Título original: 24 Hour Party People
Año: 2001
Nacionalidad: Reino Unido
Estreno: 24 enero de 2003 (España)
Género: Drama, musical
Duración: 115 min.
Director: Michael Winterbottom
Intérpretes: Steve Coogan, Shirley Henderson, Paddy Considine, Sean Harris, Danny Cunningham, Andy Serkis, Chris Coghill y Lennie James
Dirección artística:
Guión: Frank Cottrel Boyce
Supervisora musical: Liz Gallacher
Montaje: Trevor Waite
Fotografía: Robbie Müller
Producción: Andrew Eaton
Distribuidora en España: Vértigo.
Tal vez por aquello de que la música estadounidense siempre se presenta en un solo acto, Michael Winterbottom quiere dejar constancia de la nacionalidad británica de la música aquí incluida y estructura 24 Hour Party People en dos actos, ambos iniciados con Las Walkirias de Wagner como música de fondo.
El primero nos presenta a Tony Wilson, intrépido reportero del programa So It Goes de Granada TV, descubriendo las excelencias del ala delta. Estamos en 1976 y Wilson, pese a su popularidad mediática, no puede ocultar su verdadera vocación: la música. Manchester vive la crisis económica y su grupo rockero más emblemático, los Buzzcocks, está al borde de la disolución, tras la fuga de los miembros menos implicados en el proyecto de Howard Devoto y Pete Shelley. De hecho, el 4 de junio no pueden actuar en el Free Trade Hall, con lo cual las únicas estrellas son Johnny Rotten y sus Sex Pistols. Al evento acuden tan sólo cuarenta y dos personas, entre las cuales figuran los ya mencionados Devoto y Shelley, Tony Wilson y su esposa Lindsay, Ian Curtis, Peter Hook y Bernard Sumner (núcleo de la Joy División), Morrisey (futuro líder de los Smiths, que se negó a que su personaje apareciera en la película) y un pelirrojo apático llamado Mike Hucknall (Simply Red). Wilson, convencido del valor de aquella música inconformista, puebla su programa de actuaciones de los Pistols y de Siouxsie and The Banshees, y madura la idea de crear un sello propio, Factory, en el cual dar salida a sus inquietudes y las de toda una ciudad, Manchester. 24 Hour Party People (título, por cierto, de una canción de los Happy Mondays) es la historia de esa discográfica, del tránsito desde la inocencia descarada de aquellos primeros años hasta una inocencia mucho más peligrosa, la de una compañía sabedora de que tiene en catálogo grupos de éxito mundial y pese a todo se mantiene fiel a sus principios cooperativos: toda la música pertenece a sus intérpretes, no existen contratos por escrito, los grupos son libres de abandonar en cuanto les apetezca. Anarquía en el Reino Unido, en suma, pero llena de referencias a William Butler Yeats o Plutarco.
Winterbottom narra esta historia con indudable maestría. El envidiable montaje es sólo un arma puesta al servicio de la verdadera protagonista de la cinta: la música. Para narrar la historia elige el punto de vista de Tony Wilson, el epicentro del sello Factory, pero no se trata de un narrador al uso. Los juegos de Wilson con la cámara, en permanente diálogo con el público, restan carga mítica a la película, de modo que lo que podría haberse convertido en una loa a unos años dorados del rock mancuniano termina por aparecer como un documento cínico y muy divertido sobre una época en la que nadie sabía quién era ni adónde iba, tan sólo se limitaba a vivir al día y sin preocupaciones, en una fiesta perpetua de veinticuatro horas diarias. Tony Wilson se interna en el negocio musical al tiempo que su estrella como presentador televisivo va declinando. Terminamos por ver al antaño fenómeno televisivo convertido en conductor de programas como La rueda de la fortuna, lo cual depara uno de los momentos más sardónicos de la película. Tomando prestada una referencia a Boecio y su Consolación por la filosofía (con lo cual, involuntariamente, Winterbottom enlaza su película con la también sardónica La conjura de los necios de John Kennedy Toole), el Tony Wilson de la película lanza una disquisición erudita sobre la fortuna y el azar, que es recortada en la mesa de mandos del programa. En ese momento, el Tony Wilson fílmico (un genial Steve Coogan) hace notar que el actor que interpreta al director del programa es el auténtico Tony Wilson, y aprovecha para enumerar todos los cameos de músicos reales en la película, desde Howard Devoto (cuya aparición en los lavabos de la sala de conciertos, poniendo en solfa la veracidad de una de las anécdotas contadas en el film, constituye uno de los momentos más divertidamente intertextuales de la cinta) hasta Vini Reilly (con sutil diatriba contra los DVDs incluida), pasando por Mark E. Smith o Shaun Ryder. Nace así una conversación a dos bandas: Coogan habla al público (el personaje de ficción se comunica con el espectador), pero también se constituye como nexo de unión entre lo narrado y lo sucedido (personajes de ficción y reales interactúan entre ellos y se intercambian papeles). Para rematar el juego metacinematográfico, Winterbottom intercala imagen real y documentales de la época, de manera análoga a la técnica empleada en su magistral Welcome to Sarajevo (1997), en la que resultaba virtualmente imposible diferenciar las imágenes reales del cerco de Sarajevo de las tomas, cámara en mano, que Winterbottom efectuó en la capital bosnia. Los conciertos de Sex Pistols, Joy División y Happy Mondays se funden a la perfección con las dramatizaciones de los mismos. ¿Estamos viendo al auténtico Bez bailar en los conciertos del grupo de Shaun Ryder, o a su sosías cinematográfico? ¿En qué momento el espíritu de Ian Curtis posee a Sean Harris? ¿Seguro que la escena en que New Order ensayan Blue Monday no está robada de un documental?
No obstante, y a contrario, ¿hasta qué punto hay que tomarse en serio la veracidad de lo aquí narrado? La meticulosidad con que Winterbottom ambienta la época (asistido por la monumental tarea de supervisión musical y la no menos monumental tarea del responsable de la fotografía, Robbie Müller, ya conocido por su trabajo en Bailar en la oscuridad) no debe dar pie a pensar que nos hallamos ante un documental. Las continuas llamadas por parte de Steve Coogan o los personajes reales mencionados en el film (ya se ha citado la hilarante aparición de Howard Devoto) nos recuerdan en todo momento que 24 Hour Party People es una película, y como tal hay que considerarla. Lo cual no impide al espectador disfrutar de los grandes momentos históricos que se citan en el filme. El suicidio de Ian Curtis está narrado con auténtica delicadeza y fidelidad a lo sucedido, al tiempo que cierra con amargura el primer acto. La anécdota que abre a carcajada limpia el segundo acto (los hermanos Ryder, antes de formar los Happy Mondays, envenenando a centenares de palomas que se desploman muertas a ritmo de Wagner) es un prodigio de humor. Y aquí Winterbottom y el guión de Frank Cottrel Boyce logran un magnífico golpe maestro. La primera parte (o acto, como da en llamarla Coogan/Wilson), que narra todo el optimismo de los primeros años de Factory, está filmada con tonos oscuros, propios del post-punk y la onda siniestra, y consigue el efecto aparentemente contradictorio de resultar optimista (se trata de los años de crecimiento e inocencia indómita) tomando como paradigma una personalidad atormentada, la de Ian Curtis, cuyo trágico final viene a romper la tónica hasta aquel momento agradablemente cómica de la película. El segundo acto emplea una fotografía con colores más psicodélicos y luminosos, comienza y termina a ritmo de comedia (mucha atención a esa aparición divina, no sabe uno si digna de Monty Python o del David Lynch de Corazón salvaje) y las barrabasadas de los Happy Mondays durante la época dorada del sonido Madchester y la sala The Hacienda sólo pueden tomarse con una sonrisa de incredulidad; pero, más allá de documentarse una década feliz, se narra la pérdida de referentes por parte de Wilson y sus copropietarios de discográfica, el desembarco de las drogas y la delincuencia, la cara menos amable del negocio, las adicciones prolongadas y las muertes o enfermedades de amigos y familiares. A este respecto, resulta particularmente destacable el papel de Andy Serkis (la voz de Gollum en El Señor de los Anillos) como Martin Hannett, el productor genial y politoxicómano de los grupos de Factory.
Nos hallamos, por tanto, ante una película enormemente rica, tanto en el aspecto visual como en el narrativo, llena de juegos con el espectador y el personaje real al que se alude en el metraje, una película postmoderna en el sentido que a Tony Wilson le gustaría dar a este término y, sobre todo, una película que trata con auténtico cariño y razonable distanciamiento un fenómeno musical, una época, una manera de entender el mundo y la vida.
Juanma Santiago
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