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Ángel Torres QuesadaCuando a la cf no sabían cómo llamarla
La Memoria Estelar
Ángel Torres Quesada



Las últimas novelas de a duro

Antes de la caída anunciada de Bruguera, a meses de que en Camps y Fabrés el gigante diera las últimas coletadas y a su alrededor pulularan los depredadores buscando con ahínco algún botín que llevarse de entre sus despojos, Enrique García Fariñas, con visión del futuro, ya tenía preparado  un puente para la huida hacia delante.

Una mañana, Enrique me llamó para informarme de que había recibido el visto bueno para lanzar al mercado unas colecciones de bolsilibros. La firma con la que había formalizado el acuerdo era Ediciones Forum. Serían cuatro los sellos de los nuevos bolsilibros, uno de ellos de Ciencia Ficción, Galaxia 2000. En su inicio, la publicación sería mensual, y más adelante ya se vería. Me dijo que contaba conmigo para el primer número, y añadió que le urgía que le enviara algo, lo más pronto posible. Le dije que al menos me llevaría un par de semanas escribir una novela, que andaba un poco desentrenado porque hacía unos meses, a la vista de que Bruguera llevaba casi un año sin pagarme, había dejado de enviarle originales. Bueno, ya no paga a nadie, me contestó. Tras decirle que tenía dos novelas sin publicar en Bruguera, me pidió que le enviara una autorización para que, en mi nombre, los retirara. Entonces no había fax ni Internet y había que utilizar el correo. Así, le envié el documento por carta urgente. A la semana volvió a llamarme para decirme que ya tenía en su poder los dos manuscritos, y uno de ellos, Caronte en el Infierno, inauguraría la colección. Añadió que me pusiera manos a la obra y preparara más originales. De acuerdo, le contesté. Esa misma noche quité la funda que protegía mi IBM eléctrica del polvo, una máquina gordota, de esas de bola, que corría que se las pelaba cuando uno estaba inspirado, y me puse a trabajar. Por cierto, la máquina era del mismo modelo que aparece en la casa del escritor que es asaltado por los niñatos de La naranja mecánica. Me fijé en este detalle cuando vi la peli en el cine, máquina que se la destrozan los muy salvajes antes de cargarse a su señora, que estaba de muy buen ver. El ordenador con procesador de texto aún tardaría unos años en ser medio asequible.

A los tres meses, más o menos, recibí un paquete con varios ejemplares del número uno de la colección Galaxia 2000, edición fechada en octubre de 1984. Su precio de venta, 75 pesetas, se alejaba mucho del valor que había dado nombre a un estilo de publicación. Ya no costaba un duro, sino quince. Su presentación me gustó, mejoraba la maqueta tradicional de las novelas de a duro. A las pocas semanas Enrique volvió a llamarme para decirme que la publicación pasaba a quincenal, y más adelante a semanal. Por lo tanto, me pidió, casi me ordenó, que le enviara más de un original por mes, pero que empleara otro seudónimo. De esta manera resucité el que había utilizado para mi primera novela de bolsillo, allá por el 62, cuando publiqué Un mundo llamado Badoom, en Editorial Valenciana. Alex Towers resucitó para compartir con A. Thorkent mi nueva singladura.

En el ínterin, Bruguera cerró, se consumó el saqueo de sus sedes, y parte de sus acreedores, entre ellos los autores de a duro, nos quedamos sin ver una pela.

Me dije que a rey muerto, rey puesto. Se había ido la mítica Bruguera, pero estaba Forum. Yo era así de optimista entonces. Y motivos no me faltaban, pues Enrique me había asegurado que la cosa iba viento en popa. Lo que más me complació fue que no me imponían nada, que escribiera lo que me saliera del alma, y si quería hacer series las hiciera. Durante un viaje que hice a Barcelona me reuní con Enrique, y en compañía de su esposa y la mía nos fuimos a cenar. Mientras ellas hablaban de sus asuntos, nosotros hablamos de los nuestros, es decir, de las publicaciones. Yo había iniciado, así como quien no quiere la cosa, una serie de corte más bien fantástico, cuyo primer título era Las murallas de Hongara, con el seudónimo de Alex Towers, y bajo el de A. Thorkent había escrito un par de títulos basados en los antecedes a la llegada de los kherles a la Tierra. De esta manera, escribía una novela de Hongara y luego otra de los kherles. Lo pasaba bien, de veras. Además, así no me aburría.

Le pregunté a Enrique que, llegado un momento en la historia kherliana, había pensado utilizar las novelas publicadas en Nueva Dimensión, Dios de Dhrule y Dios de Kherle, que pensaba reescribirlas y convertirlas cada una en dos títulos para Galaxia 2000; más tarde incluiría la inédita Dios de la Esfera y ya vería más adelante cómo prolongar la serie, por supuesto sin abandonar el asunto de Hongara. Siempre temiendo que la política restrictiva de Bruguera resucitase y volviera a amargarme la existencia, temí que mi propuesta fuera rechazada. Me equivoqué. Enrique, como jefe de las colecciones, me dijo que yo tenía carta blanca, que en la casa estaban contentos con mi trabajo, que me había convertido en el alma de la colección y que hiciera lo que mejor me pareciese. ¿Qué más podía pedir?

Lo que me había dicho Enrique era cierto. En realidad, lo era a medias. Pero él no tendría la culpa de lo que pasaría meses después. Y lo que pasó fue que un buen día, en realidad un mal día, me llamó para darme la mala noticia de que la editorial había decidido suspender la publicación de las cuatro colecciones de bolsillo, la de CF, la del oeste, la de terror y la policíaca. ¿El motivo? Es fácil adivinarlo: las bajas ventas. Pero no las de CF, sino de las demás. Como el asunto económico estaba supeditado a un mínimo de ventas para las cuatro colecciones, el proyecto no iba a seguir adelante. Enrique me aseguró que si las otras colecciones hubieran alcanzado unas ventas como las de CF, no habría problema. Además, el mercado sudamericano se había perdido. Por aquellos años había crisis económicas en todos ellos, la misma crisis que fue determinante a la hora de la quiebra de Bruguera.

Lo lamenté de veras, porque por primera vez me sentía a gusto escribiendo para una colección de bolsillo, ya sin censura, ya sin que nadie me dijera que no podía repetir personajes y situaciones en mis novelas. En Galaxia 2000 se publicaron 30 números. Quince títulos fueron míos. Yo la comencé y yo la clausuré. En la editorial quedaron cuatro novelas mías inéditas, dos de la serie Hongara y las dos primeras correspondientes a Dios de Dhrule, que prolongarían la saga. El número 30 tiene el título de Y los kherles dijeron…La fecha de edición, julio 1985. La aventura había durado menos de un año, pero fueron unos meses intensos, de un trabajo por mi parte que no me costó llevar adelante. Fue el final de las colecciones de a duro. Bueno, no es cierto. Más adelante, los nuevos propietarios de los derechos de autor reeditaron algunas novelitas de la colección La conquista del espacio, muy pocas y ninguna mía. Después, nada. Pasó una época, pasó la nada insana costumbre de leer en casa, en el autobús o en el metro un librito de 96 páginas, que la gente llevaba en el bolsillo de la chaqueta para pasar el rato mientras volvía del trabajo o se dirigía a él.

El otro día, paseando por la avenida paralela a la playa de la Victoria, vi a un señor mayor, más que yo, sentado en una terraza, con un café por delante y una novelita de a duro en las manos, bastante ajada por cierto, que mantenía doblada y la página muy pegada a sus ojos. Me entraron ganas de preguntarle qué leía, si era algo de Estefanía o de algún autor, colega mío, de La conquista del espacio o de Héroes del espacio. No lo hice y ahora me arrepiento. Otra vez será. Espero volver a verle sentado a la mesa, con un café  al lado, que tal vez se le esté enfriando, enfrascado en la lectura de una sencilla pero distraída novelita de a duro.

Nostálgico que se está volviendo uno, pardiez.


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