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Fernando Ángel MorenoCine clásico fantástico
Contraplano
Fernando Ángel Moreno



Gattaca

El frío destino de lo predecible

He dudado mucho antes de empezar esta sección. Desde el título hasta el tono o la elección de películas. Blanca me perdone, la he tenido esperándome semana tras semana por esa crítica que no llegaba, pero de verdad que tenía enormes dudas sobre cómo enfocarlo. Incluso fui a ver La caja Kovak, de Daniel Monzón, por eso de comentar algo de rabiosa actualidad: película muy española -excepto por la exhibición técnica del protagonista, muy llamativa frente los "entrañables" actores españoles- de ciencia-ficción. Pero, siguiendo con mis gustos ante la crítica, he optado por no amargarme la vida. Con esfuerzos constantes de comentar películas recientes, me conozco, enseguida debería entrar en valoraciones personales viscerales, difícilmente defendibles y muchas de ellas cargadas de prejuicios. ¿Como cualquier crítica? No tanto; el cine, en mi opinión, tiene unos parámetros de los cuales carece la novela, sobre la cual podemos reflexionar mientras estamos con ella, tomar notas, ir desgranando. No así el cine. Quizá por eso no suele convencerme del todo la crítica cinematográfica inmediata. Truffaut decía: "No se ha visto una película hasta que no se ha visto dos veces".

De todos modos, ya digo que me planteé lo de comentar novedades y por eso me fui a ver La caja Kovak. Incluso tomé notas sobre ese comienzo interesante, bien conducido, con una rápida presentación de personajes mediante sus acciones y una buena localización de escenarios. Sin embargo, tengo el problema de que no me interesan las películas que no me creo, y una crítica sobre La caja Kovak habría caído tanto en lo subjetivo (necesito tiempo para calmar mis primeros impulsos) que los elementos que me satisfacen, como una fotografía sucia (me gusta mucho), una banda sonora muy trabajada (aunque se limita a subrayar lo que ya vemos, incluso exagerándolo demasiado, a mi gusto) o un ritmo muy conseguido (a base de encadenar muy bien la consecuencia de una acción tomándola como fundamento de la siguiente), no me bastan para unos personajes que no me creo y unas reacciones ante los problemas que me hacen preguntarme si de verdad estos dos ingenuos merecerían seguir vivos al final de la cinta. Uno se cansa del "¿Por qué no llamamos a la policía?" Y su "¡No, nos creerían!" ¡Coño, tío, tienes pruebas, declaraciones y una confesión firmada! ¡Llama a alguien para que lo lleve si no te atreves, pringao! ¿Que vas a hacer el ridículo? Pues a lo mejor, ¡pero la otra opción es que te maten, tontolculo!

¿Entiendes, amable lector, por qué necesito que pase más tiempo antes de ponerme con La caja Kovak? Necesito distancia. Ah, sí, y no suelo aceptar lo de las convenciones en el cine para justificar la falta de ideas.

Y eso que tiene un villano muy interesante, que ganará siempre, haga lo que haga el protagonista (gran acierto de la película). Y que me encanta el final. Pero me la rompe la coherencia argumental; no sé, no sé... No tengo muy clara mi opinión sobre ella. Quizá la comente dentro de unos meses, si la veo otra vez.

Ah, sí, un mensaje a la actriz: para mostrar que uno está asustado existen también matices; no basta con la eterna cara de susto. Yo también creía -se comenta en la película- que estaba todo el rato drogada, porque las personas no colgadas suelen expresar montones de matices aun en casos de gran desesperación (recordemos grandes interpretaciones en este sentido, como las de Jodie Foster en El silencio de los corderos; Sigourney Weaver en Alien, Aliens, La muerte y la doncella y Copycat; Audrey Hepburn en Sola en la oscuridad; Holly Hunter en Always y El piano; Penélope Cruz en... en... no, en ninguna, olvídalo).

Y entonces me planteé: me apetece hablar de cine, de cine bien hecho, sugerente, al tiempo que entretenido. Y es que tengo el problema de que cuando en una película se me quiere hacer pasar por lógico un comportamiento absurdo... Pues eso, dejo de entretenerme, como en V de Vendetta (la película, no el cómic).

¿Por dónde empezar, entonces?

Había muchas posibilidades: Planeta prohibido, Blade Runner, El imperio contraataca, Naves misteriosas, Ultimátum a la Tierra, El show de Truman, La escalera de Jacob, Olvídate de mí... (Todos me parecían incluso buenos títulos para la columna periódica desenfadada de género; bueno, El imperio contraataca habría sido un título horroroso, vale.) Entendí que no me apetecía comentar novedades, sino escribir una columna de clásicos, de retorno a las sensaciones que me despertó en su día cierta proyección en un cine. Películas que, además de entretenerme, justificaran ochocientas o mil palabras sobre ellas.

Para empezar, opté por Gattaca. ¿Por qué? Porque se trata de una de esas películas eternas, que enganchan cuando las vuelves a ver, que siguen sugiriendo... Pero además porque quizá se trate de la película más fiel a la ciencia-ficción literaria sin estar directamente basada en ninguna novela.

Y además Gattaca es de esas obras maestras en las que parece que todo es muy fácil. Cuando leas estas líneas, amable lector, puede que te digas: jo, no he descubierto nada nuevo, todo cuanto me ha contado ya lo había visto yo. Genial, una conclusión perfecta, porque Gattaca es una de esas películas tan bien hechas y con una manera tan expresiva y sencilla de contar las cosas que nos hace sentirnos a todos críticos cinematográficos. Sus aciertos son perceptibles a simple vista; si puedes verla en un cine, por favor, hazlo. Tú mismo saldrás hablando de los colores, de la simetría, de la frialdad, de la complejidad de los personajes... Hace que lo pretencioso parezca natural. Mi finalidad con esta crítica, entonces, es organizarlo, evidenciarlo, presentar esas intuiciones para futuras reflexiones y discusiones sobre la película; aparte de que a alguien pueda mostrarle algo nuevo, por supuesto.

Para quien no haya visto la película, no le desvelaré el argumento. ¡Me parece tan aburrido eso de resumir las películas y las novelas! Me da la sensación de que hago un trabajo para clase de BUP, de verdad. Sólo te comentaré el tema, ¡qué remedio! Por consiguiente, ya puedes reparar, amable lector, en que esta columna funcionará mucho mejor sobre películas ya vistas por ti, no como orientación para saber qué te falta por ver.

El tema de Gattaca: en un mundo de individuos perfeccionados genéticamente desde el nacimiento, un ser humano a la antigua usanza decide competir con los más brillantes para hacerse astronauta.

Errr... Parece de Walt Disney, ¿verdad?

Bien visto, sí parece de Walt Disney, porque el mensaje de la película no puede ser más americano anti-sistema, pro-individuo y rollo self-made man, que en el fondo sirve para acabar defendiendo el sistema. Sin embargo, no la protagoniza Richard Gere ni hay aplauso final por parte de un montón de supergenomas que reconocen el esfuerzo. No hace falta. El viaje no es social, sino personal. ¿Por qué en las películas en las que tanto se habla de conseguir algo por uno mismo luego hacen que parezca importante el reconocimiento social? Misterios del universo...

Gattaca no es así.

En primer lugar, quiero dejar claro que es una película de buscada y conseguida simetría en muchos sentidos. El planteamiento ya es de por sí simétrico: las vidas de dos individuos cuyos destinos y actitudes se cruzan, mostrando un contraste de potencialidades -grande y pequeña- con objetivos -no conseguido y conseguido-. Sus caminos devienen paralelos, pero sus respectivas consecuciones de la felicidad no son las que deberían ser, sino las opuestas. La justificación de este desajuste está muy lograda: por un lado, se nos plantea que cada uno de los personajes tiene una manera de ser, un espíritu propio que le hace plantearse la vida de una determinada manera y que le lleva al éxito o al fracaso, más allá de sus posibilidades genéticas. Sería una demostración de esa sentencia clásica: "El carácter de un hombre es su destino".

Por otro lado, contemplamos cómo los antecedentes familiares de ambos personajes han ayudado a forjar ese espíritu particular. Por tanto, cada espectador puede quedarse con una de estas explicaciones o con ambas: somos el resultado de la infancia y la familia o somos un alma más allá de la genética, alma irreproducible y única. Las explicaciones no son excluyentes, pero sí conviene optar por una o por la otra como actitud ante la vida (la realidad importa poco), pues al final sólo de nuestra decisión ante esta disyuntiva depende que lleguemos a Titán.

Este juego de contrastes, de competitividad vital, lo mantiene el protagonista (interpretado por Ethan Hawke), a su pesar, con los demás personajes. La relación con el personaje de Uma Thurman así lo demuestra. El protagonista no compite, pero ante nuestros ojos nos encontramos con otra simetría ante dos estereotipos de persona: la que acepta el sistema y la que lo rechaza. Una de las virtudes tanto del director como de Hawke está en cómo, a pesar de la frialdad que muestran ambos personajes en la vida, percibimos la lucha tan poderosa que existe entre ella -cuyo espíritu interior parece tan frío como su apariencia exterior- y él -en un principio tan frío, o incluso más que ella, pero con una pasión obsesiva en su interior-.

La frialdad es la principal idea estética y conceptual de la película. El minimalismo de la dirección artística se percibe a simple vista, así como la relación entre esta atmósfera y la opinión del autor sobre el mundo que ha creado. La simetría de las líneas, de los elementos repetidos, perdiéndose en ocasiones en el horizonte o recorriendo de lado a lado la pantalla acompañan el minimalismo musical de Michael Nyman.

Nyman quizá consigue así su mejor banda sonora, insoportablemente triste. Otro director y otro compositor habrían optado por una partitura épica que nada habría aportado a la película, salvo repetirnos lo que ya estamos viendo. Nyman, por el contrario, nos habla de la tristeza de este protagonista condenado a actos obsesivos, repetitivos en una rutina que jamás parece terminar, una rutina que no permite fallos. Una tristeza ontológica que más tiene que ver con una reflexión acerca de horrorosas opiniones sobre el mundo que con el carácter positivo del protagonista. Es gracias a esta banda sonora que entendemos que no hay épica en la lucha simétrica entre los dos hermanos, perfecto el uno, imperfecto el otro. Hay patetismo. Y, no obstante, la tristeza, la melancolía, son elogiadas por la belleza de una música lánguida, que se nos antoja eterna.

La paciencia de esta música se corresponde con la paciencia de la cámara y del montaje. Las lentas panorámicas, acompañadas con planos de larga duración, podrían hacer pensar en una cinta aburrida. Sin embargo, Niccol da una lección de cine moviendo sutilmente a los actores, cargando de significado y de acciones los planos en que precisa que el momento dure un poco más de lo acostumbrado. Es como si la cámara y la música lloraran, mientras los actores mantienen su actitud estoica, impertérrita, de pausa y contención.

Así, por insistir en esta impresión, durante muchos momentos el ojo parece mantenerse alejado de lo que ocurre, con la cámara a cierta distancia, sin entrar a fondo en los mundos de estas personas maniatadas por la rutina social impuesta. Quizá uno de los planos más maravillosas en este sentido sea el de los dos hermanos observados desde el cielo, atravesando en diagonal, paralelos, implacables, la corrupción de un mar impuro.

Ésta es la razón por la cual abundan los planos generales y los planos americanos. El director no se ha limitado a poner la cámara donde caiga ni a buscar con qué tamaño se ven mejor las interpretaciones de los actores. Por el contrario, la planificación disfruta de un sentido estético importantísimo que caracteriza la película. Los planos de Gattaca serían reconocibles en cualquier contexto.

Nos encontramos, por consiguiente, ante una película que intenta vendernos lo de siempre de las pelis estadounidenses: lo importante es el espíritu, no la razón; el individuo es más fuerte que el sistema, pero busca triunfar en ese sistema consiguiendo, por esa intención, validarlo; existe rebeldía, pero no revolución.

No obstante, ocurre algo parecido que con Casablanca o con los documentales de Leni Riefenstahl: la ideología puede disgustarnos, pero su retórica nos fascina.

Se nos regala, por consiguiente, una película centrada en el tema de la frialdad, y de la tristeza que emerge desde esa frialdad: una película aparentemente fría, como es aparentemente frío el protagonista. Recoge, de este modo, la atmósfera de un futuro higiénico y puro, más alienante, de otras películas como 2001, una odisea espacial, La fuga de Logan, Fahrenheit 451 o THX 1138.

Sin embargo, el director lo emplea como contraste con la fuerza del espíritu humano en su lucha contra la sociedad que impone ese concepto. Se trata de un mundo dominado por la lógica, por lo calculado, un mundo que tiene miedo de lo impredecible. Un mundo corroborado por cada uno de los elementos cinematográficos, por sus ciudadanos y por las opiniones que lo han levantado. En un mundo así, ¿cómo van sus habitantes  a aprender a luchar contra las adversidades, contra lo que  no estaba planificado, contra los fracasos, las frustraciones, las ilusiones rotas? Lo predecible, la esperanza puesta en lo controlado provoca que lo impredecible se vuelva insuperable, demoledor.

Nuestro protagonista -el factor impredecible- es, aunque no quiera, hijo de ese tiempo, tan corrompido, obsesivo, autocontrolado como todos ellos. Su historia no le muestra como elemento de paz interior, de equilibrio; su actitud es la del adolescente (a veces, me da la sensación de que la mayoría de los guionistas estadounidenses no consiguieron superar la adolescencia), la del adolescente que se rebela contra todo y saca fuerzas de sí mismo. Pero algo le diferencia de los adolescentes y de sus contemporáneos: el conocimiento de la realidad. Él sabe cómo funciona todo y se conoce a sí mismo y conoce cómo piensan los demás: no le basta con no querer ser así ni con estallar enrabietado contra el mundo. Por ello, su lucha es tan fría y controlada como el mundo que le ha hecho así. Sabe que no puede huir del sistema en que se encuentra.

Y espera.


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