[ portada ] [ reseñas ] [ opinión ] [ artículos ] [ editorial ] [ nosotros ]
Alberto CairoLecturas extemporáneas
Fuera de onda
Alberto Cairo


Michael Moore
Stupid White Men

Sana demagogia panfletaria


No siento simpatía por los panfletos. Por lo general me molesta su estilo, que oscila entre lo desenfadado (ligero, luego irritante) y grave (teatral). Sin embargo, de cuando en cuando conviene una cura de desintoxicación. Verán: trabajar en un periódico implica estar expuesto a temibles armas de desinformación (pasiva), y no siempre es posible detenerse a digerir la última boutade de un tertuliano lenguaraz, especialmente si mancilla el noble legado de los grandes liberales proclamándose su sucesor. En el caso español, el diario del Periodista Que Una Vez Tuvo Un Acento Sobre la O Del Apellido y los telediarios de Urdaci son la vanguardia de ese neoperiodismo patrio.

Cuando uno está quemado, combatir el fuego con el fuego no es mala idea. Las llamas consumen oxígeno: si incrementamos su intensidad, el oxígeno se agotará más rápido, con lo que acabaremos con el problema, siempre que el incendio sea en un compartimento estanco. Puesto que estoy un poco cansado de la manipulación grosera por parte de uno de los flancos del espectro ideológico y que mi confianza en la objetividad humana es más bien nula, procuro refugiarme en libros de signo opuesto con cierta asiduidad. Hacía lo mismo durante el mandato socialista, pero al revés: digamos que no es sano ser asiduo de Temas para el debate si quien gobierna es de izquierdas...

Stupid White Men. Michael Moore. Penguin, 2001

Stupid White Men, recopilación de artículos polémicos, es un libro interesante pero muy, muy irregular: tiene las mismas grandes virtudes y los mismos grandes defectos que su documental Bowling for Columbine. Funciona muy bien cuando Moore deja que sean las personas las que hablan, cuando permite que la cámara, sin su intermediación, recoja los testimonios. Pero muy mal cuando, con el entusiasmo de un universitario temprano embravecido por una sobredosis de tratados antiglobalización, imparte doctrina política. Me explico.

Me encanta cuando se queja de la falta de protección social en su país. Moore sostiene -en Bowling... y en este libro, aunque no tan explícitamente- que las raíces de la violencia se hunden no sólo en la pobreza, sino en la imposible satisfacción del deseo de ser mejores. Según Moore, el Sueño Americano no consiste en que cualquiera, si se esfuerza, puede llegar a lo más alto; consiste en que, si no lo consigues, eres un fracasado. El fracaso conduce a la frustración y la frustración, en casos aislados, pero relativamente abundantes, a la violencia. (Razonamiento, por cierto, que siempre me recuerda al Yoda de El imperio contraataca: “el miedo lleva a la violencia y la violencia conduce al Lado Oscuro”, ya saben... Sean indulgentes con mis manías). Me resisto a asumir una causalidad tan rotunda, pero no niego que su hipótesis tiene cierto encanto.

También resulta interesante cuando argumenta que la administración Clinton no fue tan beneficiosa para las clases empobrecidas como tantos comentaristas adscritos a la Tercera Vía quieren hacernos creer. Moore sostiene que muchas de las políticas reaccionarias de Bush Jr. tienen su origen en el anterior inquilino de la Casa Blanca. Bush “es sólo una versión más desagradable y mezquina de lo que ya hemos vivido durante los noventa” (pág. 211), pero no porque sea peor a grandes rasgos, sino porque no se disfraza de cordero para recortar inversiones en la escuela pública, en ayudas a las madres adolescentes o en recursos sanitarios para los que no disfrutan de un seguro privado. Para Moore, Clinton, además de “uno de los mejores presidentes republicanos que hemos tenido”, es un gran publicista de sí mismo.

Moore no confía en el bipartidismo, puesto que sabe que los que invierten en republicanos y demócratas son “siempre los mismos”. Por el contrario, propone un terapéutico “retorno a los orígenes”, al entusiasmo por la política activa, por la participación ciudadana. En el capítulo que abre el libro y en el epílogo, ambos memorables denuncias de las extrañas circunstancias que propiciaron el gobierno de George W. Bush, se declara harto de las burocracias captavotos y solicita (más bien exige), que la gente se haga oír. No me extraña que le costara tanto sacar este libro al mercado -según cuenta en el prólogo-, si tenemos en cuenta que en el espeso clima ideológico post-11S debe de ser merecedor de una buena caza de brujas el escribir: “Soy ciudadano de los Estados Unidos de América. Nuestro gobierno ha sido derrocado. Nuestro Presidente electo está en el exilio. Viejos hombres blancos que beben martinis y visten trajes han ocupado nuestra capital”, para, a continuación, dar un repaso a los acontecimientos que condujeron al presunto robo de las elecciones de 2000 por parte de una conspiración republicana en Florida... Moore cree que el sistema electoral norteamericano está podrido desde los cimientos. De ahí su casi histérica desesperación.

Hasta aquí, todo correcto y francamente divertido. Sus caricaturas de George W. Bush y de todo su equipo, amén de la de otros personajes públicos, como el ridículo (aunque siniestro) dictador norcoreano Kim II Sung son sensacionales. Sin embargo, el libro se vuelve irritante cuando mete la nariz en la alta política. ¿Qué tiene Michael Moore que decir, por ejemplo, sobre el conflicto de Oriente Medio? Pues exactamente lo mismo que usted, querido lector, y yo: poco. Y muy sesgado por intermediarios con ideologías extremas (ni Edward W. Said ni Gabriel Albiac son buenas fuentes en estos casos). La diferencia es que Moore puede permitirse el lujo, en unas cuarenta páginas, de ponerlo por escrito. A pesar de que diga verdades evidentes (“el terrorismo individualizado es malo, pero el terrorismo impulsado por un Estado es repugnante”, pág. 180) recomendar que se retire toda ayuda a Israel, sin apoyar al mismo tiempo la eliminación de los grupos fundamentalistas palestinos, es una barbaridad. No basta con escribir una carta abierta a Arafat recomendándole la “resistencia pasiva”, en un ejercicio de miopía moral sorprendente. A los terroristas religiosos no se les combate sólo con palabras.

Tampoco es convincente cuando intenta sacar conclusiones de lo que observa en la realidad cotidiana, gran problema también de Bowling for Columbine. O cuando analiza -es un decir- la economía capitalista, o incluso cuando explica por qué en EE.UU. sigue existiendo la segregación racial a pesar de las sucesivas iniciativas en pro de la integración... Así que mi opinión sobre este libro es: cómpreselo si le apetece reírse -y bien a gusto- con un retrato despiadado de la América de los grotescos Bush II, Cheney, Rice y Rumsfeld o agarrar un buen enfado con varios pasajes en los que se retrata a personas obligadas a tener dos trabajos únicamente para sobrevivir. Pero aléjese de él como si fuera el demonio si lo que busca es un buen ensayo.


Archivo de Fuera de onda
[ portada ] [ reseñas ] [ opinión ] [ artículos ] [ editorial ] [ nosotros ]