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Ángel Torres QuesadaCuando a la cf no sabían cómo llamarla
La Memoria Estelar
Ángel Torres Quesada




Los yacimientos de la ciencia-ficción

Pues andada yo preguntándome de qué demonios podía hablar para cumplir con esto de poner de vez en cuando en Bibliopolis una Memoria Estelar cuando, después de tener una reunión con los responsables de Cultura del Ayuntamiento, Excelentísimo por supuesto, de Cádiz, para organizar la HispaCon, o sea Gadir2K4, y mientras Rafa Marín, Joaquín Revuelta y este poco seguro servidor tomábamos un café, hablamos de otras cosas. Yo largué lo primero que me pasó por la mente, cuando ellos ya habían largado lo suyo, cuando los tres habíamos agotado los temas de la HispaCon, con letras gordas por cierto.

Pues no se me ocurrió hasta más tarde, ya en mi casa, que las tonterías que dije podían servirme para llenar dos o tres páginas de una ME, que no era cosa de volver a las andadas con mi puta mili particular.

Hay que ver lo que se nos ocurre cuando nos liamos a hablar de tonterías, las ideas que salen sin darnos cuenta para un cuento o una novela de una charla en apariencia intrascendente. Otra cosa es llevarlas luego a la práctica. Pero a mí me ha valido para pergeñar esto que no sé si van a terminar de leer.

Y esto viene al caso porque en cualquier revistilla o extraño libro puede estar la clave para mitigar la falta de creatividad, créanme.

Me salió así de pronto la idea de hablar de las coincidencias que el otro día leí en un libro que me regalaron.

Resulta que un tal Andreas Faber Kaiser, el autor del libro en cuestión, se fijó, o fue otro el que se dio cuenta, que entre el viaje ficticio a la Luna de Julio Verne y el viaje real que Amstrong y sus colegas hicieron a nuestro satélite existen unas curiosas similitudes. Suponiendo, claro está, que eso de poner la banderita americana en la Luna fuera verdad, no una simulación filmada en un estudio de la NASA, porque fijándose bien el trapo con las barras y las estrellas se mueve un poco, como si soplara una pequeña brisa, o sea que alguien pudo dejar abierta la puerta del plató y nadie se dio cuenta.

A ver si me acuerdo de todas las coincidencias, porque soy un flojo y no me voy a poner ahora a buscar el libro de Faber Kaiser.

Pues resulta que en la novela de Verne un americano llamado Barbicane se mete en medio de una disputa entre dos empresarios, uno constructor de cañones y el otro de coraza, que siempre andaban a la gresca después de que los del norte dejaran de darle la paliza a los del sur por eso de los esclavos. Total, que Barbicane los convence para que construyan un pedazo de cañón, pongan una bala hueca en su ánima y los tres se metan dentro y se den un paseo por la Luna.

Aquí es donde falla el amigo Verne, pues los tres astronautas dieciochescos y con levitas, como aparecen en los decimonónicos dibujos de la primera edición del libro, deberían darse un guarrazo mortal cuando el cañón disparara la bala-cápsula, por eso de la aceleración, y luego, si sobreviven a esto, se pegan un barquinazo al alunizar. Pero pasa lo que pasa, la bala da la vuelta a la Luna y regresa a la Tierra, y aquí es donde se produce el tercer milagro, al no descuajaringarse al amerizar.

Pero estos fallitos del señor Verne no tienen importancia porque para eso están sus aciertos, dice el señor Faber Kaiser, que resultan proféticos. Para que aprendan los profetas de la Biblia, que no dieron una ni por casualidad.

Pero vayamos a la parte curiosa del asunto.

Resulta que el señor Barbicane y los dos empresarios, ya de acuerdo para construir el cañón, discuten si deben emplazarlo en Tejas o en Florida. Pierde la porfía el que apoya a Tejas y eligen Florida, que por entonces era un lugar la mar de tranquilo porque no se había inventado la mafia ni Fidel Castro dejaba que los balseros dieran la barra a los americanos largándose a sus costas. Curioso. El estado perdedor es Tejas, donde está el Houston ése que no responde, y el estado ganador, es un decir, es Florida, donde está Cabo Cañaveral, antes Cabo Kennedy y antes también Cabo Cañaveral. Pues el lugar donde construyen el cañón Barbicane and company se encuentra a pocas millas de Cabo Cañaveral, como a unas cien. Aquí el acierto de Verne está digamos un poco distanciado, pero teniendo en cuenta el globo terráqueo es como si dijéramos ahí al lado. Esperen.

Los personajes de Verne son tres, los astronautas americanos igualmente son tres. Dicen que uno de ellos de origen francés, pero no puedo confirmarlo.

Verne sitúa la partida en 1869, los americanos mandan el Saturno a la Luna en 1969. Todavía me acuerdo de aquella noche en la que Hermida se hartó de decir tonterías y mi familia y yo nos quedamos hasta las tantas para ver la bajada de Amstrong del módulo lunar y dar saltitos y decir eso de un pequeño paso y... no me acuerdo más.

Sé que lo el detalle de un siglo entre la ficción y la supuesta realidad no tiene mucha importancia, pero había que aprovecharlo.

Verne escribe que el viaje de la Tierra a la Luna dura tres días, los mismos que los americanos tardan en llegar a ella.

Según su descripción de la bala hueca, ésta coincide muy mucho con las medidas del módulo lunar. Si pesan lo mismo, no lo sé. Tendré que averiguarlo, que esto el señor Faber Kaiser no lo dice.

Pues mientras los americanos vuelven a la Tierra después de ensuciarla, digo de clavar la bandera americana y saludarla con toda marcialidad, y vuelven y caen en el Pacífico, los héroes de Verne amerizan también en ese océano. Ambas tripulaciones son rescatadas por un buque de guerra americano. En el caso de los astronautas es lógico, porque lo estaban esperando; sin embargo, en la novela Verne es mucha casualidad porque por aquellas fechas la armada yanqui no era la de ahora y no estaba en todas partes haciendo la puñeta, y además los chicos del cañón, al menos me lo parece a mí, no tenían una radio para comunicar que iban a caer en tal latitud y tal longitud del Pacífico, para que fueran a rescatarlos, les dieran un café y los felicitaran por su machada. Y aquí viene lo más curioso. Todo el mundo sabe, es un decir pero se puede verificar, en qué punto exacto del Pacífico cayó la cápsula de Amstrong y sus amigos. También se puede constatar, y en esto Verne dicen que fue muy detallista, en qué lugar de ese océano sus personajes se encomendaron a la virgen de Fátima para que no se despanzurrasen. Pues la diferencia entre las dos caídas en las aguas, en la ficción y en la realidad, sólo es de diez millas. Vuelvan a calcular la probabilidad de que sea una mera coincidencia buscando por ahí lo que mide este planeta de superficie, que yo no me acuerdo y no me voy a liar buscándolo por Internet.

Por último, y esto creo que lo aporto yo, hay que tener en cuenta que Verne, como buen francés, era un chauvinista de tomo y lomo y no iba a poner por capricho que la gesta lunera que se inventó se gestara en Yanquilandia y se rematara como en la realidad, estando un barco yanqui cerquita de donde Barbicane y sus amiguetes se dieron el chapuzón. Por cierto, no crean que omito los nombres de los empresarios, el del cañón y el de la coraza, por estas cosas que pasan ahora, vamos, por antiamericanismo, sino porque tampoco me acuerdo.

¿Coincidencia? Pues bueno, tal vez. Pero en un relato fantástico se puede dar una casualidad, dos quizá, pero no tantas. ¿Es que Verne viajó al futuro y eso y se inspiró a la vuelta? ¿Acaso lo soñó una noche que se hartó de un château fuertecito? ¿Se fumó un petardo? Pues yo que sé.

Me limito a medio transcribir lo que he leído, y así salgo del paso.

A lo mejor me animo ahora y reabro una nueva etapa de la ME hablando de cosas parecidas, como de la tribu de los dogones de Malí, el codo real egipcio y otras tonterías como éstas, que son bonitas y valen para pasar el rato.

O sea, que lo mejor me va a dar por lo esotérico. Qué se le va a hacer. Yo también tengo derecho a divertirme, ¿no?


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