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Alberto CairoLecturas extemporáneas
Fuera de onda
Alberto Cairo


Vicente Verdú
El estilo del mundo

Ensayismo juguetón vs. filosofía

En el orbe de los pensadores mediáticos españoles, el nombre de Vicente Verdú suena y resuena por sus periódicas y lúcidas crónicas sobre el abanico amorfo de “lo cotidiano”. Por una parte, es más cercano a la calle que José Antonio Marina, por mencionar a alguien que le disputa el título oficioso de “ensayista español de inicio de siglo”; por otra, tiene mucha más clase que los abundantes zotes conversos que pueblan las páginas de nuestros periódicos y que insultan nuestra inteligencia con encendidas proclamas contra los mitos que, antaño, poblaban sus sueños de liberación. Verdú es, para los que frecuentamos la prensa de pago con regularidad, un pequeño oasis de sentido común y minimalismo en el que purgarnos de tanto análisis velocísimo y torpe que sufrimos con resignación casi diríamos que fructuosiana. Valga este primer párrafo para anticipar por qué El estilo del mundo me ha supuesto una pequeña decepción.

El estilo del mundo. Anagrama, 2003

¿Qué ha hecho Verdú en este libro? Pues, en pocas palabras, saltarse su propio canon. Si en sus regulares columnas periodísticas y en libros anteriores (El planeta americano, también en Anagrama), se centra en asuntos muy concretos, aun teniendo siempre como fondo un poso ideológico muy claro, El estilo del mundo aspira a convertirse en una summa analítica sobre los pilares del mundo actual. Demasiada ambición para tan poca sustancia final, me temo, porque aventurarse en estos tiempos de conocimiento inevitablemente fragmentario y especializado a escribir un libro totalizador es, cuando menos, una locura. Primer flanco débil de Verdú, pues: al abandonar su tradicional modestia interpretativa en favor de un pretencioso discurso muy del gusto del actual ensayismo europeo-continental (luego volveremos sobre él), cae en superficialidades como afirmar que “la pretensión de un conocimiento inédito ha desfallecido hasta en las ciencias positivas, y en general pocos creen que quede algo de verdad importante por desvelar” (pág. 142) ¿Cómo, si no es por un descuido impropio de quien se pretende escritor serio, se puede soltar semejante disparate cuando, por ejemplo, las neurociencias se encuentran todavía en su amanecer? No se puede plantear una teoría del todo sin conocer en profundidad las partes.

La tesis central del libro de Verdú es simple y posee gran pregnancia -disculpen los gestaltistas por el bastardeo- como toda buena idea-fuerza (usemos la terminología del marketing, muy apropiado para el ensayo posmoderno, tan preocupado por el impacto inmediato): al capitalismo de producción (XIX y principios del XX) y al de consumo (hasta los años 80 del pasado siglo), le sigue el “capitalismo de ficción”, simpático, divertido, que aspira a “convertirnos a todos en colegas”, en vez de en meros “consumidores”, con todo lo que ello conlleva de simplificación, infantilización del individuo y homogeneización de todo lo homogeneizable. No es algo muy novedoso, sobre todo para quien tenga empacho de Lipovetsky (El imperio de lo efímero), Baudrillard (todo: desde De la seducción hasta La transparencia del mal), Finkielkraut (La derrota del pensamiento), Hughes (La cultura de la queja) o Sartori (Homo Videns) autores y libros en los que Verdú se inspira -dicho sea con toda la ironía- sin piedad ni pudor para conformar un texto que se lee con la fluidez de una novela veraniega. Verdú intenta que no se le escape nada, y si comienza hablando de la metástasis de las marcas, de la evaporación y fusión de culturas y costumbres, de la diversión como fuerza alienante, pronto pasa a la customización de las creencias religiosas, cada vez más extendidas en formas light (“un Dios para cada individuo”), de la muerte (en la parte más interesante del libro), de la seguridad como antítesis de la libertad, de lo divino, de lo humano y de lo de más allá. Y todo nada menos que en sólo trescientas páginas... ¿Hay quien crea que un barco con tan frágiles casco y velamen pueda llegar a buen puerto? Pues no, la verdad es que ni siquiera enfila la bocana.

La estirpe a la que pertenece El estilo del mundo comparte naturaleza con los hechos que pretende denunciar. Sus autores engolan la voz para denunciar la “era del vacío”, la “ética indolora”, el “conocimiento lúdico”, como males de un mundo que ha abandonado las adustas y severas ideologías decimonónicas en favor de un hedonismo sin rumbo. ¿Ofrecen a cambio estudios basados en una documentación exhaustiva, en una reflexión serena, en datos empíricos obtenidos de investigaciones serias? No: muy al contrario, son productos de su tiempo, apresurados e histéricos, equívocos y poco rigurosos (es de obligada lectura Imposturas intelectuales, una ácida crítica de la alegría con la que los “filósofos” posmodernos usan el lenguaje de la ciencia, con resultados a veces hilarantes). El libro de Verdú es puro ensayismo, en el peor sentido del término. Como un picaflor que se aburre cada poco, salta de asunto en asunto sin detenerse apenas, trazando pinceladas basadas ora en notas periodísticas de escasa credibilidad, ora en comparaciones hábiles, pero faltas de contenido: usar la película Monstruos S.A. como “alegoría del cambio sobrevenido por el capitalismo de ficción” (pág. 273), que antes se alimentaba de “gritos” y hoy, de “risas”, es llamativo como chascarrillo en una conversación de cafetería, pero no en algo que deba publicar la muy seria Anagrama en la todavía más seria colección Argumentos. O mencionar las tiras para sujetador “invisibles” como metáfora de la “transparencia total” que se exige con vehemencia a toda empresa e institución y que, por lo visto, a todos nos roba la intimidad... En suma: un desperdicio de esfuerzo por parte de un autor que da sus mejores resultados cuando apunta más bajo.


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