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Rafael Marín Series de televisión
La Bola de Cristal
Rafael Marín


 


Me llamo Earl

Título original: My name is Earl
Creada por Greg García
Intérpretes: Jason Lee (Earl Hickey), Jaime Presley (Joy Turner), Ethan Suplee (Randy Hickey), Nadine Velazquez (Catalina), Eddie Steepels (Hombre Cangrejo)

Primera emisión EE.UU.: 2005
Emitida en Fox y La Sexta

A caballo entre Autopista hacia el cielo, Los Caraduras y Granjero último modelo, con un mucho de mala leche, una cantidad inconmensurable de ternura y jugando siempre a la doble baza del cachondeo puro y duro con la moralina (o la parodia de la moralina, que esa es otra), Me llamo Earl recrea una América de perdedores con mala pata y, en el fondo, buenos sentimientos, un mundo de suciedad, cerveza, ladronzuelos, hipocresía, falta de moral, pobreza, humor negro y, al final, la aceptación del status quo personal por encima del status social.

Earl Hickey es un ladronzuelo de poca monta, malapata, cornudo consentido, bebedor a estragos, a quien la fortuna se le cruza dos veces, en direcciones contrarias, el mismo día: una lotería rasca-y-gana (luego sabremos que ha robado el boleto) le pone delante una pequeña fortuna... justo en el momento en que un coche conducido por una viejecita algo insoportable se lo lleva a él por delante. En la convalecencia, quizá algo tocado por la doble experiencia cuasi-mística, mientras ve (naturalmente) la tele, Earl descubre que todo en esta vida está sometido al karma. Lo que haces bien, el karma te lo devuelve con buenas cosas. Lo que haces mal, el karma te lo castiga.

Conclusión: nuestro ladrón de mala muerte redacta una lista de todas las fechorías que ha hecho a lo largo de su vida y, a partir de entonces, decide enmendarlas. El grado de gravedad de esas fechorías oscila entre lo ridículo, lo absurdo, lo venial y, en menor grado, lo verdaderamente delictivo. Es igual: para Earl (y el karma) todo tiene que ser reparado, y con creces. Lo que Earl (y quizá el karma) no saben es que para desenredar esos líos va a tener que liar de nuevo otras madejas. En cómo solucionarlo todo en menos de treinta minutos, que es lo que dura cada capítulo, encontramos la sal de cada episodio.

Jason Lee borda el papel del caradura simpático, puro Burt Reynolds de nuestro tiempo (y, sí, Burt Reynolds interpreta un papelito secundario en alguno de los episodios), sucio y vago, pero con una misión. Lo acompaña, no con demasiado entusiasmo, su hermano menor Randy, un grandullón algo lelo, su Obélix particular, un niño grande que prefiere jugar, ver porno o beber cerveza a pasar a la historia como un santo en la tierra. A menudo frente a ellos está Joy, la rubia ex esposa algo descerebrada, una Cruella DeVille cutre que vive en una caravana (Earl y Randy lo hacen en un motel) con el estoico Hombre Cangrejo, un testigo protegido que se altera por pocas cosas. El reparto se completa con la bellísima Catalina, la emigrante ilegal que trabaja en el motel como limpiadora, y que también tiene tras de sí una historia de muertos.

Viviendo en un ambiente puramente escatológico, la serie no se regocija en lo escatológico, sino en lo absurdo de muchas situaciones y lo surrealista de muchos de los personajes secundarios que han sido en el pasado víctimas de la banda de Earl y sus chanchullos. Hay episodios de verdadera antología: "Robé cerveza a un jugador de golf" o "YK2", donde los efectos de la resaca y un inoportuno corte de luz por impago hacen creer a la panda que el efecto 2000 ha traído el fin del mundo: instalarse en un hipermercado en apenas veinticuatro horas, hasta que salen del error, permite hacer una carcajeante metáfora de la sociedad capitalista, sus miserias y sus logros. Esa es, a fin de cuentas, la propuesta misma de la serie.


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