Qué
difícil me ha sido siempre hablar de esta película. No me resulta complicado
hablar de si me gusta o no me gusta; por supuesto que me gusta, fue una de mis
películas favoritas siendo adolescente y aún me despierta casi el mismo
sentido de la maravilla y de la aventura. Sin embargo, cuando alguien me
pregunta por qué es tan buena, lo único que me sale en un primer momento es porque
mola. Y entonces me preguntan: Pero ¿por qué mola? Y yo respondo: ¡Jo,
porque mola! Y, en fin, no parece un argumento muy válido desde un punto de
vista crítico, ¿verdad?
Casi
siempre, a partir de aquí, no me planteo más. Ya podría quedarme en que si a
ti, amable lector, también te mola, pues genial, ¿no? Y, de lo contrario...
Pues ¿qué le vamos a hacer?
Sin
embargo, hace poco, me planteé en serio cómo explicar en qué consiste eso de
que Highlander mola. Porque
como siempre, si puede ser comunicado, quizás despierte un interés especial en
alguien, o revele formas y temas que no son inmediatos o reafirme posturas o
aleje ya por completo de cualquier acercamiento a la película o... ¿Quién
sabe?
Podríamos
empezar hablando del director, pero entonces deberíamos hablar de Highlander
II y... En fin... Dejaremos para otra reseña el por
qué no mola Highlander II. Tenemos ahí también un Ricochet
más interesante y algunas películas menores. El Ricochet es una película policíaca de ésas de psicópata que ya
va de sobrao pero que te mantiene más o menos con el interés durante todo el
metraje. Es efectista, pero también presenta cierta estética bien hecha, sin
llegar a las maravillas de un Seven,
de David Fincher. ¿Dónde se encuentra lo que en mi opinión es esa estética
bien hecha? En la composición de los planos. Y aquí vemos el estilo peculiar
de Mulcahy: una interesantísima composición de planos de una manera muy
expresiva. Mulcahy rehúye la fácil y gélida simetría o la tendencia a una
cierta expresividad ortodoxa sin excesos.
Ésta
es una de las cualidades que hizo tan recordada esa estética de Highlander
como única. En realidad, no es tan única, ya que se trata de un tipo de
composición presente en otros directores. De todos ellos, el más conocido y
quizá quien mejor la emplea sea Steven Spielberg. Se trata de un juego con
numerosos factores que construyen la imagen. En primer lugar, la línea
de horizonte: la frontera que en una fotografía separa el cielo de la
tierra. Uno de los maestros en el uso expresivo de esta línea de horizonte fue John Ford, quien la situaba muy baja para
darle épica a los personajes. Así mostraba su carácter indomable enfrentado a
la majestuosidad del paisaje occidental estadounidense, imponente sobre las
diminutas figuras, casi perdidas en la parte baja del plano. Esta fue una de las
imitaciones que reconoció haber estudiado Kevin Costner para la estética,
también épica, de su Bailando con lobos,
conjugándola con una banda sonora excepcional.
Mulcahy
realiza un juego similar en su más conocida película: la sitúa baja
cuando quiere impresionar con el paisaje escocés y cuando muestra a Christopher
Lambert -el legendario Conner McLeod- paseando triste y desengañado por la
ciudad: el terrible patetismo de la soledad. Así puede además mostrar un
contraste demoledor entre dos ambientes: el natural, vivificante, de la Edad
Media frente al artificial y alienante de la Nueva York del siglo XX. Al
realizar estos paralelismos en la composición de planos, el choque de
perspectivas del espectador las relaciona inmediatamente marcando el inexorable
paso del tiempo y la gran lejanía entre la manera de vivir de un mundo y del
otro. Esta distancia simbólica entre espacios sirve a la perfección para
definir el carácter perdido, abrumador, de la existencia de un protagonista
inmortal perdido en un mundo ancho y ajeno. Más adelante veremos cómo combina
este uso con otro elemento estético.
Por
otra parte, a menudo sitúa muy alta la línea de horizonte, colocando a los
personajes por encima del espectador de la sala de cine (¡cuánto pierde esta
película al verla en el televisor!). Aquí la superioridad de ciertos
personajes -inmortales de nacimiento- no sólo se dice sino que se muestra
visualmente. El mejor ejemplo se encuentra en el duelo del callejón, con un
mortal armado de uzis como observador. Es un viejo truco conocido por cualquiera
que haya estudiado un mínimo de lenguaje cinematográfico, pero que aquí se
encuentra muy bien aprovechado.
Sin
embargo, no sólo juega la línea de horizonte en la composición. Mulcahy no se
fuerza a depender de un único sistema (Kubrick, por ejemplo, sí se limita a
una composición muy definida en películas como La
chaqueta metálica o El resplandor,
con resultados estéticos muy diferentes). Al contrario que Kubrick -quien no
siempre diferencia entre narración y descripción-, Mulcahy prima en Highlander
la narración sobre el estilo. Tiene planos simétricos, como la presentación
de la escena sobre el bote, en el lago, y planos muy extremos, muy expresivos,
incluso violentos, como el duelo en las highlands
entre ese entrañable Ramírez (Sean Connery) y McLeod. La unión entre el
paisaje al que pertenece McLeod, la peligrosidad del duelo -a la cual, por
razones obvias, se muestran indiferentes los duelistas-, el carácter violento
de la escena y la belleza del paisaje son aprovechados al máximo por el
realizador mediante una composición lleva al extremo. En general, compone los
primeros planos asimétricamente, relacionando las sensaciones del personaje con
la expresividad que le sirve en bandeja su director artístico.
De
este modo, ya desde la construcción de los planos, en todo momento nos
encontramos inmersos en la realidad creada por el guión.
Acabo
de comentar cómo la composición se une a otros elementos cinematográficos; me
refería ahora en particular a los famosos fundidos encadenados y a las
cortinillas de Highlander. En su
momento fueron una llamativa innovación, así como los espectaculares
movimientos de cámara. Hoy han perdido parte de su originalidad y son más
recordados efectos similares en el Drácula
de Coppola, a pesar de que tanto Highlander
como Europa, de Lars von Trier, son
precedentes en los ochenta. Estos efectos se basan en la película de Mulcahy en
una especie de vinculación entre presente y pasado a través de los recuerdos
del personaje. Son siempre efectos suaves para marcar la introspección en la
que se funden el dolor y la nostalgia de los recuerdos del protagonista. Quizás
uno de los más expresivos sean el encadenado del rostro de McLeod con la valla
publicitaria que exhibe el rostro de la Mona Lisa. Este encadenado nos obliga a contrastar el dolor puro, muy primario,
del protagonista con la vaciedad y la alienación que siente al perderse entre
la frivolidad del Nueva York de los ochenta. Como en otros ejemplos, destaca el
hecho de que se combina el efecto con un suave movimiento de cámara: motivo
cinematográfico que a lo largo de esta cinta expresa la nostalgia y la pérdida
ya aceptadas, si bien no asumidas. Otro excelente ejemplo, con seguridad el más
impresionante en su momento dados los recursos técnicos existentes, es la panorámica
vertical desde el fondo del agua de la pecera en el loft
del presente ascendiendo hasta la superficie del lago escocés: un muy difícil
efecto cuando aún no se disponía de la versatilidad del ordenador.
Quiero
detenerme aquí un poco para hablar de la conjunción entre expresividad
cinematográfica y narrativa fantástica. Ya vamos viendo cómo a través de
distintos recursos dinámico-fotográficos se nos presenta la visión de la
realidad que posee este personaje inmortal. Él ha sufrido, vivido dolor y alegrías,
ha aprendido a cansarse del mundo. (Ya veremos cómo esta línea, la más
interesante del argumento y del personaje no es la opción escogida por los
guionistas para redondear la película. En mi opinión, es su gran defecto,
inexcusable desde cualquier punto de vista que se me ocurra por la falta de
coherencia con lo que se nos ha venido contando: el hastío del personaje. Sin
embargo, tendremos espacio para dedicarle al problema.)
En
este sentido, uno de los aciertos del uso del motivo narrativo de la inmortalidad
se encuentra en esa idea de dolor eterno, inacabable. El protagonista no ha
superado aquellos días, podríamos decir que el tiempo no lo cura todo. Es
decir, su dolor no desaparece a lo largo de los siglos, sino que se enquista. La
subtrama amorosa, por consiguiente, no es en absoluto insustancial, sino que se
trata de una de las bases principales del personaje. Si el rechazo de sus
contemporáneos explica su soledad, sólo la muerte de su esposa justifica su
carácter taciturno. Por tanto, la película se convierte así en un alegato
sobre el amor eterno. Si bien cualquier psicólogo podría criticar en el mundo
real los problemas de este patético individuo que -ya le vale- sigue poniendo
la velita siglos después de la muerte de su amada, en el mundo poético del
cine la idea no sólo funciona, sino que se nos antoja romántica, tierna,
conmovedora. Así que el romanticismo de la idea la justifica como principio de
construcción emotivo. La película contiene en esa trama la reflexión en torno
a nuestros dolores, nuestras sensaciones, a nuestros miedos ante la vida eterna
y ante el dolor eterno de una manera imposible de mostrar en una narración
realista. Si nos fijamos bien, los juegos expresivos de estos efectos
comentados, que nacen de la premisa fantástica de la trama, tienen a menudo
relación con la pérdida del amor (de su esposa) y, lo que es lo mismo, de la
amistad (de la cual también hablaré después), justificándolos y -lo que es más
importante- apoyándose en su expresividad. Lo que sí es seguro es que -excepto
uno- todos ellos tienen que ver con el dolor del recuerdo de lo vivido: el tema
principal de Highlander, desperdiciado al final. Más adelante, contemplaremos
algunas otras cuestiones en torno al argumento y la trama principal.
Comentadas
cuestiones visuales más fotográficas, pasamos a la ambientación. Desconozco
por completo la fidelidad de la dirección artística a la vida de las highlands
de aquellos tiempos. Sin embargo, estética y expresivamente funciona. La
batalla entre los clanes fue innovadora en su tiempo, con una crueldad y un caos
que luego serían aumentados en Braveheart
(de Mel Gibson) y Gladiator (de Ridley
Scott) con desiguales resultados. En este sentido funciona a la perfección el
contraste entre la verdadera batalla de hombres luchando por la supervivencia
con el simulacro absurdo del Madison Square Garden y su Pressing Catch. En cierta ocasión, leí también la interesante
comparación entre dos conceptos que consiguen el mismo resultado expresivo de
alienación mediante vías opuestas: Jack Lemmon trabajando solo entre docenas
de mesas vacías (en El apartamento,
de Billy Wilder) y Christopher Lambert perdido en sus recuerdos en medio de una
multitud furiosa en la cinta que nos ocupa. Me gustó mucho la relación.
Esta
estética de Highlander fue lo más
ensalzado y lo más criticado de la película en su momento. Los movimientos de
cámara propios del video-clip, por ejemplo, sumergían al espectador en un
dinamismo constante. Por cierto, debemos recordar que en ese lenguaje se había
formado Mulcahy. Vale la pena ver sus trabajos previos, como su mítico vídeo-clip
de los Rolling Stones. En fin, hoy tampoco resultan tan llamativos tras los
excesos de un Michael Bay (La roca o Armageddon)
o de un John Woo (Broken arrow o M.I.
II). Considero que el tiempo ha tratado bien la manera en que fueron usados
en Highlander, y hoy puede valorarse mejor su función descriptiva. Sin
embargo, hablábamos de la ambientación que acompaña dichos movimientos. Los
escenarios escogidos transmiten un exotismo muy adecuado. La libertad del mundo
del pasado, como siempre una poetización de la verdadera realidad, queda
transmitida a la perfección por las montañas y páramos de las highlands
y por las construcciones. Incluso el Nueva York de los ochenta se sume en un
exotismo con el que lo identificamos fácilmente, con sus semáforos,
multitudes, callejones, hostales de mala muerte... Nos encontramos ante una
sublimación de los escenarios, llevados a una muy apropiada estética de cuento
de hadas. Si Nueva York tuviera que ser el escenario de una revisión
postmoderna de los cuentos de hadas, yo me lo imagino como en Highlander.
A
la dirección artística, debemos añadir el vestuario: otra de sus grandes
virtudes. Cada traje guarda cierta épica y ayuda a distinguir a los personajes,
así como su personalidad. En mi opinión, Sean Connery pocas veces ha sido tan
Sean Connery como con aquel jubón rojo y aquel sombrero de mosquetero que le
daban una elegancia anacrónica especial. El traje se adecuaba bien a su carácter
pícaro, espadachín, seductor, aventurero y sabio. Dejando aparte la
bestialidad inherente al vestuario de los escoceses, ¿qué habría sido de Highlander
sin la gabardina y las deportivas de Christopher Lambert mientras empuñaba la
espada japonesa? Lo que después se convirtió en una efímera moda de elegancia
informal se debía a las peculiaridades de la trama: el calzado deportivo era útil
para el tipo de vida que el espadachín llevaba, mientras que una prenda larga y
amplia era imprescindible para esconder la espada en el siglo XX (McLeod jamás
puede quitarse la gabardina en público). Además daba una imagen en realidad
alejada de la idea de "elegancia", pues en un primer momento demostraba la
escasa preocupación del protagonista por su imagen, al encontrarse ya de vuelta
de las modas mortales.
Podemos
entroncar ya el análisis del vestuario con los personajes. El mítico Ramírez
interpretado por Sean Connery poseía todas las características enunciadas,
además de una presencia y seguridad en sí mismo propia de alguien de su
historial. El trabajo de voz del actor fue fundamental en la construcción del
personaje: la refinada elegancia combinada con la despreocupación y
espontaneidad a la hora de dar sabios consejos creó un referente único, hoy
recordado con admiración por todos los aficionados a la película. De acuerdo,
no se trataba de una personalidad shakespeariana, pero demostraba una
complejidad no por poco profunda menos cautivadora. Su amoralidad choca con su
lealtad y su representación paradigmática del Bien, sin que chirríe en
momento alguno.
Por
otra parte, Christopher Lambert, quien venía de triunfar con la fascinante Greystoke,
de Hugh Hudson, cumple sin problemas en el que aún hoy es su trabajo más
recordado dentro de una filmografía olvidable. Es el campesino poco filosófico,
humilde y sencillo, que apenas entiende lo que ocurre, pero que tampoco se
preocupa nada por entenderlo. Es un highlander,
no un cortesano como Ramírez. Su desarrollo y narratividad son coherentes,
interesantes, lógicas hasta... su desastroso desarrollo en el siglo XX. Si bien
comienza con interés en un entretenido aunque forzado diálogo en la comisaría,
enseguida se pregunta uno qué interés tiene este hombre que ha visto tantas
cosas, conocido a tantas mujeres, por la sosa y simple experta en armas de la
policía. Nada en ella sugiere un atractivo especial ni muestra ningún rasgo
original, único, de personalidad que atraiga al protagonista de la manera en
que lo atrae. Nos movemos aquí en el triste uso hollywoodiense de la convención:
"Le gusta porque es la chica; lo vemos enseguida, porque la cámara la sigue y
está investigando el caso, ¿no?, ¿qué más quieres?". La película habría
ganado muchísimo más si nos hubiera presentado a una mujer fascinante, increíble,
de ésas con demasiada personalidad y entereza para que pocos hombres estén a
su altura. Alguien capaz de interesar a un inmortal. Bueno, a lo mejor McLeod sólo
quería follar. Hmmm... No parece muy coherente con la dinámica de la película
y con la romántica escena final.
Otro
factor cuya lógica se me escapa es la escena en la casa de ella, en la cual
McLeod de repente no sólo se comporta como un chiquillo al no entender que es
un sospechoso que ha quedado con una chica de la policía en su apartamento. El
rollo machito ante chica tonta no parece muy lógico; creo que a ninguno de
nosotros nos habría extrañado que ella se curara en salud escondiendo un revólver,
una vez que incluso se ha invitado a su propia casa a un tío sospechoso de
haberle cortado la cabeza a otro. Y no somos inmortales que ya están de vuelta
de todo. Vamos, que no es para ponerse así. No sólo es eso. Es que además
McLeod muestra telepatía, precognición o yo no sé qué. ¿Será un anticipo
del premio final? Una cosa es que como inmortal te hayas vuelto observador, pero
lo de ver con rayos-X hasta el calibre de un revólver en el fondo de un cajón,
entre todos los que hay... No sé yo... En fin, que de repente trata a la chica
a patadas y se larga. Lo dicho, bastante dado a las rabietas nos ha salido.
Asumiendo que el carácter de un personaje es el que es, podríamos afirmar que
no cambia con los años, y ahí podría ser cierto. De este modo, conservaría
siempre esa actitud visceral que ya muestra con su mujer y con Ramírez tres
siglos antes. Es el mismo tipo de reacción que tiene en la iglesia al
encontrarse con El Kurgan, un salvaje psicópata que tiene que pedirle al bueno
que se controle un poquito, que hace siglos que conoce las reglas. Para mi
gusto, guionista y/o director parecen haberse inclinado más por ese tipo de
reacciones que "todos tendríamos cuando algo es inadmisible" en vez de
plantearse en serio una personalidad inmortal; sin embargo, reconozco que en
cierta manera podría resultar coherente su forma de ser.
No
parece tan coherente, ya lo he comentado, su pasión repentina por el personaje
femenino ni sus "poderes ocultos".
En
cuanto al montaje, me he referido a los interesantes efectos de transición
entre secuencias, pero no es tan correcto el de las imágenes de acción. Llama
la atención el caótico combate inicial en el aparcamiento: confuso y tramposo,
la falta de planos generales intenta ser suplida por cierto desorden situacional
que, de ser consciente, parece un fallo primerizo. Tan pronto vemos que el
"villano" salta de un lado a otro alejándose como que se encuentra cerca de
McLeod, paseando, como que vuelve a estar lejos. Si se pretende inquietar así
al espectador, el resultado no puede ser más desafortunado. También puede
suponerse que sea un fallo de rodaje, muy difícil de enmendar en la posproducción;
sin embargo, esto sólo serían conjeturas. Lo cierto es que, en general, el
montaje no representa la mayor virtud de la película e incluso en algunos
momentos se muestra bastante desafortunado.
Del
guión ya he comentado numerosas cuestiones. Queda hablar la bonita manera de
irnos introduciendo el tema de la inmortalidad: un verdadero desastre con la
adaptación del título al castellano. Lo que para el espectador anglosajón era
una sorpresa para el hispanoparlante se volvía un horizonte de expectativas.
Estas cosas no deben hacerse. No es que me escandalice, puesto que ya conozco la
ignorante estulticia y la falta de sesera de algunos de los distribuidores españoles
en algunos casos concretos, pero fastidia. En Highlander -y reconozco que
no tiene traducción literal-, viéndola anglosajonamente, vamos entrando en la
inmortalidad del protagonista al mismo tiempo que él. Sin embargo, esa
tranquila y ligera dosificación de la información contrasta con la aparición
de Lambert en el siglo XX. Este hecho debía de producir un extraño efecto
de... ¿Es el mismo tipo? ¿Es un descendiente suyo? ¿Qué está ocurriendo
aquí? Mucho de esa expectación se perdía con sólo esa tan sencillita y
molesta traducción de Los inmortales. Te recomiendo, amable lector, que
si vas a ponerle la película a alguien que no la haya visto, te refieras a ella
como Highlander y no le cuentes de qué va; es una experiencia que
nosotros perdimos pero que no tienen por que perderse nuestros sucesores. Ojalá
pudiera no haber desvelado nada del argumento en esta crítica, pero no era
posible sin perder claridad y rigor.
Siguiendo
con el guión, tenemos el efecto misterioso de un background muy, muy
interesante respecto a El Kurgan y a Ramírez. El guionista es inteligente usándolos
para aligerar conversaciones, avivando el interés por estos personajes. También
la economía de los flashbacks es bastante inteligente, con pequeños
destellos que permiten introducir una nota de humor para aligerar (el caso del
duelo en Francia) o una nota emotiva que además aporte algo de información
respecto a cómo ha ido viviendo McLeod apoyándose en mortales. Por supuesto,
hay que mirar a otro lado con el patético oficial alemán que va caminando solo
en plan psicóptaa por una ciudad en ruinas, armado con una metralleta y
disparando a diestro y siniestro (habría sido más coherente y sencillo
cambiarlo por un par de soldados de patrulla).
Y
llego a la parte más dolorosa: el final. Creo que podré analizarlo sin
desvelar demasiado. Tenemos como principal tema de la película el dolor de los
recuerdos de McLeod unido a la soledad de la eternidad, marginado y perseguido
por los mortales que no le entienden. ¿Cómo resuelve este problema el final?
¿Qué dimensión aporta a lo que hemos ido sabiendo de este personaje
torturado? Nada. No deja de estar solo entre la mayoría de los mortales ni es
mejor comprendido por los seres humanos ni dejarán de perseguirle. Además no
tiene relación alguna con la línea fantástica que se iba desarrollando. ¿Está
bien el premio? Pues sí, está bien, pero comparado con la inmortalidad o como
solución a los problemas de la misma... Tampoco el duelo final parece a la
altura de los otros, dados los extraños cambios de ritmo y unos chapuceros
efectos especiales (incluso para la época). La fotografía de esos planos es
muy bonita, eso sí.
En
fin, habría sido un poco tópico un final más trágico para McLeod, pero quizás
más apropiado para la justicia poética de la película. Quizás haber mostrado
a El Kurgan como un mendigo mortal durante el resto de sus días... En fin, ésos
son mis finales y no tienen por qué coincidir con los gustos de nadie; son sólo
posibilidades alternativas.
En
definitiva, ¿qué valor tiene Highlander? En primer lugar, yo diría que
como película de aventuras es apasionante, entretenida, original... El tema está
bastante bien jugado una vez que se ha decidido abordarlo desde la acción. Como
complemento, recomiendo leer La nave de un millón de años, de Poul
Anderson, novela que me parece una muy probable fuente, no reconocida, de Highlander,
pues guarda no pocas similitudes. Estéticamente saca mucho partido de los
cambios de época y de los duelos a espada. Esta estética, en mi opinión, dejó
su huella y sirvió de base -sobre todo el vestuario- a estéticas cinematográficas
posteriores. Es una lástima que la línea más interesante, la fantástica, no
haya sido desarrollada posteriormente más que en terribles, vergonzosas
secuelas. ¿Cómo es que el cine no ha tomado más a menudo la idea de la
inmortalidad como motivo cinematográfico más que desde la óptica del vampiro?
Es un motivo abrumador, de ilimitadas posibilidades expresivas, estéticas,
filosóficas y emocionales, asumible desde muchísimas ópticas diferentes.
Parece mentira, pero creo que Highlander pegó demasiado fuerte en este
sentido. Es el paradigma de la inmortalidad en el cine. Quizás por eso, pese a
sus numerosos defectos, y también gracias a su estética y a sus actores -sobre
todo los secundarios- Highlander, a día de hoy, me sigue molando. A ver
si alguien puede superar esos tristes defectos y avanzar en un tema que es, en
definitiva, el más importante de la Humanidad.
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