Título original: The Powerpuff Girls
Año: 2002
Nacionalidad: Estados Unidos
Estreno: 3 Julio 2002 (Estados Unidos), 21 agosto 2002 (España)
Género: Animación
Duración: 73 min.
Director: Craig McCracken
Director de animación: Genndy Tartakovsky
Dirección artística: Mike Moon.
Guión: Craig McCracken, Charlie Bean, Lauren Faust, Paul Rudish & Don Shank
Música: James L. Venable
Montaje: Rob Desales.
Producción: Donna Castricone.
Distribuidora en España: Warner Sogefilms S.A.
Azúcar, especias y muchas cosas bonitas son los ingredientes usados por el Profesor Utonium en la creación de tres deliciosas superheroínas que salvarán la ciudad de Townsville del mayor villano de la historia. Bueno, aunque en realidad quisiese evadirse de la dura realidad y todo sea nada más que el producto de un accidente. En la génesis de estos superhéroes de ojos enormes no hay kryptones explotando, ni padres asesinados en las calles oscuras y peligrosas de cualquier Gotham, ni un tío Ben que las aleccione sobre el poder y la responsabilidad. Sólo la misteriosa sustancia X, que será catalizadora no sólo de los poderes de (las encantadoras) Pétalo, Burbuja y Cactus, sino también de la transformación de un chimpancé de laboratorio (ah, la dejadez del científico filántropo, padre incompetente y ciudadano descuidado) en el malvadísimo y perfidísimo Mojo Jojo. Un guiño de los muchos que pueblan el metraje a las películas de ciencia-ficción de los 40 y 50, con sustancias sintetizadas por científicos brillantes que han de ser la panacea del bienestar mundial, malos malosos, experimentos con animales que se vuelven contra el creador, planetas de los simios y kingkones varios.
El resultado final de esta cinta, que cuenta el nacimiento de las tres (irresistibles) heroínas, valedoras de una estética retro a lo Labanda y estandarte del sector más cool del movimiento indie, es una narración ecléctica y gamberra, situada en un punto diríamos equidistante entre el ultraconservadurismo Disney y el tono grosero y demoledor de South Park, aunque algunos defectos no permitan que alce el vuelo por encima de la media. Su creador, Craig McCracken, junto al no menos gamberro Genndy Tartakovsky, trasladan a la gran pantalla la serie homónima de Cartoon Networks, auténtico bombazo de audiencia. En el salto mantienen el espíritu transgresor, aderezado con unas gotas de ingenuidad, de los brevísimos episodios del original, aunque también adolece del defecto que caracteriza el lanzarse a proyectos de tal envergadura: la pantalla es grande, demasiado grande para las tres niñitas.
El guión arranca con una fuerza asombrosa. Así, la presentación del escenario (una ciudad acosada por los delitos y abandonada a la desidia e incompetencia gubernamental -ah, qué risas viendo a los tres policías culones atracándose en un Dunkin' Donuts mientras el caos campa a sus anchas en las calles-) y de los protagonistas se realiza con un ritmo endiablado, casi se diría brillante. Pero, ay, el planteamiento enseguida se nos revela demasiado sencillo: las niñas, rechazadas por una sociedad uniformizadora, serán engañadas por un mono desválido (sí, por supuesto, el malvado Mojo Jojo), al que ayudarán a crear su monumental maquinaria del mal ya que, como ellas, Jojo es un outsider, un descastado, un marginado. Y a pesar de una caracterización memorable de las (riquísimas) protagonistas, lo cierto es que a mitad de metraje empiezan a notarse ostensiblemente los síntomas de ralentización de la acción: los niños que pueblan la sala empiezan a hacer preguntas. El desenlace vuelve a tomar el ritmo frenético cerca del desenlace, pero llega demasiado tarde y es demasiado precipitado, aunque en este punto se mantenga fiel a los episodios televisivos: el plan maléfico de Mojo Jojo empieza a hacer aguas, cegado por su megalomanía galopante; ensalada de mamporros, y la paz y la felicidad vuelven a las calles de Townsville. Justo antes de irse a dormir.
¿Qué es lo que motiva al firmante a escoger el adjetivo gamberra para Las supernenas? Pues que debajo de esa capa de candidez edulcorada, tras las expresiones inocentes de las (monísimas) niñas, se filtra una crítica a una sociedad enferma, pasto de la desidia y la inoperancia (encarnados en un alcalde inepto, una ciudad gobernada por su asistente a la que sólo se le ve un tipazo escultural -¿se podría pensar en favores sexuales?-, un cuerpo de policía indolente, una ciudadanía aborregada), de la competencia sin cuartel, de la desconfianza, el miedo y el rechazo al otro, imbuido ya desde el parvulario. Una visión ácida en un envoltorio meloso, como los caramelos de guindilla de Harry Potter. Cuando la línea que separa el Mal del Bien es tan tenue (en palabras del mismísimo Mojo Jojo: ¿Acaso os han perdonado? Somos superiores, podemos gobernar el mundo.), se hace difícil discernir el lado correcto. Aunque sea necesario dejarlo bien claro cuando el producto está destinado al público infantil.
En conjunto, una obra entretenida, con altibajos, excesivamente morosa en el desarrollo del nudo argumental, pero ofrece un producto digno y muy agradable de ver. Espero que McCracken y su equipo se dediquen a pulir los defectos evidentes para que, en una hipotética segunda parte, eviten los baches en la acción y obtengan un producto brillante.
Porque estas niñas tan chachis se merecen lo mejor. Miren ustedes el cartel. ¿No son encantadoras?
Álex Vidal
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