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Alberto CairoLecturas extemporáneas
Fuera de onda
Alberto Cairo


Michael B. Oren
Six Days of War

132 horas de guerra

Hay libros que dan vértigo. Es una sensación relativamente común si lo que estamos acostumbrados a leer es ficción: hay excelentes novelas y poemarios que marean por lo grandioso de sus propuestas. En pocos casos, sin embargo, se trata de libros de historia. Éste es uno de ellos.

Six Days of War. Michale B. Oren. Penguin, 2003

A punto de llegar el verano de 1967, Israel se enfrentaba a la mayor crisis de su corta historia como Estado moderno. En 1948 había conquistado su independencia a tiros y cañonazos. En 1956, en la segunda guerra árabe-israelí, desencadenada por la crisis del Canal de Suez, humilló al dictador de Egipto, Nasser, que se había encaramado al poder cuatro años antes. Esta guerra, llamada "del Sinaí", llevó al autócrata egipcio a impulsar durante la siguiente década una inestable alianza de los países árabes cercanos a Israel. "Inestable" porque el ánimo cainita estaba instalado en los regímenes que gobernaban estos países: Nasser desconfiaba del rey Hussein de Jordania y de los baasistas de Siria. En el medio de los tejemanejes de sus vecinos mayores, los palestinos, vapuleados y expulsados de sus tierras durante dos décadas, se convirtieron en lo que todavía son hoy día: moneda de cambio para halcones ambiciosos de todo signo.

El resultado, por resumir: medio millón de soldados árabes en la frontera de Israel, con sus correspondientes miles de carros y aviones de combate; presión de la ONU para que la situación se mantuviera para siempre en un irritante equilibrio modelo guerra fría, en la frontera con la caliente; una agresión preventiva desencadenada -lógicamente- por el país cercado. Y la derrota aplastante y total de la gran coalición en unas 132 horas. La Guerra de los Seis Días, aunque en realidad fueran cinco y medio.

Estos acontecimientos son los que, con una gran cantidad de detalles y anécdotas, nos narra Michael B. Oren en su libro, de apenas trescientas cincuenta páginas. Usando un estilo que lo hermana con el periodismo y con la novela de espías, pero siempre mantiendo el deseable rigor, transmite con eficacia la enorme tensión a la que se enfrentaron los dirigentes de aquellos países al borde de la hecatombe.

Héroes y asesinos junto a la mecha que se consume: antecedentes del conflicto

Oren afirma, en el largo prólogo en el que sienta las bases para su pormenorizado desgrane de los Seis Días, que su intención es ser "neutral". Esta palabra ha perdido significado en estos días de confusión terminológica, en los que las guerras ya no son guerras, sino "acciones armadas" y las emboscadas contra soldados en un país ocupado son "terrorismo", pero en este libro se hace un loable esfuerzo por mostrar las múltiples facetas del conflicto. No es de extrañar, por ejemplo, que dos de los principales protagonistas de la política actual en la zona, Ariel Sharon y Yasir Arafat, se negaran a conceder entrevistas al autor: de Sharon recuerda que en 1953, liderando un comando de operaciones especiales en Qibya (Cisjordania), destruyó "docenas de casas, matando a sesenta y nueve civiles... sin darse cuenta, declaró" (pág. 9). De Arafat nos remite en varias ocasiones a su pasado como asesino al frente de al-Fatah. Las hemerotecas son un peligro para cualquier reputación, especialmente si se trata de personajes tan oscuros como éstos.

Tampoco tiene piedad alguna en su retrato de presidentes y ministros. A Nasser nos lo muestra como un paranoico que caía poco a poco en la demencia. U Thant, secretario de la ONU, era poco más que un pusilánime incapaz de mediar entre los fundamentalistas de ambos bandos. A muchos ministros israelíes los sitúa al borde del colapso nervioso. El retrato de los sirios tampoco es halagüeño: su apoyo al terrorismo palestino no los coloca en buen lugar en el "juicio de la Historia". Del rey Hussein de Jordania nos cuenta que se hallaba entre dos fuegos: amenazado por los integristas y despreciado por los moderados, etc.

Muestra simpatía, eso sí, por el peculiar y controvertido ministro de defensa israelí Dayan quien, con su llamativo parche cubriendo la cuenca de un ojo perdido, se convirtió en una de los iconos de aquella época. También analiza con cautelosa comprensión la actitud del presidente norteamericano Johnson que, sabiéndose empantanado en Vietnam, no se atrevía a implicarse en un segundo teatro de operaciones, y que parecía temer que un conflicto localizado condujera a otro global: "Israel no estará solo a menos que decida ir solo" (pág. 115), declaró, refiriéndose a un probable ataque preventivo contra los árabes.

La advertencia tenía su lógica, puesto que la URSS había insinuado que intervendría en caso de que Israel tomara la iniciativa, y proporcionaba apoyo material a los países árabes. Después de todo, los judíos eran la "avanzadilla del imperialismo" en la tierra de los viejos profetas... Johnson, según cuenta Oren, declaraba públicamente su "amistad" por Israel en cuanto tenía ocasión, y lo demostró presionando a los árabes para que levantaran el bloqueo del estrecho de Tirán (que separa el Mar Rojo del golfo de Akaba: la principal vía comercial de Israel con oriente). Pero también estaba desorientado por la actitud de los judíos americanos, que estaban en la vanguardia de las protestas contra la guerra en Indochina.

Guerra relámpago

¿Cómo fue posible una victoria tan rápida y aplastante sobre un ejército que les triplicaba en efectivos? En Six Days of War se destacan varios factores que condujeron al desastre a la coalición árabe.

En primer lugar, la desunión de sus líderes. Nasser aspiraba a convertirse en el "salvador de los palestinos", honor por el que competía con sirios, saudíes, jordanos, iraquíes..., lo que provocaba continuas tensiones. Los árabes distaban mucho de ser la "gran nación" popularizada por la imaginación de los panarabistas: sin ir más lejos, la sangrienta guerra entre Egipto y Yemen daba sus últimos coletazos cuando Nasser enviaba blindados a la frontera con Israel.

Los ejércitos árabes eran numerosos y estaban bien armados, pero les fallaba la logística y los mandos estaban poco motivados y mal formados. Además, los egipcios, en junio de 1967, estaban seguros de que los israelíes no darían un paso hasta finales de año, por lo que habían descuidado la vigilancia. Ello explica que, en las primeras horas de la ofensiva sobre Gaza y el Sinaí, la aviación egipcia se volatilizara sin que los cazas pudieran siquiera despegar. Y que el avance terrestre israelí por la enorme península fuera rápido, aunque muy duro. Tras arrasar el Sinaí, los israelíes ocuparon Cisjordania, Gaza y el Golán, derrotando al resto de la coalición y apurando al máximo los plazos del ultimátum que les dirigieron la ONU y EE.UU., que temían que llegaran incluso a ocupar Damasco...

Es difícil no sentir simpatía por Israel en aquella época. Y es difícil también no justificar las decisiones que se tomaron. En 1967 estaban -literalmente- entre el fusil y el Mediterráneo, acosados por las incursiones de la guerrilla procedentes de los Altos del Golán (Siria), por los ataques terroristas y por las desafiantes maniobras militares jordanas en Cisjordania y egipcias en Gaza y el Sinaí. Las declaraciones de dirigentes y medios de comunicación árabes no dejaban dudas sobre el objetivo final de una guerra a gran escala: echar a "los sionistas" (lo que incluía a los judíos en su totalidad) al mar. Con el paso de los años, los sucesivos gobiernos israelíes, sobre todo los de derecha religiosa, han ido malgastando el plus de legitimidad que les concedía el dirigir un país asediado. Sin embargo, no conviene olvidar que no es cierto el dicho "dos no luchan si uno no quiere". En estos casos, los dos quieren y, además, si uno dejara de hacerlo, su contrincante no dudaría en empujarlo al abismo. Libros como Six Days of War ayudan a comprender un poquito mejor cómo hemos llegado a tal situación. No es poco.


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