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David G. Panadero Género negro
Cosecha Roja
David G. Panadero


Letras negras (I)
Criminal no naces: criminal te haces

Quién no ha visto una película de psicópata al acecho; quién no ha leído una novela sobre un asesino en serie. Todos hemos sentido gran inquietud cuando los telediarios hablaban de la matanza de la Universidad de Virginia, y ello se debe, sin duda, al lugar protagonista que ocupa en nuestros días la figura del psicópata en la imaginación popular. Resulta curioso que ya no nos asusten vampiros ni demonios, que ahora nos tengamos más miedo a nosotros mismos. Además, en la figura del psicópata siempre hay un enigma latente. Por más que sepamos cuáles fueron las razones -a veces prácticas e inmediatas; otras veces, empapadas de enigmas de raíz psicoanalítica- de un crimen determinado, siempre queda un porqué en el aire. Es éste un tema que siempre da que hablar, sobre el que difícilmente se agotan los debates. El estudio de la mente criminal fascina por lo inexplicable. El propio Francisco Pérez establece un símil muy acertado: podemos saber cómo funciona un reloj pero no comprendemos el paso del tiempo.

La mente criminal es la gran desconocida para el lector de novela negra, pero la lectura de este ensayo, antes que responder a esta cuestión, nos sitúa frente a otras preguntas, a la vez que se aleja radicalmente de toda la mitología erigida sobre el tema. Partiendo del mismo título, Imbéciles morales, Francisco Pérez se adentra en este breve y minucioso ensayo en las contradicciones que rodean el estudio de la mente criminal y que afectan a su tratamiento por parte de las diversas instituciones.

Porque, ¿quiénes son los imbéciles morales? Bien cierto es que con esta denominación se ha agrupado en épocas pasadas a los delincuentes y las personas de conductas antisociales, incurriendo al emplear el término en una de esas contradicciones que Francisco Pérez discute desde estas páginas. ¿Qué relación puede existir entre la inteligencia y la capacidad para discernir lo bueno de lo malo? ¿Es la moral una base sólida para nuestro comportamiento, o por el contrario, una simple fantasía proyectiva que potencia lo que nos agrada y estigmatiza aquello que, en una coyuntura determinada, nos perjudica socialmente?

Francisco Pérez, doctor en Filosofía y profesor de Psicología, se permite abrir todos estos temas de debate, sirviéndose además de un enfoque multidisciplinar gracias al cual reúne todos los materiales indispensables para acercarnos a los "imbéciles morales" de una manera mínimamente fundada. En estas páginas tienen cabida los filósofos medievales, los hombres de ciencia decimonónicos, especialistas que, como Cesare Lombroso, aseguraban poder determinar la predisposición para el crimen que tuviese una persona con sólo observar su anatomía; forma ilustrada de racismo que, quién sabe, quizás para algunos siga ofreciendo garantías positivas.

Para acercarnos a una mayor comprensión de la delincuencia -o mejor dicho; puntualicemos: para acercarnos a la visión que tiene la opinión pública de la delincuencia-, el autor avanza, capítulo a capítulo, exponiendo las diversas transformaciones que han tenido la psicología, la sociología y, en líneas generales, la criminología, aportando una nítida visión de conjunto. Especialmente interesantes resultan los trabajos de sociólogos como Georg Simmel, que analizan cómo el entorno urbano de las sociedades industriales avanzadas incide en el comportamiento. O las tesis mantenidas por Edwin Sutherland, que acuña el concepto de "Delitos de cuello blanco”. Porque cuanto más avanza nuestra sociedad, más sofisticadas se vuelven las formas de delinquir, separándose la criminalidad de los bajos fondos y acercándose en más de una ocasión a despachos acristalados.

Condensar la idea central de un ensayo tan destacable como éste resulta complicado, máxime cuando el autor, antes que proponer soluciones lapidarias, aboga por una mayor observación que combine diversas disciplinas. Y curiosamente, este teórico parece preferir el estudio práctico del funcionamiento de las prisiones y su régimen general antes que cerrar el debate desde las bibliotecas. Dejemos que sea él mismo quien tenga la última palabra:

"Es más tranquilizador imaginar a la inmensa mayoría de los delincuentes como locos, deformes o simples antisociales en algún sentido que plantearse cuestiones de mayor alcance como la de que, tal vez, ni el sistema que nos hemos impuesto, ni el modo de vida que hemos articulado en torno a él, funcionen tan bien como queremos suponer."


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