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Ángel Torres QuesadaCuando a la cf no sabían cómo llamarla
La Memoria Estelar
Ángel Torres Quesada



Los superhéroes lo tendrían crudo

Yo, que he visto en el cine el Capitán Maravillas, que alquilaba cuando no los podía comprar los tebeos del Capitán Marvel, que alucinaba cuando Billy Watson gritaba Shazán y se convertía en el Gran Queso de Bola, como cariñosamente lo llamaban los chicos americanos, que más adelante, cuando irrumpió la tele en este país a mediados de los cincuenta descubrí que había una serie en blanco y negro de Superman, a quien ya me había presentado la editorial Hispano Americana en sus tebeos apaisados de generosas dimensiones, disfrutaba como un enano con estos personajes y sus aventuras me sabían a poco: yo quería más superhéroes, vistieran de rojo o de azul y llevaran o no la cara oculta. Batman no era de mis preferidos porque tenía que valerse de un automóvil, de un avión y de una lancha para superar la maldad de sus enemigos de siempre, el Jocker y otros, seres pérfidos y estúpidos porque siempre eran vencidos por el hombre murciélago y su compañero Robin, de quienes, un par de décadas después, los desaboridos de siempre dijeron que entre ellos había algo más que una amistad.

Cuando llegaron a España los cómics de Superman, editados por Novaro, los compraba cada semana aunque me quedara sin una pela en el bolsillo y los leía una y otra vez; a veces, encontraba ediciones de otros países en el mercadillo y eran míos al instante, sin importarme que estuvieran en blanco y negro, no en colorines como los mejicanos, ni que en Argentina se llamara Superhombre al huérfano de Kripton.

En las primeras ediciones de España, que ya he dicho que se hicieron bajo el sello de Hispano Americana, Superman vestía en las portadas de amarillo y rojo, quizá por los colores de la bandera patria, o porque el maquetador de entonces no tenía las ideas muy claras respecto a los colores originales del uniforme de combate de Clark Kent. Pero esto sólo son anécdotas, no es el meollo de esta Memoria. Quién pillara ahora esos tebeos. Debí haberlos guardado como oro en paño, valdrían una pasta hoy, seguro.

Bien, a lo que iba.

Mis amiguetes pasaban de los héroes con superpoderes, con rayos equis, de cuerpo de acero a prueba de balas y fuerza en sus músculos suficiente para levantar un tanque: ellos preferían al Guerrero del Antifaz y a Roberto Alcázar y Pedrín. Del Capitán América, de Flash el Rápido, Linterna Verde y demás miembros de la farándula superheroica ni nos enterábamos. Cuántos personajes con poderes extraordinarios pululaban por las Américas, leche. Y nosotros sin enterarnos.

Una vez cayó en mis manos una serie de aventuras de Superman que no llegaron a publicarse en España, editadas en México. Me refiero a las peripecias que corrió el chico kriptoniano durante la Segunda Guerra Mundial. En ellas, además de ayudar a la venta de bonos de guerra, cuando recibía una carta de una madre que tenía el hijo combatiendo a los nazis en Europa saltaba como el rayo por la ventana de la redacción de El Planeta, cruzaba el Atlántico en un plis plas, se plantaba en Italia, donde ya habían desembarcado los aliados y andaban empujando a los alemanes al norte, a la república de Saló, y rescataba al chico, que generalmente era un piloto cuyo avión había sido abatido después de cargarse él solito media docena de Stukas, lo devolvía a su casa y todos contentos. Ah, Superman no mataba a los chicos de las SS, sino que los molía a mamporros.

Hispano Americana no publicó esta faceta patriótica de Superman en plan opositor a Hitler, claro. Y digo claro porque esos episodios fueron censurados porque no estaba bien que los chavales que militaban por gusto o a la fuerza en el Frente de Juventudes se preguntaran cómo Superman no estaba del lado de los amiguetes de Franco.[1]

Aunque yo aún no me había enterado bien por entonces de lo que había pasado en el mundo a principios de los cuarenta, y como me daba igual un bando que otro, aunque me decantase por los americanos por eso de que eran los creadores de Flash Gordon, Tarzán y Mandrake el Mago, cuando leí los cuadernos en blanco y negro de las inéditas aventuras de Superman editados en Argentina, me pregunté cómo demonios mi héroe favorito no había acabado en un tris tras con los enemigos de su patria de adopción, porque para él, con su fuerza titánica, no debería haberle costado mucho cargarse a los nazis. Esto siempre me llamó la atención, oigan. Y más años después. Y hoy.

Más tarde llegaría el aluvión de héroes, pero ya me pillaba un poco mayor y no estaba al día de la cualidades y defectos de los Cuatro Fantásticos y los X-Men, y tantos como eran resucitados o recreados por esos años. No me apasionaban éstos, ni siquiera el chico al que pinchó una araña y se dedicó a encaramarse por los edificios, aventuras que leí porque me dejaron un montón de cómics sobre Spiderman. Sí debo confesar que me sorprendió que Peter Parker tuviera tantos problemas cuando iba de paisano como cuando se enfundaba el pijama, tanto sentimentales como económicos, algo que a Superman no le pasaba porque el sueldo siempre debía llegarle a final de mes y no le preocupaba pagar el alquiler, y también llamaron mi atención que las bandas de los modernos superhéroes siempre anduvieran porfiando, cabreándose unos con otros cuando no tenían que perseguir al malvado de turno. Los superhéroes se habían humanizado con el paso del tiempo, me dije. Qué bien, esto tiene un poco de coherencia, mira.

Años más tarde, otro amigo me prestó su colección de Watchmen, jurándome que me gustaría. Tenía razón. Para mí son de los mejores cómics de la segunda mitad del siglo pasado, creo que de toda la historia comiquera llegada de Yanquilandia, y pienso que lo son porque hacía añicos el mito de los superhéroes clásicos, los pulverizaba, los dejaba K.O. Tanto me gustó que no tardé en hacerme con ellos, bellamente editados y encuadernados. Los conservo en un lugar preferente de mis ya repletas estanterías. A veces los releo y siempre descubro en ellos algo nuevo. Su lectura fue determinante para alejarme del mundo de los chavales con poderes extraordinarios, y lo lamenté en cierto modo porque rompí uno de los puentes que aún me unían sentimentalmente a mi niñez y mi juventud más tiernas e inocentes. Pero la vida es así.

Según parece, los actuales superhéroes son complejos, hombres y mujeres atormentados, infelices y desencantados, incluso amargados, obligados por las circunstancias a mantener una doble vida, situación que no les complace y los empuja a dudar si merece la pena continuar la lucha interminable contra el mal. ¿El mal? ¿Qué mal? Vayamos despacio a partir de ahora, ¿vale?

Lex Luthor sería un mindundi hoy en día, seguro, un villano de tres al cuarto. Superman, el actual, renovado en indumentaria, en tipo y en conflictos sentimentales, tiene ahora otros problemas y da la espalda a Metrópolis para ocuparse de menesteres de mayor enjundia, más universales, es un decir, acorde con los tiempos que corren. Claro está que si se dedicara a reparar los entuertos reales del mundo no tendría un segundo de descanso, aunque él no necesite echarse una siesta de vez en cuando.

Para soslayar posibles problemas, los guionistas de los superhéroes actuales, por comodidad, por imposición o para no verse en la cola del paro, y porque tenían que seguir trabajando para pagar la hipoteca de la casa en Miami, es decir, explotando el filón, se plegaron tiempo ha a los imperativos legales no escritos pero sí acatados de las editoriales. Y para salvar los trastos crearon mundos alternativos para sus personajes, porque en éste no colaban sus comportamientos.

El Superman de los sesenta y setenta no intervino ni una sola vez en Vietman, y tampoco en Corea se vio implicado. Los tiempos habían cambiado Y me pregunto, ¿cómo habría actuado si lo hubiera hecho? ¿Tirando de la oreja a Kennedy y a Johnson, y más tarde a Bush? ¿Habría impedido la caída de las Torres Gemelas? ¿Habría dado una patada en la entrepierna a Sadam Hussein y entregado a Osama vivito y coleando a...? Un momento. ¿A quién lo habría entregado? ¿A las autoridades de su país de adopción para que lo internaran en Guantánamo o al tribunal de La Haya, ése que dicen que está al servicio de la ONU? ¿Y qué habría hecho en Cuba o en Chile? ¿En qué bando de la guerra de las Malvinas habría puesto su nada despreciable granito de arena? ¿Seguro que Superman habría librado a los rehenes que mantuvo secuestrados durante cuatrocientos días el régimen de los ayatolah, dando un coscorrón al Jomeini de los cojones? ¿Qué habría hecho en el caso Watergate? ¿Habría echado tierra al asunto o el corporativismo periodístico encarnado en Clark Kent le llevaría a apoyar a los reporteros del Washington Post, enviando al retiro a Nixon antes de tiempo?

Pobre Superman. No habría tenido tiempo para arreglar este mundo.

Por todo esto, cuando llegue a nuestras manos un cómic de superhéroes no seamos duros con ellos, dejémosles en su universo paralelo, que allí son felices combatiendo a los malignos de perversa mente, mutantes o cyborgs, a sus cohortes de trolls, ogros y sicarios de toda calaña, porque si los obligáramos a currar en este universo, el que conocemos, entre limpiarlo de narcotraficantes, mercaderes de armas, proxenetas, incitadores a la guerra y la violencia, y depravados políticos y especuladores urbanísticos, ni para rascarse tendrían un ratito de tranquilidad.

En España apenas contamos con superhéroes, tenemos poquitos, y para éstos, para no marear la perdiz, los guionistas también crearon un planeta alternativo, en el que supone que no existen otros malos perseguibles que aquéllos a los que se les ha metido en la cabeza la peregrina idea de adueñarse del mundo en plan bestia, es decir, levantando guaridas inexpugnables, en el fondo del mar o en el espacio que debieron costarles miles de millones de euros, para luego, los muy gilipollas, pedir sólo unos cientos de millones a los gobiernos a cambio de no cumplir sus amenazas de costumbre.

No me veo a Superman limpiando Marbella de corruptos, qué va, ni diciendo tranquis, que aquí no hay conspiración, y si la hubiera yo actuaría castigando a los conspiradores por embusteros. Y esta pregunta va dirigida a los futuros creadores de los próximos héroes hispánicos, o ibéricos si lo prefieren: ¿estos abnegados quijotes acabarían en dos días con el terrorismo, con las mafias en los ayuntamientos, con la droga, con la corrupción y con toda la mierda que navega por esta nuestra piel de toro?

Mal lo tendrían esos chicos -y chicas- enfundados en pijamas, con o sin máscara o careta, con o sin identidad secreta, para mantener el prestigio de incorruptibles y justicieros de su superheroica estirpe en el mundo real.

Sería políticamente incorrecta su actuación, ¿no?

Podría ocurrir incluso que tal vez volviera la censura a nivel nacional y/o autonómico para meterlos en cintura y no dieran mal ejemplo. Ea, a perseguir a sus adversarios de siempre, a esos individuos atrapados por el lado oscuro, les dirían, y no metan las narices donde no deben.

Sí, seguro que los superhéroes lo tendrían crudo hoy en día si actuasen en el mundo real.

[1] Cuando Flash Gordon arregló Mongo y regresó con su chica y Zarkov a la Tierra, se encontró con una invasión proveniente de Europa por parte de una potencia imaginaria clavadita a la Alemania nazi. Como era su deber, colaboró con sus compatriotas para mandar al fondo del Atlántico a la flota entera. Como la censura de los cuarenta tenía mandado, no nos fue permitido conocer el episodio. Tuvimos que esperar hasta que Buru Lan lo incluyera en su colección en colorines, en 1972.


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