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Juan Manuel SantiagoDesde la estantería de enfrente
La Quinta Columna
Juan Manuel Santiago

La noche a través del espejo
Fredric Brown

Pesadilla en Brown

La tragedia de algunos de los quintacolumnistas que veremos en esta sección estriba en que solamente lo son para quienes los juzgamos desde nuestro punto de vista fantástico, sin reparar en que sus incursiones en otros géneros no son ni mucho menos esporádicas, y, en ocasiones, ni siquiera constituye la faceta más destacada de su producción. En esos casos, el quintacolumnismo mal informado da lugar a otra realidad: la de la doble militancia.

Los militantes por partida doble pueden ocultarse de los lectores de la otra faceta literaria que cultivan, escudándose bajo un seudónimo, un poco a la manera del filósofo encarnado por Paul Newman que gana el Nobel en El premio y del que descubrimos que había cultivado la novela policíaca. Es famoso el caso de la dualidad entre Iain Banks y Iain M. Banks.

Se avergüenzan de su dualidad, o sus editores estiman conveniente disociar sus públicos lectores en aras de una mayor comercialidad o respetabilidad.

Otros quintacolumnistas embarcados en la doble militancia firman con su nombre, a cara descubierta, sin ocultar sus identidades, conscientes de que su causa es otra, bien diferente de la de defender las señas de identidad de la literatura fantástica, histórica, policíaca o costumbrista. Su terreno es la creación, sin más.

Fredric Brown es el caso más paradigmático. 

Si le preguntarais a un aficionado que lleve leyendo ciencia ficción más de veinte años cuáles son sus veinte escritores, relatos o novelas favoritos del género, casi todos ellos sacarían a colación a Fredric Brown o alguno de sus escritos. Es algo que no requiere mayor explicación, por obvio.

Brown es uno de los mejores autores de ficción breve que ha dado el siglo XX. Los escritores tradicionalmente asociados a la cf que puedan rivalizar con él en cuanto a la cantidad, calidad y trascendencia de sus relatos se cuentan con los dedos de una mano: J. G. Ballard, Alfred Bester, Robert Sheckley, Theodore Sturgeon, James Tiptree, Jr. y pocos más. Cuentos como "Arena", "Los Geezenstack", "Ven y enloquece", "Respuesta", "Fin" o cualquiera de los pertenecientes a la serie de las pesadillas son modélicos en cuanto a la estructura, la gradación de la trama y el buen uso del lenguaje. En cuanto a sus novelas, poco se puede añadir a estas alturas: Universo de locos (1949) es uno de los grandes clásicos sobre universos paralelos, a la par que se erige en la primera obra de cf autoconsciente de su adscripción al género (con brillantes reflexiones sobre el entonces naciente fandom); Por sendas estrelladas (1953) es un derechazo lanzado directamente a la mandíbula de la entonces inocente y prometedora carrera espacial, y Marcianos Go Home! (1955) resulta tan hilarante como llena de mala baba con respecto a la caza de brujas del senador McCarthy.

Demos, pues, por sentado que Brown es uno de los grandes de la ciencia ficción.

Sin embargo, si le repitierais la pregunta anterior ("¿Cuáles son tus veinte escritores, relatos o novelas favoritos del género?") a un lector añejo de novela negra, el nombre de Fredric Brown sería uno de los más citados; tal vez no tanto como Raymond Chandler, Dashiell Hammett, Chester Himes, Ross McDonald o Jim Thompson, cierto, pero sin duda aparecería entre los más citados. Casi todos los aficionados recomendarían algún título de la serie protagonizada por Ed y Ambrose Hunter (con La trampa fabulosa [1947] a la cabeza) o novelas sueltas como La bestia dormida (1956) o La noche a través del espejo (1950).

Añadámosle un hecho: el único premio que obtuvo Fredric Brown en vida fue el Edgar (el Hugo de la novela policíaca), en la categoría de mejor primera novela del año anterior, por la ya citada La trampa fabulosa.

Brown también está considerado uno de los grandes del género policíaco. Y, además, le concedían los premios que el lector de ciencia ficción siempre le escatimó.

Tal vez, podrá pensar el lector en lengua española, nos hallamos ante un problema de percepción: Fredric Brown estaba bien considerado en ambos campos, el policíaco y el fantástico, pero en nuestro ámbito lingüístico predomina la imagen del Brown autor de ciencia ficción, por haberse publicado más obras suyas fantásticas que policíacas.

Falso, rigurosamente falso.

Veamos.

Novelas o recopilaciones de relatos fantásticos de Fredric Brown aparecidas en español: Universo de locos, Por sendas estrelladas, Marcianos Go Home! (de Bibliópolis), Vagabundo del espacio, El ser mente, Amo del espacio, Luna de miel en el infierno (de Nebulae), Pesadillas y Geezenstacks, Paradoja perdida, El ratón estelar, Ven y enloquece (de Bruguera), Luna de miel en el infierno, y otros cuentos de marcianos y Ven y enloquece, y otros cuentos de marcianos (ambas en Gigamesh). Trece títulos distintos, en total.

Novelas o recopilaciones de relatos policíacos de Fredric Brown aparecidas en español: El asesinato como diversión, La caza del asesino, La noche a través del espejo, El misterio de la vela, El grito lejano, Esquizofrenia, Todos matamos a la abuelita, El adivino, Su nombre era muerte, La bestia dormida, Un trago para el camino, Llama 3-1-2, Los asesinos, Cinco días de pesadilla, La trampa fabulosa, La viva imagen, Plenilunio sangriento, Cortesía del demonio, Una dama en peligro, El caso de la señora Murphy, No mires atrás y Los asesinatos del perro y otros asesinatos. Total: veintidós títulos. Casi el doble.

Estooo... ¿realmente era Fredric Brown un quintacolumnista? Y si lo fuera, ¿no sería lógico suponer que sus obras quintacolumnistas son las fantásticas, en lugar de las policíacas? ¿Debería, en conciencia, haberle cedido el honor de hablar de Fredric Brown a David G. Panadero, para que lo hiciera desde su Cosecha Roja?

Pues depende. Si analizáramos la obra de Brown desde una perspectiva exclusivamente vinculada a uno u otro género, la disquisición sería pertinente. Pero si tuviéramos en cuenta su época y el contexto en que se desarrolló su obra literaria (las revistas populares de los años cuarenta y cincuenta), el enfoque sería incorrecto: el trasvase de géneros entre los autores era incesante. El mundillo de las revistas populares funcionaba como no lo había hecho antes y no lo ha vuelto a hacer después, y algunos autores vivían de la escritura, colocando en sus páginas relatos o novelas (que aparecían de manera serializada). Brown era un autor de literatura popular, en primer término, pero, a diferencia de la mayoría de los autores de su época, publicaba indistintamente en revistas de género fantástico o policíaco.

Es más: Brown publicaba relatos fantásticos (o ligeramente fantásticos) en las revistas policíacas, e historias policíacas en las revistas especializadas en género fantástico. Uno de sus grandes clásicos, "No mires atrás", es fantástico y policíaco al mismo tiempo, y apareció en Ellery Queen Mystery Magazine.

Se trata de uno de los pocos relatos fantásticos quintacolumnistas o doblemilitantes de Brown que conocemos a ciencia cierta. El lector ocioso o el fan concienciado pueden entrenerse buscando los demás en cualquiera de las diecinueve recopilaciones de sus relatos policíacos que componen la serie The Fredric Brown Pulp Detective Stories, y que incluyen títulos en apariencia prometedores, como "Sex Life on the Planet Mars". Al resto de los aficionados, incluyendo verdaderos estudiosos de la obra de Brown como Frank Paccasi o Ben Yalow, se lo agradecería sobremanera: hasta donde sé, todavía no se ha realizado ningún estudio serio de la totalidad de la ficción breve de Fredric Brown, y todavía podrían seguir apareciendo relatos fantásticos suyos.

Así pues, dejemos claro que lo de Brown no era sensu estrictu quintacolumnismo, en el sentido que le quiero dar a esta sección: más bien, se trataba de un doble militante, un autor bicéfalo que, por un lado, cultivaba la ciencia ficción y, por otro, el género policíaco; en último término, dos manifestaciones del mismo fenómeno: la literatura popular de la posguerra. Siendo rigurosos, sólo hubo una incursión de Fredric Brown en el quintacolumnismo literario: la novela The Office (1958), de carácter realista y costumbrista, en la que narraba el día a día en una oficina de tantas, que podría ser la redacción del Milwaukee Journal, en el que Brown trabajó durante años como corrector de estilo, o cualquier otra. A decir de quienes la han leído, se cuenta entre los mejores trabajos del autor. Y antes de que preguntéis: no, no está publicada en español. ¿Me está leyendo algún editor? Pues que tome nota.

Brown abordaba la narrativa con el mismo espíritu, fuera cual fuera el género que cultivaba. No se aprecian diferencias notables de estilo ni enfoque. Su obra forma un todo coherente y compacto, de características comunes.

Siempre escribió con idéntico cuidado por el fondo y la forma. Pocos autores de género (de cualquier género) ha habido tan concienzudos y rigurosos en el desarrollo de una trama y su cierre, la búsqueda de la palabra justa, los juegos verbales agudos pero no gratuitos, los personajes en tres dimensiones y las referencias y argumentos capaces de hacer pensar al lector. Pocos autores, en suma, ha habido tan respetuosos del público lector como Fredric Brown. Su universo narrativo transcurría en lugares y con personajes que podrían haber aparecido perfectamente en cualquier otra obra suya. Un universo en el que la situación hilarante deviene en angustiosa cuando comprendemos que lo que nos hacía reír no tiene ni puñetera gracia. Luke Devereaux, protagonista de Marciano, vete a casa, termina sufriendo una verdadera pesadilla, pese a que durante media novela no podemos dejar de reír. La sonrisa se nos congela, entre otras cosas, porque buena parte de las situaciones histriónicas y delirantes de sus escritos parecen directamente relacionadas con el conocido (y reconocido) alcoholismo que padeció el autor. Leemos su ficción descontextualizada y nos hace reír; pero deja de hacernos gracia cuando tomamos conciencia de que vienen de alguien con problemas respiratorios crónicos, un maniático borracho incapaz de cerrar un argumento sin agarrar el primer autobús Greyhound que saliera de la estación de Taos (en Nuevo México) y viajar sin rumbo fijo durante días y días.

El estilo de Brown era el de alguien desesperado, porque trataba de zafarse de la pesadilla marrón del poso del whisky en el último trago de la noche que tanto le gustaba para escribir, cercano ya el amanecer. Muchos de sus escritos, ocurrentes y brillantes cuando los lees de adolescente, cortan el rollo cuando te vuelves a aproximar a ellos años después, ya con cierto conocimiento de la vida, y te devuelven el reflejo del delirium tremens, la alucinación, el miedo del borracho a no saber dónde ha despertado ni quién es ni dónde vive. La incertidumbre que destila la obra de Brown proviene de una triple fuente de inspiración: la terrorífica sensación de irrealidad que atenaza la conciencia de un alcohólico, el juego literario que se establece cuando se lleva hasta las últimas consecuencias la lógica y ya sólo cabe la vuelta de tuerca ingeniosa, y la precisión casi enfermiza en el uso del lenguaje.

Si le quitamos el primer elemento, el modus operandi de Brown parece un calco del de Lewis Carroll, y no es casualidad que La noche a través del espejo siga la misma estructura que Alicia en el País de las Maravillas y Alicia a través del espejo.

Al igual que hizo Lewis Carroll, Brown urde en esta novela un juego sin fin, en el que nada es lo que parece, todos los hechos y personajes se pueden leer como trasuntos de otros hechos y personajes, y las fronteras de género se difuminan en función de lo que sabe el protagonista (y, por extensión, el lector). 

Doc es el redactor del Carmel City Clarion, un periódico de mala muerte que se edita en una ciudad del Medio Oeste en la que nunca ocurre nada. Doc lleva veintitrés años esperando un buen número, no ya con una exclusiva que lo saque del aburrimiento crónico sino con una simple noticia que merezca tal nombre. Las anulaciones de subastas benéficas en locales religiosos, las explosiones en fábricas de pirotecnia y los divorcios de vecinos del pueblo no le bastan a Doc, de modo que se refugia en sus dos aficiones principales: la obra de Lewis Carroll y el bar de Smiley. En este bar conoce a un extraño personaje, Yehudi Smith, cuyo nombre le parece una broma siniestra: Smith es el apellido más común, y Yehudi es un nombre casi de chiste, que se suele asociar con el "hombre que no estaba allí" de la tradición. Sí, ese duendecillo que te deja las cosas donde no las puedas ver, o pone a tu alcance otras que creías escondidas. Un nombre, por cierto, con el que Brown nos remite a un relato suyo de 1943, "El principio Yehudi", que, sin embargo, no tiene nada que ver con el Yehudi de la novela.

Entre copas y citas de los libros de Alicia, Yehudi Smith lo convence de que está estrecha, muy estrechamente relacionado con Lewis Carroll. Doc no puede creérselo, pero los argumentos que le da Smith parecen incontrovertibles, y Doc ya ha bebido más de la cuenta. (Resulta casi imposible llevar la cuenta de las copas que se toma Doc a lo largo de la novela, pero deben de rondar la veintena: a razón de una o más por capítulo... y son quince capítulos.) Los paralelismos con Alicia a través del espejo empiezan a sucederse, sin que sepamos si realmente están ocurriendo o son parte de la creciente alucinación etílica de Doc. ¿Es Yehudi el Conejo? ¿Es Doc un trasunto de Alicia? ¿Cuál de los personajes que han aparecido hasta ahora es Humpty-Dumpty?

En lugar de respondernos, Brown le da un giro al argumento y lo convierte en otra cosa. Lo que hasta ahora era una novela costumbrista, que había empezado con una descripción absolutamente deliciosa del funcionamiento de una linotipia (tan brillante como la de su relato "Etaoin Shrdlu"), y estaba derivando hacia el género fantástico (de manera gradual, como en Universo de locos), cambia de una página para otra con la irrupción en Carmel City de una banda de mafiosos. Hay un doble secuestro. Hay muertes. Aparecen personajes que unas páginas antes estaban muertos, o eso parecía. Siguen apareciendo muertos. Y Doc se perfila como el principal sospechoso. Nuestro personaje empieza a vivir una pesadilla, cuyas dimensiones parecen acrecentarse a medida que sigue consumiendo copas de whisky y el fantasma de Lewis Carroll empieza a cederle el lugar al de Franz Kafka, como si el Griffin Dunne protagonista de la magistral ¡Jo, qué noche! de Martin Scorsese hubiera ido a dar con sus huesos a Twin Peaks, o cualquier pueblo similar.

Por lo visto hasta ahora, La noche a través del espejo funciona como si fueran tres novelas, que se reflejan mutuamente.

La primera, un trasunto de Alicia a través del espejo, nos da las claves que tenemos que desarrollar a lo largo de la obra, el juego de complicidades y paralelismos, de situaciones a las que, sabedores del juego de Brown, pretendemos adelantarlos una y otra vez... sólo para que Brown nos las devuelva doblada, aunque igualmente fiel a Lewis Carroll y su espíritu.

La segunda y la tercera son consecuencia directa de la primera, y son, respectivamente, una novela fantástica y otra policíaca. La estructura especular de ambas está clara: el incremento del componente fantástico de la primera tiene su correlato en la implacabilidad con que se resuelve la trama policíaca de la segunda. Las noticias que le surgen a Doc, una vez cerrado el número, a medida que se dirige al bar a tomar la primera copa de la noche y encontrarse con el destino (encarnado por Yehudi Smith), se resuelven de manera casi simétrica conforme avanzamos hacia el final de la novela. Al igual que en la citada ¡Jo, qué noche!, el cierre casi circular parece sugerir que no ha sucedido nada. Tras una noche particularmente agitada en la que le ha ocurrido de todo, la existencia de Doc seguirá siendo la misma de siempre, la de un redactor de un periódico de mala muerte que recupera y pierde la conciencia con los poemas de Lewis Carroll como leitmotiv.

En suma, La noche a través del espejo es una novela que contiene todos los elementos que hicieron de Fredric Brown uno de los grandes de dos géneros. La parte digamos fantástica funciona a la perfección como novela fantástica en su variante de "a ver la que se lía aquí". La parte policíaca es un derroche de ingenio y lógica. La parte lewiscarrolliana es un magnífico homenaje. Y la parte costumbrista nos muestra a un hombre enamorado hasta la médula de sus grandes amores: la creación, la linotipia y el alcohol.

Seguro que todos los que no lo hayáis hecho estaréis deseando leer La noche a través del espejo: es una de las mejores novelas de Fredric Brown, a la altura de Universo de locos. No obstante, voy a dar una vuelta de tuerca al mejor estilo de Brown y os voy a dejar con un palmo de narices: no vais a poder leer esta novela, porque está agotada, descatalogada y no hay manera humana de adquirirla en librerías, salvo que tengáis la inmensa suerte de encontrarla de lance, o en Negra y Criminal, o en la carpa de libros del fondo de Júcar que se instala todos los años en la Semana Negra de Gijón.

Lo cual, por otro lado, no tiene nada de particular: también están agotados, descatalogados e inencontrables los otros veintiún títulos policíacos de Fredric Brown editados en español. A todos los efectos, es como si no existieran.

Ya lo había preguntado unos párrafos más arriba, pero repito la pregunta: ¿Me está leyendo algún editor?


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