¡Arriba, excursionistas!
¡Hoy hace frío, mucho frío! ¿Dónde
te creías que estabas? ¡¿En Miami?!
Estas palabras pueden ser de las que más
veces se repitan en una sola película en toda la Historia del cine.
Hablaré hoy de una de las -en mi
opinión- mejores comedias que se han rodado. La película se estrenó en España
como Atrapado en el tiempo, gracias a
unos descerebrados distribuidores españoles que se cargaron una vez más la
sorpresa sobre su argumento ya antes de entrar a la sala.
En fin, esta pequeña obra maestra
sigue una curiosa tradición de comedia basada en elementos fantásticos, cuyos
más célebres representantes serían ¡Qué
bello es vivir!, de Frank Capra, y El
invisible Harvey, de Henry Koster, película que mi conejo blanco y yo
tenemos en un lugar preferente de nuestra estantería.
Son películas que emplean la sorpresa
del elemento fantástico para redefinir de un modo simpático nuestra visión de
la sociedad y que, ante todo, celebran la alegría de vivir, enseñándote que
casi todo el mundo es bueno y que si eres bueno todo va bien en el mundo (ahora
retomado en la serie Me llamo Earl).
¡Te quedas más contento cuando las ves, con esa sonrisa ingenua y feliz! En
fin, ya decía Aute que los sueños cine
son.
Sobre el director, Harold Ramis, un clásico
de la comedia gamberra norteamericana, me gustaría señalar sobre todo su tono
cínico y descreído como guionista y como actor, presente también en Los
cazafantasmas, y su acierto en otras películas menos conseguidas, pero simpáticas,
ya como director: Mis dobles, mi mujer y
yo y Una terapia peligrosa. Como
otros muy ortodoxos directores de comedia -Frank Oz, Ivan Reitman, John Landis...-
consigue ese tipo de obras poco pretenciosas, pero muy eficaces y muy bien
acabadas. En este tiempo en que las películas se dividen entre "grandes
obras de arte" y "grandes desastres insostenibles", se agradecen
-como comenta alguna vez Julián Díez- ese tipo de películas que sólo buscan
contar bien una historia y hacer pasar un rato distendido en el cine. De verdad
que no entiendo cómo alguien puede aspirar a estar siempre entre comeduras
profundísimas de tarro tras un cansado día de trabajo o en un ratito de
tranquilo relax. Es mi opinión, la opinión de alguien que otras veces disfruta
muchísimo con el cine profundo, filosófico, duro... No debería ser tan difícil
aceptar que los dos tipos de cine son igual válidos y de necesarios. Películas
hoy ensalzadas -con razón- como "grandes obras de arte" sólo son eso
(lo cual es muchísimo), entretenidas comedias con soberbios actores y bien
llevadas: La fiera de mi niña, Historias
de Filadelfia, Arsénico por compasión...
Por si fuera poco, así -como las actuales películas de Frank Oz o de Harold
Ramis- eran vistas por la crítica de la época. ¡Pero masturbarse mentalmente
con una crítica sobre una película en blanco y negro siempre parece más
intelectual que hacerlo con Dentro del
laberinto !
Atrapado
en el tiempo, me da la impresión, debió de ser
planteada como una más de estas películas sencillas, pero superó con creces
el nivel de buen cumplimiento habitual. En relación con esto, antes de empezar,
quiero aclarar que profundizaré en una especie de deconstrucción de la película,
sacando conclusiones sociales, psicológicas... Humanas, en suma. Todas estas
ideas me parece que funcionan a nivel subconsciente, como en cualquier otra gran
obra cinematográfica. Sin embargo, aquí se encuentran a un nivel mucho más
subconsciente que de costumbre, aunque -curiosa paradoja- sean mucho más fáciles
de ver a simple vista. Lo que quiero decir es que las implicaciones filosóficas
y existenciales de la película son sencillas y evidentes porque, de lo
contrario, la película no funcionaría. Pero están ya asumidas según la película
avanza. ¡Cuántas veces he oído decir a alguien tras ver la película: "Es
que así es la vida"! Como todas esas grandes comedias, simplifica
algunas cuestiones trascendentes para jugar con ellas y sacar algo muy ligero.
Por ello, su meta principal es el entretenimiento, no audiovisualizar un tratado
de filosofía. Y ése es su logro: ¡qué película más entretenida para quien
entre en el juego! Quizás por eso me parece una película tan redonda, tan
cerrada, tan conseguida, porque es ante todo una historia bien contada.
La película tiene la estructura
tradicional de muchas comedias, presente desde el cine clásico, donde un humor
surrealista soporta una romántica y típica historia de chico insoportable que
se redime para conquistar a la chica honesta y alegre. Para ello, debe sacar una
lección sobre sí mismo y ver el mundo con otros ojos. ¡No quiero ni pensar qué
habría ocurrido de haberla dirigido Chris Columbus y haberla protagonizado
Orlando Bloom! Por fortuna teníamos a dos gamberros como Harold Ramis y Bill
Murray al cargo de la dirección, el guión y la interpretación. Pues se trata
de un argumento dificilísimo de trabajar con las tramas secundarias, mucho más
de lo que parece a simple vista,
y muy tendente a caer en cualquier exceso por uno u otro lado.
Como en las grandes comedias,
los personajes son estereotipos .
No es un defecto, sino una de las bases del género, con contadas excepciones.
Ejemplos clásicos los encontraríamos en la ya citada ¡Qué
bello es vivir!, en La tentación vive
arriba o en El apartamento,
las dos últimas firmadas por Billy Wilder. No se trata de ahondar psicológicamente
en las profundidades de la mente humana, sino de plantear interesantes puntos de
partida para situaciones cómicas. Por ello es fundamental el trabajo de los
actores. En este caso, Bill Murray y la marmota -incluso en éstos, sus papeles
más característicos- están formidables. Pero los mejores son todos los
secundarios, encargados de definir,
con dos pinceladas, tipos pintorescos de un pueblecito
idealizadamente cursi de Estados Unidos. ¡Qué lujo supone contar con Stephen
Tobolowsky y Chris Elliott,
los protagonistas de aquella magnífica serie: Búscate
la vida!
Por otro lado, una encantadora Andie
McDowell apenas aporta -siendo el suyo un papel muy desagradecido, hay que
decirlo-, pero enamora al espectador lo suficiente como para que entendamos al
protagonista. Es el personaje más plano de la película y, sin embargo, de gran
importancia, como veremos más adelante.
En realidad, recordaremos a los
personajes de esta película por los diálogos, pero no por el conjunto, sino
por la respuesta del protagonista en cada interacción con ellos. Es decir, se
trabaja con mínimos, con economía estética, pero eficacia narrativa.
Por consiguiente, se emplean recursos
muy sencillos. Son recursos engañosos puesto que su sencillez no refleja lo
necesarios que han sido para el funcionamiento de la película. Es una lección
de cine sencillo realizado con gusto y buen oficio. Emplea elementos de manera
muy ortodoxa para expresar las cuatro ideas fundamentales de la película.
En primer lugar, la alienación basada
en la repetición. Para expresarla Ramis se centra en pequeñas recurrencias de
objetos como el despertador o el café del desayuno, aunque el leit-motiv
de esta repetición es, por supuesto, la canción inicial sumada con los
comentarios de los locutores.
La segunda idea la representaría la
evolución anímica e intelectual del protagonista, único personaje que
evoluciona en un mundo alienado, así como su relación con el entorno. La
conclusión obvia transmitida es la de que no nos sirve criticar el mundo sino
adaptarnos a él.
La tercera idea hablaría de la relación
sentimental, la cual pasa por la paz interior y el cambio de actitud ante el
mundo, sin las cuales la relación romántica no funciona.
Por último, tendríamos la
profundización en el fascinante mundo de esa gran desconocida que es la
marmota. La obviedad de esta idea es tal que no ahondaré en mayores y
superfluas reflexiones.
Como ya he comentado, para todo esto
existe un gran trabajo de planificación que apenas se nota: se emplean recursos
de tamaño y de ángulo para subrayar las distintas fases o se repiten planos
una y otra vez, recurso obvio pero que funciona sin problemas. Muchos de estos
recursos sirven para marcar al espectador la fase en que se encuentra el
protagonista y que empatice con él. El mejor ejemplo sería el momento en que,
tras agotar la fase de hedonismo, entra un plano detalle del reloj de mesilla
cayendo demoledor en cámara lenta. Recuerdo el efecto de cansancio, de
ineroxabilidad que me causó a mí en particular aquella imagen.
Entre las mejores cualidades de la película
se encuentra también un soberbio montaje que pasa inadvertido. Hay cortes
realmente memorables, como el del discurso literario sobre el frío invierno o
el del camino recorrido para tomar la tostadora y suicidarse. Te recomiendo
encarecidamente, amable lector, que cuando vuelvas a ver la película -porque
tienes que verla una y otra y otra y otra y otra y otra vez- te fijes en el
montaje, en cómo corta de manera fulminante de una secuencia a la otra y que en
esos cortes puedes encontrar al menos la mitad de la eficacia de su humor. Se
trata del llamado montaje externo, por
corte en vez de por movimiento de cámara o de personajes. Suele ser el más fácil
y obvio. Sin embargo, en esta película Harold Ramis lo emplea con una gran
inteligencia, con llamadas continuas a la capacidad del espectador para rellenar
los huecos de lo que no se cuenta y sacar de ahí la carcajada. Las elipsis que
con él consigue son magníficas y el centro de su humor.
Otra de las grandes virtudes de la película
-relacionada con el montaje y muy difícil de alcanzar- es su suavidad en su
manera de enganchar al espectador. Sólo las grandes comedias consiguen esto.
Enseguida te dejas llevar por la película y lo que en ella ocurre. No existe un
gran clímax ni momentos trepidantes de emoción ni de risas. Es el ritmo de la
vida del personaje, que va manteniéndose en la misma medida en que a él se le
presenta.
Todo ello nos conduce a la principal
virtud de la película, su estructura, en relación con las distintas fases
psicológicas del protagonista:
1.
Cinismo: el protagonista se siente por encima
del mundo, que le produce un humor sarcástico.
2.
Estupor: el punto de giro de la película. La
actitud asumida no prevé un cambio en su concepción de una realidad inmutable.
3.
Negación mediante el sarcasmo, la manera de
evadir el problema mediante el humor, desde ese cinismo sarcástico: ¿Y si no hay mañana? ¡Hoy no lo ha habido! ¿Oiga...? ¿Oiga...?
4.
Hedonismo: el protagonista se aprovecha del
mundo, cuando se siente capaz de dominarlo y de manipular su entorno: No voy a seguir sus reglas nunca más. Por favor, qué grandiosa es
la escena de la persecución de la policía con ese final a punto de morir
arrollados por un tren, tras lo cual trata a los agentes como dependientes de
una hamburguesería.
5.
Aburrimiento: el hedonismo termina en sí
mismo, las posibilidades no son infinitas; la satisfacción no llega. El
protagonista es amo y señor de un mundo eternamente idéntico, lo domina
perfectamente hasta mostrarnos esa escena en que sabe todas las respuestas, de
manera "mágica", de un concurso de televisión.
6.
Desesperación: no puede soportar la alienación
de estar solo con su propio alejamiento respecto de sus semejantes. Se apoya en
la imposibilidad de dominarlo todo, imposibilidad metaforizada mediante la
conquista del personaje de Andie McDowell. La frustración provoca la depresión.
Me he suicidado más veces de las que
puedo recordar. Director y guionistas no se regodean con la que podría
haber sido una horrorosa y existencialista entrada en lo más oscuro de la
mente. Recuerdan que están escribiendo una comedia y, llegando a sobrecogernos
en algún momento, consiguen siempre hacer sonreír al espectador. En momentos
como éste -especialmente en la escena en que habla del invierno: Y va a durar el resto de sus vidas-, se puede apreciar la mayor
virtud de la película: su dominio del tempo
dramático, que es lo que en realidad la convierte en una obra maestra.
7.
Descubrimiento del mundo: la aparición de la
inexorabilidad de la muerte en ese mendigo insalvable, eternamente condenado
como todos nosotros, consigue -como siempre lo consigue la idea de la muerte-
cortocircuitar la alienante cotidianeidad. Es el segundo punto de giro.
8.
Resignación: al resignarse a la muerte, el
protagonista no puede más que aceptar la realidad.
9.
Búsqueda: el protagonista hace el esfuerzo
por encontrar algo que le ocupe los días, lo que sea, aunque se trate de tocar
el piano. Al fin y al cabo, puede dominar el mundo y usarlo para encontrar la
manera de llenar el vacío.
10.
Disfrute: encuentra, tras las últimas fases,
multitud de inquietudes: desde salvar a un niño -escena planteada para dar un
giro positivo a la idea de repetición- hasta esculpir estatuas de hielo.
11.
Paz interior: la sonrisa cínica casi ha
desaparecido -aunque, es cierto, genio y figura...- para dar paso a la
tranquilidad.
12.
Éxito: ¡conseguimos a la chica! No era ella
la culpable, vaya.
Esta trama principal soporta muy bien
su apoyo en la trama amorosa, que sirve como termómetro de los logros
personales y éticos del protagonista. El personaje interpretado por Andie
McDowell se convierte así en la conciencia de la película, la autoridad moral
del guión, juzgando los logros del protagonista. Por ejemplo, no existe una
gran tristeza en la chica ante la muerte de su compañero de trabajo con la
furgoneta. Sólo puede observar estupefacta. Él no es nadie para ella ni tiene
por qué serlo.
Esta trama corre pareja de la subtrama
de la marmota, cuya magnífica interpretación provoca ese duelo de actores que
alcanza su mayor cumbre en la escena de la furgoneta, con el presentador Phil y
la marmota Phil perfectamente compenetrados .
La trama principal deviene al final en
metáfora de la búsqueda de la felicidad, así como en proyección de nuestra
relación con el mundo. La idea es magnífica: el mundo no cambia jamás, las
personas son igual de maravillosas o igual de estúpidas cada día. Lo único
que cambia es la actitud del protagonista ante el mundo y dicha actitud es la
que construye su depresión o su felicidad. No depende del mundo; depende de él.
De este modo, se nos presenta una
evolución psicológica coherente, no denunciable.
A partir de aquí, la película toca
muchos aspectos de nuestra cotidianeidad, usándolos todos ellos desde el punto
de vista causal, es decir, narrativo. Ninguna secuencia está en la película sólo
porque "es graciosa"; todas han sido montadas por su función
narrativa, para que la trama avance. Lo que da la impresión contraria es que
tras montar ese esqueleto narrativo tan riguroso, tan cerrado, se han
enriquecido las secuencias para que contengan todo lo que queramos decir y para
que nos divirtamos. Pero jamás este enriquecimiento juega en contra de la
narración. Así se narra, señores. Chapeau.
Y esto es Atrapado en el tiempo .
Errr... Me gusta siempre -como a todo
crítico que quiso ser escritor- acabar con frases logradas, certeras... Pero es
que ya está.
No sé.
¿Hasta el mes que viene? No, no sea
que Blanca me diga que esto es poco serio.
Hmmm...
Ejem, ejem.
¡Arriba, excursionistas!
¡Hoy hace frío, mucho frío! ¿Dónde
te creías que estabas? ¡¿En Miami?!
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