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Alberto CairoLecturas extemporáneas
Fuera de onda
Alberto Cairo


Michael Burleigh
El Tercer Reich

Historia y ensayismo

Si es cierto que gran parte que la curiosidad que un libro despierta depende de su arranque, El Tercer Reich, de Michael Burleigh, atraerá a muchísimos lectores:

El Tercer Reich. Michael Burleigh. Traducción de José Manuel Álvares Flórez. Taurus, 2002

"Este libro trata de lo que sucedió cuando sectores de las élites y las masas de gente normal y corriente decidieron renunciar en Alemania a sus facultades críticas individuales en favor de una política basada en la fe, la esperanza, el odio y una autoestima sentimental colectiva de su propia raza y nación. Es, por tanto, una historia muy del siglo XX".

Dan ganas de leerlo, ¿verdad? Personalmente, la sensación que me produjo ese primer párrafo me recuerda muchísimo a la que me provocó el comienzo de uno de los ensayos periodísticos más recomendables (también sobre el nazismo y la guerra, por cierto) que conozco, Los años de la infamia, de Manuel Leguineche: "La Segunda Guerra Mundial empezó en mi pueblo, Gernika". Jamás he sido capaz de resistirme ante frases semejantes. Los fines de mes se resienten por culpa de ellas.

El objetivo de El Tercer Reich, según palabras de su propio autor, es encajar el nazismo dentro de las llamadas "religiones políticas", manifestaciones radicales de las ideologías que desembocan en el irracionalismo y la invocación de valores eternos que, al mismo tiempo que suplen las carencias de las iglesias tradicionales, proporcionan relatos omnicomprensivos que explican el mundo de una manera simple en épocas de inestabilidad. No es un planteamiento demasiado original, como el propio Burleigh admite: el nazismo como religión pagana está insinuado incluso en estudios fundacionales como la excelente -y todavía válida, Ian Kershaw mediante- biografía de Hitler de Allan Bullock. O en libros tan poco sospechosos de aventurerismo ensayístico como La dictadura alemana, de Karl Dietrich Bracher o The Nazi Dictatorship, del mismo Kershaw. Sin embargo, Burleigh plantea la cuestión con entusiasmo contagioso en el primer tercio de su obra. Su argumentación es persuasiva, lo que incita a sumergirnos en sus más de ochocientas páginas para descubrir qué es eso tan importante que nos quiere relatar.

La promesa, sin embargo, pronto se ve incumplida. El Tercer Reich es una introducción aceptable a la ideología nazifascista, por lo que su lectura es recomendable para los que deseen profundizar un poco en esta época convulsa de la historia europea, pero pronto olvida su objetivo inicial de hablarnos de religiones políticas y entra de lleno en terreno trillado. A los que ya están algo curtidos en estas lides, el libro les dejará un regusto desagradable. Burleigh trata temas interesantes, como las acciones-reacciones de las diversas fuerzas extremistas que pululaban en Weimar (comunistas y fascistas) y traza un retrato bastante creíble del fanatismo ideológico de todo signo, lo que resulta encomiable en estos tiempos en los que se sigue encumbrando como próceres de la democracia a personajes turbios como la Pasionaria. Sin embargo, lo que no es aceptable es que se deje llevar por su propio entusiasmo incendiario y nos escarpie los vellos con boutades propias de Álvaro Vargas Llosa (no confundir con don Mario, por favor): "El Partido Comunista alemán (como el inglés y el francés de los años treinta) estaba integrado por estalinistas inflexibles y autoritarios más que por eurocomunistas cursis de una época posterior" (p. 706). Casi al comienzo del libro, cuando trata la implantación del nazismo entre los creyentes, dice: "en el caso de los pastores que apoyaban el nazismo, puede también que siguiesen a su rebaño en una patética búsqueda de popularidad, igual que esos párrocos "modernos" sedientos de aplausos que tocan la guitarra eléctrica en la iglesia" (p. 135). Y, un poco más adelante, el autor se echa al monte con el trabuco y el saco de las virtudes capitales de la paciencia, la laboriosidad y la abnegación y, después de resaltar la figura de Hitler como artista fracasado, nos espeta a los incautos: "su pretensión de ser un artista revolucionario se basaba en una contraposición con la burguesía complaciente, hipócrita y ahíta, un concepto estereotipado de los alienados, que les ahorra el esfuerzo de comprender la honradez, la dignidad, el decoro, el dominio de sí y las virtudes no apocalípticas de una vida responsable" (p. 276). No seré yo quien le quite mérito a los que se guían por las "virtudes no apocalípticas", pero me da que frases de ese tipo, convenientemente interpretadas por mentes demasiado recalentadas por el sol de verano (éste fue el libro de cabecera de Aznar durante sus vacaciones), pueden conducir, un suponer, a una transformación a golpe de decreto del sistema de protección social contra el desempleo, por aquello de castigar al vago subvencionado y premiar al trabajador responsable que acepta sumiso un infrasalario por un trabajo a jornada completa. Pero son cosas mías. Ustedes disculpen la digresión.

Por continuar con el asunto de las salidas de tono, cuando Burleigh analiza las pequeñas conspiraciones de aristócratas militares contra Hitler, comenta que hay historiadores críticos que exaltan la "abnegación de comunistas subprivilegiados" contra los nazis, mientras desdeñan a los aristócratas. "Estos hombres conservadores, muy cultos, cordiales, inteligentes, patriotas, atractivos físicamente y elegantes no habrían encajado bien en la academia moderna. Para ellos la aristocracia entrañaba obligaciones, una idea prácticamente incomprensible en culturas que sólo reconocen derechos". Para rematar la heroica loa a las virtudes de las clases altas, garantes de los recios y viriles valores de la vieja Alemania, Burleigh se permite recordar que estos valientes "tenían además la suerte de estar casados con mujeres seguras de sí mismas, con las que discutían sus dilemas o mantenían una correspondencia intensa" (p. 745). Vaya con las señoras...

Quien sepa esquivar estos deméritos con un hábil requiebro de cadera, hallará información valiosa en el libro. La crítica a las posturas anticientíficas y neoespiritualistas (antiguas y actuales), el adecuado y escalofriante retrato del descenso de una sociedad avanzada a las cloacas de la sinrazón, el estudio profundo de los servicios secretos alemanes, etc., justifican la inversión monetaria. Sin embargo, no me resisto a cerrar esta columna sin recomendarles que, si realmente quieren informarse sobre el Reich, no se limiten a adquirir este volumen, que seguramente estará destacado en los estantes de novedades de su librería habitual, y que rebusquen en los fondos editoriales para hallar los textos de Karl Dietrich Bracher (su La dictadura alemana estaba en Alianza Universidad), Ian Kershaw y Allan Bullock mencionados más arriba. De nada.


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