Adrian Mole, un chico inglés de trece años y tres cuartos, comienza a llevar un diario. Y ese diario, fecha a fecha, es The Secret Diary..., uno de los libros con protagonista infantil más divertidos que he leído.
Emparentado con el pequeño Nicolás de Goscinny y con nuestro racial Manolito Gafotas en lo que toca a la mirada de incomprensión que arroja sobre el mundo de los adultos, Adrian Mole tienen incluso más puntos de contacto, si me apuráis, con la genial tira cómica estadounidense Calvin & Hobbes. Como Calvin, Adrian es un producto de los ochenta: su discurso es una mezcla de psychobabble y jerga televisiva; sus aspiraciones, la fama y el éxito a cualquier precio. Si acaso, Adrian es un personaje más humano, en tanto que sus casi catorce años hacen más natural esa mezcla de petulancia, ingenuidad y discurso sofisticado que convierten a Calvin, de seis años, en un auténtico monstruo.
Al principio de The Secret Diary..., la vida de Adrian es un desastre: extorsionado en el colegio por el matón de turno, avergonzado de su padre incapaz de mantener un empleo y exasperado por una madre que está en pleno redescubrimiento de su feminidad, a Adrian sólo le queda la huida hacia delante. Así que decide convertirse en un intelectual. Y en horrible poeta, por cierto, que envía incansablemente sus poemas a la BBC con la esperanza de que sean leídos en antena. El carnet de la librería será su otra fuente de inspiración. Según saca diferentes libros, redacta escuetas reseñas literarias que son sencillamente apabullantes. Un ejemplo: "I read a bit of Pride and Prejudice, but it was very old-fashioned. I think Jane Austen should write something a bit more modern". Y otro: "Finished Animal Farm (...). From now on I shall treat pigs with the contempt they deserve".
Mientras su padre se hunde en la depresión del parado y su madre toma como amante al vecino y se fuga con él, la vida cotidiana de Adrian se degrada cada vez más, en una espiral tragicómica de la que nos salva la incapacidad del narrador para darse cuenta de la gravedad de los hechos... y el carácter claramente bufo de buena parte de las estrambóticas desgracias de la familia Mole. Dos personajes se hacen especialmente entrañables: Bert, el excéntrico jubilado cuyo césped corta Adrian, y Pandora, jovencita radical en busca de una causa que se convierte en la novia del protagonista cuando éste se pone inadvertidamente calcetines rojos para ir a su estricto colegio. Completan el plantel del libro la abuela del protagonista, terrible anciana capaz de amedrentar a los matones del barrio, y el elenco de vecinos de la calle donde vive Adrian, además de algunos perros y varios profesores, por ese orden de importancia.
Con todo, quizá lo más atractivo de la novela (que fue un éxito de ventas y dio lugar a varias continuaciones que desconozco) es la invitación constante del texto a leer a través de él. Adrian propicia momentos cómicos al describir objetivamente aquello que no entiende y que el lector sí capta (por ejemplo, el affaire de su madre con el vecino), pero también omite detalles y adorna pasajes, se adula a sí mismo, miente y se expresa alambicadamente, en un juego de ocultación que hace el libro tremendamente disfrutable para todos los lectores que hayan pasado la adolescencia.
Luis G. Prado
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