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Julián DíezFuera de colección
Extramuros
Julián Díez


Alessandro Baricco
Tierras de cristal

Hermosa tristeza

La crítica anglosajona ha dado en llamar Ruritanias -en homenaje a El prisionero de Zenda- a las narraciones de lugares imaginarios con un toque fantástico. En cierta forma, es lo que llamamos realismo mágico, aunque no del todo. En Tierras de cristal, por ejemplo, no hay nada estrictamente fantástico en los sucesos narrados. Pero sí en la forma en la que se cuentan, y en el hecho indiscutible de que las cosas -por desgracia- no ocurren de esa manera tan singular en el mundo cotidiano.

Aquí tenemos al señor Rail, fabricante de cristal, que desaparece de cuando en cuando de su casa y anuncia su regreso portando nuevas maravillas enviando una joya a su mujer; está Jun, tan hermosa que le hizo concebir a Dios la idea del pecado; el arquitecto Horeau, obsesionado por un amor perdido y diseñador de edificios imposibles de cristal; Pekisch, científico creador del humanófono, instrumento musical en el que cada nota es pronunciada por una persona entrenada... Todos ellos relacionados con la ciudad de Quinnipak, una villa del siglo XIX poblada de otra multitud de secundarios igualmente excéntricos, y no siempre divertidos.

El tronco principal de la historia gira en torno al deseo del señor Rail de fabricar un tren que una Quinnipak con la costa, con una ciudad que a la postre sabremos clave en el desarrollo de su relación con Jun. Su idea es una línea recta, con el fin de que el tren alcance toda la velocidad posible y cumpla su misión de ser "metáfora del destino".

Sin embargo, lo que diferencia a esta novela del realismo mágico de corte tradicional es su honda amargura. Los sueños, aquí, son en realidad inalcanzables. Quinnipak puede ser un lugar especial en el que la música de Beethoven no se escucha por ser muy corriente y se prefieren las extrañas composiciones de Pekisch, pero fuera de sus límites, el mundo es normal. Interesante y maravilloso, como en el inconsciente colectivo ha resultado ser el mundo del siglo XIX retratado por los autores que dieron forma a la novela -con su ilusionante fe en el progreso y la existencia aún de fronteras por descubrir-, pero normal al fin. Y siempre llegará de fuera quien frustre las locas y maravillosas ideas de los habitantes de Quinnipak. Al punto de que el único niño de la historia termina convirtiéndose, de mayor, en un simple corredor de seguros que pide respeto para la sencilla felicidad que alcanza con su desempeño.

Además, ésta es una novela de notables búsquedas experimentales. Hay capítulos en los que las escenas se suceden entre blancos, como viñetas sueltas. Otros, en los que se enlazan las historias con las de otros personajes secundarios que vienen, van y suelen tener también un final triste. En este sentido, y en otro contraste llamativo con el realismo mágico al uso, hay que reseñar que muchas de las historias son enormemente crueles. El resultado de esas variaciones es irregular, pero añade un factor de interés a una novela que ya de por sí consigue algo infrecuente: mantener la atención del lector siempre viva.

Quienes, como yo, disfruten de la peculiar forma de hacer de los autores italianos de fantasía contemporánea -Italo Calvino y Dino Buzzati, por mencionar los más conocidos-, seguramente también pasarán un rato de interés con la obra de Baricco. Aunque esta novela no alcanza la perfección de la breve y hermosísima Seda, su obra más interesante, es con todo una lectura recomendable. Es Baricco un escritor de atmósferas embriagadoras, y aunque sólo sea por ello, y por la hermosa tristeza que se desprende de estas Tierras de cristal, merece la pena darle una oportunidad.


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