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Cristóbal Pérez-Castejón Ciencia en la ciencia-ficción
Cromopaisaje
Cristóbal Pérez-Castejón



El polimorfismo en la ciencia-ficción (I):
Sin forma definida

En El ataque de los clones (George Lucas, 2002), un misterioso encapuchado contrata a la asesina a sueldo Zam Wesell para atentar contra la vida de la senadora Padmé Amidala. Lo curioso es que Wesell es una metamorfa, capaz alterar a voluntad su fisonomía para convertirse en pocos segundos en una persona distinta. Una capacidad muy útil, sin duda, para un mercenario asesino, aunque a la postre de poco le sirve frente a los poderes jedi de Anakin y Obi Wan.

El camuflaje perfecto

Abyss (James Cameron, 1989)Las posibilidades de un ser como Wesell, capaz de cambiar de aspecto a voluntad, son casi infinitas. Por ejemplo, a un individuo de estas características le resultaría muy fácil desplazarse por cualquier ambiente. Una muestra de ello aparece en la película The Abyss (James Cameron, 1989), en la que un extraterrestre utiliza una columna de agua móvil formada in situ para explorar el interior de una plataforma submarina hundida en el fondo del mar.

Por lo demás, parece lógico suponer que una entidad capaz de cambiar de forma rápidamente y a voluntad puede resultar extremadamente difícil de destruir. En el relato de John W. Campbell “¿Quien anda ahí?” (llevado al cine en 1951 como El enigma de otro mundo y en 1982 como La cosa) una expedición polar encuentra enterrada bajo el hielo una nave extraterrestre, todavía con su piloto dentro. Los exploradores trasladan su cuerpo congelado al interior de la base, pero poco después descubren que ha desaparecido. Caen entonces en la cuenta de que han liberado a una peligrosa forma de vida con la habilidad de adquirir la forma de cualquier ser con el que hubiera estado en contacto. En muy poco tiempo, nadie en la base está seguro de quién es quién mientras la necesidad de destruir a esta peligrosa criatura resulta cada vez más apremiante.

Efectivamente, para un polimorfo el pasar desapercibido es casi tan natural como respirar. En La quinta cabeza de Cerbero, de Gene Wolfe, se nos habla de los míticos habitantes nativos del planeta Sainte Anne, conocidos como anneses. Los colonizadores humanos de Sainte Anne ni siquiera saben si los anneses se han extinguido o continúan viviendo entre ellos. Eso si, circulan toda clase de rumores sobre sus poderes, entre los que se incluyen la capacidad de convertirse en una rama, piedra o en cualquier otro objeto a voluntad. Los anneses incluso son capaces de hacerse pasar por humanos, y sólo se les puede distinguir por su incapacidad para hacer uso de las herramientas. Un investigador decide hacer una exploración a las tierras baldías para descubrir qué existe de verdad en todas esas leyendas.

Esta capacidad para el engaño también convierte a los polimorfos en los espías perfectos. Por ejemplo, en una celebre secuencia de la película X-Men 2 (Bryan Singer, 2003), Mística, una mutante polimorfa, pone de manifiesto la enorme facilidad con la que la combinación de una granImpostor (Gary Fleder, 2002) inteligencia y el poder de cambiar de forma pueden vencer al más sofisticado sistema de seguridad. En “El exterior”, Brian W. Aldiss nos presenta a un grupo de personas que permanece encerrado dentro de una casa. No pueden salir de ella, y sus días pasan monótonamente hasta que de repente, uno de los inquilinos consigue abandonar la vivienda. Entonces descubren que la casa y todo su contenido es una tapadera para estudiar el comportamiento de los nitianos, una especie extraterrestre con la que la humanidad está en guerra y que envían infiltrados que asesinan y usurpan la personalidad de humanos reales. La misma idea del infiltrado que asesina y suplanta a su víctima es utilizada por Phillip K. Dick en su conocido relato “Impostor”, recientemente llevado al cine (Gary Fleder, 2002).

“Impostor” ilustra otra inquietante potencialidad de los polimorfos: la de convertirse en los depredadores perfectos. En el relato “Colonia”, también de Dick, unos exploradores descubren un planeta idílico aparentemente sin formas de vida hostil y comienzan a evaluarlo con el fin de establecer una colonia en él. Sin embargo, al cabo de un tiempo, empiezan a sufrir extraños ataques. Los objetos cotidianos de repente parecen cobrar vida e intentar destruirles. Descubren entonces que el planeta está habitado por una forma de vida capaz de adoptar el aspecto de cualquier objeto, que se dedica a cazar a los exploradores inexorablemente hasta el sorprendente final.

Tras lo dicho, podría parecer que un ser de estas características seria virtualmente invulnerable. Sin embargo, estas entidades también pueden tener sus puntos débiles. En el relato “Forma”, de Robert Sheckley, se nos presenta una especie extraterrestre capaz de adoptar cualquier forma concebible. Para evitar el caos, en su planeta natal sólo pueden adoptar un puñado de formas establecidas, lo que ha dado lugar a una sociedad rígida y jerarquizada. Los extraterrestres están empeñados en conquistar la Tierra. Pero todas sus expediciones desaparecen misteriosamente cuando sus componentes rehúsan volver a ponerse en contacto con su pueblo, encantados de la libertad que pueden disfrutar en nuestro planeta convirtiéndose en piedra, en árbol o en pájaro a voluntad.

La versatilidad de lo amorfo

Resulta curioso que un mecanismo tan potente como el del polimorfismo haya sido aparentemente tan poco utilizado por la evolución. Es cierto que en el fondo la propia evolución implica en sí misma un cambio de formas (aunque dentro de una escala de tiempo geológica), y evidentemente todos cambiamos al crecer. También es cierto que muchas especies sufren metamorfosis más o menos complejas a lo largo de diferentes etapas de su desarrollo, presentando una diversidad de formas perfectamente diferenciadas a lo largo de las mismas. Pero estas metamorfosis no son voluntarias, ni, sobre todo, reversibles. La complejidad estructural necesaria para adoptar una forma cambiante parece que prima sobre las claras ventajas evolutivas que un mecanismo de estas características podría otorgar al que lo poseyera, limitándola a un puñado de sencillas soluciones: la del pez globo, que en presencia de un peligro se hincha convirtiéndose en un globo de espinas; la de algunos sapos, que son capaces de aumentar espectacularmente su tamaño con propósitos disuasorios; la de muchas aves dotadas de un buche también inflable que se utiliza como elemento de cortejo; o la de pulpos y sepias que no sólo pueden cambiar rápidamente de color a voluntad sino que también pueden alterar la textura de su piel imitando incluso la forma de algunos peces.

Claro que teniendo en cuenta su potencial para el sigilo, siempre es posible que los animales polimorfos existan realmente, aunque sus peculiares habilidades hayan impedido que les hayamos detectado hasta este momento. Por ejemplo, en el relato de Robert Bloch “La modelo” se nos presenta un extraño ser, mezcla de mantis religiosa con modelo de alta costura, que utiliza los peculiares encantos derivados de su aspecto para seducir a los machos de nuestra especie y utilizarlos en su ciclo reproductivo. La misma idea es utilizada por Farmer en su celebre novela Los amantes, donde el protagonista vive una intensa historia de amor con una lalitha, un parásito mimético altamente evolucionado que utiliza a los machos humanos para reproducirse. “Mimetismo”, de Donald A. Wollheim, describe una especie de cucaracha con un rostro que podría pasar por humano en el que los elitros de las alas semejan una capa negra. La película Mimic (Guillermo del Toro, 1996) se basa en esta narración. Así mismo, en el galardonado relato de Avram Davidson “Todos los mares llenos de ostras”, el autor propone la existencia de una nueva categoría de seres vivos, capaces de mimetizar las características de nuestros objetos cotidianos como las bicicletas, las perchas o los clips y por tanto pasar completamente desapercibidos entre nosotros.

¿Qué mecanismos podría adoptar una especie para conseguir tan peculiares habilidades? Por ejemplo, no es osado afirmar que las bicicletas de Davidson resultan inconcebibles desde la perspectiva de nuestra experiencia cotidiana. Sin embargo, lo cierto es que en el mundo microscópico no tendrían nada de particular, puesto que a nivel de animales unicelulares el polimorfismo está prácticamente a la orden del día. Los microorganismos sin forma definida no son precisamente extraños, y son multitud las especies que pueden deformar sus membranas celulares para generar seudópodos, vacuolas y otros muchos orgánulos que posteriormente utilizan para desplazarse, atacar o devorar a sus presas.

La idea de una entidad viscosa que devora ciegamente todo lo que le rodea contiene una cierta dosis de horror primordial que ha terminado por convertirla en uno de los clichés más clásicos de cierta literatura de ciencia-ficción y terror. Por ejemplo, en el relato de Robert Sheckley “La sanguijuela”, un meteorito impacta contra la superficie terrestre dentro de un área rural. Pero no es un meteorito normal, sino un ser vivo capaz de transformar todo lo que llega a su alcance buscando alcanzar un tamaño cada vez mayor. Cuantos más intentos se hacen por destruirle, más poder alcanza y más inteligente se vuelve. La conocida película The Blob (Irwin Yeaworth, 1958), tiene muchos puntos en común con el planteamiento de esta narración.

De entre los posibles orígenes de estas criaturas, es curioso comprobar como muchos autores han escogido Titán como origen de las más variadas razas polimorfas. Por ejemplo, la novia del protagonista de Los impostores, de Alfred Bester, es una titánida polimorfa. Dick también puebla de amebas inteligentes este satélite en uno de sus más conocidos relatos, “Oh, ser un blobel”. Los blobels procedían originalmente de otro sistema solar pero se habían establecido en Marte y en Titán. Lamentablemente, los problemas ecológicos terminan haciéndoles entrar en guerra con los humanos. Cuando estalló el conflicto, George Munster fue reclutado como espía. Pero para ello tuvo que renunciar a su forma y adoptar la de un blobel: durante doce horas diarias tenia apariencia humana, pero el resto del tiempo asumía el aspecto de una especie de ameba gigantesca. Una vez terminada la guerra, este peculiar comportamiento le acarreó múltiples problemas, empezando por cómo encontrar pareja. Claro que siempre podía recurrir a una blobel que se hubiera dedicado a espiar a los humanos...

En Los jugadores de Titán, del mismo autor, los vugs, habitantes telépatas de la mayor luna de Saturno, tienen la capacidad de cambiar su apariencia a voluntad. Después de una serie de guerras que han puesto a la humanidad prácticamente al borde de la extinción, los seres humanos dedican su tiempo a una especie de Monopoly en el que apuestan ciudades y territorios reales y cuyo objetivo es incrementar la natalidad que tras la guerra ha caído prácticamente a cero. Cuando Pete Garden pierde en una noche a su mujer y al condado de Berkeley en una partida descubre la existencia de una versión más siniestra del juego en la que la que una facción de vugs, caracterizados como humanos, están jugando con la propia Tierra como premio.

Ladrones de cuerpos

Cuando se está limitado por una forma predeterminada y se desea cambiarla, una buena alternativa puede ser robar un cuerpo nuevo. Embrion infectado por WolbachiaDespués de todo, ese mecanismo ya es utilizado desde hace millones de años por muchas formas de parasitismo. El parásito invade el organismo de su anfitrión y lo utiliza a su antojo para sus propias necesidades, a veces incluso conduciéndole a la muerte en el proceso. Ciertamente podría argumentarse que en la mayor parte de los casos el invasor es solo un huésped indeseado del cuerpo al que invade, pero no dispone de un control real de éste. Sin embargo, no siempre es así. Por ejemplo, existe un parásito de los caracoles que los induce a un comportamiento curioso. Tras la infección, una de las antenas se inflama enormemente y presenta un esquema de color y forma de lo más visible. Podría parecer un absceso normal, tan común en cientos de otras infecciones, sino fuera porque además el parásito cambia radicalmente los hábitos del caracol infectado. En lugar de buscar la oscuridad y hurtarse a la vista de los posibles depredadores, el caracol comienza a pasear a plena luz del sol por lugares bien visibles. En efecto, el siniestro objetivo del parásito es hacer que su hospedador sea devorado por un pájaro para continuar en él su ciclo reproductivo. La misma estrategia es utilizada habitualmente por el Toxoplasma gondii. Su ciclo reproductivo en principio parece de lo mas normal. El toxoplasma infecta a los ratones, que desarrollan quistes en diversas partes de su cuerpo, especialmente en el cerebro. A continuación, el ratón es devorado por un gato en cuyo interior se reproduce el parásito. Por ultimo, los huevos de éste salen al exterior a través de las heces y allí son comidos por los ratones para completar el ciclo. Lo sorprendente es que los roedores infectados por el toxoplasma no tienen miedo a los gatos. La fobia a estos felinos en los ratones es genética. Sin embargo, el toxoplasma consigue eliminarla completamente para favorecer su ciclo reproductivo, dejando sin embargo todo el resto de facultades del ratón aparentemente intactas. El Wolbachia es otro parásito que infecta a millones de especies de insectos. Lo que le hace peculiar es que en determinados casos es capaz de alterar el comportamiento sexual de las especies a las que ataca para facilitar su propia reproducción, dando lugar a radicales cambios en la distribución de sexos en las poblaciones infectadas que se sospecha pueden acabar incluso dando lugar a la aparición de nuevas especies.

La idea de un organismo capaz de controlar la voluntad de aquél que resulte infectado ha demostrado un gran atractivo para los escritores de ciencia-ficción. Por ejemplo, en Amos de títeres (1951) Robert A. Heinlein plantea la invasión de los Estados Unidos por unos extraterrestres gelatinosos procedentes de Titán (como no podía ser de otro modo), cuyo modus operandi consistía en fijarse a la nuca de aquellos a quien atacaban pasando a dominar su cuerpo y su mente. Aunque se trata de una obra impregnada de un profundo sentido alegórico en contra del comunismo, Amos de títeres mantiene todavía un cierto atractivo, que ha determinado que fuera llevada a la pantalla en repetidas ocasiones.

Algo parecido sucede con Los ladrones de cuerpos, de Jack Finney (1955), una obra de culto llevada tres veces al cine con gran éxito. En Santa Mira, un pequeño pueblo del norte de California, el doctor Miles Bennell se ve sorprendido por una curiosa epidemia: la gente comienza a quejarse de que sus familiares más cercanos, padres, hermanos, tíos, no son quienes parecen ser. Intrigado, su investigación le conduce a un siniestro descubrimiento: los habitantes del pueblo están siendo copiados uno por uno mientras duermen por unas extrañas vainas vegetales extraterrestres. Y cuando la copia se completa, el original es destruido y su lugar es ocupado por el invasor, indistinguible hasta el más mínimo detalle del original, pero que ha perdido su humanidad en el proceso.

Las dos novelas anteriores son buenos ejemplos de ectoparasitismo, en el cual los atacantes actúan desde el exterior del cuerpo de la victima (como hacen por ejemplo los acararos parásitos del genero Antennophorus con las hormigas). Mas insidiosa resulta la acción de los endoparásitos. Una buena muestra de este comportamiento la encontramos en el relato de Gene Wolfe "El Señor de la Tierra", en el que una extraña criatura alienígena en forma de calamar va desplazándose de cuerpo en cuerpo (ya sea de chacal, lobo o ser humano) robando el alma y el aliento de cuantos se cruzan a su paso.

Otra película de gran éxito en torno al endoparasitismo extraterrestre es Hidden (Jack Sholder, 1984). Un peligroso extraterrestre en forma de babosa invade el cuerpo de un ser humano. Amante de las armas, los Ferraris y en general, de todos los placeres terrenales, comienza a cometer violentos crímenes con unas características imposibles de emular por un hombre normal. Un policía está tras su pista, ayudado por un agente del FBI que resulta estar también poseído por otro extraterrestre enviado para capturar al primero.

En Hidden el parásito no sólo controla a su hospedador, sino que también le confiere una fuerza sobrehumana y una increíble resistencia ante cualquier tipo de herida. Algo parecido sucede también en la novela de F. Paul Wilson El curandero. Dalt se dedica a la recuperación de los mundos de un impero perdido que han caído en la barbarie. Mientras se encuentra en una misión en un planeta feudal, sufre el ataque de una extraña criatura, el alaret, que se instala en su sistema nervioso. Debido a esto, dentro del investigador pasan a convivir dos mentes mientras consigue, de paso, un control completo de su biología que le convierte virtualmente en inmortal. Pero además, Dart descubre que tiene el poder de curar a los demás, especialmente a los afectados por el terrible mal de "los horrores". Eso, y su doble personalidad, determinan la aparición de la mítica figura de "El curandero" que a través de los siglos se dedica a curar a su prójimo sin que jamás llegue a conocerse su identidad real.

Un empleo mas siniestro del parasitismo aparece en “Un planeta llamado Shayol”, de Cordwainer Smith. En dicho mundo, el Imperio tiene su prisión más abyecta en la que los prisioneros son sometidos a una eternidad de sufrimientos. Porque en Shayol moran los dromozoos, unos curiosos parásitos cuyo principal efecto es que hacen crecer de forma incontrolada los más variados órganos sobre sus víctimas. El carcelero simplemente debe pasar periódicamente para efectuar su cosecha de brazos, piernas y cabezas con las cuales se nutren las clínicas de transplantes del Imperio. Por cierto que la idea central de este relato es muy semejante a la que se plantea en la novela de Card Un planeta llamado Traición.

Por ultimo, la posibilidad de que algún ser semejante a las bacterias tenga el poder de regir nuestra existencia está magníficamente desarrollada por Greg Bear en su novela Vitales. Un joven investigador que trabaja en la búsqueda de la prolongación de la vida mucho más allá de su limite natural, sufre un oscuro atentado al tiempo que su hermano gemelo es asesinado en extrañas circunstancias. La investigación de esta muerte y de su propio intento de asesinato saca a la luz una conspiración a escala planetaria en la que una misteriosa organización llamada Seda utiliza a las bacterias y a su relación simbiótica con nuestro organismo no sólo para prolongar la vida, sino para propósitos mucho más siniestros, como el control de la mente de aquellos infortunados que resultan infectados. Curiosamente, la misma idea aparece repetidamente en la celebre serie de La guerra de las galaxias, donde la Fuerza, el místico campo de energía que emana de todo ser vivo y cuyo control permite las más variadas proezas, está directamente relacionado con los midiclorianos, un misterioso simbionte microscópico presente en la sangre de la mayor parte de los seres vivos de ese universo.

Las posibilidades de la inmaterialidad

Una cierta forma de parasitismo de gran tradición en todas las culturas humanas es la posesión, la ocupación de un cuerpo por un espíritu. Efectivamente, al ser incorpóreos, los seres inmateriales no tienen demasiados problemas para adoptar la forma que más convenga a sus intereses por el expeditivo procedimiento de reducir al silencio o expulsar al anterior inquilino de la envoltura material elegida. El origen de las historias de posesión se pierde en la noche de los tiempos, y éste es un tema que ha dado lugar a un gran número de obras literarias, de cine y televisión. Baste recordar películas como La semilla del diablo (1968), El exorcista (1973) o Muñeco diabólico (1988), en la que el espíritu de un asesino, experto en vudú, queda atrapado dentro del cuerpo de Chucky, un inocente muñeco, al que anima con las más perversas intenciones.

El tema de la posesión también ha sido tratado, como no podía ser de otro modo, dentro de la ciencia-ficción. Uno de los relatos más conocidos es “El buldózer asesino”, de Theodore Sturgeon. Ambientada en plena Segunda Guerra Mundial, Virus (John Bruno, 1999)unos trabajadores que construyen una pista de aterrizaje en una isla del Pacífico descubren accidentalmente un templo antiquísimo en el que despiertan a una forma de vida basada en energía que se apodera de la excavadora con la que están trabajando y se dedica a exterminarlos uno por uno. Este relato ha sido llevado al cine por Jerry London (Killdozer, 1974). Una idea semejante se desarrolla en la película Virus (1999), en la que una criatura inmaterial, de naturaleza eléctrica, invade un barco de investigación ruso masacrando a toda la tripulación, a la que posteriormente convierte en un conjunto de siniestros cyborgs. La tripulación del barco de rescate que encuentra al buque ruso lo pasa francamente mal para conseguir vencer al elusivo extraterrestre, que recuerda en cierto modo a la invasión que describe Fredric Brown en su relato “Los ondulantes”.

“Las mecedoras”, de Suzette Haden, también presenta la figura de un ser inmaterial -en este caso telépata- que es “implantado” por un visitante de otro planeta en las mecedoras de una determinada región para ampliar el rango de percepción de los seres humanos que se sienten en ellas. Y en El señor de la luz, Roger Zelazny describe unos alienígenas, los rashaka, que en busca de la inmortalidad terminaron abandonando los lazos de la materia para convertirse en entidades energéticas incorpóreas. Sin embargo, a veces añoran tanto sus antiguas formas que no pierden ocasión de invadir el primer cuerpo que se ponga a su alcance, tomando su control para satisfacer sus mas oscuros deseos.

La posesión no siempre implica que un ser inmaterial adquiera el control de un cuerpo. Por ejemplo, en el célebre relato de Phillip K. Dick “Aquí yace el wub”, una expedición de exploración vuelve a su nave con un sabroso cerdo alienígena. Pero cuando se disponían a cocinarlo, descubren que el cerdo no solo sabía hablar sino que estaba dotado de un poderoso intelecto. A pesar de esto, y en contra del parecer de buena parte de la tripulación, el capitán lo mata, para terminar descubriendo que, como su propia víctima le había contado, el consumir la carne de un wub podía ser una experiencia inigualable... en más de un sentido.

En “Rosa Araña”, Bruce Sterling también describe una curiosa forma de transferencia de almas. En este relato, una minera asteroidal se gasta una fortuna en la adquisición de una peculiar mascota, capaz de metamorfosearse para cambiar su forma y hacerse más agradable a su amo. Sin embargo, las cosas no siempre son lo que parecen.

Pero quizás el referente más claro de la posesión dentro del campo de la El pueblo de los malditos (John Carpenter, 1995)ciencia-ficción lo encontramos en la novela de John Windham Los cuclillos de Midwich, que ha sido llevada al cine en dos ocasiones (la ultima por John Carpenter en 1995). Durante un día entero el pueblecito de Midwich, perdido en la campiña inglesa, se ve aislado del resto del mundo por un invisible campo de fuerza. Cuando éste desaparece los habitantes no recuerdan nada de lo sucedido, pero poco más tarde descubren que todas las mujeres del pueblo están embarazadas. Nueve meses después dan a luz a unos extraños niños de ojos dorados dotados de sorprendentes poderes y que terminan convirtiéndose en la amenaza más grave con la que se ha enfrentado jamás la humanidad.

Mentes viajeras

La trasmigración también es un tema bastante popular dentro del mundo de la ciencia ficción. Por ejemplo, en Memorias, de Mike McQuay, se nos presenta un original sistema para viajar por el tiempo: la mente del viajero “conecta” con la mente de antepasados suyos en la época que se desea explorar y comparte sus cuerpos, volviendo al terminar el viaje a su tiempo a su cuerpo primitivo. El verano del pequeño San John, de John Crowley, describe una curiosa forma de posesión. Mil años después del hundimiento de la civilización, Junco que Habla parte de su comunidad, "los que hablan con verdad", para un viaje iniciático en el que busca la santidad. En su devenir, entre otras muchas referencias al mundo desaparecido, escucha la historia de los cuatro hombres muertos cuya mente fue encerrada dentro de una esfera transparente de cristal en busca de la inmortalidad. Y cuando llega al territorio de La Lista de la Doctora Botas termina encontrando la quinta esfera, ocupada por Botas, una gata con la que intercambiara su mente viviendo una experiencia que le marcara profundamente.

La transferencia de mentes es una de las piedras angulares de otro de los grandes temas del genero: la clonación. Por ejemplo, en la novela de Farmer A vuestros cuerpos dispersos, la totalidad de la humanidad despierta de repente en un extraño planeta recorrido por un río interminable. Unos extraterrestres han grabado las almas de todos los humanos vividos desde la más remota antigüedad al siglo XXI y las han recreado sobre cuerpos clonados para su estudio. Y los habitantes del río pronto descubren que además han alcanzado una cierta forma de inmortalidad, hasta el punto de que el medio más eficaz para desplazarse por el planeta es el llamado “expreso del suicidio”, quitarse la vida para que la máquina reconstruya de nuevo su cuerpo en un lugar completamente distinto del planeta.

La novela de Roger Zelazny El señor de la luz, ya comentada más arriba, describe un curioso mecanismo de clonación denominado “la rueda del karma”. En él, el individuo próximo a morir o gravemente enfermo puede acudir a un templo en busca de un cuerpo nuevo. De acuerdo con las enseñanzas de la reencarnación, en dicho templo se mide con una máquina la pureza de su karma, el grado de bondad y maldad que se encuentra presente en su alma, y de acuerdo con éste se le concede una nueva morada en consonancia. Los problemas surgen cuando los “dioses” que controlan el invento, (en realidad la degenerada tripulación de una nave sembradora interestelar que ha convertido el planeta en su coto privado), deciden utilizarlo para respaldar su poder: tras pasar por la rueda del karma un adversario político podía descubrirse encerrado dentro del cuerpo de un mono por impío, o peor todavía, ser condenados a la muerte verdadera al negársele el acceso a las facultades de restauración de la máquina. Otro relato de este autor en el que se plantea la transferencia de mentes como método de castigo es “Corrida”, en el que unos extraterrestres utilizan un peculiar sistema de ejecución transfiriendo la mente del reo a la de un toro de lidia al que se va a torear.

Aparte de actuar cómo un eficaz sistema de represión, la posibilidad de transplantar una mente humana a un cuerpo animal presenta otras interesantes posibilidades. Por ejemplo, en el relato de Poul Anderson “El fiera y la bella” los habitantes de la Tierra viven en un estado de ocio permanente en el que es relativamente normal el transferirse al cuerpo de un animal (como por ejemplo, un tigre), para gozar de la sensación de fuerza y de los instintos primarios del felino. Una situación semejante se plantea en uno de los relatos más conocidos de John Varley, “Perdido en el banco de memoria”, donde el visitante de un parque temático es transferido a la mente de un león durante sus vacaciones… para encontrarse con que a la hora de volver a su cuerpo un fallo informático le ha dejado encerrado en la memoria del ordenador encargado de la transferencia.

Curiosamente, está forma de transferencia también puede tener su utilidad para la exploración espacial. En “Deserción”, uno de los más celebres relatos de Ciudad, Clifford D. Simak nos cuenta cómo los humanos intentan explorar la violenta y terrible superficie de Júpiter transfiriendo su mente a la de los habitantes del planeta. El problema es que los exploradores no vuelven. Un investigador y su perro utilizan entonces este procedimiento para adentrarse en la densa atmósfera jupiterina donde terminan realizando un sorprendente descubrimiento.

Roger Zelazny aborda el problema planteado por Simak mediante el empleo de una tecnología de telepresencia. En efecto, una vez se establece la posibilidad de transferir la mente humana, es evidente que el receptáculo de ésta no tiene por qué ser un cuerpo necesariamente orgánico. Por ejemplo, en el relato “El regreso del verdugo”, un grupo de científicos utiliza un novedoso diseño de un robot de exploración que, guiado por sus mentes, les ofrece una experiencia de telepresencia total, aunque con unos efectos secundarios no deseados, especialmente cuando los miembros del grupo comienzan a morir misteriosamente.

Una vez la mente se libera de las ataduras de la materia por medio de la informática, el problema de la forma se convierte en algo puramente accesorio. Por ejemplo, en el relato de Fred Saberhaguen “Alas saliendo de la oscuridad”, un piloto de caza se enfrenta a una poderosa armada de robots asesinos. Sin embargo, el enfrentamiento dentro de su mente adopta la forma de un combate fantástico, en el que las máquinas adquieren la forma de un poderoso hechicero y él, la del caballero enviado a destruirle.

Esta capacidad de la realidad virtual para crear un entorno en que la forma ya no es algo rígido, sino flexible y maleable, está perfectamente desarrollada en la célebre trilogía de Matrix. En ella, la humanidad está esclavizada por las maquinas, que utilizan sus cuerpos para generar energía mientras las mentes permanecen inmersas en un entorno de realidad virtual. Para un humano que viva dentro de Matrix es casi imposible percatarse de que la realidad que esta percibiendo no es la del mundo físico, sino tan sólo un delirio electrónico inducido por un ordenador. Pero para los que conocen los entresijos del sistema, las cosas son muy diferentes. Los agentes, la siniestra policía de las máquinas encargadas de velar por la estabilidad de Matrix, pueden jugar con la realidad a su antojo, haciendo desaparecer una boca con un simple movimiento de los dedos o incluso ocupando el cuerpo de cualquiera de los habitantes de la matriz cuando ello sirve a sus intereses. Y los rebeldes de Sion pueden olvidar las miserias de sus cuerpos físicos adquiriendo superpoderes casi divinos cuando penetran en el mundo de la realidad virtual para liberar a la humanidad de su esclavitud.

El reino de la ilusión

La idea de que el mundo en que vivimos es pura ilusión no deja de ser una buena aproximación al problema de la forma. Como ya ilustró perfectamente Platón en su célebre mito de la caverna, nuestra percepción está tamizada por el filtro impuesto por nuestros sentidos. En ese sentido, Matrix se limita a desarrollar un axioma completamente evidente: el que controla los sentidos, controla el mundo y las leyes que lo rigen, incluyendo la forma de sus habitantes.

A lo largo de la historia de la ciencia-ficción se han propuesto muchos caminos para conseguir este objetivo. La informática, y su poder de creación de mundos (¿quién no se ha convertido en un súper héroe en cualquier juego de acción?) es quizás uno de los más evidentes, pero no necesariamente el único. Por ejemplo, otro modo bastante conocido de alterar la percepción parte del uso de drogas, capaces de generar los más extraños delirios y hacer parecer las cosas como lo que no son. Por ejemplo, en "La fe de nuestros padres" Dick plantea la posibilidad de una sociedad completamente dominada por la masiva distribución de drogas en la que un poderoso extraterrestre, completamente inhumano, puede pasar perfectamente por una persona normal debido a la distorsión en la percepción producida por esas drogas.

Otro de los mecanismos más utilizados para conseguir estos efectos distorsionantes es, sin duda, el empleo de la telepatía u otros poderes mentales. Después de todo, mediante la telepatía lo que se consigue es establecer un camino entre dos mentes, por lo que si una de ellas es capaz de imponer sus percepciones a la otra, la realidad que la segunda mente perciba estará claramente condicionada por la del primer emisor. Por ejemplo, la novela El hombre completo, de John Brunner, está ambientada en un mundo en el que la telepatía y otras manifestaciones extrasensoriales están a la orden del día. En dicho mundo se ha creado un cuerpo especial de policía para regular y controlar la acción de estos telépatas. En efecto, en ocasiones un telépata, desquiciado por su poder, es capaz de “atrapar” a una serie de mentes a su alrededor e inducirlas una alucinación colectiva de increíble realismo regida por la mente del telépata perturbado. Otro ejemplo de control telepático de la realidad lo encontramos en la personalidad del profesor Xavier, el carismático líder de los X-Men, capaz de los más sorprendentes ejercicios de control mental por medio de sus poderes mutantes.

Aparte de las mutaciones, la percepción extrasensorial está frecuentemente ligada a la existencia de razas extraterrestres que presentan estos poderes en diversos niveles de desarrollo. Ejemplos característicos son el de Maya, la mutante polimorfa de la celebre serie de televisión Espacio 1999, o los simpáticos pulpos extraterrestres de Héroes fuera de orbita, capaces de presentarse ante sus héroes caracterizados como los personajes de una conocida serie de televisión. El tema del contacto con una mente alienígena capaz de generar alucinaciones y monstruos se toca también en el ya comentado El curandero o en el relato de Damon Knight “Estación extrasolar”, en el que la humanidad ha conseguido por fin llevar a cabo uno de sus viejos sueños: el elixir de la vida eterna. El problema es que para conseguirlo cada veinte años hay que sacrificar la mente de un hombre, destruida por el contacto con la mente del alienígena que proporciona el elixir a partir de su propio miedo (y que, para variar, fue descubierto por primera vez en Titán).

Esperando el mañana

El polimorfismo en el mundo que conocemos, más allá de las metamorfosis de los insectos o de los logros de ciertas especies de peces y aves, esta muy lejos de los niveles a los que nos tiene acostumbrados la ciencia-ficción. Sin embargo, los mecanismos para permitir esas mágicas transformaciones tampoco nos son completamente desconocidos. La ameba gigante o el parásito inteligente son quizás improbables, pero no del todo inverosímiles. Y en el otro extremo, la posesión o las facultades paranormales puede que sean elementos poco científicos, pero están profundamente insertados en nuestras raíces culturales. Si a esto añadimos el factor desconocido que rodea a todo lo que procede de fuera de nuestro planeta, o la fascinación que en relación con el problema de la identidad puede tener un organismo de estas características, no es de extrañar el gran éxito cosechado por esta fórmula dentro del mundo de la ciencia-ficción.

Después de todo, ¿quién sabe? Igual cuando la sonda Huygens alcance Titán en noviembre de 2005 nos llevamos alguna sorpresa...



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