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Julián DíezFuera de colección
Extramuros
Julián Díez


Gabriela Bustelo
Planeta hembra

Estulta modernez

El espíritu de esta sección es el de demostrar que puede hacerse buena ciencia-ficción fuera de etiquetas, de calificativos que son rechazados por la cultura general. Sin embargo, en esta ocasión debo ocuparme de un fenómeno exactamente opuesto. Porque no es posible obviar, también, que la cultura oficial rechaza a la ciencia-ficción y se niega a ver sus cualidades a la par que acoge en alguna medida, por razones incomprensibles, a obras de calidad ínfima.

La única novela de ciencia-ficción escrita en España que mereció este año una página en El País (por sólo citar un medio importante) es Planeta hembra, de Gabriela Bustelo. Y las razones para ello nos remiten directamente a los viejos argumentos fandomitas y conspirativos que ven el mundillo cultural como un panorama de amigotes en el que la calidad no tiene tanto peso como los contactos.

Porque resulta difícil, muy difícil, entender no ya cómo es posible que esta novela pueda ser calificada como "buena ciencia-ficción" por analistas que seguramente no han leído en su puñetera vida ciencia-ficción y sólo la conocen de oídas; sino, aún más, comprender cómo es posible que esta bobadita infantilona, presuntamente cómica pero sin gracia, pretendidamente provocadora pero ingenua, y esnob hasta revolver el estómago, puede haber sido publicada, y cómo sus carencias y estulticias pueden ser disimuladas bajo la etiqueta "pop", cajón de sastre en el que cabe desde un original acercamiento a la cultura popular hasta chorradas que, como ésta, simplemente carecen de la capacidad para ser nada mejor.

La presunta provocación de Planeta hembra (pues se nos informa por todas partes de que se trata de una obra rompedora) consiste en que estamos en el futuro y las mujeres mandan, cuestión tan original que hasta celebran una fiesta así anualmente en un pueblo de Segovia (Zamarramala, por más señas). Para seguir con temas nunca explorados, resulta que son lesbianas, lo que en el mismo pueblo de Segovia antes citado debe ser también un escándalo, pero en Madrid a comienzos del siglo XXI no parece nada sorprendente. Aunque claro, hay quien vive de pretender ser escandaloso, esté o no muy visto lo que se propone.

El caso es que, siguiendo los presupuestos más convencionales del distopismo, tenemos como protagonista a una individua llamada Báez, tan carente de personalidad como los restantes maniquíes que pululan por la novela pero que, a diferencia de las demás miembros del Partido XX dominante, alberga en su seno Inquietudes De Las Gordas. Esto es algo especialmente curioso cuando resulta que tiene como tarea la deteccion de grupos antisistema, cargo que en buena lógica debería corresponder a alguien muy fiel y no precisamente a quien todos advierten que tiene dudas. Pero claro, estamos ante una novela "pop", y es moderna y de muchas risas, y en el Nueva York del futuro comen altramuces y chufas.

Báez se une a un propio llamado Graf, que es equivalente suyo en el partido XY (el de los hombres), y que pronto advertimos que es un tío de verdad, no un meapilas mariquita como los demás hombres. Juntos se dedicarán a investigar las actividades del comando H, un grupo de heterosexuales que nos son definidos de forma brillante: "Follan como simios", dice Báez; "Pero matan como asesinos", responde en un ataque de lucidez Graf.

Los recorridos de ambos nos llevarán a ese tremendo mundo futuro en el que los dos cargos principales de la lucha antiterrorista pueden ser convocados por una directora de escuela para ver a una niña inquieta, la presidenta del Mundo Mundial puede convocar en una reunión de urgencia a sus auxiliares a las cinco de la mañana para abroncar a una por la forma de tratar a sus subordinados (y no es un chiste, forma parte de lo serio de la novela) y la rebelión está inspirada en Espartaco, el best-seller de Howard Fast. La novela homónima de Arthur Koestler me temo que escapa a las posibilidades de la autora: al fin y al cabo, no trata de gladiadores musculosos que encuentran un hueco en sus sudorosas actividades para luchar por la libertad, sino de cuestiones políticas. Lo cual no es nada "pop".

Como cabría esperar de una novela que busca permanentemente el guiño a la lectora media de Cosmopolitan y devota, por tanto, de las tontinovelas de mujeres que descubren el sexo de verdad (modelo La pasión turca), Graf hace saber a Báez lo que vale un pe(i)ne, y junto con una rebelde pechugona y la niña rebelde parten hacia un nebuloso Shangri-La situado, por qué no, en la galaxia de Andrómeda.

El anterior retrato no hace justicia, sin embargo, al auténtico valor de la novela. Sólo la reproducción (que obviaremos) de algunos de sus espantosos diálogos, llenos de frases huecas y de expresiones pijas disfrazadas de futuristas, haría justicia plena a su contenido. De especial brillo son las conversaciones, aunque nunca se prolongan más allá de tres intercambios de frases, porque dado lo memos que son todos los personajes, no tienen más que decirse.

Un festival, vamos. La comparación de este esperpento con novelas verdaderamente provocadoras como las distopías de Le Guin o auténticamente vitriólicas en su retrato de la sociedad de hoy como las de Connie Willis es dolorosa, y confirma cuánto tiene para aportar la buena ciencia-ficción a la literatura actual, y cuán poco se la reconoce para dejar en cambio espacio a las tonterías contemporáneas.


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