Yo acuso
Hola, me llamo Santiago, y soy un descreído. Sí, yo me acuso de haber dudado, de haber faltado a la fe de Lucas, aunque, valga en mi descargo, de forma menos radical que hicieran muchos otros en su día.
El fenómeno Star Wars, desde la disparidad de opiniones despertadas por esta segunda trilogía, se convierte en inmejorable materia de estudio de la que extraer jugosas conclusiones sobre la realidad del cine actual.
Que las tres películas originales cambiaron la forma de entender el cine y marcaron un nuevo camino a seguir es un hecho mayoritariamente reconocido. Por eso, cuando veinte años después, George Lucas, el mago tras la cortina, presentó ante el mundo entero Episodio I: La amenaza fantasma, las expectativas del público alcanzaron cotas inusitadas. Lucas no sólo tuvo que combatir contra eso, sino también contra los errores presumiblemente propios (llámenlo Jar Jar Binks) y, sobre todo, contra la nueva manera de ver el cine que él mismo había desatado en 1977. Quiso el azar, además, que ese concepto del cine moderno diera, en ese mismo año y pocos días antes, su máximo exponente, una obra maestra que, como la seminal La guerra de las galaxias, se instituyera en eje central de la nueva estética cinematográfica. Hablo de Matrix, por supuesto.
El asentamiento definitivo del fast food fílmico encumbró al popurrí formal y argumental de los hermanos Wachowsky y hundió en la apreciación del público a la propuesta de Lucas, a pesar de un final que alternaba un espectacular duelo a espada, una batalla multitudinaria y una exhibición bélica espacial muy superior a las anteriormente filmadas. Los nuevos elementos, los personajes desconocidos y las ramificaciones argumentales distraían en exceso la atención tanto del neófito como del veterano. Mientras Matrix dejaba las cosas claras desde el principio, desvelando todo el misterio a los veinte minutos para ofrecer un festín de acción envuelta en efectos digitales innovadores, La amenaza fantasma despistaba al personal con una trama política y unos personajes presumiblemente innecesarios que trataban de dar sustancia a un arco argumental del que, desgraciadamente, todo espectador tenía ya su propia versión montada en la cabeza. Matrix saciaba directamente el hambre del espectador con una apetitosa hamburguesa doble, mientras que la película de Lucas proponía unos dudosos entremeses a un público no acostumbrado a entrantes.
Desde aquello han pasado tres años, y mientras en las pantallas de todo el mundo se puede disfrutar por fin de Episodio II: El ataque de los clones, en los ordenadores personales de todo ciberfan, gracias a Internet, se puede ver también el teaser (yeah) de la segunda parte de Matrix. Y esta casualidad nada casual permite hacer nuevas valoraciones, arriesgadamente presuntuosas, pero también totalmente distintas. Mientras que en el adelanto de Matrix Reloaded podemos escuchar a Morpheus decir aquello de "This is a war and we are soldiers" acompañado por las espectaculares y ya familiares imágenes en "tiempo congelado", lo que hace no muy descabellado sospechar que lo único (y ya es mucho, lo admito) que encontraremos en esta continuación es una sobredosis de acción dentro de la Matriz, sin avance alguno en la trama, en El ataque de los clones nos encontramos, para sorpresa de casi todos, con el efecto contrario.
Ahora se hace evidente que Lucas (y casi solamente él) comprendió que una trilogía se compone -perdón por la boutade- de tres elementos, y que toda ella es el campo donde presentar, desarrollar y finalizar una sola historia. Es ahora cuando cobran sentido muchas de las impopulares tramas de apoyo que en la primera parte parecían superfluas; es ahora cuando vemos que algunos pequeños elementos (la presencia de la madre de Anakin, el encuentro de éste con Amidala en la tierna infancia, el ahora entrañable y avejentado dueño del taller donde trabajaba de pequeño...), y otros no tan pequeños (todo el entramado político que sustenta los diversos juegos de poder que darán lugar a la ascensión del emperador oscuro), cobran vida y dan sentido al conjunto, convirtiendo el todo en algo más rico, más lleno de vida.
El ataque de los clones, cuyo título supone, otra vez, un homenaje del director a la serie B que acompañó su adolescencia, goza además de cualidades propias, y no sólo por las multitudinarias batallas, la emocionante persecución por los aires de Coruscant/Trantor o los electrizantes y dragonballianos duelos Jedi. Si en La amenaza fantasma el director norteamericano sucumbió a las necesidades del nuevo cine chillón y hortera, dotando de aspecto neopunk al villano de la fiesta, aquí experimenta un notorio retorno al clasicismo y deja patente, una vez más, que el carisma -encarnado de forma escalofriante en Christopher Lee- no es algo que otorguen cuatro manos de pintura en el rostro, sino que reside en una buena caracterización de guión y una actuación convincente. Es decir, el ABC del cine de siempre. Y no sólo eso, ya que podemos asistir, por fin, al despliegue de poder Jedi en su total esplendor. Sobre todo de Yoda, ese pequeño ser de imagen desvalida, siempre apoyado en un frágil bastón, beneficiado por una fama de cuyo origen comenzábamos a dudar, pero que aquí demuestra (oh, sí) a fuerza de Kame Hame y destreza en el uso del sable láser que no tiene rival en poder. Ni en chulería.
Lucas resuelve con solvencia, además, los principales retos que la obligada continuidad planteaba. La historia romántica, en las antípodas de la recogida por esa loa al aburrimiento y la gazmoñería titulada Titanic, resulta, finalmente y contra todo pronóstico, medida e implementada con gran criterio. La demostración de poder Jedi que exigía la historia, de muy difícil equilibrio, deja claro el potencial de Anakin, pero nunca en detrimento de las capacidades de Obi Wan, su maestro. Los batallones de robots, que parecían un elemento de anacronismo flagrante, dejan pasó aquí a los clones que posteriormente compondrán el ejército del Imperio. Todos y cada uno de los cabos que la primera parte parecía dejar sueltos, van cuadrando hacia un desenlace prometedor.
Aunque esta segunda parte reafirme la deuda de la nueva trilogía con respecto a la original en cuanto a mimetismo en algunos puntos (en I y IV, por ejemplo, todo acababa bien, pero el malo escapaba; en II y V todo queda en el aire), y a pesar de que Lucas, es evidente, sigue un plan primigenio cuya historia global llevaba en mente desde hace tiempo, se pueden también descubrir detalles coyunturales de respuesta a las acerbas críticas vertidas contra la anterior película, una de las grandes ventajas de ostentar el poder absoluto sobre su obra. La apertura del filme, con la muerte de un personaje importante del anterior episodio, el juego a "una de mosqueo" en lo que parecía ser un final cutre para la mano del protagonista y, sobre todo, el convertir a personaje-más-odiado Jar Jar Binks en la figura más determinante de toda la saga, componen una serie de maliciosos e inesperados guiños que dotan a la película de una frescura sorprendente y digna de agradecimiento.
El ataque de los clones es una gran película que, me atrevo a adelantar, ganará con el tiempo una posición de lujo en la consideración del aficionado, como ya hiciera su correlativa en la trilogía anterior, El imperio contraataca, filme al que la memoria colectiva ha convertido en insuperable. Y aún más. Si la tercera entrega logra cerrar el conjunto dignamente, puede que incluso enriquezca la intocable trilogía original, aportando nuevos puntos de vista a algunos olvidados detalles y engrandeciendo la figura de algunos personajes, caso de Boba Fett, que se consideraban secundarios.
Así pues, ávido de justicia, por lo anteriormente expuesto, yo acuso. A todos aquellos que dudaron de George Lucas considerándolo un traidor, el Alfred Dreyfus de la causa galáctica, que negaron su confianza a quien sin duda es el mortal que mejor conoce sus vericuetos, que más amor profesa a la saga; a aquellos que exigen ver a los caballeros Jedi en acción, lo más explícitamente posible, y lloran después porque ya no conservan su místico misterio; a los que piden cine con historia para decir más tarde que les parece complicado; a quienes claman por un producto moderno, pero exactamente igual al antiguo. En suma, a los militantes retrógrados y a los reaccionarios trogloditas. Todos ellos se precipitaron en sus conclusiones, negándole al creador el natural beneficio de la duda.
Yo les acuso. A todos ellos. Y a mí el primero.
Santiago L. Moreno
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