Cuando en Cádiz se celebraron las primeras jornadas de rol
a principios de los años noventa, acudieron un total de tres mujeres (de quinientos
y pico visitantes que hubo). A saber, la madre de un organizador, que nos trajo
bocadillos; la novia de otro organizador, que se pasó a saludarle; y finalmente
una conserje, que nos ayudaba con las fotocopias y el sistema de luces.
¿Eran los juegos de rol machistas? La verdad es que un
poco sí. La mayoría de
las veces los juegos estaban centrados en personajes masculinos, y juegos como Aquelarre, de
Ricard Ibáñez, no dudaban en dar una bonificación a la belleza a los
personajes femeninos porque "las mujeres son más bellas que los
hombres".
¿Éramos los jugadores de rol unos machistas? Pues no te
diré que no. Estábamos acostumbrados a jugar solamente hombres, por lo que el
nivel de testosterona era bastante alto. De hecho, como éramos adolescentes y,
emulando al buen Peter Parker, teníamos bastante poco éxito con las chicas,
era bastante raro ver a una jugando. Había bastantes ideas preconcebidas, y la
gente no dudaba en decir que: "Una chica puede jugar una partida de rol,
pero en el momento en que vienen dos se distraen de la partida hablando de
cotilleos y ropa." ¡Como si los hombres no pudiéramos distraernos de una
partida de rol!
Pero en el fondo era normal. Es decir, vivíamos (y
vivimos, no nos engañemos) en una sociedad machista. Mis compañeros de clase y
yo mismo no compartimos aula con chicas hasta que llegamos al instituto, así
que, ¿cómo iba a haber igualdad en las mesas de juego, si no la había ni en
las aulas? Vale, había estereotipos y creíamos que a las mujeres no les
gustaban las cosas de fantasía, pero aun hoy a los niños se les viste de azul
y a las niñas de rosa, y Nintendo sacó una game
boy "para chicas" cuyo aliciente era estar pintada de color rosa
(fue un éxito de ventas, por cierto).
Además, a principios de los años noventa había muy pocas
tiendas especializadas, por lo que se hacía muy difícil que chicos y chicas fuéramos
conscientes de que nos gustaban las mismas cosas. Puede que ahora El
Señor de los Anillos sea una obra conocida y leída por todo el mundo
(bueno, desde que hay película esto último no tanto...), pero hace no mucho lo
normal es que te mirasen un poco rarito si decías en mitad de una clase o de
una reunión: "Me encanta Tolkien".
Afortunadamente la situación fue cambiando poco a poco,
según avanzaba la década. Las jornadas de rol que se celebraban en Cádiz
(y perdón por el localismo, pero son las únicas que he visitado con asiduidad,
por lo que conozco el cambio) se fueron llenando cada vez más de chicas. No es
que se pueda hablar de una paridad, pero ¡diantre!, la igualdad no consiste en que
haya tantas mujeres como hombres jugando al rol. Consiste en que si una chica
quiere jugar al rol nadie la mire con cara rara, no tenga ningún impedimento, y
los juegos no consideren a las mujeres "seres bellos y hermosos" y a
los hombres "bárbaros fuertes e instintivos".
Es un placer descubrir, hoy más que nunca, que las mujeres ya no son de
Gondor y los hombres de Mordor. Simplemente somos todos de la Tierra Media.
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