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Cristóbal Pérez-Castejón Ciencia en la ciencia-ficción
Cromopaisaje
Cristóbal Pérez-Castejón


Reflejos en un espejo mágico

En la película de Steven Spielberg Minority Report, se describe un futuro cercano en el que funciona un desconcertante sistema penal. Mediante el uso de precognitores, mutantes con la capacidad de penetrar con sus mentes en el futuro, en esta sociedad se detectan los delitos antes de que hayan sido cometidos. Y los culpables en ciernes son detenidos y arrojados a un limbo electrónico aparentemente indefinido por un delito que según nuestra percepción de la realidad no han cometido.

En una primera aproximación, da la impresión de que el tema principal de esta película gira en torno a la predestinación, la eterna duda de si estamos sometidos a un destino inexorable o disponemos de un libre albedrío que nos permite luchar contra él. Pero tras un análisis más detallado esto ya no resulta del todo evidente. Es cierto que el destino de los perseguidos por Precrimen parece ineludible: están predestinados a convertirse en asesinos. Pero tampoco es menos cierto que la propia actuación de esta institución está modificando constantemente esa aparente predestinación. Y esto es así porque lo que realmente Minority Report nos muestra son los efectos típicos asociados a un clásico viaje por el tiempo.

Esta afirmación puede resultar un tanto sorprendente para alguno de los espectadores de la película. En efecto, ésta no presenta, explícitamente, una transición temporal típica como la que podíamos encontrar en Regreso al futuro o las que aparecen en las dos entregas de Terminator estrenadas hasta el momento. Sin embargo, en la ciencia-ficción no son raros los ejemplos de viajes temporales que no precisan de un desplazamiento físico para llevarse a cabo. Por ejemplo, en la celebrada novela Cronopaisaje, de Gregory Benford, unos científicos reciben un mensaje del futuro codificado en un flujo de taquiones, mensaje en el que se advierte de las funestas consecuencias a largo plazo de los acontecimientos que están teniendo lugar en el momento de recibirse el mensaje. En Frecuency, la película de Gregory Hoblit, el protagonista descubre que debido a un extraño fenómeno meteorológico es posible hablar con el pasado e incluso interactuar con éste, alterando el presente en el proceso. Y en Memorias, de Mike McQuay se nos describe una peculiar máquina del tiempo que desplaza mentes, no cuerpos, por la línea temporal.

Minority Report se ciñe a un esquema parecido al de estos ejemplos. Los cuerpos de los precognitores no abandonan físicamente el presente en ningún momento. Sin embargo, sus mentes si están viajando constantemente entre el presente y el futuro. Por definición, un precognitor ve lo que va a suceder. Pero esa visión paranormal resulta indistinguible de la acción de un viajero temporal que se desplazase desde ese futuro contemplado hasta el presente en el que tiene lugar la evaluación del crimen que va a tener lugar. El resultado final es que la visión del futuro provoca una alteración del presente que repercute en ese futuro: el esquema clásico de actuación de cualquier paradoja temporal.

Tiempo y relatividad

En contra de lo que muchos piensan, el viaje por el tiempo no está prohibido por la física. Con el advenimiento de la teoría de la relatividad llegó también la sorprendente revelación de que el tiempo no era una magnitud inmutable como se había considerado hasta entonces, sino que su medida variaba dependiendo del observador. Este fenómeno, conocido como dilatación del tiempo, tiene lugar siempre que dos sistemas de referencia se muevan uno con respecto al otro. En nuestra vida cotidiana no nos afecta porque sólo empieza a resultar significativo a velocidades muy altas. Sin embargo es algo que puede medirse perfectamente en un simple avión con ayuda de un reloj atómico.

Cuando la velocidad de desplazamiento comienza a aproximarse a la velocidad de la luz, los efectos de la dilatación temporal resultan espectaculares. Para un viajero desplazándose en una nave en esas condiciones el tiempo pasa muchísimo más despacio que para un viajero que permanece en reposo sobre el punto de partida. Esto da lugar a la célebre paradoja de los gemelos, según la cual un gemelo que vuelva a la Tierra después de viajar durante un tiempo casi a la velocidad de la luz descubrirá que su hermano que se quedo en el planeta ha envejecido muchísimo más que él en un factor que depende de lo cerca que haya estado su nave del límite de c durante su viaje. Este fenómeno, conocido como deuda temporal, es uno de los grandes inconvenientes de los viajes a velocidades relativistas y ha sido ampliamente utilizado dentro de la ciencia ficción. Por ejemplo, Joe Haldeman se sirve de él en La guerra interminable para que la novia del protagonista pueda encontrarse con éste tras un viaje espacial de cientos de años de duración, utilizando una nave en un recorrido cerrado a velocidades relativistas como máquina del tiempo. En la misma novela también se presenta el concepto de shock de futuro que ilustra cómo la sociedad fuera de la nave relativista evoluciona a una velocidad diferente a la de dentro de la nave, lo que se traduce en que cuando el viajero retorna a su mundo éste ya no es el mismo que cuando partió. Este fenómeno también esta magníficamente descrito por Lem en Retorno de las estrellas y por John Varley en su relato El pusher, donde presenta una inteligente reflexión sobre el desarraigo experimentado por un astronauta en estas condiciones. Por último, Poul Anderson se sirve de este mecanismo en Tau Cero para hacer viajar una nave hasta el mismísimo final del universo.

Además de la velocidad, la física también predice que podemos controlar el paso del tiempo mediante la gravedad. La teoría de la relatividad contempla que la gravedad retarda el tiempo, de modo que dentro de un campo gravitatorio los relojes funcionan más despacio. Por ejemplo, ha sido preciso tener en cuenta este fenómeno a la hora de diseñar la red de satélites de posicionamiento global (GPS) a fin de que pudiera funcionar de un modo preciso. De nuevo, cuando la intensidad del campo gravitatorio se incrementa, los efectos se vuelven espectaculares. En la superficie de una estrella de neutrones como la descrita por Robert L. Forward en Huevo de dragón el tiempo corre bastante más despacio que sobre la superficie de la Tierra. Y dentro de la singularidad de un agujero negro el tiempo termina por detenerse completamente: un viajero que pasase cerca del agujero negro sin ser destruido se vería catapultado hacia el futuro, tal y como se describe en el relato "Houston, Houston, ¿me recibe?" de James Tiptree Jr. Este fenómeno también ha sido ampliamente utilizado por Frederik Pohl en su célebre saga de los Heechees. En la primera novela, Pórtico, unos exploradores quedan congelados en el tiempo al quedar atrapados en la vecindad de un agujero negro. Y en el relato "En el núcleo", perteneciente al volumen Los exploradores de Pórtico, se nos narra el descubrimiento de los míticos Heechees viviendo en las cercanías de un agujero negro en unas condiciones en las que su tiempo se ha visto ralentizado varios cientos de miles de veces respecto al del resto del universo. La máquina del tiempo

Una de las consecuencias más turbadoras de la concepción relativista del tiempo es que atenta gravemente, en cierto modo, contra nuestro concepto mental de lo que es el flujo temporal. En efecto, a través de la percepción del universo que nos rodea hemos desarrollado una visión muy particular de nuestra relación con el tiempo. Los acontecimientos de nuestra vida se ordenan siguiendo una secuencia aparentemente evidente que da lugar a la clásica distinción entre lo que ha sucedido, lo que está sucediendo en un momento dado y que solemos equiparar a lo que es real, y lo que sucederá.

Ya los griegos comparaban el paso del tiempo con el flujo sin retorno de un río que nos lleva del pasado al futuro. Benford tiene un excelente relato titulado "Río abajo" basado precisamente en esta metáfora. Sin embargo, en la física no existe ningún elemento que describa ese fluir. Ni siquiera el concepto de presente tiene una realidad constatable: si los relojes de dos observadores situados en sistemas de referencia diferentes funcionan a diferente velocidad, el presente de uno de ellos puede fácilmente convertirse en el futuro o el pasado del otro. La simultaneidad temporal no existe y, como decía Einstein, pasado presente y futuro son sólo ilusiones, aunque sean ilusiones pertinaces.

Una posible conclusión de este hecho inquietante es que tanto el pasado como el futuro están fijados. El tiempo existe como un todo en el que el futuro que desconocemos es tan real como el presente que vivimos o el pasado que recordamos. El tiempo forma una especie de cronopaisaje, continúo pero mutable, donde no existe un instante privilegiado que podamos denominar presente. A este concepto se le denomina "entramado del tiempo".

Ahora bien, si el tiempo forma un todo continuo, ¿significa eso que podemos desplazarnos hacia atrás por él? La física dice que si, al menos en ciertas condiciones. Por ejemplo, en 1948 Gödel presentó una solución de las ecuaciones de Einstein que describían un universo en rotación en el que un viajero sería capaz de alcanzar su propio pasado simplemente desplazándose por el espacio. Esta solución se consideró en su momento únicamente como una curiosidad matemática, pero al propio Einstein le resultaba sumamente molesta la idea de que el viaje en el tiempo estuviese implícito en sus ecuaciones. Más recientemente, Tipler calculó que un cilindro infinito muy pesado que girase en torno a su eje a una velocidad cercana a la de la luz también permitiría viajar al pasado. Una variante de este mecanismo aparece por ejemplo en la película Superman (Richard Donner, 1978) cuando Superman se dedica a girar rápidamente en torno a la Tierra para retroceder en el tiempo a fin de salvar la vida de su amada. El único problema es que ni la masa de la Tierra es lo suficientemente elevada ni su forma puede decirse que sea precisamente la de un cilindro. Algo parecido sucede también en la serie de Star Trek, en la que aunque el problema de la masa está algo mejor resuelto (las naves giran en torno al Sol) sigue teniendo el problema de la geometría.

En 1991 se postuló que las cuerdas cósmicas, estructuras cosmológicas que algunos piensan que aparecieron en los primeros instantes de la Gran Explosión, también podrían servir para viajar hacia atrás en el tiempo. En la película Star Trek: Generations (David Carson, 1994) aparece una estructura cósmica, el Nexus, en la cual el tiempo se ralentiza y se retuerce de forma extraña, permitiendo a los que quedan atrapados en ella cumplir hasta sus más locos deseos, alcanzando una felicidad absoluta en el proceso.

Sin embargo, la máquina del tiempo más plausible desde el punto de vista de la física la encontramos en los llamados "agujeros de gusano". Se dice que cuando Carl Sagan estaba escribiendo su novela Contacto (1985), le preguntó a su amigo Kip S. Thorne por un procedimiento compatible con la física conocida para viajar más deprisa que la luz. El resultado de aquella conversación fue uno de los objetos más fascinantes de la física moderna: los agujeros de gusano. Un agujero de gusano es una estructura que conecta dos regiones remotas del espacio a través de un atajo. Son soluciones naturales de la teoría general de la relatividad, que predice que la gravedad no sólo es capaz de distorsionar el tiempo sino también el espacio. En estas condiciones, la trayectoria dentro de un agujero de gusano que uniera dos puntos seria un camino más corto que el que habría que recorrer por el espacio convencional. Esto nos permitiría viajar más rápido que la velocidad de la luz aunque nuestra nave nunca superaría dicho límite en ningún momento.

Crear un agujero de gusano es una tarea ciertamente compleja. Ciertamente es posible que en la naturaleza existan agujeros de gusano procedentes de la Gran Explosión, cuando la densidad y la magnitud de las energías implicadas pudieron dar lugar fácilmente a estructuras de estas características. Se ha postulado asimismo que los agujeros de gusano deben ser relativamente corrientes a nivel cuántico. El problema de estos microagujeros es que son muy pequeños y muy inestables: permanecen abiertos muchísimo menos tiempo del que es necesario para atravesarlos. Para ensancharlos y mantenerlos abiertos sería necesario utilizar lo que Thorne y su equipo denominaron "materia exótica", un tipo especial de materia capaz de producir la antigravedad necesaria para que las paredes del agujero se repelieran a fin de poder mantenerlo abierto.

Si se consiguieran agujeros de gusano estables como los que se describen en la novela de Arthur C. Clarke y Stephen Baxter Luz de otros días, sería relativamente fácil convertirlos en máquinas del tiempo. Para ello bastaría anclar uno de sus extremos cerca de una masa enorme, como una estrella de neutrones o un agujero negro, que se encargaría de ralentizar el tiempo en dicha salida. El mismo efecto también podría conseguirse haciendo viajar una de las bocas del agujero cerca de la velocidad de la luz mientras que la otra permanecería en reposo en el punto de partida. El resultado de esta combinación de factores permitiría a un viajero que atravesara el agujero circular por el tiempo en ambas direcciones, hacia el pasado o de vuelta al presente, sin el más mínimo esfuerzo. Un ejemplo de máquina del tiempo de estas características aparece desarrollado en el relato de Aguilera y Redal "Un vacío insondable", en el que los extremos de un agujero de gusano se estabilizan "anclándolos" a una estructura de materia ultradensa en rotación, lo que unido a su velocidad de desplazamiento convierte a esa estructura automáticamente en una máquina del tiempo.

Según acabamos de ver, la física no solamente predice la existencia de viajes por el tiempo sino que incluso reduce el problema a una cuestión tecnológica al ofrecer alternativas válidas para llevarlos a cabo. Ahora bien, si los viajes en el tiempo son posibles, también es posible vulnerar uno de los elementos fundamentales que rigen nuestra relación con el universo, como es el principio de causalidad. Hasta ahora resulta inatacable el hecho de que todo efecto tiene una causa que lo produce. Sin embargo, si los viajes en el tiempo son posibles es fácil demostrar que podemos tener efectos sin causa aparente que los justifique. Esto supone una conmoción de tamaña magnitud que algunos autores tan famosos como Stephen Hawking han propuesto la llamada "conjetura de protección de la cronología", según la cual los viajes temporales son teóricamente posibles pero en la práctica están prohibidos por nuestro universo precisamente para evitar los problemas derivados de la aparición de paradojas temporales.

El reflejo en el espejo

Las paradojas son, sin duda, uno de los elementos más atractivos y a la vez más polémicos de la física temporal. Como vimos antes, nuestro cerebro mantiene una particular concepción de flujo temporal que se divide en pasado, presente y futuro. Ahora bien, dentro de ese esquema los únicos elementos de los que tenemos conciencia son el presente y el pasado: el futuro es una incógnita que normalmente no se sabe qué nos deparará.

Las paradojas resultan tan turbadoras porque vienen a destruir, en cierto modo, esta secuenciación. En su forma más corriente, una alteración procedente del futuro llega hasta un determinado punto del pasado y provoca una cadena de acontecimientos que genera una alteración en él. Para un observador situado en el momento presente de la línea temporal existiría una clara divergencia entre el pasado previo a la perturbación, y el pasado posterior resultante de la actuación de ésta. El mismo tejido de la realidad, tal y como la entendemos, se vería por tanto puesto en entredicho.

Uno de los mejores ejemplos de esta paradoja lo encontramos en el conocido relato "El sonido de un trueno", de Bradbury, en el que una insignificante perturbación del pasado da lugar a un presente diferente del que partieron los temponautas. El mismo esquema es utilizado con gran éxito por Phillip K. Dick en "El mundo de Jon", continuación de su celebre relato "La segunda variedad", en el que la muerte de un solo individuo en el pasado produce una profunda alteración histórica. Poul Anderson en "Delenda est" también hace un uso muy inteligente de este mecanismo, al proponer una revisión de un futuro alternativo en que la derrota de Roma en las guerras púnicas provoca una civilización radicalmente diferente a la que conocemos en la actualidad. En esta línea no podemos olvidar la divertida, pero a la vez estremecedora "Así burlamos a Carlomagno", de Robert A. Lafferty, en la que los protagonistas están ciegos a los cambios de la realidad que generan sus alteraciones en el tiempo, cambios que sin embargo resultan patentes para el lector del relato como observador privilegiado. La misma situación se vive en "El coleccionista de sellos", de César Mallorquí, donde aparecen unos misteriosos sellos que permiten enviar cartas al pasado. Cada vez que se produce un envío, el presente se ve completamente alterado por el efecto de la carta, pero los protagonistas sólo tienen una vaga conciencia de lo que ha sucedido. Sin duda una excelente ucronía sobre la Guerra Civil mezclada con una interesante trama policiaca.

Una de las razones que se han esgrimido con mayor frecuencia para justificar la imposibilidad de los viajes por el tiempo es precisamente la existencia de este tipo de problemas. El principio de causalidad ha demostrado ser a estas alturas bastante sólido. Sin embargo, la mayor parte de las paradojas acaban vulnerándolo de uno u otro modo. El ejemplo más evidente lo tendríamos en la llamada "paradoja del abuelo": un viajero en el tiempo podría desplazarse hasta el pasado y matar a su abuelo antes de que engendrara a su padre. La cadena de acontecimientos asociados a ese acto negaría la propia existencia del asesino... lo que conduce desde un punto de vista lógico a una situación imposible. Una situación parecida se vive en la película Regreso al futuro, cuando al viajar al pasado la madre del protagonista se enamora de él en vez de su padre lo que automáticamente termina negando su propia existencia. Otro caso típico de la misma paradoja es el retorno al pasado para encontrarse con una versión rejuvenecida de un yo más joven. Las implicaciones de este tipo de acontecimientos están desarrolladas con cierta profundidad en dos cuentos de Heinlein: "Por sus propios medios", un relato de intriga magistralmente construido en torno al viaje temporal y, sobre todo, el aclamado "Todos vosotros, zombis", donde se llevan hasta sus últimas consecuencias las posibilidades de un viaje recursivo por el tiempo en el que el protagonista termina siendo padre y madre de sí mismo.

Otra aparente paradoja, utilizada por Hawking como argumento para justificar la inexistencia de los viajes temporales, es que si el viaje por el tiempo efectivamente existe, ¿donde están los viajeros temporales que deberían estar por todas partes visitándonos desde el futuro? Porque de existir estos viajeros, es fácil imaginar que en determinados puntos críticos de la historia terminaría existiendo una auténtica aglomeración de los mismos. Este es el punto central del argumento de "Todos sobre el Gólgota", de Gary Kilworth, donde un turista que ha viajado por el tiempo para contemplar la crucifixión de Jesucristo descubre que toda la enorme muchedumbre que contempla el espectáculo está formada por otros turistas temporales venidos del futuro para presenciar el evento. La novela Por el tiempo, de Silverberg también postula la existencia de un gran número de turistas temporales que se mueven por el pasado de forma inadvertida y en pequeños grupos procurando no hacerse notar en la época que visitan.

Pasado inmutable

Existen muchas alternativas para enfrentarse al problema de las paradojas. Como norma, la mayor parte de las estrategias que se han desarrollado en el campo de la ciencia-ficción se apoyan para ello en alguna peculiaridad del concepto de tiempo manejado en la narración. Por ejemplo, una estrategia muy socorrida es utilizar la idea de la predestinación. En ese contexto, las paradojas evidentemente no existen porque los resultados del viaje en el tiempo están integrados dentro de la trama temporal. El tiempo es inmutable y el viaje a lo largo de éste se ceñirá inexorablemente a lo ya sucedido, aún en contra de la voluntad del viajero. Esto da lugar a algunas interesantes posibilidades. Por ejemplo, si se considera que el tiempo es circular (el famoso uroboros de los griegos), podría viajarse al pasado para intentar conocer el futuro. Esto es lo que propone "El círculo de cero", de Stanley G. Weinbaum. Los cronolitos, de Robert C. Wilson se desarrolla en un futuro cercano en el que de repente comienzan a aparecer una serie de enormes monumentos que conmemoran las victorias de un caudillo militar del futuro. Estos monumentos, inexpugnables y fruto de una tecnología desconocida, pronto muestran una siniestra razón de ser, al conducir a los habitantes del planeta al convencimiento de que Kuin, el responsable último de su aparición, es virtualmente invencible y que cualquier intento para detener su hegemonia es un esfuerzo baldío. El resultado es una inestabilidad progresiva en la sociedad que cada vez hace ese advenimiento de Kuin y sus huestes más inevitable.

Otro magnifico ejemplo de predestinación lo encontramos en "He aquí al hombre", de Michael Moorcock. Un investigador viaja al pasado para estudiar la vida de Jesucristo y descubre asombrado que Jesucristo no existe. Desgraciadamente, su máquina del tiempo se avería y un cúmulo de circunstancias acaban por convertirle en el personaje que había acudido a investigar. En el relato "Gu ta gutarrak", de Magdalena A. Moujan, descubrimos que el origen del pueblo vasco está en una expedición por el tiempo cuyo objetivo era precisamente determinar de donde procedían mientras que en La flecha del tiempo, de Clarke, un arqueólogo que investiga un rastro fósil de las huellas dejadas por un dinosaurio carnívoro acechando a una presa descubre entrelazada con ellas la prueba de un viaje en el tiempo que acaba de tener lugar.

"La presión de un dedo", de Alfred Bester, ofrece una perspectiva del viaje temporal muy semejante en su planteamiento a la desarrollada en Minority Report, aunque con una componente muchísimo más determinista. En lugar de precognitores, en este relato lo que se plantea es la existencia de una máquina que permite vislumbrar el futuro. Mediante el conocimiento aportado por ella, se intenta evitar una cadena de acontecimientos que acaban con la destrucción del universo... para acabar descubriendo que ese empeño por cambiar el destino del universo es precisamente el disparador de la catástrofe. "Flota vengadora", de Fredric Brown describe la llegada al sistema solar de una flota alienígena que destruye al planeta Venus. Cuando los invasores se dirigían hacia la Tierra, fueron interceptados por una flota combinada terrestre y marciana y destruidos. Los hombres construyeron entonces una flota vengadora que partió a una velocidad muy superior a la de la luz buscando el planeta de donde surgieron los destructores. Nunca más se supo de ella hasta que un investigador cayo en la cuenta de que al viajar mas rápido que la luz también viajaban hacia atrás en el tiempo, y que en un universo en rotación los expedicionarios habían dado la vuelta entera para volver al lugar de partida: la flota vengadora era la misma flota que ataco el planeta diez años atrás.

La resistencia al cambio

Otra manera de obviar el efecto de las paradojas es suponer que los efectos de éstas son absorbidos por la propia corriente temporal, de modo que al final no resultan dañinos. Por ejemplo, en "El valor de un rey", de Poul Anderson, un viajero en el tiempo se ve forzado por las circunstancias a asumir el papel de Ciro, rey de los persas y a repetir inexorablemente su vida y sus actos para sostener el tejido de la historia. Algo parecido también se describe en "El pesar de Odín el Godo", del mismo autor. En "Los deseos del rey" de Robert Sheckley, un demonio viaja desde el pasado hasta nuestro mundo con la misión de llevarle regalos a su caprichoso rey. La presencia de artefactos modernos podría haber dado lugar, por supuesto, a todo tipo de paradojas, salvo porque en este caso el amo del demonio resulta ser el rey de la Atlántida. En la misma línea se desarrolla "La carrera de la reina encarnada", de Asimov, donde un científico decide alterar el curso de la historia de la humanidad. Para ello envía al pasado un texto de química cuidadosamente preparado y escrito en griego. Pero sin embargo ve frustrado su propósito por un avispado traductor que inserta en la obra sólo aquellos fragmentos de conocimientos que sabemos que el mundo antiguo poseía.

Un argumento semejante se utiliza en Estación Hawksbill de Robert Silverberg, en el que se nos describe un penal situado en pleno periodo Cámbrico en el que una sociedad del futuro destierra a sus disidentes y prisioneros políticos. En ese periodo la superficie terrestre estaba prácticamente desprovista de vida, por lo que los presos no tienen más capacidad de generar paradojas que las derivadas de la pesca de trilobites en aquellos mares arcaicos. El relato de Varley "Incursión aérea", ofrece una interesante variante de este enfoque. En un avión a punto de estrellarse, unos viajeros del futuro abren de repente una puerta y rescatan a los pasajeros que son sustituídos por un montón de cadáveres destrozados. Los pasajeros así rescatados son enviados a un futuro en el que la guerra y la contaminación tienen a la humanidad contra las cuerdas y es necesaria carne fresca y resistente para salvarla. La película Millennium cuenta con un guión del propio Varley inspirado en este relato. Leiber también utiliza esta idea en "La mañana de la condenación". Este relato está inscrito dentro de lo que Leiber denomina "la guerra del cambio": un conflicto que no tiene lugar en el espacio, sino en el tiempo, entre dos facciones, las arañas y las serpientes de las que apenas sabemos nada salvo que participan en un juego de escala cósmica. Ambos bandos reclutan a sus soldados en diferentes épocas de acuerdo con sus intereses y utilizan para ello a los suicidas y a las personas que están a punto de morir. El problema es que a veces puede darse el caso de que cada una de las dos facciones termine reclutando a la misma persona, que se ve obligada de este modo a luchar consigo misma en bandos diferentes por toda la eternidad.

Una variante de la conjetura de protección de la cronología de Hawking consiste en suponer que es el propio tiempo el que se defenderá de una intrusión externa, frustrando los intentos del viajero por alterarlo. Por ejemplo, en el magnífico relato de Alfred Bester "Los que asesinamos a Mahoma" un viajero temporal se dedica a asesinar a personajes históricos para poder alterar su presente. Pero en lugar de alterar el futuro lo único que logra es destruir su propia realidad, viéndose convertido en un fantasma transparente que vaga por el limbo junto a todos los que inventaron el viaje en el tiempo antes que el.

Las paradojas del tipo de encontrarse con uno mismo en el pasado podrían evitarse si el mismo tiempo nos impidiera viajar a los puntos concretos de la corriente temporal en los que nuestra presencia podría generar problemas. Es el caso, por ejemplo, de "El sonido del trueno", ya comentado más arriba. La misma idea aparece también en El libro del día del Juicio Final, de Connie Willis, donde la fecha exacta de un salto temporal aparentemente sin problemas a plena Edad Media se modifica de tal modo que el viaje termina coincidiendo con la gran epidemia de la peste negra, cuya enorme mortandad se encarga de eliminar cualquier paradoja que pudiera haber generado. Pero el relato definitivo sobre la resistencia de la realidad a dejarse modificar lo tenemos en el clásico "Intentar cambiar el pasado", de Fritz Leiber. En este relato, un recluta recién incorporado a la guerra de serpientes contra arañas tras ser asesinado decide alterar el pasado para borrar la sucesión de acontecimientos que condujo a su reclutamiento, solo para descubrir que el universo se resiste con uñas y dientes a alterar el curso de lo ya sucedido, dando lugar a los sucesos más improbables con tal de mantener intacta la consistencia de la línea temporal.

Policías del tiempo

Otra alternativa eficaz para corregir los peores efectos de las paradojas consiste en la creación de una organización destinada a preservar la continuidad del tiempo frente a intrusiones externas. La idea no deja de tener su atractivo y como tal ha sido ampliamente explotada en el mundo de la ciencia-ficción. Por ejemplo, en el relato "La opción de Hobson" un funcionario descubre la existencia de unos escurridizos viajeros del tiempo, que se mueven por diferentes épocas de nuestra historia, a través del incremento demográfico que producen en un área especialmente deprimida en la que se encuentra situada su máquina temporal. Descubierto por los custodios de la máquina, es enviado a un peculiar exilio para proteger a su tiempo de cualquier posible paradoja.

En una línea más cercana a la acción desaforada, en la película Timecop Jean Claude Van Damme es un policía del tiempo encargado de impedir los desmanes provocados por viajeros ilegales. La misma idea es utilizada en la serie de La patrulla del tiempo, de Poul Anderson, una colección de relatos basado en las actividades de un cuerpo cuya misión consiste en corregir las desviaciones temporales que van sucediendo en escenarios ambientados en diferentes épocas. Robert Silverberg también emplea una especie de policía de estas características en su novela Por el tiempo, el la que los viajes temporales, utilizados para fines académicos y turísticos, pueden dar lugar, a veces del modo más inocente, a las paradojas más interesantes y más cuando el protagonista termina enamorándose de una remota antepasada suya residente en la antigua Bizancio. Algo parecido sucede en el relato "Viajeros", de Robert Holdstock, en el cual se describe un peculiar sistema de viaje a través del tiempo basado en unos portales que interconectan diferentes eras. Los viajeros que se desplazan por ellos deben cumplir una serie de normas estrictas, como impedir el flujo de información del futuro al pasado (hablando por ejemplo de inventos que todavía no se han descubierto en la época en que se encuentran) y, sobre todo, y al igual que sucedía en la novela de Silverberg, tienen prohibido establecer vínculos personales con personas de otras eras. Una férrea policía temporal se encarga de mantener a rajatabla la ejecución de estas normas.

Los guardianes del tiempo son un buen mecanismo para protegerse contra las paradojas, puesto que aunque éstas puedan darse en cualquier momento, los agentes siempre podrían encargarse de corregir sus peores efectos. Sin embargo, existe un problema implícito en este esquema: cómo proteger a la propia policía del efecto de esas paradojas. Por ejemplo, en el caso de Anderson el mecanismo utilizado consiste en situar retenes en puntos muy concretos del tiempo, de modo que si se produce una alteración catastrófica de la línea temporal las estaciones que se encuentren antes del punto de alteración podrían sobrevivir e intentar reparar los daños. Asimov en cambio soluciona este problema de un modo mucho más radical. En su famosa novela El fin de la eternidad directamente coloca su organización fuera del tiempo, en una especie de limbo en el que los cambios de la realidad apenas pueden afectarla. Y esto desde luego tiene su razón de ser, teniendo en cuenta que la Eternidad se dedica a vigilar la totalidad de la historia de la humanidad en busca de guerras y desgracias previniendo su aparición aún a costa de hacer desaparecer otras miles de cosas que acaban por determinar nuestro futuro como especie. La idea de Asimov del limbo atemporal también aparece en el relato "El año que hicimos la transición" de Pedro Jorge y Ricard de la Casa, en el que destaca la magnífica ambientación de una operación de la policía del tiempo en nuestro pasado inmediato.

Universos como granos de arena

Entre las diferentes estrategias que permiten abordar de un modo más o menos racional el problema de las paradojas, una de las más curiosas es la que podríamos considerar una variante de la interpretación de la mecánica cuántica de los muchos universos. En efecto, imaginemos que el tiempo es como una carretera cubierta por la niebla que recorremos a velocidad constante. Desde esta perspectiva, pasado presente y futuro son puntos arbitrarios de dicha carretera, de modo que al elegir un cierto momento y definirlo como presente, el pasado y el futuro del mismo quedan automáticamente determinados. Supongamos entonces que un precognitor se mueve por esa carretera hacia el futuro, ve lo que hay un poco más allá y vuelve hacia atrás con la información. Evidentemente sus predicciones son correctas, en tanto que ha recorrido la carretera por la que pasaremos más tarde. Si el precognitor dice que en tal punto kilométrico sufriremos un accidente porque hay un árbol caído sobre la carretera, sólo tendremos que esperar para llegar a dicho punto y contemplar por nosotros mismos el obstáculo. El problema entonces es que el accidente que vio el precognitor en realidad no se habrá producido: el futuro ha quedado alterado por la predicción.

El mecanismo en este caso para evitar la paradoja consiste en suponer que el viaje temporal desdobla la línea temporal en dos líneas separadas a partir del momento en que el viajero llega al pasado. En el ejemplo de la carretera, la llegada del viajero del futuro provocaría la aparición de una bifurcación. Uno de los ramales correspondería a la línea de tiempo primitiva en la que el accidente se ha producido. El otro, a una nueva línea diferente de la anterior, en la que podrían tener lugar acontecimientos completamente distintos y en la que el accidente no tiene lugar. En estas condiciones, cualquier acción llevada a cabo por el viajero en el pasado no genera una paradoja, en tanto que tiene lugar sobre la otra carretera: uno puede matar tranquilamente a su abuelo sin desaparecer en el proceso (a pesar de que el abuelo en cuestión no tendrá descendencia) porque no estamos actuando sobre la línea original, en la que el abuelo no muere, sino sobre una línea temporal paralela en la que el único efecto de ese asesinato es que el doble del asesino que debería haber vivido en ella no será engendrado.

En esta idea se basa el argumento de la película de Jet Li El único. En ella se postula la existencia de un número limitado de universos paralelos. Un asesino despiadado va eliminando a sus copias en cada uno de ellos porque ha hecho un descubrimiento sorprendente: con cada uno de sus alter ego que elimina su capacidad física se incrementa, hasta convertirse prácticamente en un individuo con poderes sobrehumanos. El problema aparece cuando quedando ya solo dos supervivientes ambos han acumulado sobre sí toda la energía de sus encarnaciones desaparecidas y se enfrentan entre sí en el combate final destinado a determinar quién es el que terminara adquiriendo el poder absoluto que le transformará en alguien virtualmente invencible.

Tal y como El único describe, utilizando la idea del multiverso tampoco existe mayor problema en encontrarse con uno mismo, pues ese yo con el que nos enfrentamos no seríamos nosotros, sino una encarnación nuestra procedente de otro universo. Y al describir la trayectoria temporal del viajero un lazo abierto, no existirían problemas de bucles cerrados en el tiempo, como el que aparece en la película Atrapado en el tiempo, de Harold Ramis, en la que Bill Murray se ve forzado a repetir incesantemente el mismo día una y otra vez, o el que describe magníficamente Philip K. Dick en su relato "Ligeras acotaciones sobre los temponautas", en el que la totalidad del universo se ve atrapado en un bucle debido a los efectos secundarios de un fallido viaje por el tiempo.

Lógicamente, este mecanismo tiene su precio puesto que los viajes temporales se convierten en un desplazamiento sin retorno. En lugar de moverse por el tiempo, el viajero va saltando entre diferentes universos. De este modo, cada salto genera un universo diferente, en el que las perturbaciones inducidas por su viaje se reflejan de un modo distinto. Así pues, cuando en Minority Report los precognitores vuelven con la información de que se ha cometido un crimen en un determinado punto del futuro, la línea temporal en la que dicho crimen ha tenido lugar se separa de la línea que estamos recorriendo después de recibir esa información, dando lugar a un camino en el que eventualmente el crimen en cuestión no tendrá lugar. No existe la paradoja, pero el criminal recibe un castigo por un crimen que ha cometido en otra línea temporal, no en la que se encuentra.

Otra alternativa al concepto del multiverso es suponer que los infinitos universos paralelos al nuestro ya existen. El viaje en el tiempo en realidad supondría una transición entre dos momentos temporales diferentes en dos universos paralelos. En la novela Rescate en el tiempo, de Michael Crichton, se utiliza este concepto para viajar hasta la Edad Media utilizando un sistema de teleportación cuántica. David Brin plantea también la idea del multiverso para viajar por el tiempo en su novela El efecto práctica. El zievatron, un artefacto capaz de abrir caminos entre diferentes realidades, acaba por convertirse en un medio de transporte ideal para conectar diferentes puntos separados por el espacio y por el tiempo. Un artefacto semejante acoplado a un coche volador pilotado por una peculiar inteligencia artificial es el vehículo escogido por Heinlein para desplazarse entre los diferentes universos en su novela El número de la bestia. En ella se plantea que el número de dimensiones del espacio y el tiempo son seis: tres dimensiones espaciales y tres dimensiones temporales. Mediante un simple cambio de coordenadas es posible desplazarse sin ningún problema por el espacio y el tiempo. Por último, en la monumental obra de Greg Bear, Eón, aparece la Piedra, un gigantesco asteroide hueco en cuyo interior reposa una Vía dotada de múltiples puertas de acceso a múltiples universos y realidades alternativas a la nuestra.

El peso de una elección

Una alternativa al enloquecedor concepto del multiverso es otra idea también profundamente relacionada con la mecánica cuántica pero no menos extraña: la posibilidad de la existencia de realidades múltiples simultáneas. Al igual que en el experimento de la doble rejilla, en el que una partícula recorre simultáneamente todos los posibles caminos que se abren ante ella, nuestro presente actual, o cualquier futuro que podamos imaginar tienen una cierta probabilidad de existencia, que es la que determina el camino por el que el tiempo finalmente se encauza. Por ejemplo, en la novela de Greg Egan Cuarentena uno de los protagonistas tiene la facultad de recorrer todas las posibles líneas de la realidad que se abren ante él, elegir aquella que resulta más adecuada a sus planes y colapsarla, dándole realidad y descartando todas las posibles alternativas. Este concepto de futuro como árbol con múltiples ramificaciones en la que en cada momento escogemos una diferente aparece también en las películas de la serie Terminator. Curiosamente, el tratamiento que se hace del tiempo varía de una a otra película. La primera, por ejemplo, es un alegato a favor del destino inmutable. El robot que viaja al pasado para desequilibrar la contienda entre la humanidad y las inteligencias mecánicas eliminando al líder humano antes de nacer en realidad termina no sólo propiciando el nacimiento de ese líder sino también engendrando a la inteligencia artificial que forma el otro lado de la lucha. En cambio, en Terminator 2 el concepto de tiempo que se desarrolla es algo mucho más fluido, en el que tiene cabida el libre albedrío: el segundo intento de asesinato de la inteligencia artificial no solo fracasa en eliminar al líder humano en su adolescencia sino que se vuelve contra ella, pues el hombre que la creó muere en la lucha. Y toda una realidad futura con una guerra imposible desaparece para dejar paso a un nuevo futuro. Algo parecido sucede en Lo que el tiempo se llevó, de Ward Moore, una especie de ucronía donde un universo alternativo en el que las fuerzas del sur ganaron la Guerra de Secesión americana se ve destruido y alterado por un inocente viaje en el tiempo destinado a documentar en directo la batalla de Gettysburg.

Las arenas del tiempo

Como hemos tenido ocasión de ver, existen muchas alternativas al problema de las paradojas temporales. Pero en muchas ocasiones la plena resolución de todas las implicaciones de un viaje temporal requiere la aplicación simultánea de varias de estas soluciones. Tomemos por ejemplo la película Doce monos, de Terry Gilliam (1995). En un futuro próximo, la humanidad se encuentra al borde de la extinción. Un ataque terrorista perpetrado por una organización llamada "Ejercito de los doce monos" ha liberado en la atmósfera un mortífero virus y los supervivientes se ven abocados a una existencia miserable en unas estancias subterráneas herméticamente selladas. Todos los registros se han perdido con la catástrofe y los científicos envían al pasado a Cole para intentar conseguir una información vital para la elaboración de una vacuna. Tomado por loco (una excelente explicación de porque no existe un registro histórico de otros viajes temporales), poco a poco va descubriendo la verdad que se esconde tras la trama de los doce monos, que tiene poco que ver con lo que se sabía en el futuro. Pero se ve completamente incapaz de frenar el curso de los acontecimientos e incluso pierde la vida en ello. Lo curioso es que su asesinato es contemplado por su yo mas joven, que más adelante, en el futuro, rememorará ese momento.

Tenemos por tanto un esquema clásico de bucle temporal en el que los efectos del viaje están implícitos en la propia trama del tiempo. Pero al mismo tiempo en algún momento ha tenido que existir una iteración inicial en que el Cole niño no contempla ningún asesinato porque el Cole adulto todavía no ha viajado en el tiempo. La única explicación plausible es la del multiverso, la existencia de dos líneas temporales desgajadas cuando Cole retrocede en el tiempo por primera vez.

Abarcar todas las implicaciones del viaje temporal es algo casi imposible para la mente humana. Nuestros esquemas mentales se mueven en la dirección en que los ha encaminado la evolución y conceptos como el del entramado del tiempo ofenden y perturban a nuestro sentido común. La idea de un tiempo en el que pasado y futuro no existen es algo que va en contra de lo que dictan nuestros sentidos. Pero lo cierto es que los últimos descubrimientos de la física parecen dirigirse con cierta seguridad en esa dirección. Así pues, quizás no esta tan lejano el día en que dispongamos de la capacidad de contemplar nuestro reflejo en el mágico espejo del tiempo y en el que debamos asumir la responsabilidad de cambiar el modo en que percibimos el universo para incluir en él las implicaciones que arrastra consigo ese reflejo.


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