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Julián DíezFuera de colección
Extramuros
Julián Díez


Mark Twain
El forastero misterioso

La esencia satánica de la duda

Tiene El forastero misterioso, publicada originalmente en 1916, párrafos tan actuales que resultan una auténtica sorpresa. No puedo evitar la tentación de reproducir alguno:

"Nunca ha habido una guerra justa ni honorable, por parte del instigador de la misma (...). El público se opondrá, con cuidado y cautelosamente al principio; y la enorme masa obtusa de la nación se frotará los ojos somnolientos y tratará de entender por qué debe haber una guerra, y dirá con sinceridad e indignación, 'es injusta y deshonrosa, y no hay necesidad de ella'. Luego el puñado gritará con más fuerza. (...). Entonces los hombres de estado inventarán mentiras baratas, echándole la culpa a la nación atacada, y cada hombre se sentirá contento con esas falsedades que le calman la conciencia y las estudiará industriosamente y se negará a examinar nada que las refute. Y al poco rato, se convencer de que la guerra es justa y dará gracias por el sueño del que goza, después de este grotesco procedimiento de autoengaño."

El forastero misterioso

Quien habla es Satanás. No el ángel caído, según asegura él, sino un sobrino que se quedó en el cielo y que siente admiración por su popular pariente... tal vez demasiada para poder darle crédito. Esta breve novela de Twain, publicada de forma póstuma, es una amarguísima reflexión en torno a la naturaleza del hombre, utilizando una vieja tradición de la sátira: presentar a un visitante exterior, libre de prejuicios, que observa las contradicciones de nuestra sociedad y la cobardía del hombre para afrontarlas.

Al igual que hiciera pocos años después Mijail Bulgakov en El maestro y Margarita, el visitante escogido tiene un carácter decididamente diabólico. Pero mientras el autor ruso elige como camino para emplear a Satán como imagen antisistema el del humor absurdo, el de la imaginación chispeante, Twain se decanta por un tono decididamente moralista. Que funciona, por fortuna, gracias al hecho de que la novela es breve, y por lo tanto no se convierte en un pesado discurso, sino en un condensado de toda la amargura que Twain fue cultivando en los últimos años de su vida, cuando la ruina económica y la muerte de la práctica totalidad de sus seres queridos le habían minado el carácter pese a verse rodeado del reconocimiento como el "gran novelista americano" a caballo entre ambos siglos.

Twain ya había empleado con libertad y éxito la fantasía desatada en obras tan populares como Un yanqui en la corte del Rey Arturo, una novela por cierto bastante menos festiva de lo que transmite su versión cinematográfica. Aquí nos lleva hasta el final del siglo XVI, en un apartado pueblito austriaco. Tres amigos adolescentes encuentran a Satanás -el presunto sobrino- y disfrutan de su compañía mientras éste, a la vez que les encandila con su hechizo, les muestra la cruda realidad de su tiempo y de nuestra especie: la hipocresía, la debilidad de la masa ante el agitador extremista -plasmado aquí en los cazadores de brujas-, la explotación del hombre por el hombre, la condición humana como inferior, en su capacidad para optar por el mal, a la de las propias bestias no guiadas más que por su instinto de supervivencia.

Pese a la crueldad desplegada en ocasiones por Satanás, al lector no se le esconde que los valores que defiende resultan mucho más "humanos", valga la expresión, que los cristianos a los que ataca. Aunque eso suponga una reducción de toda la existencia a un sufrimiento total, como muestra el hecho de que Satanás se dedique ocasionalmente a variar el destino de los personajes, y que sólo lo haga favorablemente para precipitar su muerte y ahorrarles así el sufrimiento de prolongar sus penurias.

La novela termina incluso con un último capítulo de aplastante nihilismo, como un último callejón sin salida para el sinsentido humano. Más que curioso resulta que esta obra negra, negrísima, cuente con una excelente edición en una colección juvenil como Tus Libros de Anaya, que una vez más ofreció una edición impecable con unos estudios complementarios de Juan José Millás.


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