual que Daniel Baror, Isabel Monteagudo, de International Editors (Barcelona), representante del autor en nuestro país, es tajante: “Publicaron la Trilogía del reverendo Hake sin negociar nada”. Román Goicoechea se puso en contacto recientemente con ella para darle “explicaciones” sobre una “cadena de malos entendidos”. Lo que le dijo fue que, al no poder “localizar a los agentes” que llevaban dichas obras de Pohl, “siguieron adelante por su cuenta”. Monteagudo señala que esta excusa tiene una credibilidad nula, puesto que Pulp ya se había hablado con ella con anterioridad para interesarse por otros títulos.

Gene Wolfe, un autor generalmente publicado en nuestro país por Minotauro, también tiene una novela corta en PulpEdiciones, La muerte del Doctor Isla (Double, 2003), sin contrato de por medio. Wolfe es representado en España por la propia Isabel Monteagudo, que declaró que están estudiando medidas, que podrían ir desde negociar una compensación hasta pedir la retirada de los libros.

Además de las citadas, una tercera empresa de representación de autores española confirmó que Pulp se había comunicado con ellos para “arreglar varias irregularidades”. Los portavoces de esta empresa no desean hacer declaraciones sobre cuáles son los títulos afectados, a la espera de poder “solucionar” la situación “convenientemente”. Los representantes de la herencia de Lord Dunsany también muestran su “extrañeza” por la aparición de La espada de Welleran (Double, 4), pero tampoco desean extenderse en sus declaraciones.

En los casos citados, según Goicoechea, “los agentes no me respondieron cuando intenté negociar con ellos” o “me dieron largas”. Cuando esto sucede, “hay que forzar la situación. Si una editorial quiere sacar un libro y un agente no responde, la editorial debe seguir adelante” saltándose el proceso. “Es una reacción legítima. Lo que la gente quiere es pasta [sic]. Así lo arreglaremos: pagando cuando el agente se ponga en contacto con nosotros”.

Sin embargo, la explicación de Pulp no se sostiene ni su actuación es “legítima”. Una obra sólo puede traducirse y publicarse con consentimiento previo de su autor o de sus representantes. Es más, si este consentimiento no se plasma por escrito en un contrato de explotación, es completamente nulo según la Ley de Propiedad Intelectual. Los “preacuerdos” que alega Pulp para casos como el de Baror no sirven de nada. Si ni siquiera se ha contactado con los agentes, la falta es todavía más grave. Según Juan Mollá, presidente de la Asociación Colegial de Escritores (ACE) y uno de los mayores expertos en propiedad intelectual en nuestro país, “la ley es muy clara: no hay excepciones”. Nadie puede saltarse el proceso sin incurrir en una ilegalidad.

¿Quién es “M. Blanco”?

M. Blanco es un traductor eficaz y cumplidor, a juzgar por la velocidad a la que trabaja. En el ISBN (International Standard Book Number) figura su nombre completo, según PulpEdiciones: Manuel Blanco Rovira.

El primer problema con este profesional surgió en un foro de www.cyberdark.net. A raíz de una reseña de José Luis Mora en www.dreamers.com y otra de Iván Olmedo en la propia Cyberdark, un lector se quejó de que la traducción de Guardianes del tiempo (Poul Anderson, colección Aelita) era un calco de otra realizada hacía años por Trinidad Valiente. En este caso, la pista para detectar la copia fue una referencia a la “Cuesta de Moyano”, un conocido lugar de compra-venta de libros usados en Madrid, que no estaba en la versión original (en inglés). No hacían falta demasiadas pistas, de todas maneras: ambas versiones son casi gemelas.

PulpEdiciones se apresuró a emitir un comunicado oficial fechado en Villanueva de la Torre el 27 de septiembre de 2003 (2). En él se reconocía el “fusilamiento” [sic] y se cargaba toda la responsabilidad en el traductor, de quien en aquel momento no se daba nombre “sometiéndonos a la legalidad vigente”. A continuación, a pesar de que se reconocía un presunto delito cometido por una persona contratada para realizar un servicio, “no se retirarán del mercado los ejemplares de Guardianes del tiempo”. Eso sí, para Trinidad Valiente “quedan reservados todos los derechos de su trabajo”.

Pulp continuaba: “salvo las obras traducidas por este autor, todas las demás obras publicadas por PulpEdiciones han sido escrupulosamente traducidas a partir de ejemplares obtenidos de diferentes medios y siempre en su lengua original”.

Desde entonces, M. Blanco ha traducido bastantes más títulos para PulpEdiciones. En aquellas fechas, Román Goicoechea no explicó por qué seguían encargando trabajos a alguien que dañó la “imagen, honor y buen nombre” de la editorial y contra quien se “emprenderá las acciones legales de carácter administrativo que considere oportunas” y que “hizo uso en beneficio propio del trabajo de Dña. Trinidad Valiente”. Tampoco detalló cuáles son las “acciones legales” y por qué éstas no impidieron a M. Blanco trabajar para la empresa.

Este comunicado es un engaño deliberado a los lectores. Las once traducciones que Pulp ha publicado firmadas por M. Blanco son copias ya reconocidas.

“M. Blanco” era un pseudónimo que se usaba en el mundo de la ciencia-ficción española en los años 70 para traducciones “fusiladas”. Ediciones Dronte, el sello relacionado con la clásica revista Nueva Dimensión, lo empleó en varias ocasiones. Hasta el momento, Goicoechea siempre ha negado la relación entre el “M. Blanco” histórico y el actual. Dio una segunda versión a principios de 2004: el nombre sí es “un pseudónimo de un señor de Andalucía del que no puedo dar datos. Cobra en negro”.

“Nos la jugó bien jugada”, prosigue. ¿Y por qué hicieron más encargos a ese “señor de Andalucía” después del primer problema? ¿Por qué no se puso el resto de la colección Double en cuarentena a la espera de comprobar si había más copias? “Decidimos seguir adelante y, más tarde, si comprobábamos que eran plagios y aparecía el traductor original, negociaríamos con él y corregiríamos los datos en el ISBN”.

La explicación de Andrés Sofío es diferente. Admite, por fin, que las sospechas vertidas sobre M. Blanco son ciertas: “Es un pseudónimo de Román [Goicoechea] y otra gente. Se utiliza desde siempre. Cuando empezamos, vimos que ese nombre se había usado con anterioridad. En muchos libros antiguos nos es imposible localizar al autor de una traducción”, a pesar de que en todos los citados figura claramente, “o no lo podemos localizar. Si luego aparece, le pagaremos”. Lo que no explica es por qué cambiaron la firma del autor real presuntamente “inencontrable” por la de un personaje ficticio.

Los derechos de los traductores son similares a los de los autores: una editorial sólo puede ejercer el derecho de explotación si el propietario lo consiente por medio de un contrato. Lo contrario, como la actuación de PulpEdiciones, está fuera de la legalidad.

“No habrá más traducciones de M. Blanco”, promete Goicoechea. ¿Qué sucederá entonces con El reino de las sombras/El fuego de Asurbanipal (Robert E. Howard) o con Jinetes del salario púrpura/La balada de Beta-2 (Philip José Farmer/Samuel R. Delany), próximas novedades en Double? “Si ya hubieran salido, constará el traductor real en el ISBN”. Por el momento, aparecen bajo el nombre del ubicuo y fantasmal señor Blanco.

Más allá de M. Blanco

Los casos de presunto plagio no se limitan al ficticio M. Blanco. Arturo Villarrubia acusa a Román Goicoechea de “fusilar” sus traducciones de Los mundos perdidos (Edaf) en Averoigne: los mundos perdidos, de Clark Ashton Smith. Una comparación de los relatos que comparten el libro de Edaf y el de PulpEdiciones (no todos están en ambos) deja en evidencia que las traducciones firmadas por Goicoechea son calcos casi exactos de las de Villarrubia, propiedad de la editorial Edaf, que “ya ha pedido explicaciones”.

De los párrafos que Villarrubia pone como ejemplo, los más llamativos están extraídos del cuento “El final de la historia”. Existen dos traducciones previas a la de Pulp, de Eric Navarro y P. J. López Quintana. En ellas, uno de los personajes, un fauno, habla como una persona normal, en un lenguaje llano. En la de Edaf, dicho personaje adopta un tono arcaizante, reproducido palabra por palabra por Goicoechea. “Me tomé la libertad”, señala Villarrubia, “de cambiar la colocación de los verbos haciéndole hablar como Yoda (p.116 de la edición de Edaf y p. 184 de la de Pulp). Ni que decirse tiene que en el original los verbos están en su sitio”, lo que los convierte en una especie de marcas de fábrica. La acusación no se limita a este relato, sino que se extiende al resto.

Román Goicoechea dice que “todavía espero que me diga dónde está el plagio. Son meras concomitancias [sic]”. Y como demostración señala que a algún relato se le han añadido párrafos que faltaban en la edición de Edaf: “Nos hemos preocupado de corregir y completar los cuentos. Es una traducción hecha del original”. Sin embargo, el parecido global es demasiado evidente como para pasarlo por alto.

En cuanto a Lankhmar I, las “coincidencias” con la versión de Jordi Fibla para Martínez Roca (de mediados de los ochenta) son indiscutibles. Cotejando el libro de Pulp con los de los dos primeros de la saga de Fafhrd y el Ratonero Gris en Martínez Roca se percibe que, en un principio, la intención de Goicoechea fue corregir el estilo y fallos ortográficos de la anterior en relatos como “Las mujeres de la nieve”, “El Grial impío”, “La maldición del círculo” y “Encuentro aciago en Lankhmar”: las páginas iniciales de cada uno de ellos son diferentes entre ambas versiones, pero en las finales Goicoechea optó por seguir fielmente la versión de Fibla. La “Introducción” y el cuento final, “Las joyas en el bosque”, son copias casi íntegras. En este último hay algún ajuste mínimo, como cambiar “el año del Gigante” por “el año del Behemoth”. (Ver el Apéndice).

Hay más traducciones de Román Goicoechea copiadas de ediciones anteriores. Una princesa de Marte (E.R. Burroughs), por ejemplo, tan fiel a la de Andrés Esteban Machalski para Intersea que incluso mantiene erratas como la de la página 19 (versión Pulp) de escribir “extremada mente” por separado. La dificultad de localizar libros en el mercado de segunda mano ha impedido comprobar toda la serie de John Carter.

También la Trilogía del reverendo Hake, idéntica a la de la de Luis Vigil para la revista Asimov en los años 80 (no confundir con la actual encarnación de Asimov, a cargo de Robel) y Los pasillos del tiempo (Poul Anderson), aunque con respecto a la versión que circula por Internet (de Producciones Editoriales) tiene cambios sustanciales en la distribución de los capítulos: Pulp recupera una buena porción del texto.

De los calcos citados, Román Goicoechea sólo admite el del libro de Hake y rechaza el resto. “No me apetecía hacer la traducción por problemas personales”, confiesa, “así que cogimos la de Luis Vigil”. El que vaya firmada con su nombre, en vez de con el del veterano profesional es “un error que no hubo tiempo de cambiar en el libro, que ya estaba en imprenta, pero sí en el ISBN”. Esta corrección, que subsanaría una falsedad en registro público, no se ha realizado.

“Me puse en contacto con Luis Vigil”, dice Andrés Sofío “y nos cede la traducción encantado, sin ningún problema”. Vigil, que se confiesa “desvinculado” de la cf como profesión, aunque no como afición, da una versión un poco diferente: “Me escribieron una carta disculpándose porque publicaron mi traducción 'por una confusión'. En esa carta me piden que les envíe una factura por la traducción del libro de Hake para pagármela 'lo antes posible'. No me precisan cuándo”.

PulpEdiciones también ha tenido problemas con otras traducciones, aunque por motivos diferentes. Por ejemplo, la de Almuric (Robert E. Howard), cuya salida en la colección Gotas ha sido retrasada, o las de los libros de Gordon R. Dickson. Su “Ciclo de los Dorsai” fue publicado hace más de una década por Miraguano con versiones de Francisco Arellano y Elías Sarhan. José Mª Arizcun, director de la editorial, explica que compraron las traducciones a sus autores antes de la actual Ley de Propiedad Intelectual, que sólo permite adquirir el derecho de explotación.

Andrés Sofío dice que “tengo el consentimiento de Arellano. No le pagamos nada por las de Dickson. Por Almuric, 400 euros. Cuando tengo que negociar una compra, voy al traductor”. En el caso de Elías Sarhan, “fue imposible localizarlo”. Francisco Arellano declina hacer declaraciones.

“Nuestro abogado aconseja que lleguemos a un acuerdo amistoso”, señala Arizcun, aunque no se muestra esperanzado, puesto que PulpEdiciones “lleva mucho tiempo sin contestarnos”. La librería madrileña dejó de vender libros de la editorial a principios de este año, al igual que hizo la barcelonesa Gigamesh en diciembre de 2003, por sus “prácticas” irregulares.

León Arsenal, codirector de la colección Gotas, afirma que “no me parece bien todo lo que se está montando”, refiriéndose al revuelo que han provocado las acusaciones a PulpEdiciones, y añade que lo considera el resultado de “una guerra entre pequeñas editoriales por quedarse con el pastel de la ciencia-ficción en España”. Eso sí, es contundente al afirmar: “los derechos legítimos hay que pagarlos” si Miraguano demuestra que es propietaria de las traducciones. “Si se cometen errores, hay que asumir las consecuencias”, añade, refiriéndose tanto a PulpEdiciones como a aquellos que “calumnian” a la editorial en Internet.

“Miserias”

El “pastel” que está en juego es, efectivamente, el de la ciencia-ficción española, pero no en el sentido que León Arsenal usa, según otros afectados.

“Son miserias”, sentencia Rafael Marín, uno de los más destacados autores de género en nuestro país, para resumir la relación de varios profesionales con PulpEdiciones. El eterno problema de la cf española, a juicio de Julián Díez, ex director de la revista Gigamesh y colaborador de Minotauro (Planeta), es que “demasiadas cosas se hacen apalabrándolas, sin que medie un contrato. Es una herencia de nuestro pasado, de que hay gente que ha dado el salto de fan a profesional pero quiere seguir comportándose como fan”. La consecuencia es que se incurre en prácticas poco claras o presuntamente ilegales.

Marín ha tenido roces serios con los responsables de la editorial. Después de que Pulp usase su antigua traducción de Nuestra señora de las tinieblas (Fritz Leiber, originalmente para Martínez Roca), por la que cobró, continuó con una original, La tierra olvidada por el tiempo (E. R. Burroughs), que finalizó “a finales de febrero o principios de marzo” de 2003. La promesa de “cobrar en septiembre” de ese año no se cumplió. Afirma no haber obtenido “ni un duro” por las tres novelas que contiene el volumen ni tampoco “indicios” de recibirlo próximamente. De hecho, “ni siquiera me han mandado los ejemplares de cortesía”.

Tampoco ha cobrado los derechos apalabrados por su colección de cuentos El centauro de piedra (2002). Mientras que aguardaba por el dinero, Pulp le propuso la traducción de Imajica (Clive Barker), que dejó “aparcada” en mayo de 2003.

Ángel Torres Quesada, uno de los decanos del género en España, se considera “estafado” por PulpEdiciones. “Cuando Román [Goicoechea] y Andres Sofío me pidieron algo para publicar y les envié Los sicarios de Dios [colección Aelita, 2001] pensé que, por fin, había encontrado una editorial en la que podía confiar. Verbalmente me prometieron como pago el 10%. Me hablaron de enviarme los contratos, que aún estoy esperando”.

“Más adelante Román [Goicoechea] y yo llegamos al acuerdo de publicar la Trilogía de los dioses”, continúa Torres Quesada, “para lo que me tomé el trabajo de revisar las dos novelas publicadas, así como la inédita. Mientras tanto esperaba el pago de Los sicarios de Dios. Andrés [Sofío], por teléfono, manifestó su alegría por las ventas de la Trilogía…, que según él sólo en Madrid fueron de 800 ejemplares. Me dijo que para marzo recibiría la liquidación. Era diciembre de 2002. En enero [de 2003] recibí un pequeño pago parcial a cuenta”.

Pero había una cantidad mayor pendiente. “Pasaron unos meses. El teléfono que yo tenía ya no lo cogía nadie”. Mientras tanto, Román Goicoechea le ofreció recuperar otras de sus antiguas novelas. Pero Torres Quesada cerró la relación con el sello hasta que no cumplieran lo pactado.

José Carlos Canalda escribió para PulpEdiciones Luchadores del espacio, ensayo dedicado a la clásica colección de bolsilibros del mismo nombre. Sobre su negociación con Pulp dice que “me prometieron desde el principio el 8% sobre el precio total del libro. Me dijeron que se estaba vendiendo bien y hace tiempo, a raíz de que les pidiera uno o dos que necesitaba para compromisos, me respondieron que no tenían ninguno, que la edición estaba prácticamente agotada, y que habían vendido unos 400, estando el resto en la distribuidora o en las librerías. Es fácil echar la cuenta aproximada del dinero que me deben”. El precio de cubierta del libro es 27,05 euros.

”En cuanto a cobrar, me dijeron que se hacía por años vencidos. Pero cuando llegó septiembre de 2002, al año siguiente de su publicación, me preguntaron si me importaba esperar a Navidad y acepté”. Pero el pago no llegó y en la primavera de 2003 “intenté retomar el tema, pero siempre eran buenas palabras y excusas”. Hasta hoy no ha vuelto a tener noticias.

Otros “grandes nombres” del género en nuestro país se sienten decepcionados por PulpEdiciones. Ramón Brotons, que firmaba en los 50 como “Walter Carrigan”, no habla de estafa porque “no hubo acuerdos previos” sobre derechos ni cobros. Brotons, que escribió varios libros para Editorial Valenciana, dio permiso “de buena fe” a Pulp para que publicase La odisea del Kipsedon. “Escribí las novelas que la componen con poco mas de veinte años, y ya casi las tenia olvidadas”. De lo que se queja Brotons es de la “mala educación” de los responsables de la editorial: “Los estuve llamando durante mas de un año, pero no los localicé. Me habían pedido una cuenta bancaria, supongo que para pagarme algo, pero ni siquiera me enviaron ejemplares del libro”.

La sensación de sorpresa y desolación es generalizada. José Carlos Canalda dice: “A mí me deben una cantidad pequeña, aunque no despreciable. No pensé que iban a quedar mal por tan poco”. Este “tan poco” explica en parte por qué nadie se ha querellado contra la editorial todavía. Las cantidades defraudadas a cada afectado son tan bajas que pueden no merecer un esfuerzo tan grande (en tiempo y dinero) como el que exige un proceso legal. Sumadas todas las “cantidades pequeñas”, sin embargo, “sale una cantidad global bastante grande”, afirman.

“Todo esto se arregla con la chequera”

Es la frase más repetida por los responsables y colaboradores de PulpEdiciones cuando se les pregunta sobre lo que ellos califican de “errores” (publicaciones sin cerrar acuerdos, impagos a traductores y escritores, calcos de traducciones): “todo esto se arregla con la chequera”. Se refieren a que, una vez desencadenado el conflicto por dichos “errores”, se puede llegar a acuerdos ventajosos para no levantar polvareda.

“No hemos pretendido robar a nadie. ¿Qué alguien ha salido perjudicado de nuestra actuación? Indudablemente. Pero no lo hicimos con mala intención”, explica Andrés Sofío. “Hemos cometido no uno, sino muchos errores. Todas las editoriales los cometen” añade. “A todos se nos debe dar la oportunidad de enmendarnos”.

Afirma que él “no estaba enterado” de las “meteduras de pata”. ¿Cómo es posible que el administrador único de la empresa, su máximo responsable, no estuviera al tanto de la enorme cantidad de “irregularidades”? ¿Cómo es posible que se le “pasara” el acuerdo de derechos, o que había alguien en su empresa copiando traducciones antiguas y firmándolas con otro nombre? Achaca la responsabilidad directa a Román Goicoechea: “yo daba por bueno lo que me decía. No soy el editor, a algunos errores he llegado a tiempo y a otros no”. Aclara a continuación: “defiendo a Román en todo”.

¿Por qué no se hizo bien desde el principio, puesto que se sabía a quién acudir en el caso de los agentes y se obtuvieron ingresos por los libros de españoles? “Además de que éramos novatos, hacer las cosas bien es un problema de posibilidades”, sostiene, lo que significa que “no siempre hay dinero”. Cuando se le indica que, teniendo en cuenta que en muchos casos no se pagaron derechos ni traducciones, el beneficio es mucho mayor, responde “tenemos un promedio de ventas de unos 400 o 500 ejemplares de cada título. No da para mucho”, cifras que contrastan con las aportadas por los afectados y que son imposibles de comprobar de fuentes neutrales. Pero eso no explica por qué no se ha liquidado siempre el 8-10% del precio de portada que le corresponde al autor por cada ejemplar, a menos que este dinero se haya destinado a otros fines. Por cada libro con un precio de 10 euros vendido, al autor le corresponden 0,8-1 euros, independientemente de que en el mercado haya funcionado bien o mal. Un libro, un euro de liquidación.

¿Cómo es posible, además, que una editorial se mantenga durante más de dos años vendiendo supuestamente tan poco? “Pues, por ejemplo, retrasando pagos” o “escaqueándonos” [sic]. “Ahorramos de donde se puede ahorrar. Empezamos sin un duro y los gastos se dispararon porque metimos la pata con los primeros títulos y perdimos mucho dinero”.

Puesto que Río Henares no presenta sus cuentas al Registro Mercantil desde hace años, es imposible comprobar si, como afirma Andrés Sofío, la editorial se vio en aprietos económicos en sus comienzos, lo que impidió cumplir con sus compromisos. “Tengo un contencioso pendiente con Hacienda por este asunto”, señala. Pero no cerraron el negocio a pesar de la “difícil situación”, sino que siguieron pidiendo obras de autores españoles, encargando traducciones y editando libros extranjeros en muchos casos sin permiso legal.

Por otra parte, la declaración de dificultades económicas contrasta con el anuncio oficial que PulpEdiciones hizo el 1 de octubre de 2003 de su asistencia a la Feria del Libro de Monterrey, México, de ese año y de la apertura de una oficina en la ciudad de Cuernavaca en dicho país para servir “con prontitud y buenos precios” a toda Hispanoamérica. ¿Cómo es posible que hubiera dinero para invertir en este proyecto si el balance de la editorial “está a cero o incluso es negativo”? Según Andrés Sofío, la “aventura americana” consistió sólo en “el envío de 30 ejemplares de cada libro, que todavía no nos han liquidado”. Al final, la iniciativa “quedó en nada”.

A pesar de que Sofío confiesa que los retrasos en los pagos fueron intencionados, dice que piensa satisfacer todas las deudas pendientes. No ha cumplido con la promesa de liquidarlas en Navidad de 2003; la retrasa a marzo de 2004: “Acompañaré el dinero de una carta de disculpa”.

Se queja, además, de la actitud de los acreedores: “Están aprovechando esta situación para reclamar. Sin embargo, en su momento les dije: entiendo que reclaméis vuestro dinero, pero comprended que estamos creciendo, vamos jodidos, tened paciencia. Cobraréis tarde o temprano”.

José Carlos Canalda declara: “Eso de que no podía pagarme porque no tenía liquidez pero que lo haría sin falta dentro de poco me lo ha repetido ya tantas veces que parece un disco rayado. Lo único que quiere es seguir ganando tiempo”. Rafael Marín añade que “llevan así un año en mi caso”. Y Ángel Torres asegura que “Andrés [Sofío] podía empezar dirigiéndose personalmente a los afectados dándonos esas disculpas”. No hay “liquidez” para darles el dinero acordado, afirman, pero sí para seguir publicando.

“Llevamos invertidos en esta empresa 15 o 20 millones de pesetas” sentencia Sofío, en contra de su declaración inicial de que habían comenzado “sin un duro”. Y añade: “Yo pienso seguir adelante. Si alguien cree que nos vamos a retirar, se equivoca”.

La teoría de la conspiración

Román Goicoechea considera “dañado” su honor por lo que define como conjura para expulsar el proyecto que colidera con Andrés Sofío del mercado y que Julián Díez ha calificado como “el mayor escándalo de la historia de la cf en España”.

En un correo electrónico previo a que estallase la polémica, dirigido a varias listas de distribución (3), uno de tantos que Goicoechea envía periódicamente para anunciar los proyectos de la editorial, clamaba contra el “puñadito de degolladores de vuelta de esquina que, a falta de otras preocupaciones o trabajos dignos de esos que te requieren por completo para salir adelante, se dedican a minar de la forma más cobarde y rastrera posible el trabajo de otros a falta de una ocupación más honrada”.

Añadía: “Que el movimiento se demuestra andando es algo evidente, que PulpEdiciones sigue adelante aportando (quizá es lo que más le duela) su granito de arena al mercando [sic] de la literatura de fantasía, que yo he demostrado, mal que bien, que conozco mi oficio y mi condición. Que, en definitiva, las balas que usted dispara me rozan pero no me dan”. En ocasiones, sin embargo, el juego más peligroso no es el duelo en plena calle, sino la ruleta rusa.


Notas

(1) Para la elaboración de un historial de la sociedad, se solicitaron de Pulp ciertos datos básicos sobre la empresa. Los representantes de la editorial respondieron que era imposible “facilitar información, ni fiscal ni financiera, de Río Henares voluntariamente”. Esta información, sin embargo, es de dominio público si la sociedad cumple con sus obligaciones legales. El hecho más llamativo es que nunca han presentado cuentas desde el nacimiento del sello Pulp, aunque sí antes.

Según datos del Registro Mercantil recogidos el 10 de diciembre de 2003, Río Henares es una empresa constituida en noviembre de 1994. Con un capital social de 3.010 euros, su objeto es “la impresión y reproducción de textos o imágenes por cualquier procedimiento, la edición de libros, gruías [sic] catálogos o cualquier otra publicación, así como la edición de imágenes”. Desde el 1 de septiembre de 2001 posee un administrador único, Andrés Sofío González. El 16 de mayo de 2001 se cambió el domicilio, se produjo la “adaptación a Sociedades Limitadas” y se presentaron las cuentas de varios ejercicios anteriores. El 16 de noviembre de 2001 se realizó una “ampliación de capital por ajuste”. La hoja del registro de Río Henares está cerrada “por falta de depósito de cuentas” anuales desde el 16 de mayo de 2001, en el que se presentaron de golpe las de los ejercicios de 1996, 1997, 1998 y 1999. La del ejercicio de 1995 se presentó un mes y un día más tarde.

No constan las de los ejercicios posteriores a 1999, fundamentales para conocer el desarrollo de PulpEdiciones. No presentar cuentas de cada ejercicio es altamente irregular de acuerdo con la legislación mercantil, que exige que se entreguen en el año siguiente. Este tipo de información sobre una empresa debe estar obligatoriamente a disposición de quien la solicite.

Además de libros de PulpEdiciones, Río Henares ha lanzado al mercado otros de temática diversa, como Historia de la inmunología, de Javier S. Mazana o Sevilla: historias de Corta, de Román Goicoechea Miranda.

(2) Tanto la acusación como el comunicado oficial de Pulp pueden localizarse en http://foros.cyberdark.net/nforos2.php3?cod=3&mens=357345

(3) Mensaje titulado “Los muertos que vos matáis” a las listas gigamesh, artifex2, ghwhite, entre otras, todas ellas de Yahoogroups, y a los foros de la página cyberdark.com. Martes 9 de diciembre de 2003. En él arremetía contra el autor de una “información anónima” en la que se avisaba a uno de sus distribuidores de que PulpEdiciones “echábamos el cerrojo”.

Tras el estallido de la polémica en foros y listas de correo, Román Goicoechea emitió otro comunicado de tono diferente, en el que pedía que no se le acusase en exclusiva de los errores que eran responsabilidad de una “sociedad”, refiriéndose a la empresa.


Apéndice

Los relatos de Lankhmar I (PulpEdiciones) están repartidos en Espadas y demonios y Espadas contra la muerte (Martínez Roca). Para que el lector compruebe lo curioso que resulta que los comienzos de los cuentos citados sean diferentes y que, por el contrario, las páginas finales sean idénticas, se ofrece un ejemplo extraído de “El Grial Impío”.

Comienzo en la versión Martínez Roca

Tres cosas advirtieron al aprendiz de brujo de que algo iba mal: primero, las huellas profundas de herraduras en el camino del bosque, que percibió a través de sus botas antes de agacharse para palparlas en la oscuridad; luego el misterioso zumbido de una abeja, cuya presencia de noche no era en absoluto natural, y, finalmente, un débil y aromático olor a quemado. El Ratón echó a correr, esquivando troncos de árboles y raíces que conocía de memoria, y gracias también a un sentido como el de los murciélagos, que recogía el eco de ligeros sonidos emitidos. Las medias grises, la túnica, la capucha puntiaguda y el manto ondeante, hacían que el delgado y ascético joven, pareciera una sombra apresurada.

Comienzo en la versión de PulpEdiciones

Tres cosas advirtieron al aprendiz de brujo de que algo andaba mal: primero, las profundas huellas de cascos herrados en el camino del bosque… las percibió a través de sus botas antes de agacharse para palparlas en la oscuridad; a continuación, el fantasmagórico zumbido de una abeja, atravesando innaturalmente la oscuridad de la noche; y, finalmente, un débil y aromático olor a quemado. Ratón echó a correr, esquivando los troncos de árboles y raíces que conocía de memoria, y gracias también a un sentido como el de los murciélagos, que recogía el eco de ligeros sonidos emitidos. Las medias grises, la túnica, la capucha puntiaguda y el manto ondeante, hacían que el joven, delgado hasta lo ascético, pareciera una sombra apresurada.

Final en la versión de Martínez Roca

El hilo que sujetaba a Ratón se rompió. Su espíritu cayó como una pomada hacia la estancia subterránea.

Le inundó un dolor atroz, pero que prometía vida, no muerte. Por encima de él estaba el techo bajo la piedra. Las manos sobre la rueda eran blancas y esbeltas. Entonces supo que aquel dolor era el de la liberación del potro.

Lentamente Ivrian aflojó las anillas de cuero de sus muñecas y tobillos. Lentamente le ayudó a bajar, sosteniéndole con todas sus fuerzas mientras cruzaban tambaleándose la habitación, de la que todos los demás habían huido aterrados, salvo una figura hundida y enjoyada en una silla tallada, junto a la que se detuvieron. El muchacho miró al muerto con la mirada fría y satisfecha, como una máscara de un felino. Luego continuaron su camino, Ivrian y el Ratonero Gris, a través de corredores desiertos por el pánico, y salieron a la noche.

Final en la versión de PulpEdiciones

El hilo que sujetaba a Ratón se rompió. Su espíritu cayó como una plomada hacia la estancia subterránea.

Le inundó un dolor atroz, pero que prometía vida, no muerte. Por encima de él estaba el techo bajo la piedra. Las manos sobre la rueda eran blancas y esbeltas. Entonces supo que aquel dolor era el de la liberación del potro.

Lentamente Ivrian aflojó las anillas de cuero de sus muñecas y tobillos. Lentamente le ayudó a bajar, sosteniéndole con todas sus fuerzas mientras cruzaban tambaleándose la habitación, de la que todos los demás habían huido aterrados, salvo una figura hundida y enjoyada en una silla tallada, junto a la que se detuvieron. El muchacho miró al muerto con la mirada fría y satisfecha, como una máscara de un felino. Luego continuaron su camino, Ivrian y el Ratonero Gris, a través de corredores desiertos por el pánico, y salieron a la noche.

Ejemplos del libro de Clark Ashton Smith. Existen dos traducciones previas a las de Arturo Villarrubia/Román Goicoechea.

Eric Navarro:

Carecía de título y fecha. La narración comenzaba y concluía con la misma brusquedad. Hablaba de un tal Gerard, conde de Venteillon, el cual, la víspera de su boda con la renombrada y bella Eleanor des Lys, se topó en el bosque próximo a su castillo con una criatura semihumana con cascos y cuernos. Gerard, decía la historia, era un joven caballero con reputada fama de combatiente y un devoto cristiano; en nombre de Nuestro Señor Jesucristo, conminó a la criatura a detenerse y decirle quién era. Con una salvaje carcajada a la luz del ocaso, el extraño ser se detuvo delante de Gerard y le respondió:

-Soy un sátiro, y vuestro Jesucristo significa para mí menos aún que los hierbajos que crecen al pie de los escombros amontonados junto a los muros de las cocinas.

Horrorizado ante semejante blasfemia, Gerard hizo ademán de desenvainar su espada para cercenar la cabeza de la criatura, pero esta siguió hablando:

-Aguardad, Gerard de Venteillon, os revelaré un secreto tal que os hará renegar de vuestra fe en Cristo, olvidar a vuestra futura esposa y dar la espalda al mundo sin dudarlo y sin que os arrepintáis de ello una sola vez.

Pedro J. López Quintana:

No había título, ni fecha, y el escrito era un relato que comenzaba casi de modo tan abrupto como terminaba. Era sobre un tal Gerard, Conde de Venteillon, el cual, en la víspera de su matrimonio con la reputada y hermosa demoiselle, Eleanor des Lys, había encontrado en el bosque cerca de su castillo una extraña criatura medio humana con pezuñas y cuernos. Entonces Gerard, según explicaba el relato, era un joven caballeroso de valor indisputablemente probado, al mismo tiempo que un auténtico Cristiano; así que, en el nombre de nuestro Salvador, Jesucristo, le pidió a la criatura que se detuviera y que diera razón de sí misma. Riendo salvajemente en el crepúsculo, el grotesco ser brincó frente a él, y gritó:

-Soy un sátiro, y tu Cristo es menos para mí que los hierbajos que crecen en los montones de escoria de tu cocina.

Espantado por tal blasfemia, Gerard hubiera sacado su espada para matar a la criatura, pero ésta gritó de nuevo, diciendo:

-Detente, Gerard de Venteillon, y te contaré un secreto, y una vez que lo conozcas, olvidarás la devoción a Cristo, y olvidarás a tu hermosa novia de mañana, y le volverás la espalda al mundo y al mismo sol sin resistencia y sin pesar.

Y las que han provocado la polémica:

Traducción de Arturo Villarrubia para Edaf

No había título, no había fecha, y el escrito era una narración que comenzaba casi tan abruptamente como terminaba. Trataba de un tal Gerardo, conde de Venteillon, quien, en la víspera de su boda con bella y renombrada demoiselle Eleanor des Lys, se había encontrado en el bosque, cerca de su castillo, con una extraña criatura medio humana, con pezuñas y cuernos. Ahora bien, como la narración explicaba, Gerardo era un joven caballero de valor probado, al mismo tiempo que un buen cristiano; así que, en el nombre de nuestro Salvador, Jesucristo, ordenó a la criatura que se detuviese y explicase lo que era.

Riéndose estruendosamente en el crepúsculo, el extraño ser hizo cabriolas frente a él y gritó:

-Un sátiro soy, y tu Cristo es menos para mí que las malas hierbas que el patio de tu cocina crecen.

Asqueado ante semejante blasfemia. Gerardo habría desenvainado su espada y dado muerte a la criatura, pero ésta gritó de nuevo diciendo:

-Conténte, Gerardo de Venteillon, y un secreto te contaré que, conociéndolo, olvidarás la adoración de Cristo y a tu hermosa novia de mañana, y al mundo la espalda darás y al propio sol sin dudas ni arrepentimientos.

Traducción de Román Goicoechea para PulpEdiciones

No había título, no había fecha, y el escrito era una narración que comenzaba casi tan abruptamente como terminaba. Trataba de un tal Gerardo, conde de Venteillon, quien, en la víspera de su boda con bella y renombrada demoiselle Eleanor des Lys, se había encontrado en el bosque, cerca de su castillo, con una extraña criatura medio humana, con pezuñas y cuernos. Ahora bien, como la narración explicaba, Gerardo era un joven caballero de valor probado, al mismo tiempo que un buen cristiano; así que, en el nombre de nuestro Salvador, Jesucristo, ordenó a la criatura que se detuviese y explicase lo que era.

Riéndose estruendosamente en el crepúsculo, el extraño ser hizo cabriolas frente a él y gritó:

-Un sátiro soy, y tu Cristo es menos para mí que las malas hierbas que el patio de tu cocina crecen.

Asqueado ante semejante blasfemia. Gerardo habría desenvainado su espada y dado muerte a la criatura, pero ésta gritó de nuevo diciendo:

-Conténte, Gerardo de Venteillon, y un secreto te contaré que, conociéndolo, olvidarás la adoración de Cristo y a tu hermosa novia de mañana, y al mundo la espalda darás y al propio sol sin dudas ni arrepentimientos.

Ejemplos de La muerte del Doctor Isla

Se ofrece sólo el poema inicial y el comienzo. Se invita a cotejar ambos libros para comprobar que las traducciones son prácticamente idénticas. En este caso, incluso en detalles significativos como el poema, el haber mantenido el adjetivo antes del nombre en “oscuros ojos” o “cicatrizada cabeza” (en inglés, el adjetivo va colocado antes que el sustantivo; en español es mucho menos habitual), el uso del verbo “obturar”, en vez de un sinónimo, etc.:

Comienzo de La muerte del Doctor Isla en la versión de Victoria Lentini y Octavio Freixas (en el volumen Las ruinas de mi cerebro, Caralt).

He deseado ir
donde no falten las primaveras,
a los campos donde los insectos no piquen
ni molesten, y se mezan unos cuantos lirios.
He pedido estar
donde no estallen tormentas
donde los prados crecen en los mudos cielos
y lejos del vaivén del mar.
Gerard Manley Hopkins

Un grano de arena, oscilando al borde de un pozo, se agitó y cayó dentro; en el fondo, la hormiga león surgió furiosa. Durante un momento todo quedó en silencio. Luego, el pozo y un metro cuadrado de arena que lo rodeaba se agitaron como borrachos mientras dos cocoteros se inclinaban para mirar. La arena se amontonó en el borde y surgió la cicatrizada cabeza de un muchacho –una maraña de cabello castaño le cubría casi las suturas. Con los oscuros ojos dilatados, se detuvo; el cuello, justo donde había estado la hormiga león y como aguijoneado desde abajo, saltó hacia la playa, se volvió y arrojó la arena a puntapiés dentro del hoyo donde había emergido y lo obturó por completo. El muchacho aparentaba unos catorce años.

Comienzo de La muerte del Doctor Isla en la versión de M. Blanco (El gran tiempo/La muerte del Doctor Isla, PulpEdiciones, colección Double)

He deseado ir
donde no falten las primaveras
a los campos donde los insectos no piquen
ni molesten, y se mezan unos cuantos lirios.
He pedido estar
donde no estallen tormentas
donde los prados crecen en los mudos cielos
y lejos del vaivén del mar.
Gerard Manley Hopkins

Un grano de arena, oscilando al borde de un pozo, se agitó y cayó dentro… En el fondo, la hormiga león surgió furiosa. Durante un momento todo quedó en silencio. Luego, el pozo y un metro cuadrado de arena que lo rodeaba se agitaron como borrachos mientras dos cocoteros se inclinaban para mirar. La arena se amontonó en el borde y surgió la cicatrizada cabeza de un muchacho. Una maraña de cabello castaño le cubría casi las suturas. Con los oscuros ojos dilatados, se detuvo; el cuello, justo donde había estado la hormiga león y como aguijoneado desde abajo, saltó hacia la playa, se volvió y arrojó la arena a puntapiés dentro del hoyo de donde había emergido y lo obturó por completo. El muchacho aparentaba unos catorce años.

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