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Julián DíezFuera de colección
Extramuros
Julián Díez


Adolfo Bioy Casares
Diario de la guerra del cerdo

La fragilidad del orden

Uno de los temas más frecuentes en las obras de cf publicadas por autores generales o fuera de colección es el de la destrucción de la civilización tal y como la conocemos. Ya comenté esta cuestión al reseñar aquí mismo El país de las últimas cosas, de Paul Auster, en la que todo se viene abajo sin que sea posible encontrar una razón. La fragilidad de la sociedad queda de manifiesto en esa obra al igual que en Diario de la guerra del cerdo, una de las novelas de cf de Adolfo Bioy Casares.

De todos debería ser conocido, a estas alturas, que en el lejano 1940 este premio Cervantes escribió La invención de Morel; novela precursora de la realidad virtual, obra puntera hasta hoy de la cf en castellano y, ante todo, librito de lectura deliciosa. Fue la primera novela de Bioy, que mantuvo después con el género la típica relación contradictoria de los grandes narradores "de fuera" que se han acercado a él sólo ocasionalmente, pero que entienden de su potencial narrativo. Bioy acudió en alguna ocasión a actos del fandom en Buenos Aires y reconoció en ocasiones sus lecturas del género.

Con todo, la obra que nos ocupa, en caso de entrar dentro de la cf, pertenece a un campo bastante más amplio. Tal vez sería discutible si es conveniente para el género abrir la puerta hasta tan lejos dando cabida a una novela que, en el fondo, es un retrato costumbrista que da pie a una reflexión sobre la vejez y la pobreza a partir de la excusa argumental de un desorden social improbable. Yo no entraré en ese debate: a mi juicio, cualquier obra que retrate una sociedad alternativa a la nuestra y especule sobre la situación que desencadena en el individuo pertenece a lo que a mí me gusta leer como ficción especulativa. El hecho es que el relato sigue las desventuras de un hombre de edad madura, Isidro Vidal, que consume sus años sin brillo en un apartamento alquilado del lumpen bonaerense, disputando partidas de truco con un grupo de viejos amigos (que aún se conocen entre ellos como "los muchachos") y que asiste, primero como un espectador aislado y después con progresivo temor, a la aparición de un movimiento de jóvenes que quieren terminar con los viejos, a los que llaman "cerdos" o "búhos" y acusan de reaccionarios, sucios, maniáticos y todas aquellas pequeñas mezquindades que, según el propio protagonista admite, acompañan a la vejez. Lo que comienza como agresiones aisladas va degenerando progresivamente en asesinatos. En un punto que diferencia notoriamente a esta obra de Bioy del grueso de la cf, nunca sabremos muy bien a qué se debe el comienzo de esta caza de ancianos, aunque en alguna ocasión se menciona de pasada a un demagogo radiofónico. Tampoco veremos nunca cuáles son sus consecuencias a gran escala, no habrá noticias de periódicos; simplemente, el seguimiento del drama de un hombre que no entiende lo que pasa y que, en pequeños detalles, encontramos ignorante del peligro que corre al no ser capaz de reconocer que el paso del tiempo le ha convertido en integrante de uno de los bandos en liza.

A la par que Isidro se va separando de un hijo que parece compartir la enfermedad colectiva, entramos poco a poco en el entorno de los muchachos, y en la caída de cada uno de ellos hacia los "vicios de vejez" que Bioy, con sorprendente crudeza, nos muestra. El simpático Jimi no se recata a la hora de traicionar a sus amigos con tal de quedar libre, Dante sucumbe al miedo, Arévalo sólo ama el dinero... Sólo Vidal, algo más joven que ellos, parece mantener la cabeza un poco en su sitio, aunque ello sea a costa de una especie de autismo que le lleva a sustraerse de los problemas y, de forma bastante extraña, a convertirse en atractivo para las mujeres que le rodean, algo especialmente paradójico cuando toda su experiencia como joven fue un matrimonio concluido con la fuga de su esposa con un paraguayo. Al final, descubriremos que Vidal tal vez ha caído en el peor de los vicios: la sorda renuncia a una vida que aún podría ofrecerle muchas cosas, pero que rechaza por puro temor a las pasiones, al placer y a la inevitable llegada del dolor que conllevan.

Al margen del retrato de estos personajes, y en especial de Vidal, la novela se hace fuerte en el empleo preciso y hermoso del lenguaje y, en particular, en esa capacidad del bonaerense socarrón para sentenciar con frases contundentes, que eluden el tópico para golpear con gracia y crudeza. Bioy, mucho más mundano que su amigo Jorge Luis Borges, parece capaz de la sonrisa en el peor de los contextos, y ofrece en una novela relativamente breve cuanto puede dar un novelista: amor, horror, belleza, alegría y pena. Francamente recomendable.


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