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Cristóbal Pérez-Castejón Ciencia en la ciencia-ficción
Cromopaisaje
Cristóbal Pérez-Castejón




La metafísica en la ciencia-ficción (I):
Cuando soplan los vientos del cambio

"Cuando soplan los vientos del cambio" es uno de los relatos más hermosos y a la vez mas inquietantes de Fritz Leiber. En él, un arqueólogo que está explorando la superficie de Marte sufre una extraña alucinación: de repente ve la catedral de Chartres alzándose de la nada en mitad de una pedregosa planicie marciana. Pero el edificio, cuyo original fue destruido por una guerra nuclear que devastó la Tierra, resulta ser algo más que un simple espejismo. El protagonista se ve entonces inmerso en un remolino de percepciones cambiantes en el que termina resultándole muy difícil diferenciar si lo que le transmiten sus sentidos es real o no.

Mas allá del alcance de los sentidos

Dicen que el hombre es la medida de todas las cosas. Y es cierto. Todos somos conscientes de la existencia de un universo que nos rodea. Pero el modo en que percibimos ese universo está enturbiado por el proceso de filtro al que le someten nuestros sentidos. El resultado es que nunca podemos estar absolutamente seguros de que la realidad, aquello que subyace más allá de nuestra percepción, sea exactamente tal y como pensamos que es.

Una de las primeras conclusiones que podemos obtener de este principio es que ahí fuera, en el universo, existen muchísimas cosas a las que no hemos tenido acceso y que quizás escapen de nuestra comprensión. Por ejemplo, en el relato "El árbol de saliva" de Brian W . Aldiss se nos presenta a la raza extraterrestre de los Aurigas, cuya principal característica es que resultan invisibles al ojo humano. Eso les permite moverse impunemente entre nosotros, e incluso utilizarnos como animales de granja. Un planteamiento parecido se hace en la película Depredador, donde una raza extraterrestre poseedora de un avanzado sistema de camuflaje visita nuestro planeta para dedicarse a su deporte favorito: la caza mayor.

En otras ocasiones, aquello que escapa de nuestra percepción va mucho más allá de una simple invisibilidad. En Los cerebros de la Tierra, de Jack Vance, unos extraterrestres llegan a la Tierra con la decidida intención de esterilizar el planeta. La razón es que nuestro mundo está en el origen de una plaga que les asola: un parásito llamado Nopal. Lo curioso es que tanto el Nopal como los Gher, otra especie de semejantes características, habitan en un plano diferente de la realidad fuera del alcance de nuestros sentidos, un plano en el que también moran otras entidades mucho más siniestras que tampoco pueden ser percibidas sin ayuda. "Los hombres regresan", del mismo autor, plantea una situación en que todas las leyes fundamentales que rigen nuestra relación con la naturaleza, como el principio de causalidad, se ven gravemente trastocadas al atravesar la Tierra una zona del universo en la que no tienen validez. En este mundo desquiciado la cordura desaparece y los locos se convierten en los reyes de la creación. La novela de Vernon Vinge Un fuego sobre el abismo también plantea la existencia de un universo estratificado con unas leyes muy diferentes de las que conocemos en la actualidad.

Una de las obras en las que este encuentro con lo desconocido resulta más inquietante es sin duda Solaris, de Stanislaw Lem, recientemente llevada a la pantalla por Steven Soderbergh (2003). Solaris es el nombre de un extraño planeta, un mundo cubierto por un inmenso océano que parece constituir en si mismo un gigantesco organismo vivo. Durante muchos años los científicos lo han estudiado a fondo, incluyendo las extrañas formas que se generan en sus mares e incluso han intentado infructuosamente comunicarse con él. Al comenzar la novela, sin embargo, estos intentos están prácticamente abandonados. Kris Kelvin es un astronauta que llega a la estación espacial que orbita el planeta para sustituir a uno de sus tres ocupantes, muerto en extrañas circunstancias. Allí descubrirá que los dos miembros del equipo que sobreviven se encuentran al borde de la locura, porque están siendo perseguidos por unos extraños fantasmas extraídos de su mente y convertidos en carne y hueso de los que no se puede huir. Él mismo recibirá una visita de su pasado, una mujer a la que en un tiempo hizo daño y con cuyo fantasma termina estableciendo una relación muy especial. Sin embargo, durante toda la novela planea la duda de cuál es el propósito real de esas creaciones. ¿Su objetivo es estudiar a los hombres, comunicarse con ellos o simplemente son una construcción incomprensible de la mente alienígena que mora en los océanos del planeta? Son preguntas sin respuesta con las que la maestría de Lem nos permite asomarnos al abismo de lo absolutamente alienígena.

El centro del universo

Algunos autores postulan que la finalidad última de un universo lleno de secretos puede ser, precisamente, el conocimiento de todos esos misterios. Por ejemplo, en "Los nueve mil millones de nombres de Dios", Arthur C. Clarke cuenta la historia de unos monjes que adquieren un superordenador para dedicarse a la aparentemente peregrina tarea de escribir todos los posibles nombres de Dios, tras lo cual postulan que el mundo habrá cumplido su misión y se desvanecerá en la nada. Una idea parecida se desarrolla en El instante Aleph, de Greg Egan. La trama de esta novela gira en torno a la TOE, la Teoría del Todo que persiguen los físicos para dar una explicación unificada al universo y sus leyes. Enmarcada en un entorno profundamente tecnológico y futurista, pero a la vez enormemente plausible, la búsqueda de esta teoría pronto adquiere tintes siniestros ante la posibilidad de que al alcanzarse la plena comprensión del universo éste simplemente desaparezca.

La perspectiva que Egan ofrece del proceso de percepción a veces recuerda mucho a las tesis del solipsismo. Según esta filosofía, sólo existe aquello que puede ser captado por nuestros sentidos. Si en algún lejano bosque cae un árbol en un momento dado y nosotros no tenemos ninguna percepción de ese suceso, podemos asumir tranquilamente que el fenómeno no ha tenido lugar. El solipsista lleva al límite esta idea al considerar que no puede afirmar ninguna existencia salvo la propia, pues todo es a la postre una percepción o representación de su conciencia. El mismo universo no existe, sino que puede ser una construcción más de la mente del sujeto. Por ejemplo, en "Las ruinas circulares", de Jorge Luis Borges, un mago llega a las ruinas de un templo animado por un curioso propósito: se propone nada menos que soñar un hombre. Su sueño deberá estar completo hasta el más ínfimo detalle y la esperanza del mago es infundirle vida en el proceso. El cuento nos relata el minucioso proceso de construir a ese individuo a partir de un sueño. Al final, su empeño se ve coronado por el éxito, pero como consecuencia del mismo el mago termina descubriendo que él mismo no es real, sino que otro a su vez le está soñando.

El poder de un dios

La capacidad de recrear un universo entero con la mente lleva implícito un enorme poder, especialmente respecto de las criaturas que moran dentro de ese universo. En el relato de Fredric Brown "No sucedió", un individuo descubre, a raíz de un accidente, que el mundo que le rodea es tan solo una construcción de su mente. Después de eso la tentación de emplear ese poder en su propio beneficio se hace irresistible y comienza a hacer un uso indiscriminado de él... hasta que de repente descubre que la situación es bastante más compleja de lo que pensaba.

La capacidad de alterar la realidad a voluntad es un don normalmente atribuido a los dioses. Pero cuando un individuo normal, con las limitaciones de un individuo normal, accede a ese poder, los resultados pueden resultar estremecedores. Ésta es la idea que desarrolla "Rebote", también de Brown, que nos narra la historia de un truhán que de repente se ve agraciado con la capacidad de imponer su voluntad a todos los que le rodean. En "Jeffty tiene cinco años", de Harlan Ellison, ganadora del Hugo y del Nebula, un niño consigue mantenerse anclado en el pasado, arrastrando a los que le rodean a una realidad que quedo muy atrás en el tiempo para el resto del universo.

El relato de Ellison utiliza una receta muy socorrida y de gran éxito dentro del género de terror: el poner un gran poder al servicio de la inconsciencia y la crueldad propias de un niño. "Las palabras de Guru", de C.M Kornbluth es una aterradora narración en la que se nos describe cómo un niño adquiere enormes poderes con ayuda de una criatura procedente de otra dimensión, y el terrible uso que hace de los mismos. "Nacido de hombre y mujer", de Richard Matheson, incide especialmente en el proceso de descubrimiento de esas capacidades por un niño de corta edad. Pero la visión casi definitiva sobre este tema aparece en el famoso relato de terror "Es una buena vida", de Jerome Bixby. Anthony Freemont es un niño de seis años con el poder de hacer que se cumplan todos sus deseos. Este niño ha aislado Peaksville, el pueblecito del medio oeste en el que vive, del resto del universo y ha impuesto su voluntad sobre él. Lo terrible en este caso es que Anthony tiene la mentalidad, la imaginación y la crueldad de un niño de corta edad. Debido a esto, todos los habitantes del pueblo deben sonreír constantemente y pensar y decir cosas felices, puesto que si desobedecen Anthony los hace desaparecer en el maizal o les convierte en versiones grotescas de sí mismos. Una narración estremecedora y un aviso de lo que puede suceder cuando esta capacidad de cumplir todos los deseos cae en malas manos.

La vida es sueño

No siempre es necesario ser un mutante de seis años dotado de increíbles poderes para poder alterar el mundo que nos rodea a nuestro antojo. En realidad, eso es algo que solemos hacer a menudo cuando soñamos. Durante el sueño, en muchas ocasiones las percepciones que fabula nuestro cerebro son indistinguibles de las que recibiríamos procedentes de estímulos reales. ¿Quién no ha soñado algo con tal nitidez que le ha costado distinguir si se trataba o no de un sueño? Debido a esto, al igual que en el relato de Borges al que hacíamos alusión más arriba, muchos autores han especulado si la realidad que nos rodea es un sueño de nuestra mente (o de alguna otra mente) o tiene una existencia tangible: como decía Calderón "Toda la vida es sueño y los sueños, sueños son".

Buena parte de la esencia de los sueños se encuentra en las experiencias que ya hemos vivido. Ciertamente un importante porcentaje de nuestra concepción del universo depende de nuestro conocimiento del pasado. Si dicho conocimiento se modifica también se modificará, sin duda, el modo en que contemplamos el mundo que nos rodea. Ésta es una de las conclusiones más estremecedoras a las que llega 1984, de George Orwell. En este libro, el planeta está dividido entre tres grandes superpotencias que por fin han descubierto el móvil perpetuo del desarrollo económico: la guerra permanente. Pero para que este esquema funcione, las alianzas entre las superpotencias deben ser fluidas. Ninguna de ellas puede perder la guerra definitivamente u obtener la hegemonía absoluta, pues de lo contrario el ciclo productivo terminaría rompiéndose. El resultado es que quien hoy es aliado de Eurasia mañana puede ser su enemigo. ¿Cómo convencer entonces a los habitantes de cada superpotencia en cuestión que el enemigo siempre ha sido y será Eurasia? Controlando con mano férrea el pasado. Con cada cambio, con cada desviación de lo estipulado, un ejército de funcionarios del siniestro Ministerio de la Verdad elimina y modifica toda posible referencia documental a la guerra ahora inexistente y termina dando una nueva consistencia a la realidad. Periódicos, libros, biografías, fotos... todo es retocado para apoyar la idea de que el pasado real es el pasado que dicta el partido único. Y los recuerdos, el ultimo baluarte de cordura en ese mundo desquiciado, son asfixiados por el invisible brazo de la Policía del Pensamiento, que auxiliado por el omnipresente ojo de las telepantallas no solamente encarcela y asesina a cualquier disidente político sino que también borra de la realidad toda traza de su existencia. "Quien controla el pasado controla el presente". Un lema sencillo pero que lleva implícito un nivel de control de la realidad que resulta simplemente aterrador.

Causas y efectos

El control del pasado como forma de control de la realidad no es más que una expresión del modo en que nuestra mente percibe el paso del tiempo. El pasado es algo que queda detrás de nosotros y al que sólo accedemos a través de nuestra memoria y de las contadas evidencias que perviven de cuando era presente. Si alteramos esas evidencias (como hacían los funcionarios del Ministerio de la Verdad) y alteramos el pensamiento (como implicaba la labor de la siniestra Policía del Pensamiento en el Ministerio del Amor), el pasado se convertirá en algo fluido adaptado a la realidad que deseamos imponer.

La ciencia-ficción nos ofrece un camino mucho más rápido y seguro para conseguir ese objetivo que la terrible dictadura impuesta por el Gran Hermano. Si alguien viajara hacia el pasado y actuara contra él podría alterar simultáneamente el presente y el futuro. Un viajero que inadvertidamente matase una mariposa en la más remota antigüedad podría cambiar completamente todo el entramado de la realidad. Ése es el argumento del archiconocido relato de Bradbury "El sonido de un trueno". Los afectados ni siquiera tienen por qué ser conscientes de que su realidad había cambiado. Esto es algo que se describe en el relato de Lafferty "El día que burlamos a Carlomagno", donde el espectador es plenamente consciente de la naturaleza de los cambios que se operan sobre la realidad, pero los protagonistas del relato no.

Como consecuencia de esto podemos considerar que el viaje temporal es, de facto, la mejor herramienta que puede ocurrírsenos para modelar de un modo efectivo la realidad. Así lo hace Isaac Asimov en su conocida novela El fin de la eternidad. En ésta, la Eternidad es una organización situada fuera del tiempo cuyo principal objetivo es proteger a la raza humana de las peores catástrofes que le acechan. Mediante las adecuadas intervenciones, se erradican guerras, se evitan cataclismos, se impide la aparición de enfermedades. Pero el precio a pagar es altísimo, porque la propia evolución de la humanidad y su supervivencia se ven puestos en entredicho. Algo parecido se describe también en el clásico relato de Alfred Bester "Los hombres que mataron a Mahoma": cualquier intervención en el pasado puede volverse fácilmente contra el que la lleva a cabo.

Profeta de la realidad

Uno de los escritores que dentro del campo de la ciencia-ficción más y mejor han explorado las posibles ramificaciones del problema de la realidad ha sido sin duda Philip K. Dick. Este tema es uno de los elementos fundamentales de su obra: sus personajes frecuentemente deben desenvolverse en un entorno en el que nada resulta ser lo que parece. Pero su portentosa imaginación consiguió plantear este problema de tantos modos diferentes que casi nunca dio la impresión de estar repitiendo sus planteamientos.

Por ejemplo, en su celebre relato "Podemos recordarlo todo para usted", que sirvió de base para la película Desafío total, se nos presenta una empresa, Memory Call, que se ha especializado en un curioso negocio. Por una moderada cantidad de dinero, son capaces de implantar los recuerdos de unas magníficas vacaciones en cualquier lugar del Sistema Solar que elija el cliente. Todo recuerdo de su paso por la compañía es suprimido y se garantiza que las memorias implantadas son indistinguibles de la realidad. Además, se suministra al cliente un juego de souvenirs de modo que para éste el viaje se convierte en algo con una existencia constatable. Esto permite que pueda vivirse cualquier experiencia por una fracción del coste real y sin ningún riesgo. El problema aparece cuando al intentar implantar unos recuerdos se descubre que el cliente ya tenia su propio conjunto de memorias artificiales incorporadas.

Un enfoque diferente se presenta en Un ojo en el cielo. En esta novela, un grupo de personas sufre un espectacular accidente mientras visitaba un acelerador de partículas. Durante un instante, debido al shock y a la radiación, sus conciencias se entremezclan. El resultado es que los ocho accidentados van viviendo sucesivamente toda una serie de realidades cambiantes, dentro de una percepción del tiempo ralentizada, mientras sus cuerpos permanecen tirados sobre el suelo del acelerador a la espera de ayuda. Estos universos alternativos están modelados por cada una de las conciencias, y forman una sucesión de mundos desquiciados en el que cada cual vive en su propia carne la particular visión del universo de cada uno de sus compañeros, que oscilan de lo esperpéntico a la más terrible de las pesadillas.

Laberinto de muerte arranca con un planteamiento bastante convencional. Un grupo de colonos es destinado a un remoto mundo y por accidente quedan desconectados del resto del universo. Al cabo de un tiempo, empiezan a morir asesinados uno tras otro, en medio del sorprendente descubrimiento de que el planeta, inicialmente deshabitado, en realidad está poblado por unas extrañas criaturas. Cuando todos los colonos mueren, y en un típico giro de este autor, se descubre que en realidad los colonos son los tripulantes de una nave averiada sin posibilidad de rescate que pasan el tiempo con la ayuda de un ordenador recreando mundos imaginarios. Sin embargo, lo inquietante es que una de las criaturas introducidas por el ordenador, una deidad conocida como El Intercesor, parece cobrar existencia de repente y se lleva consigo a uno de los tripulantes.

Las servidumbres de una realidad virtual impuesta aparecen también en su novela Tiempo desarticulado. Ragle Gumm, de 46 años, lleva una existencia bastante anodina en un tranquilo pueblo de los Estados Unidos. Su única ilusión en la vida es participar en un concurso organizado por un periódico local, que consiste en acertar en una cuadrícula donde aparecerá un hombrecillo verde. Curiosamente, Ragle Gumm lleva ganando ese concurso de un modo sistemático desde hace tres años, y éste ha terminado convirtiéndose en su única fuente de ingresos. Sin embargo, una serie de extraños acontecimientos le hacen pensar que las cosas en realidad no son lo que parecen. Algunos objetos se desvanecen, aparecen interruptores de la nada y una revista con una fotografía de Marilyn Monroe se vuelve irreconocible, porque en ese universo Marilyn Monroe no ha existido. Poco a poco Gumm descubre la verdad: no se encuentra en 1956 sino en 1998 y está siendo utilizado como un arma en la guerra que enfrenta a los habitantes de la Luna, que buscan su independencia, con una dictadura terrestre muy parecida a la de Un mundo feliz. Una novela cuyo planteamiento recuerda mucho, sin duda, al de la película El show de Truman.

Una tesis parecida se desarrolla en uno de sus relatos más conocidos, "La hormiga eléctrica". Garson Poole, prestigioso director de una gran compañía, sufre un accidente por el que pierde su mano. Al despertar en el hospital le espera un terrible descubrimiento: Poole en realidad no es humano, es una "hormiga eléctrica", un androide puesto al frente de la industria que preside para dirigirla con la máxima eficiencia. Todo su mundo se desmorona, máxime al descubrir que su percepción de dicho mundo también está contenida dentro de su programa. Nada de lo que le rodea es real, tan sólo corresponde a las perforaciones de la cinta que corre incesantemente en su interior: tapando o modificando las perforaciones es capaz de modificar la realidad que perciben sus sentidos. Y poco a poco la idea de terminar con todo, destruir la cinta y ver colapsarse al universo a su alrededor va haciéndose cada vez más irresistible.

En "La fe de nuestros padres" Philip K. Dick lleva a cabo una nueva aproximación al problema de la realidad, esta vez desde la perspectiva del control químico de la población. En un universo alternativo al nuestro, Occidente ha sido derrotado por China tras una guerra nuclear y química. El mundo está regido con mano de hierro por un partido de corte maoísta que vela por la pureza ideológica de sus ciudadanos bajo la mirada paternal de su líder, el Benefactor Absoluto. Tung Chien, un joven funcionario del partido, se prepara para ascender en su carrera dentro de la organización. Pero un encuentro casual con un vendedor ambulante terminará por descubrirle que la realidad en la que vive no es exactamente como pensaba y que Dios no sólo puede ser omnipotente sino también infinitamente perverso.

De todos modos, la obra que quizás mejor refleja las obsesiones de Dick en este campo es Ubik. Esta novela se ambienta en un mundo (emparentado directamente con el de su relato "Lo que dicen los muertos") en el que los mutantes se han agrupado para poner sus habilidades al servicio de las empresas, bien para espiar al contrario, bien para evitar que la competencia les espíe. Un mundo en el que los muertos no están muertos del todo, sino que pueden seguir comunicándose con los vivos mediante una forma de hibernación que se conoce como "semivida". Un mundo regido por una feroz competitividad en el que todo vale, incluyendo el asesinato de la competencia. En este entorno, un equipo de mutantes recibe un encargo para un trabajo bastante comprometido en la Luna. Pero el presunto encargo resulta ser una trampa, y su jefe muere en un atentado, pasando al estado de semivida. Sin embargo, algo extraño sucede: el tejido mismo de la realidad parece desgarrarse alrededor del grupo y pronto todos tienen que plantearse cómo mantener la cordura en un mundo que parece deslizarse a una velocidad cada vez más acelerada hacia atrás en el tiempo y en el que el único elemento estable parece ser un misterioso producto llamado Ubik. Dick usa en esta obra buena parte de los referentes a los que nos hemos referido hasta este momento. De una parte tenemos a la mutante con la capacidad de alterar la realidad a su antojo, que se incorpora al equipo en el último momento. Por otra, el niño con el poder de imponer su voluntad al mundo que le rodea. Y, sobre todo, en toda la novela está omnipresente el concepto de la realidad como algo percibido por unos sentidos que pueden estar equivocados o mostrarnos algo que corresponde a un plano diferente de la realidad que nos rodea.

El mundo en una pastilla

En el fondo, uno de los paradigmas de Ubik es que resulta mucho más sencillo alterar la percepción de la realidad de un individuo que alterar la realidad en sí misma. En efecto, si podemos hacer que el sueño sea indistinguible de la vigilia y podemos controlar ese sueño, a la postre estaremos controlando la realidad del soñador. Uno de los caminos que permiten solucionar fácilmente este problema es el de las drogas. Es bien conocido que muchísimas sustancias de este tipo basan su efecto en alterar lo que perciben los sentidos de aquellos que las consumen, incluso generando alucinaciones hiperrealistas de una realidad inexistente. Si se consiguiera controlar ese efecto sobre la percepción podrían controlarse el modo en que el individuo ve el mundo y, por qué no, la propia naturaleza de ese mundo. Un ejemplo de esto lo encontramos en la novela Una mirada en la oscuridad, de Dick, en la que este expone, utilizando muchos elementos autobiográficos, los efectos de la adicción a las drogas sobre la percepción de la realidad. En el clásico de Aldus Huxley, Un mundo feliz, la sociedad esta dividida en castas rígidamente separadas y seleccionadas por criterios genéticos. Pero la competencia entre clases es inexistente. Y una de las razones de esa inexistencia es la presencia del soma, una droga que produce un estado de felicidad permanente entre sus consumidores y contribuye a "lubricar" el funcionamiento de la sociedad.

En A cabeza descalza Brian W. Aldiss plantea un uso mucho más siniestro de estas drogas. La novela narra el enloquecido viaje del protagonista a través de una Europa desquiciada que ha sido bombardeada hasta la saturación con drogas psicodélicas durante la Tercera Guerra Mundial. El libro, de una gran complejidad estilística, muestra la evolución del nivel de racionalidad de la mente del protagonista en función de la cantidad de drogas y los diferentes efectos asociados a las mismas con los que se encuentra a lo largo de su viaje.

Otro interesante ejemplo de manipulación química de la realidad lo encontramos en la película Dark City (Alex Proyas, 1998). El protagonista despierta un día sin memoria y descubre que es buscado como asesino en serie. Confuso, pero seguro de no ser culpable, escapa en la creencia de que si recobra la memoria será capaz de probar su inocencia. Sin embargo, pronto descubre que la realidad en la que se encuentra resulta bastante extraña. No recuerda haber visto nunca el sol. Es incapaz de encontrar los sitios donde jugaba de niño y la ciudad tampoco es exactamente como la recordaba. La situación se complica todavía más con la aparición de unos extraños seres con la habilidad de detener el tiempo y alterar la realidad, una realidad que ciertamente no es lo que parece, y en la que los recuerdos y las personalidades de sus habitantes parecen estar inducidos por estos seres mediante unas misteriosas inyecciones.

Pero una de las obras en las que este tema esta más perfectamente retratado es Congreso de futurología, de Stanislaw Lem. Al igual que en Ubik, el lector se encuentra en esta novela con una realidad estratificada en múltiples niveles. Ijon Tichy es invitado a un congreso de futurología en el que los participantes deben debatir y buscar soluciones a los problemas de la humanidad. Sin embargo, en un momento dado la situación política del país donde tiene lugar el congreso se deteriora rápidamente y el gobierno decide controlar la situación bombardeando a la población con una serie de sustancias químicas que afectan a la mente de quien las respira, urgiéndole a hacer el bien y a arrepentirse y buscar el perdón. En este momento, el protagonista empieza a perder el contacto con la realidad: en medio de las alucinaciones provocadas por estas drogas, Tichy despierta en un futuro dominado por la psiquímica, una ciencia que manipula la mente mediante las sustancias químicas. En este mundo cualquier cosa concebible puede conseguirse mediante la pastilla adecuada. Todo parece funcionar maravillosamente, y da la impresión que gracias a este sistema la humanidad ha conseguido superar la mayor parte de los problemas que se debatían en el congreso. Pero al mismo tiempo la gente de ese mundo vive cada vez más aislada de la realidad, en un entorno en el que cualquier tipo de percepción puede ser manipulada indiscriminadamente.

Un mundo de locos

Conforme evolucionamos como especie y se incrementa nuestro conocimiento del modo en que funciona el universo que nos rodea, más capacitados creemos estar para determinar cuáles son los mecanismos por los que se rige la realidad. Sin embargo, no hay nada tan enloquecedor para ese conocimiento como la mecánica cuántica. En el mundo en que vivimos, cuando alguien intenta atravesar una pared es detenido por ella. Nadie se encuentra en dos sitios al mismo tiempo, y cuando se arroja una moneda no sale a la vez cara y cruz. Sin embargo, éstos son sucesos corrientes en el mundo cuántico. Como dijo en cierta ocasión Einstein: "Si todos los postulados de la mecánica cuántica fueran correctos el mundo estaría loco".

La exportación al mundo macroscópico de los fenómenos cuánticos ciertamente da lugar a situaciones sorprendentes. Por ejemplo, en Las estrellas mi destino, de Alfred Bester, una suerte de teleportación muy semejante a un efecto túnel macroscópico no solamente propicia profundos cambios sociales sino que también proporciona una visión completamente nueva de nuestra percepción del universo. Cuarentena, de Greg Egan, juega con el concepto del principio de superposición y el colapso de la función de estado. El autor postula que la realidad, tal y como la percibimos, procede del colapso de los estados cuánticos debido a un mecanismo inconsciente en la mente del observador. Ahora bien, si este mecanismo dejara de ser inconsciente el observador terminaría por convertirse en un autentico semidiós, puesto que dispondría de la capacidad de elegir selectivamente aquellas líneas de la realidad que más le interesaran. Atravesar paredes, viajar al futuro, hacer aparecer de la nada criaturas mitológicas... casi todo sería posible. Una idea semejante es utilizada por Robert J. Sawyer en su relato "Universo monolítico", donde un experimento de física de alta energía hace perder la conciencia a toda la humanidad y proyecta las mentes veinte años en el futuro durante unos minutos. En ese periodo de tiempo, las cámaras de vídeo, los equipos informáticos y todos los aparatos de registro dejan de funcionar porque al no existir observadores que colapsaran la realidad ésta queda atrapada en un estado de indefinición cuántica.

La idea del multiverso también contiene una profunda reflexión sobre el sentido de la realidad. En Cosmo, de Gregory Benford, un experimento fallido con un colisionador de iones pesados tiene un resultado sorprendente: una esfera aparentemente compacta del tamaño de una pelota de baloncesto. Pero lo más sorprendente es que la esfera en cuestión es un universo parecido al nuestro, pero quizá con otras leyes y otro destino. En relación con este tema Damon Knight desarrolla una amarga reflexión sobre el poder y el uso del poder en su relato "¿Qué bestia torpe?". En cierto modo este cuento vuelve sobre el arquetipo de la lámpara de Aladino. Y sobre cómo el tener la capacidad de modificar la realidad no significa necesariamente que dicha realidad pueda ser alterada impunemente... incluso cuando existe la voluntad de hacer el bien con ello. El resultado es que el protagonista, dotado de una sorprendente capacidad para elegir entre diferentes líneas de realidad, termina por convertirse en un desarraigado para el que el universo es un lugar permanentemente cambiante. Un excelente relato al que una acertada mezcla de amargura e ironía convierte en una de las narraciones más características de este autor.

El tema del multiverso en relación con la realidad también es tratado por Egan con un tono bastante pesimista en  "El asesino infinito". Este relato plantea el descubrimiento de una siniestra droga que permite a la mente del consumidor viajar entre sus diferentes encarnaciones en el infinito número de universos posibles. De este modo, si durante el "viaje" experimentara alguna situación desagradable simplemente pueden cambiar a otra mente para la que ese problema no existiera y seguir viajando. Hasta aquí podría parecer que esta droga simplemente proporciona un mecanismo de evasión no muy diferente al de tantas otras. Pero el problema está en que determinados adictos han desarrollado la capacidad de llegar mucho más lejos en sus viajes: no solo sus mentes pueden viajar entre los diferentes universos sino también sus cuerpos. Y debido a esto, en torno suyo terminaba produciéndose un desgarrón de la realidad capaz de arrastrar a todos los que se encuentra a su alrededor a través de esa puerta interdimensional.

Epilogo

La mecánica cuántica viene a cerrar, en cierta medida, el círculo que abrieron los primeros pensadores que se preguntaron sobre la esencia de la realidad. No solamente por su capacidad de mostrarnos cómo existe un universo más allá de nuestros sentidos que contradice abiertamente nuestras percepciones y nuestra visión del cosmos. También por el modo en que conceptos como la realidad cambiante o el solipsismo han venido a encontrar, hasta cierto punto, un inesperado espaldarazo dentro del campo de la ciencia. En cualquier caso, todavía estamos lejos de alcanzar la plena comprensión de los mecanismos por los que se rige el universo y nuestra interacción con él. Puede que cuando alcancemos esa comprensión el sentido ultimo del cosmos que nos rodea se vea colmado, tal y como proponían Clarke o Egan. Lo que si esta claro es que hasta alcanzar esa meta todavía tenemos por delante un camino fascinante y lleno de descubrimientos e interrogantes por resolver.


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