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Julián DíezFuera de colección
Extramuros
Julián Díez


John Christopher
La muerte de la hierba

De nuevo, el fin de la civilización

La carrera de John Christopher puede considerarse como muy significativa para entender el curso de acción que algunos talentos de la cf tuvieron que tomar a fin de mantenerse como escritores a tiempo completo. Christopher, pseudónimo de Simon Youd, fue un aficionado joven que entró en las revistas del género y no encontró mucha salida en ellas. Así que decidió probar con editoriales grandes, y consiguió el dinero suficiente -a partir de esta La muerte de la hierba que comento aquí- para convertirse en escritor profesional publicando sobre todo en editoriales de fuera del género, pero con un material característicamente cienciaficcionero en muchas ocasiones -si bien llegó a escribir novelas sobre cricket-. Y terminó desembocando en la novela juvenil, igualmente sin abandonar el género en muchos casos.

La muerte de la hierba

Christopher, que este año cumple los ochenta, puede considerarse como un artesano habilidoso, que cumplió ampliamente sus objetivos como escritor. Encuadrable en la línea catastrofista de la cf inglesa de mitad de siglo, sus logros son respetables pero palidecen al lado de los de los dos grandes representantes de esa escuela, John Wyndham y J.G. Ballard. Con todo, La muerte de la hierba es una novela valiosa y amena, si bien quizá no merezca el exagerado crédito que le brinda David Pringle al incluirla entre las cien mejores obras de cf destacadas en su conocida monografía.

Como en casi todo el catastrofismo inglés, los protagonistas son personas normales que van adivinando el final de su forma de vida y comienzan a adecuarse a su nueva situación hasta sumergirse en un estado totalmente alejado al de su condición burguesa. Los protagonistas son David y John, dos hermanos, el primero de los cuales se hace cargo de la herencia familiar al quedar como propietario de un valle cerrado al norte del país, con buena producción agrícola. El segundo opta por la ingeniería y vive en Londres.

El final de la civilización es desencadenado por un virus que mata a los herbáceos; primero el arroz en el sudeste asiático, para después ir consumiendo el resto de cereales y las verduras. Los tubérculos o el pescado no se ven afectados, pero simplemente no suponen recursos suficientes para todos. El hambre, y antes el miedo a ella, causará el derrumbe de la civilización. David lo prevé y aconseja a John que viaje al valle, un lugar defendible y con capacidad para producir alimentos suficientes en su interior, pero éste tarda en decidirse a romper con todo y no lo hace hasta que un amigo, Roger, le confirma lo irreversible de la situación: el gobierno inglés está dispuesto incluso a reducir la población por el drástico método de lanzar bombas atómicas sobre las principales ciudades, para garantizar luego la supervivencia del resto.

El tronco de la novela es el viaje del grupo de John y Roger, al que se van añadiendo otros personajes, en su peregrinar hasta el valle. Un periplo cruel en medio del derrumbamiento de todo y de todos, en el que el grupo no dudará en dar muerte para garantizar su propia supervivencia. Como en cualquier buena novela catastrofista, lo que está en cuestión es la fragilidad de las estructuras sociales, la pervivencia de instintos primarios básicos -tribales, familiares- que se superponen de inmediato a cualquier otro condicionante en una época de crisis. En esta obra, todo ello se encarna en el personaje de Pirrie: un apocado cincuentón, propietario de una tienda de armas, que se convierte en el ejecutor del grupo, capaz de tomar decisiones rápidas y contundentes en pro de la supervivencia sin un asomo de dudas morales.

La novela goza de una claridad de planteamientos encomiable, personajes en general bien dibujados -como cabría adivinarse, la figura impávida de Pirrie es la que atrae más miradas- y una notable capacidad descriptiva en el lento caminar de los personajes hacia su destino. Sus planteamientos son de una dureza que a priori se creería imposible en un obra de hace casi cincuenta años -algo que, por otra parte, también ocurre con las obras de Wyndham-, y encaminan al relato de forma inevitable hacia un desenlace tan temido como coherente.

Como curiosidad, reseñar que existe una adaptación cinematográfica de 1970, dirigida por la antigua estrella del cine de aventuras Cornel Wilde, con el título de Contaminación. Recojo una sinopsis encontrada en la red, para que os hagáis idea de las similitudes: “En un futuro próximo, la polución ha llegado a tal extremo que se ha desarrollado un virus letal que está acabando con la humanidad. Algunos países bombardean sus ciudades”.

Christopher se negó en su momento a verla, aunque admite que al anunciarse un pase televisivo, se plantó delante del televisor con un vaso de whisky... y sólo duró veinte minutos frente a la pantalla. Más fortuna tuvo con la adaptación televisiva de la Trilogía de los Trípodes, la obra juvenil de invasión extraterrestre que mantiene vivo su recuerdo para los lectores ingleses. Está publicada en castellano por Alfaguara y es un entretenimiento ligero que podría merecer más adelante otro Extramuros.


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