"Dígame, ¿es que para convencerse que Dostoievski es un escritor, es necesario pedirle su carnet? Coja cinco páginas cualesquiera de alguna de sus novelas y se convencerá sin necesidad de carnet de que es escritor." Como bien dice Mijail Bulgákov, no se necesita más de cinco páginas -yo diría que basta con una- para saber quién es escritor sin necesidad de carnets, críticos y reconocimiento. Bulgákov lo es. Su habilidad con las palabras te asalta con violencia y pasión, narrando con la misma fuerza que una melodía de Tchaikovski, una progresión de Rachmaninov o un estallido de belleza repentina de Prokofiev. No puedo evitar los símiles musicales; para mí los artistas rusos tienen todos algo que los une: la herencia cultural de un pueblo torturado por la historia y el clima que se traduce en una pasión veloz y repentina, una tristeza implícita y melancólica que sólo el vodka o la belleza parecen ser capaces de hacer remitir.
Este libro es eso mismo en estado puro, depurado por una habilidad narrativa poco común. El planteamiento es ridículo en extremo -todos lo son-. Satanás aparece en el Moscú ateo acompañado de una troupe de demonios dispuestos a castigar con crueldad la hipocresía y el oportunismo que la burocracia y la miseria humana parecen hacer crecer del mismo asfalto. Al mismo tiempo asistimos al desarrollo de otra línea argumental: Jerusalén, año 33. Poncio Pilatos debe juzgar bajo la calígine.
Es un argumento alocado, que no sabes a dónde te va a llevar, pero que sientes sujeto por riendas de acero; llevado por unos personajes desquiciados y cincelados con delicadeza y precisión que resumen las contradicciones del mundo en su comportamiento. Las varias líneas argumentales crecen, se entremezclan y complican con una seguridad y velocidad que parecen querer aprovechar el corto verano antes que el invierno las hiele, envolviendo la narración en magia, un humor satírico y terrible de noche veraniega de brujas, aquelarres, magia en una sociedad cientifista y burocratizada. Humor que podría haber hecho de El maestro y Margarita una sátira despiadada -que lo es- pero que enriquecido por la acción de un Poncio Pilatos muy alejado del estándar y un maestro y una Margarita que solo saben oponer la tristeza y la resignación a las fuerzas que los bambolean lejos de sus deseos de felicidad, la convierten en algo más.
En definitiva, un libro divertido, emocionante, fresco y ardiente, que te obliga a dejarte llevar, sin preguntar adónde vamos, pero que, como en todas las grandes obras, te colma con creces por tu sacrificio de lector ordenado y de sota, caballo y rey, que cuando inicia el libro ya quiere tenerlo todo controlado e intuir el final.
Eduardo Vaquerizo
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