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David G. Panadero Género negro
Cosecha Roja
David G. Panadero


La jungla de asfalto (XI)
Buenos sentimientos en la América Profunda

Puede que todavía no se haya insistido lo suficiente en la estrecha relación que existe entre el western y el género negro. Si hacemos el esfuerzo de imaginación suficiente, no nos costará trabajo advertir la estructura de relato policial de numerosas historias del oeste -pongamos por caso la venganza ciega de Centauros del desierto-, así como también veremos en muchos clásicos del género negro un ambiente típico del western -el forastero que llega a la hostil Poisonville en Cosecha roja bien podría haber escapado de una película de John Ford-.

Y es que siendo ambos géneros dos formas de expresión fundamentales de la cultura popular americana, no resulta extraño que haya habido escritores que, como Elmore Leonard, hayan incursionado en los dos, que incluso hayan empleado resortes de uno en beneficio del otro. Es más: si el western a menudo sirve para mostrarnos la aparición de las grandes ciudades -y la extinción de la vida libre y asilvestrada-, el género negro viene a contarnos la decadencia de esas grandes ciudades, mostrando ambos géneros en más de una ocasión las dos caras de la misma moneda.

En el caso de Elmore Leonard, ese ambientillo seco y polvoriento del Lejano Oeste se potencia cuando sabemos que nació en Nueva Orleans. A su saber hacer literario, a su oficio como artesano de las novelas del oeste, se añade un conocimiento de primera mano de los rincones de la América Profunda.

En Persecución mortal, Leonard saca todo el partido a esos ambientes ya familiares -pantanos y caminos polvorientos, bares de carretera- para hacer desfilar por ellos a una galería de personajes puramente redneck, cuyo único alimento cultural se encuentra en ver concursos de televisión o escuchar a telepredicadores -ellas- o preparar la caza del ciervo y alardear de antecedentes penales -ellos-.

Wayne y Carmen Colson formaban un matrimonio relativamente tranquilo hasta que, cosas del azar, presenciaron la extorsión de dos matones, que ahora les quieren dar caza para evitar que testifiquen. La policía no podrá hacer mucho por protegerlos, salvo invitarles a que se acojan al Programa de Seguridad de Testigos. A partir de este momento, comenzará para el matrimonio una pesadilla kafkiana, viéndose vigilados y controlados hasta extremos inaceptables.

"Wayne dijo que empezaba a acostumbrarse a que lo tratasen como a un criminal y por eso no notaba la diferencia".

Si bien es cierto que esta historia no ofrece nada exageradamente novedoso, lo que hace que la leamos con entusiasmo es su soterrado sentido del humor, que la emparenta con el esperpento. Además, el autor elude la tentación de regodearse en la violencia, de manera que va ofreciendo grotescas estampas costumbristas que, en algunas ocasiones, derivan en golpes secos de violencia, que resultan muy efectivos.

A menudo hemos escuchado a los críticos más inmovilistas, que consideran que la novela negra desapareció hace unas cuatro décadas. También están los que opinan que se sigue haciendo novela negra, aunque en los últimos veinte años el género ha perdido su capacidad para cuestionar el poder establecido, pasando a ofrecer una visión de nuestra sociedad del todo carente de crítica. Pues bien, así podemos interpretar esta novela. Como una novela escrita con gran soltura, con un sólido conocimiento de las reglas del género, que ofrece un retrato vivo y certero de la vida y costumbres de la América Profunda, pero que en definitiva no cuestiona la realidad social ni las instituciones. Sea como fuere, en Persecución mortal encontraréis lo que ningún guía turístico os enseñará de Norteamérica.


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