En El ataque de los clones (George Lucas, 2002), un
misterioso encapuchado contrata a la asesina a sueldo Zam Wesell para
atentar contra la vida de la senadora Padmé Amidala. Lo curioso es que Wesell
es una metamorfa, capaz alterar a voluntad
su fisonomía para convertirse en pocos segundos en una persona
distinta. Una capacidad muy útil, sin duda, para un mercenario
asesino, aunque a la postre de poco le sirve frente a los poderes jedi
de Anakin y Obi Wan.
El camuflaje perfecto
Las posibilidades de un ser
como Wesell, capaz de cambiar de aspecto a voluntad,
son casi infinitas. Por ejemplo, a un individuo de estas
características le resultaría muy fácil desplazarse
por cualquier ambiente. Una muestra de ello aparece en la
película The Abyss (James Cameron, 1989), en la que un extraterrestre utiliza una
columna de agua móvil formada in situ para explorar el interior de una plataforma
submarina hundida en el fondo del mar.
Por lo demás, parece lógico suponer que una entidad capaz de
cambiar de forma rápidamente y a voluntad puede resultar
extremadamente difícil de destruir. En el relato de John W. Campbell
“¿Quien anda ahí?” (llevado al cine en 1951 como El enigma de otro mundo
y en 1982 como La cosa) una expedición polar encuentra enterrada bajo el
hielo una nave extraterrestre, todavía con su piloto dentro. Los
exploradores trasladan su cuerpo congelado al interior de la base,
pero poco después descubren que ha desaparecido. Caen
entonces en la cuenta de que han liberado a una peligrosa forma de
vida con la habilidad de adquirir la forma de cualquier ser con el que
hubiera estado en contacto. En muy poco tiempo, nadie en la base está
seguro de quién es quién mientras la necesidad de destruir a esta
peligrosa criatura resulta cada vez más apremiante.
Efectivamente, para un polimorfo el pasar desapercibido es casi tan
natural como respirar. En La quinta cabeza de Cerbero, de Gene
Wolfe, se nos habla de los míticos habitantes nativos del planeta
Sainte Anne, conocidos como anneses. Los colonizadores humanos de
Sainte Anne ni siquiera saben si los anneses se han extinguido o
continúan viviendo entre ellos. Eso si, circulan toda clase de rumores
sobre sus poderes, entre los que se incluyen la capacidad de
convertirse en una rama, piedra o en cualquier otro objeto a voluntad.
Los anneses incluso son capaces de hacerse pasar por humanos, y sólo
se les puede distinguir por su incapacidad para hacer uso de las
herramientas. Un investigador decide hacer una exploración a las
tierras baldías para descubrir qué existe de verdad en todas esas
leyendas.
Esta capacidad para el engaño también convierte a los polimorfos en
los espías perfectos. Por ejemplo, en una celebre secuencia de la
película X-Men 2 (Bryan Singer, 2003), Mística, una mutante
polimorfa, pone de manifiesto la enorme facilidad con la que la
combinación de una gran inteligencia y el poder de cambiar de forma
pueden vencer al más sofisticado sistema de seguridad. En “El
exterior”, Brian W. Aldiss nos presenta a un grupo de personas que
permanece encerrado dentro de una casa. No pueden salir de ella, y
sus días pasan monótonamente hasta que de repente, uno de los
inquilinos consigue abandonar la vivienda. Entonces descubren que la
casa y todo su contenido es una tapadera para estudiar el
comportamiento de los nitianos, una especie extraterrestre con la que
la humanidad está en guerra y que envían infiltrados que asesinan y
usurpan la personalidad de humanos reales. La misma idea del
infiltrado que asesina y suplanta a su víctima es utilizada por
Phillip K. Dick en su conocido relato “Impostor”, recientemente
llevado al cine (Gary Fleder, 2002).
“Impostor” ilustra otra inquietante potencialidad de los
polimorfos: la de convertirse en los depredadores perfectos. En el
relato “Colonia”, también de Dick, unos exploradores descubren un
planeta idílico aparentemente sin formas de vida hostil y comienzan a
evaluarlo con el fin de establecer una colonia en él. Sin
embargo, al cabo de un tiempo, empiezan a sufrir extraños ataques. Los
objetos cotidianos de repente parecen cobrar vida e intentar
destruirles. Descubren entonces que el planeta está habitado por una
forma de vida capaz de adoptar el aspecto de cualquier objeto, que se
dedica a cazar a los exploradores inexorablemente hasta el
sorprendente final.
Tras lo dicho, podría parecer que un ser de estas características
seria virtualmente invulnerable. Sin embargo, estas entidades también
pueden tener sus puntos débiles. En el relato “Forma”, de Robert
Sheckley, se nos presenta una especie extraterrestre capaz de adoptar
cualquier forma concebible. Para evitar el caos, en su planeta natal
sólo pueden adoptar un puñado de formas establecidas, lo que ha dado
lugar a una sociedad rígida y jerarquizada. Los extraterrestres están
empeñados en conquistar la Tierra. Pero todas sus expediciones
desaparecen misteriosamente cuando sus componentes rehúsan volver a
ponerse en contacto con su pueblo, encantados de la libertad que
pueden disfrutar en nuestro planeta convirtiéndose en piedra, en árbol
o en pájaro a voluntad.
La versatilidad de lo amorfo
Resulta curioso que un mecanismo tan potente como el del
polimorfismo haya sido aparentemente tan poco utilizado por la
evolución. Es cierto que en el fondo la propia evolución implica en sí
misma un cambio de formas (aunque dentro de una escala de tiempo
geológica), y evidentemente todos cambiamos al crecer. También es
cierto que muchas especies sufren metamorfosis más o menos complejas a
lo largo de diferentes etapas de su desarrollo, presentando una
diversidad de formas perfectamente diferenciadas a lo largo de las
mismas. Pero estas
metamorfosis no son voluntarias, ni, sobre todo, reversibles. La
complejidad estructural necesaria para adoptar una forma cambiante
parece que prima sobre las claras ventajas evolutivas que un mecanismo
de estas características podría otorgar al que lo poseyera,
limitándola a un puñado de sencillas soluciones: la del pez globo, que
en presencia de un peligro se hincha convirtiéndose en un globo de
espinas; la de algunos sapos, que son capaces de aumentar
espectacularmente su tamaño con propósitos disuasorios; la de muchas
aves dotadas de un buche también inflable que se utiliza como elemento
de cortejo; o la de pulpos y sepias que no sólo pueden cambiar
rápidamente de color a voluntad sino que también pueden alterar la
textura de su piel imitando incluso la forma de algunos peces.
Claro que teniendo en cuenta su potencial para el sigilo, siempre
es posible que los animales polimorfos existan realmente, aunque sus
peculiares
habilidades hayan impedido que les
hayamos detectado hasta este
momento. Por ejemplo, en el relato de Robert Bloch “La modelo” se nos
presenta un extraño ser, mezcla de mantis religiosa con modelo de alta
costura, que utiliza los peculiares encantos derivados de su aspecto
para seducir a los machos de nuestra especie y utilizarlos en su ciclo
reproductivo. La misma idea es utilizada por Farmer en su celebre
novela Los amantes, donde el protagonista vive una intensa
historia de amor con una lalitha, un parásito mimético
altamente evolucionado que utiliza a los machos humanos para
reproducirse. “Mimetismo”, de Donald A. Wollheim, describe una especie
de cucaracha con un rostro que podría pasar por humano en el que los
elitros de las alas semejan una capa negra. La película Mimic
(Guillermo del Toro, 1996) se basa en esta narración. Así mismo, en el
galardonado relato de Avram Davidson “Todos los mares llenos de
ostras”, el autor propone la existencia de una nueva categoría de
seres vivos, capaces de mimetizar las características de nuestros
objetos cotidianos como las bicicletas, las perchas o los clips y por
tanto pasar completamente desapercibidos entre nosotros.
¿Qué mecanismos podría adoptar una especie para conseguir tan
peculiares habilidades? Por ejemplo, no es osado afirmar que las
bicicletas de Davidson resultan inconcebibles desde la perspectiva de
nuestra experiencia cotidiana. Sin embargo, lo cierto es que en el
mundo microscópico no tendrían nada de particular, puesto que a nivel
de animales unicelulares el polimorfismo está prácticamente a la orden
del día. Los microorganismos sin forma definida no son precisamente
extraños, y son multitud las especies que pueden deformar sus
membranas celulares para generar seudópodos, vacuolas y otros muchos
orgánulos que posteriormente utilizan para desplazarse, atacar o
devorar a sus presas.
La idea de una entidad viscosa que devora ciegamente todo lo que le
rodea contiene una cierta dosis de horror primordial que ha terminado
por convertirla en uno de los clichés más clásicos de cierta
literatura de ciencia-ficción y terror. Por ejemplo, en el relato de
Robert Sheckley “La sanguijuela”, un meteorito impacta contra la
superficie terrestre dentro de un área rural. Pero no es un meteorito
normal, sino un ser vivo capaz de transformar todo lo que llega a su
alcance buscando alcanzar un tamaño cada vez mayor. Cuantos
más intentos se hacen por destruirle, más poder alcanza y más
inteligente se vuelve. La conocida película The Blob (Irwin Yeaworth,
1958), tiene muchos puntos en común con el planteamiento de esta
narración.
De entre los posibles orígenes de estas criaturas, es curioso
comprobar como muchos autores han escogido Titán como origen de las más variadas razas polimorfas.
Por ejemplo, la novia del protagonista de Los impostores, de Alfred
Bester, es una titánida polimorfa. Dick también puebla de amebas
inteligentes este satélite en uno de sus más conocidos relatos, “Oh,
ser un blobel”. Los blobels procedían originalmente de otro sistema
solar pero se habían establecido en Marte y en Titán. Lamentablemente,
los problemas ecológicos terminan haciéndoles entrar en guerra con los
humanos. Cuando estalló el conflicto, George Munster fue reclutado
como espía. Pero para ello tuvo que renunciar a su forma y adoptar la
de un blobel: durante doce horas diarias tenia apariencia humana, pero
el resto del tiempo asumía el aspecto de una especie de ameba
gigantesca. Una vez terminada la guerra, este peculiar comportamiento
le acarreó múltiples problemas, empezando por cómo encontrar pareja.
Claro que siempre podía recurrir a una blobel que se hubiera dedicado
a espiar a los humanos...
En Los jugadores de Titán, del mismo autor, los vugs, habitantes telépatas de la
mayor luna de Saturno, tienen la capacidad de cambiar su apariencia a
voluntad. Después de una serie de guerras que han puesto a la
humanidad prácticamente al borde de la extinción, los seres humanos
dedican su tiempo a una especie de Monopoly en el que apuestan
ciudades y territorios reales y cuyo objetivo es incrementar la
natalidad que tras la guerra ha caído prácticamente a cero. Cuando
Pete Garden pierde en una noche a su mujer y al condado de Berkeley en
una partida descubre la existencia de una versión más siniestra del
juego en la que la que una facción de vugs, caracterizados como
humanos, están jugando con la propia Tierra como premio.
Ladrones de cuerpos
Cuando se está limitado por una forma predeterminada y se desea
cambiarla, una buena alternativa puede ser robar un cuerpo nuevo.
Después de todo, ese mecanismo ya es utilizado desde hace millones de
años por muchas formas de parasitismo. El parásito invade el organismo de
su anfitrión y lo utiliza a su antojo para sus propias necesidades, a
veces incluso conduciéndole a la muerte en el proceso. Ciertamente
podría argumentarse que en la mayor parte de los casos el invasor es
solo un huésped indeseado del cuerpo al que invade, pero no dispone de
un control real de éste. Sin embargo, no siempre es así. Por
ejemplo, existe un parásito de los caracoles que los induce a
un comportamiento curioso. Tras la infección, una de las
antenas se inflama enormemente y presenta un esquema de color y forma
de lo más visible. Podría parecer un absceso normal, tan común en
cientos de otras infecciones, sino fuera porque además el parásito
cambia radicalmente los hábitos del caracol infectado. En lugar de
buscar la oscuridad y hurtarse a la vista de los posibles
depredadores, el caracol comienza a pasear a plena luz del sol por
lugares bien visibles. En efecto, el siniestro objetivo del parásito
es hacer que su hospedador sea devorado por un pájaro para continuar
en él su ciclo reproductivo. La misma estrategia es utilizada
habitualmente por el Toxoplasma gondii. Su ciclo reproductivo en
principio parece de lo mas normal. El toxoplasma infecta a los
ratones, que desarrollan quistes en diversas partes de su cuerpo,
especialmente en el cerebro. A continuación, el ratón es devorado por
un gato en cuyo interior se reproduce el parásito. Por ultimo, los
huevos de éste salen al exterior a través de las heces y allí son
comidos por los ratones para completar el ciclo. Lo sorprendente es
que los roedores infectados por el toxoplasma no tienen miedo a los
gatos. La fobia a estos felinos en los ratones es genética. Sin
embargo, el toxoplasma consigue eliminarla completamente para
favorecer su ciclo reproductivo, dejando sin embargo todo el resto de
facultades del ratón aparentemente intactas. El Wolbachia es otro parásito que
infecta a millones de especies de insectos. Lo que le hace peculiar es
que en determinados casos es capaz de alterar el comportamiento sexual
de las especies a las que ataca para facilitar su propia reproducción,
dando lugar a radicales cambios en la distribución de sexos en las
poblaciones infectadas que se sospecha pueden acabar incluso dando
lugar a la aparición de nuevas especies.
La idea de un organismo capaz de controlar la voluntad de aquél que
resulte infectado ha demostrado un gran atractivo para
los escritores de ciencia-ficción. Por ejemplo, en Amos de títeres
(1951) Robert A. Heinlein plantea la invasión de los Estados Unidos
por unos extraterrestres gelatinosos procedentes de Titán (como no
podía ser de otro modo), cuyo modus operandi consistía en fijarse a la
nuca de aquellos a quien atacaban pasando a dominar su cuerpo y su
mente. Aunque se trata de una obra impregnada de un profundo sentido
alegórico en contra del comunismo, Amos de títeres mantiene todavía un
cierto atractivo, que ha determinado que fuera llevada a la pantalla
en repetidas ocasiones.
Algo parecido sucede con Los ladrones de cuerpos, de Jack Finney
(1955), una obra de culto llevada tres veces al cine con gran éxito.
En Santa Mira, un pequeño pueblo del norte de California, el doctor
Miles Bennell se ve sorprendido por una curiosa epidemia: la gente
comienza a quejarse de que sus familiares más cercanos, padres,
hermanos, tíos, no son quienes parecen ser. Intrigado, su
investigación le conduce a un siniestro descubrimiento: los habitantes
del pueblo están siendo copiados uno por uno mientras duermen por unas
extrañas vainas vegetales extraterrestres. Y cuando la copia se
completa, el original es destruido y su lugar es ocupado por el
invasor, indistinguible hasta el más mínimo detalle del original, pero
que ha perdido su humanidad en el proceso.
Las dos novelas anteriores son buenos ejemplos de ectoparasitismo,
en el cual los atacantes actúan desde el exterior del cuerpo de la
victima (como hacen por ejemplo los acararos parásitos del genero
Antennophorus con las hormigas). Mas insidiosa resulta la acción
de los endoparásitos. Una buena muestra de este comportamiento la
encontramos en el relato de Gene Wolfe "El Señor de la Tierra", en el
que una extraña criatura alienígena en forma de calamar va
desplazándose de cuerpo en cuerpo (ya sea de chacal, lobo o ser
humano) robando el alma y el aliento de cuantos se cruzan a su paso.
Otra película de gran éxito en torno al endoparasitismo extraterrestre
es Hidden (Jack Sholder, 1984). Un peligroso extraterrestre en forma
de babosa invade el cuerpo de un ser humano. Amante de las armas, los
Ferraris y en general, de todos los placeres terrenales, comienza a
cometer violentos crímenes con unas características imposibles de
emular por un hombre normal. Un policía está tras su pista, ayudado
por un agente del FBI que resulta estar también poseído por otro
extraterrestre enviado para capturar al primero.
En Hidden el parásito no sólo controla a su hospedador, sino que
también le confiere una fuerza sobrehumana y una increíble resistencia
ante cualquier tipo de herida. Algo parecido sucede también en la
novela de F. Paul Wilson El curandero. Dalt se dedica a la
recuperación de los mundos de un impero perdido que han caído en la
barbarie. Mientras se encuentra en una misión en un planeta feudal,
sufre el ataque de una extraña criatura, el alaret, que se instala en
su sistema nervioso. Debido a esto, dentro del investigador pasan a
convivir dos mentes mientras consigue, de paso, un control completo de
su biología que le convierte virtualmente en inmortal. Pero además,
Dart descubre que tiene el poder de curar a los demás, especialmente a
los afectados por el terrible mal de "los horrores". Eso, y su doble
personalidad, determinan la aparición de la mítica figura de "El
curandero" que a través de los siglos se dedica a curar a su prójimo
sin que jamás llegue a conocerse su identidad real.
Un empleo mas siniestro del parasitismo aparece en “Un planeta llamado
Shayol”, de Cordwainer Smith. En dicho mundo, el Imperio tiene su
prisión más abyecta en la que los prisioneros son sometidos a una
eternidad de sufrimientos. Porque en Shayol moran los dromozoos, unos
curiosos parásitos cuyo principal efecto es que hacen crecer de forma
incontrolada los más variados órganos sobre sus víctimas. El carcelero
simplemente debe pasar periódicamente para efectuar su cosecha de
brazos, piernas y cabezas con las cuales se nutren las clínicas de
transplantes del Imperio. Por cierto que la idea central de este
relato es muy semejante a la que se plantea en la
novela de Card Un planeta llamado Traición.
Por ultimo, la posibilidad de que algún ser semejante a las
bacterias tenga el poder de regir nuestra existencia está
magníficamente
desarrollada por Greg Bear en su novela Vitales. Un
joven investigador que trabaja en la búsqueda de la prolongación de la
vida mucho más allá de su limite natural, sufre un oscuro atentado al
tiempo que su hermano gemelo es asesinado en extrañas circunstancias.
La investigación de esta muerte y de su propio intento de asesinato
saca a la luz una conspiración a escala planetaria en la que una
misteriosa organización llamada Seda utiliza a las bacterias y a su
relación simbiótica con nuestro organismo no sólo para prolongar la
vida, sino para propósitos mucho más siniestros, como el control de la
mente de aquellos infortunados que resultan infectados. Curiosamente,
la misma idea aparece repetidamente en la celebre serie de La guerra de las
galaxias, donde la Fuerza, el místico campo de energía que emana de
todo ser vivo y cuyo control permite las más variadas proezas, está directamente
relacionado con los midiclorianos, un misterioso simbionte
microscópico presente en
la sangre de la mayor parte de los seres vivos de ese universo.
Las posibilidades de la inmaterialidad
Una cierta forma de parasitismo de gran tradición en todas las
culturas humanas es la posesión, la ocupación de un cuerpo por un
espíritu. Efectivamente, al ser incorpóreos, los seres inmateriales no
tienen demasiados problemas para adoptar la forma que más convenga a
sus intereses por el expeditivo procedimiento de reducir al silencio o
expulsar al anterior inquilino de la envoltura material elegida. El
origen de las
historias de posesión se pierde en la noche de los tiempos, y éste es
un tema que ha
dado lugar a un gran número de obras literarias, de cine y televisión. Baste recordar películas como La semilla del diablo
(1968), El exorcista (1973) o Muñeco diabólico (1988), en la que el
espíritu de un asesino, experto en vudú, queda atrapado dentro del
cuerpo de Chucky, un inocente muñeco, al que anima con las más
perversas intenciones.
El tema de la posesión también ha sido tratado, como no podía ser
de otro modo, dentro de
la ciencia-ficción. Uno de los relatos más conocidos es “El buldózer
asesino”, de Theodore Sturgeon. Ambientada en plena Segunda Guerra
Mundial,
unos trabajadores que construyen una pista de aterrizaje en
una isla del Pacífico descubren accidentalmente un templo antiquísimo
en el que despiertan a una forma de vida basada en energía que se
apodera de la excavadora con la que están trabajando y se dedica a
exterminarlos uno por uno. Este relato ha sido llevado al cine por
Jerry London (Killdozer, 1974). Una idea semejante se desarrolla en
la película Virus (1999), en la que una criatura inmaterial, de
naturaleza eléctrica, invade un barco de investigación ruso masacrando
a toda la tripulación, a la que posteriormente convierte en un
conjunto de siniestros cyborgs. La tripulación del barco de rescate
que encuentra al buque ruso lo pasa francamente mal para conseguir
vencer al elusivo extraterrestre, que recuerda en cierto modo a la
invasión que describe Fredric Brown en su relato “Los ondulantes”.
“Las mecedoras”, de Suzette Haden, también presenta la figura de un
ser inmaterial -en este caso telépata- que es “implantado” por un
visitante de otro planeta en las mecedoras de una determinada región
para ampliar el rango de percepción de los seres humanos que se
sienten en ellas. Y en El señor de la luz, Roger Zelazny
describe unos alienígenas, los rashaka, que en busca de la
inmortalidad terminaron abandonando los lazos de la materia para
convertirse en entidades energéticas incorpóreas. Sin embargo, a veces
añoran tanto sus antiguas formas que no pierden ocasión de invadir el
primer cuerpo que se ponga a su alcance, tomando su control
para satisfacer sus mas oscuros deseos.
La posesión no siempre implica que un ser inmaterial adquiera el
control de un cuerpo. Por ejemplo, en el célebre relato de Phillip K.
Dick “Aquí yace el wub”, una expedición de exploración vuelve a su nave
con un sabroso cerdo alienígena. Pero cuando se disponían a cocinarlo,
descubren que el cerdo no solo sabía hablar sino que estaba dotado de
un poderoso intelecto. A pesar de esto, y en contra del parecer de
buena parte de la tripulación, el capitán lo mata, para terminar
descubriendo que, como su propia víctima le había contado, el consumir
la carne de un wub podía ser una experiencia inigualable... en más de un
sentido.
En “Rosa Araña”, Bruce Sterling también describe una curiosa forma
de transferencia de almas. En este relato, una minera asteroidal se gasta
una fortuna en la adquisición de una peculiar mascota, capaz de
metamorfosearse para cambiar su forma y hacerse más agradable a su
amo. Sin embargo, las cosas no siempre son lo que parecen.
Pero quizás el referente más claro de la posesión dentro del campo
de la
ciencia-ficción lo encontramos en la novela de John Windham Los
cuclillos de Midwich, que ha sido llevada al cine en dos ocasiones
(la ultima por John Carpenter en 1995).
Durante un día entero el pueblecito de Midwich, perdido en la campiña
inglesa, se ve aislado del resto del mundo por un invisible campo de
fuerza. Cuando éste desaparece los habitantes no recuerdan nada de lo
sucedido, pero poco más tarde descubren que todas las mujeres del
pueblo están embarazadas. Nueve meses después dan a luz a unos
extraños niños de ojos dorados dotados de sorprendentes poderes y que
terminan convirtiéndose en la amenaza más grave con la que se ha
enfrentado jamás la humanidad.
Mentes viajeras
La trasmigración también es un tema bastante popular dentro del
mundo de la ciencia ficción. Por ejemplo, en Memorias, de Mike McQuay,
se nos presenta un original sistema para viajar por el tiempo: la
mente del viajero “conecta” con la mente de antepasados suyos en la
época que se desea explorar y comparte sus cuerpos, volviendo al
terminar el viaje a su tiempo a su cuerpo primitivo. El verano
del pequeño San John, de John Crowley, describe una curiosa forma
de posesión. Mil años después del hundimiento de la civilización,
Junco que Habla parte de su comunidad, "los que hablan con verdad",
para un viaje iniciático en el que busca la santidad. En su devenir,
entre otras muchas referencias al mundo desaparecido, escucha la
historia de los cuatro hombres muertos cuya mente fue encerrada dentro
de una esfera transparente de cristal en busca de la inmortalidad. Y
cuando llega al territorio de La Lista de la Doctora Botas termina
encontrando la quinta esfera, ocupada por Botas, una gata con la que
intercambiara su mente viviendo una experiencia que le marcara
profundamente.
La transferencia de mentes es una de las piedras angulares de otro
de los grandes temas del genero: la clonación. Por ejemplo, en la
novela de Farmer A vuestros cuerpos dispersos, la totalidad de la
humanidad despierta de repente en un extraño planeta recorrido por un
río interminable. Unos extraterrestres han grabado las almas de todos
los humanos vividos desde la más remota antigüedad al siglo XXI y las
han recreado sobre cuerpos clonados para su estudio. Y los habitantes
del río pronto descubren que además han alcanzado una cierta forma de
inmortalidad, hasta el punto de que el medio más eficaz para
desplazarse por el planeta es el llamado “expreso del suicidio”,
quitarse la vida para que la máquina reconstruya de nuevo su cuerpo en
un lugar completamente distinto del planeta.
La novela de Roger Zelazny El señor de la luz, ya comentada más arriba,
describe un curioso mecanismo de clonación denominado “la rueda del
karma”. En él, el individuo próximo a morir o gravemente enfermo
puede acudir a un templo en busca de un cuerpo nuevo. De acuerdo con
las enseñanzas de la reencarnación, en dicho templo se mide con una
máquina la pureza de su karma, el grado de bondad y maldad que se
encuentra presente en su alma, y de acuerdo con éste se le concede
una nueva morada en consonancia. Los problemas surgen cuando los
“dioses” que controlan el invento, (en realidad la degenerada
tripulación de una nave sembradora interestelar que ha convertido el
planeta en su coto privado), deciden utilizarlo para respaldar
su poder: tras pasar por la rueda del karma un adversario
político podía descubrirse encerrado dentro del cuerpo de un mono por
impío, o
peor todavía, ser condenados a la muerte verdadera al negársele el
acceso a las facultades de restauración de la máquina. Otro relato de este autor en el que se plantea la
transferencia de mentes como método de castigo es “Corrida”, en el que
unos extraterrestres utilizan un peculiar sistema de ejecución
transfiriendo la mente del reo a la de un toro de lidia al que se va a
torear.
Aparte de actuar cómo un eficaz sistema de represión, la
posibilidad de transplantar una mente humana a un cuerpo animal
presenta otras interesantes posibilidades. Por ejemplo, en el relato
de Poul Anderson “El fiera y la bella” los habitantes de la Tierra
viven en un estado de ocio permanente en el que es relativamente
normal el transferirse al cuerpo de un animal (como por ejemplo, un
tigre), para gozar de la sensación de fuerza y de los instintos
primarios del felino. Una situación semejante se plantea en uno de los
relatos más conocidos de John Varley, “Perdido en el banco de
memoria”, donde el visitante de un parque temático es transferido a la
mente de un león durante sus vacaciones… para encontrarse con que a la
hora de volver a su cuerpo un fallo informático le ha dejado encerrado
en la memoria del ordenador encargado de la transferencia.
Curiosamente, está forma de transferencia también puede tener su
utilidad para la exploración espacial. En “Deserción”, uno de los más
celebres relatos de Ciudad, Clifford D. Simak nos cuenta cómo los humanos intentan
explorar la violenta y terrible superficie de Júpiter transfiriendo su
mente a la de los habitantes del planeta. El problema es que los
exploradores no vuelven. Un investigador y su perro utilizan entonces este
procedimiento para adentrarse en la densa atmósfera jupiterina donde
terminan realizando un sorprendente descubrimiento.
Roger Zelazny aborda el problema planteado por Simak mediante el empleo
de
una tecnología de telepresencia. En efecto, una vez se establece la
posibilidad de transferir la mente humana, es evidente que el
receptáculo de ésta no tiene por qué ser un cuerpo necesariamente orgánico. Por ejemplo, en el relato “El regreso
del verdugo”, un grupo de científicos utiliza un novedoso diseño de un
robot de exploración que, guiado por sus mentes, les ofrece una
experiencia de telepresencia total, aunque con unos efectos
secundarios no deseados, especialmente cuando los miembros del grupo
comienzan a morir misteriosamente.
Una vez la mente se libera de las ataduras de la materia por medio
de la informática, el problema de la forma se convierte en algo
puramente accesorio. Por ejemplo, en el relato de Fred Saberhaguen
“Alas saliendo de la oscuridad”, un piloto de caza se enfrenta a una
poderosa armada de robots asesinos. Sin embargo, el enfrentamiento
dentro de su mente adopta la forma de un combate fantástico, en el que
las máquinas adquieren la forma de un poderoso hechicero y él, la del
caballero enviado a destruirle.
Esta capacidad de la realidad virtual para crear un entorno en que
la forma ya no es algo rígido, sino flexible y maleable, está
perfectamente desarrollada en la célebre trilogía de Matrix. En ella, la humanidad está esclavizada por las maquinas, que utilizan
sus cuerpos para generar energía mientras las mentes permanecen
inmersas en un entorno de realidad virtual. Para un humano que viva
dentro de Matrix es casi imposible percatarse de que la realidad que
esta percibiendo no
es la del mundo físico, sino tan sólo un delirio electrónico inducido
por un ordenador. Pero para los que conocen los entresijos del sistema,
las cosas son muy diferentes. Los agentes, la siniestra policía de las
máquinas encargadas de velar por la estabilidad de Matrix, pueden
jugar con la realidad a su antojo, haciendo desaparecer una boca con
un simple movimiento de los dedos o incluso ocupando el cuerpo de
cualquiera de los habitantes de la matriz cuando ello sirve a sus
intereses. Y los rebeldes de Sion pueden olvidar las miserias de sus
cuerpos físicos adquiriendo superpoderes casi divinos cuando penetran
en el mundo de la realidad virtual para liberar a la humanidad de su
esclavitud.
El reino de la ilusión
La idea de que el mundo en que vivimos es pura ilusión no deja de
ser una buena aproximación al problema de la forma. Como ya ilustró
perfectamente Platón en su célebre mito de la caverna, nuestra
percepción está tamizada por el filtro impuesto por nuestros sentidos.
En ese sentido, Matrix se limita a desarrollar un axioma completamente
evidente: el que controla los sentidos, controla el mundo y las leyes
que lo rigen, incluyendo la forma de sus habitantes.
A lo largo de la historia de la ciencia-ficción se han propuesto
muchos caminos para conseguir este objetivo. La informática, y su
poder de creación de mundos (¿quién no se ha convertido en un súper
héroe en cualquier juego de acción?) es quizás uno de los más
evidentes, pero no necesariamente el único. Por ejemplo, otro modo
bastante conocido de alterar la percepción parte del uso de drogas,
capaces de generar los más extraños delirios y hacer parecer las cosas
como lo que no son. Por ejemplo, en "La fe de nuestros padres" Dick
plantea la posibilidad de una sociedad completamente dominada por la
masiva distribución de drogas en la que un poderoso extraterrestre,
completamente inhumano, puede pasar perfectamente por una persona
normal debido a la distorsión en la percepción producida por esas
drogas.
Otro de los mecanismos más utilizados para conseguir estos efectos
distorsionantes es, sin duda, el empleo de la telepatía u otros poderes mentales.
Después de todo,
mediante la telepatía lo que se consigue es
establecer un camino entre dos mentes, por lo que si una de ellas es
capaz de imponer sus percepciones a la otra, la realidad que la
segunda mente perciba estará claramente condicionada por la del primer
emisor. Por ejemplo, la novela El hombre completo, de John
Brunner,
está ambientada en un mundo en el que la telepatía y otras
manifestaciones extrasensoriales están a la orden del día. En dicho
mundo se ha creado un cuerpo especial de policía para regular y
controlar la acción de estos telépatas. En efecto, en ocasiones un
telépata, desquiciado por su poder, es capaz de “atrapar” a una serie
de mentes a su alrededor e inducirlas una alucinación colectiva de
increíble realismo regida por la mente del telépata perturbado. Otro
ejemplo de control telepático de la realidad lo encontramos en la
personalidad del profesor Xavier, el carismático líder de los X-Men, capaz
de los más sorprendentes ejercicios de control mental por medio de sus
poderes mutantes.
Aparte de las mutaciones, la percepción extrasensorial está
frecuentemente ligada a la existencia de razas extraterrestres que
presentan estos poderes en diversos niveles de desarrollo. Ejemplos
característicos son el de Maya, la mutante polimorfa de la celebre
serie de televisión Espacio 1999, o los simpáticos pulpos
extraterrestres de Héroes fuera de orbita, capaces de presentarse
ante sus héroes caracterizados como los personajes de una conocida serie de
televisión. El tema del contacto con una mente alienígena capaz de
generar alucinaciones y monstruos se toca también en el ya comentado
El curandero o en el relato de Damon Knight “Estación extrasolar”, en
el que la humanidad ha conseguido por fin llevar a cabo uno de sus
viejos sueños: el elixir de la vida eterna. El problema es que para
conseguirlo cada veinte años hay que sacrificar la mente de un hombre,
destruida por el contacto con la mente del alienígena que proporciona
el elixir a partir de su propio miedo (y que, para variar, fue
descubierto por primera vez en Titán).
Esperando el mañana
El polimorfismo en el mundo que conocemos, más allá de las metamorfosis de
los insectos o de los logros de ciertas especies de peces y aves, esta
muy lejos de los niveles a los que nos tiene acostumbrados la ciencia-ficción. Sin embargo, los mecanismos para permitir esas mágicas
transformaciones tampoco nos son completamente desconocidos. La ameba
gigante o el parásito inteligente son quizás improbables, pero no del
todo inverosímiles. Y en el otro extremo, la posesión o las facultades
paranormales puede que sean elementos poco científicos, pero están
profundamente insertados en nuestras raíces culturales. Si a
esto añadimos el factor desconocido que rodea a todo lo que procede de
fuera de nuestro planeta, o la fascinación que en relación con el
problema de la identidad puede tener un organismo de estas
características, no es de extrañar el gran éxito cosechado por esta
fórmula dentro del mundo de la ciencia-ficción.
Después de todo,
¿quién sabe? Igual cuando la sonda Huygens alcance Titán en
noviembre de 2005 nos llevamos alguna sorpresa...
Archivo
de Cromopaisaje
|